La historia de las cárceles en Madrid tiene un largo camino que nos vislumbra episodios de políticas represivas, marcos jurídicos y religiosos autoritarios, asesinatos y crueldad contra las clases más oprimidas de la sociedad. Las prisiones han sido, son y serán instituciones donde arrojan a los colectivos sociales que más violencias estructurales sufren. Se sentencia y se disfraza de una infeliz reinserción, que lo único que perpetúa es el arraigo de las problemáticas económicas y políticas en la sociedad. Es, sin duda, el mejor sistema para mantener el statu quo social, ya que la prisión supone el patio de control y castigo que delimita un poder que solo sabe imponerse a través de la brutalidad. No hay cárceles buenas y malas, todas ellas deben clausurarse, y mantener viva la memoria colectiva de aquellas que han desaparecido en nuestra ciudad, y la función represiva que cumplieron, debe encuadrarse en esa lucha anticarcelaria.
Durante la dictadura militar que sufrimos cuarenta años a los vencidos se nos secuestró, asesinó y encarceló durante largos períodos en sus sombrías cárceles. La de Carabanchel fue una de sus atrocidades más duras, la edificaron los presos que terminarían entre sus muros. Y durante la democracia vigilada que padecemos, que dura otros tantos años, nos han arrebatado la memoria.
“La ciudad colonial es un mundo cortado en dos, habitado por especies diferentes” – Frantz Fannon, psiquiatra caribeño y afrodescendiente, Los Condenados de la Tierra (1961)
El pasado 27 de junio, un gendarme pegó un tiro a bocajarro a Nahel Merzouk, un joven francés de 17 años de ascendencia argelina y marroquí, mientras éste se encontraba indefenso, al volante de un coche en el suburbio parisino de Nanterre. El vídeo de su asesinato a sangre fría generó una oleada de indignación por todo el país que se ha traducido en grandes protestas e incendios en decenas de ciudades. En los últimos días de junio y primeros de julio, miles de edificios públicos y coches ardieron. En respuesta, el Gobierno desplegó 40.000 soldados por la nación y 3.200 policías en París, más de 3.000 personas fueron detenidas y al menos un manifestante murió en Marsella por un proyectil de la policía.
La imagen de la prisión flotante arrendada por el Gobierno británico a una compañía privada se ha reproducido un número incontable de veces en diferentes medios de comunicación y redes sociales. El impacto visual del barco-prisión es indudable, pues, cuando una piensa que a la política migratoria y de asilo europea no le queda ningún límite que traspasar, una gigantesca embarcación que recluirá a personas que soliciten protección internacional en Reino Unido, nos recuerda que la crueldad e inhumanidad de la clase política europea no parece tener fin.
El reciente asesinato del joven de 17 años Nahel, a manos de un policía mediante un disparo a quemarropa, después de golpearle dos veces en la cara por el gran delito de conducir sin carné y tratar de escapar, como es sabido, ha provocado nuevas revueltas en la sociedad francesa, con importantes disturbios producto de una ola de rabia de una intensidad que supera a las producidas en los últimos años. Estos excesos policiales, que se producen en cualquier Estado, pero la gran y democrática república francesa parece llevarse la palma, excesos no siempre muy publicitados, se vienen sucediendo durante décadas. De hecho, un caso apenas conocido es que en marzo de este mismo año 2023 hubo en la localidad francesa de Saint-Soline durante una manifestación ecologista un ataque policial nada menos que con granadas explosivas, que dejo centenares de heridos, algunos muy graves. El sistema, como es obvio, no puede poner una verdadera solución a los excesos policiales, ya que necesita estas fuerzas para mantener el orden vigente y reprimir cualquier contestación.
En los últimos años estamos viviendo en el capitalismo un incremento de las violencias policiales hacia las sociedades. Vivimos un acoso policial en los barrios y un auge correlativo de la conflictividad social que ha tenido como respuesta la criminalización de la protesta. Hemos podido vivir sobre nuestros cuerpos la violencia estatal a través de sus instituciones represivas y un intento claro de despolitizar las injusticias sociales. A mayores desigualdades materiales (como la pérdida de nuestras casas, de nivel adquisitivo en nuestros salarios, mayor precariedad y salud mental) nuestra posición es mucho más difícil a la hora de resolver convenientemente los conflictos sociales generados por el propio capitalismo.
Mientras algunos malnacidos siguen pidiendo mano dura contra la inmigración, muertes que podrían evitarse siguen sucediéndose. Las más llamativas, las ocurridas recientemente en el mar Jónico sin que se sepa exactamente el número de fallecidos en un barco que transportaba a cientos de personas. El deseo de las autoridades europeas de evitar que los migrantes lleguen a sus costas ha sido más fuerte que cualquier intención de asistencia humanitaria. Nada sorprendente, ya que es lo que ocurre por activa o por pasiva de modo permanente, pero esta vez la catástrofe ha tenido ciertas proporciones y ha invadido los medios generalistas. Esta más que claro que la vieja y mezquina Europea, con su maldita unión de poderes políticos y privilegios económicos, no desea en absoluto poner los medios para que las personas que migran viajen y soliciten asilo en condiciones dignas. Sí, es cierto que no todos los gobiernos parecen a priori de la misma calaña, que los más conservadores son los que abiertamente mantienen un discurso de rechazo a la inmigración; en la práctica, la Unión Europea en su conjunto hace poco o nada cuando los derechos humanos más elementales son transgredidos, un reparto de roles entre gobiernos que recuerda aquel de poli bueno y poli malo para al final llevar a cabo el mismo objetivo.
En el número anterior, comenzamos nuestra entrevista al sociólogo jurídico Daniel Jiménez Franco (@unenormecampo en Twitter) preguntándole por el origen y la finalidad de las prisiones en el sistema capitalista. Este mes dejamos de lado la cuestión carcelaria para preguntarle por otros temas sobre los que ha escrito en diversos artículos y libros a lo largo de los últimos años: la transformación de su ciudad (Zaragoza) y el deterioro de los servicios públicos, la represión a activistas y personas migrantes y la denuncia de la tortura o violencia institucional. Todos sus escritos los podemos encontrar en Un Enorme Campo.
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