Reflexiones en torno a la conciencia

Si no reflexionamos de modo amplio sobre lo que llamamos conciencia, sin dogmas, rigidez ni determinismo alguno, difícilmente podemos ampliar el horizonte de nuestra existencia, cambiar nuestra condición, individual y social, ni dar un sentido a nuestros propios actos.

Según el Diccionario de Filosofía, de Ferrater Mora, el término conciencia tiene al menos dos sentidos: en primer lugar, la percepción o el reconocimiento de algo (una cualidad, una situación…), o de algo interior, como las modificaciones del propio yo; en segundo lugar, es el conocimiento del bien y del mal. El segundo sentido se suele expresar mejor como «conciencia moral», del que nos ocuparemos en otro momento, y resulta significativo que en algunos idiomas se empleen términos distintos para expresar los dos sentidos mencionados. El primer sentido, a su vez, puede desdoblarse en otros tres: el sicológico, en el que la conciencia es la percepción del yo por sí mismo (puede hablarse de modificaciones del yo sicológico, por lo que el termino conciencia se suele confundir habitualmente con el de autoconciencia); el epistemológico o gnoseológico, en el que la conciencia es primariamente el sujeto del conocimiento (se habla entonces de la relación conciencia-objeto similar al conocimiento), y el sentido metafísico, en el que la conciencia se suele denominar el Yo (supuestamente, previa a toda esfera sicológica o gnoseológica).

Con la filosofía crítica de Kant, el concepto conciencia adquiere, especialmente en el sentido de autoconciencia, una interpretación que lo convertirá en clave para lo que será luego el idealismo alemán (Fichte, Schelling, Hegel). Kant distingue entre conciencia empírica (sicológica), perteneciente al mundo fenoménico, en las que su unidad sólo puede establecerse por la síntesis llevadas a cabo mediante las intuiciones del espacio y del tiempo y los conceptos del entendimiento, y la conciencia pura o trascendental, que supone la unificación de toda conciencia empírica (formación de la identidad de la persona y posibilidad del conocimiento). Dicho de un modo elemental, para Kant la autoconciencia (conciencia sicológica) produce en nosotros en primer lugar la relación de los fenómenos, y su unidad se produce en cuanto unidad trascendental de la autoconciencia con la consecuente posibilidad del conocimiento. Con Fichte y Hegel, se producirá un paso de la idea de la conciencia trascendental (gnoseológica) a la idea de conciencia metafísica. Fichte hace de la conciencia el fundamento de la experiencia total y la identifica con el Yo que se pone a sí mismo. Lo que realiza Hegel es describir grados o figuras de la conciencia en un proceso dialéctico en el curso del cual el despliegue de la conciencia es identificado con el despliegue de la realidad. En Hegel, la conciencia abarca la realidad que se despliega a sí misma, trascendiéndose a sí misma y superándose continuamente a sí misma; así, una de las figuras hegelianas es la conciencia infeliz o alienada, que aparece como dividida y contradictoria, sin que se acabe produciendo una síntesis o saber absoluto.

Aunque Marx es heredero del sistema de Hegel en un primer momento, se acaba produciendo una ruptura con su pensamiento a través de Feuerbach (Marxismo y democracia. Enciclopedia de conceptos básicos, v.v.a.a.). La crítica que Feuerbach realiza a Dios, como una ilusión del hombre, Marx la extiende a la propia filosofía. No es la conciencia por sí misma, en cuanto a autoconciencia absoluta, quien pone la naturaleza, la sociedad y la historia, sino que es el hombre, en cuanto ser de la naturaleza, quien adquiere en la sociedad una conciencia de sí mismo y de su posición en la naturaleza y en la historia. Marx lleva la crítica hasta toda la filosofía alemana, al desenmascararla como ideología: en lugar de partir de las ilusiones e imaginación de los hombres, se parte del hombre activo y se presenta el desarrollo de los reflejos y ecos ideológicos del proceso de su vida real. En otras palabras, para Marx no es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia; esta segunda postura se identifica con una vida real, que supone la existencia del hombre en su conflicto con la naturaleza. Marx transforma la pura dialéctica de la conciencia de Hegel en una dialéctica de la sociedad, la cual se va haciendo compleja y sutil en el pensamiento marxista a medida que se investigan las condiciones económicas de la existencia social. La confirmación de la conciencia social se concibe como resultado de las contradicciones entre las fuerzas de producción y las relaciones de producción; para Marx, el comienzo de la evolución de la conciencia humana se establece en una llamada «conciencia de manada» (o «de raza»). Como es sabido, la anulación de las contradicciones para el comunismo marxista pasa por la anulación de la división del trabajo, la cual pasa por la eliminación de la propiedad privada mediante la revolución. Por lo tanto, la dialéctica de la conciencia social acaba siendo una teoría de la revolución.

