Hay términos que para la izquierda son intocables, uno de ellos es el de antifascismo. Os preguntaréis porqué vengo a sembrar dudas sobre este término, ¿quién no se siente bien bajo el paraguas del antifascismo? ¿quién no comparte su carácter mítico y heroico que procede del siglo XX?
Hace tiempo que empezaron mis dudas, pero sabedora del «jardín» en el que me iba a meter, preferí mirar hacia otro lado.
Los políticos profesionales se han unido en uno de sus habituales coros para denunciar el asalto al Capitolio el 6 de enero como «sin ley», «antidemocrático» y «extremista», llegando incluso a tergiversar el resultado como «anarquía». Pero el problema con la invasión del Capitolio no fue que fuera ilegal, antidemocrática o extremista en sí misma, sino que fue un esfuerzo por concentrar el poder opresivo en manos de un autócrata, que es precisamente lo opuesto a la anarquía. La acción directa, las tácticas militantes y la crítica de la política electoral seguirán siendo esenciales para los movimientos contra el fascismo y la violencia estatal. No debemos permitir que la extrema derecha los asocie con la tiranía, ni permitir que los centristas enturbien las aguas.
El fin de semana pasado, cuando un mensajero en bici de 27 años apareció en la marcha “unamos a la derecha” en Charlottesville, Virginia, estaba listo para el combate. Se unió a una cadena humana frente al parque de La Emancipación y entrelazó los brazos con los demás en una cadena humana, para impedir a olas de supremacistas blancos —algunos de ellos con vestimenta formal nazi— la entrada. Seguir leyendo Para luchar contra la ultraderecha→
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