Con Marx, se produce un giro en la problemática de la conciencia en el que abandona el campo de la filosofía al pasar de la teoría a la praxis. Con Engels, se completará la dialéctica de la sociedad de Marx con una dialéctica de la naturaleza; si el movimiento dialéctico impulsa la historia, Engels lo entiende de modo tan universal que lo observa como cualidad de la materia, causa de todos los movimientos de la naturaleza y de todas las transformaciones de la materia (en las que están el origen de la vida, de la naturaleza y de la historia). Se trata de una dialéctica objetiva de la naturaleza que se reproduce, como dialéctica subjetiva, en el pensamiento humano (los pensamientos son imágenes de la realidad). La inversión materialista de la filosofía de Hegel con la implantación de una concepción materialista de la historia se ha producido: se explica la conciencia de los hombres a partir de su ser, en lugar de al revés. La validez del pensamiento marxista, al igual que la del idealismo anterior, es puesta en duda desde un punto de vista científico. Con la llegada del leninismo y de la revolución de 1917 en Rusia, se pondrá a prueba el materialismo dialéctico y su consecuente teoría del Estado. La transformación de las relaciones de propiedad debería haber generado un hombre nuevo, con una nueva conciencia, algo que obviamente no se produjo. Es por eso que la concepción marxista variará en el sistema soviético, considerando que la conciencia natural es un residuo de su alienación de la esencia del hombre bajo las relaciones capitalistas de producción; de ese modo, la conciencia se convierte en una categoría moral y se promueve la reeducación interior de las personas, en lugar de un cambio que debería haberse producido por la relaciones externas. La importancia de Marx en el campo de lo filosófico y de lo teórico social ha ido paralela a una refutación en la praxis.

No es posible negar la influencia de la concepción materialista de la historia y evolucionista del universo en los primeros pensadores anarquistas. Sin embargo, no puede decirse en absoluto que tal vinculación sea necesaria ni la única posible. Es significativo que, aceptando la imposibilidad de una concepción definitiva sobre la condición humana, se reivindique desde el anarquismo a autores influenciados por el materialismo, como Bakunin y Kropotkin, y aparentemente en el polo opuesto a Stirner, que parte del idealismo hegeliano para llegar a una síntesis que desemboca en la conciencia particular del único. Por otra parte, autores anarquistas del siglo XX como Malatesta o Rocker realizan ya una crítica a la fundamentación materialista y a todo determinismo en aras de una visión más amplia que tenga en cuenta la libertad y la acción humanas. El desarrollo de la conciencia humana hay que situarlo en el contexto social, con la diversidad de factores concurrentes que la estimulan o apagan según las circunstancias. Herbert Read consideraba que la conciencia del individuo, así como su vitalidad, dependían de su rol en la sociedad: si es meramente una unidad en un cuerpo colectivo, su vida será gris y limitada, pero todo lo contrario si es en sí mismo una unidad y puede desarrollarse y expresarse. Por lo tanto, para la concepción anarquista la libertad es clave para el despertar la conciencia. De igual modo, el origen de ésta, así como de la moral, pueden encontrarse en gran medida en las relaciones entre el individuo y la colectividad, aunque se valora enormemente la conciencia de uno mismo como humano particular. Por otra parte, desde esta posición particular del individuo, que combate toda fuerza externa que pretenda constreñir la libertad de conciencia de sí mismo, se busca la máxima creatividad y, en libre unión con sus semejantes, las mejores relaciones sociales con el consecuente nacimiento de una nueva conciencia social y política.

Capi Vidal

Un pensamiento sobre “Reflexiones en torno a la conciencia”

  1. Efectivamente, Capi, la libertad es clave para los anarquistas, y no sólo «para el despertar de la conciencia»; pues los anarquistas no rechazan la autoridad para afirmar otra sino para que la libertad pueda emerger… Y eso sólo puede producirse, como en el caso de la conciencia, en «el contexto social».
    De ahí que los anarquistas luchen por cambiar este contexto de manera a favorecer las condiciones que «estimulen» la emergencia de conciencias libres en vez de «apagarla». Y lo hacen porque son «conscientes» de ser determinantes esas condiciones y «la diversidad de factores concurrentes» para que seamos lo que somos.
    No veo pues, Capi, qué otra «visión más amplia que tenga en cuenta la libertad y la acción humanas» se puede tener, desde una perspectiva anarquista, que no se fundamente en esta visión materialista y determinista. Es decir: en el origen de la conciencia humana en el funcionamiento de nuestro cerebro.

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