En la medida en que el anarquismo promueve la diversidad y celebra lo múltiple, se entiende que se sitúe, él también, bajo el signo de la pluralidad, y su espacio esté afortunadamente constituido por múltiples anarquismos.
Si desde hace ya varios años suelo usar en mis escritos la expresión los anarquismos, en lugar de referirme al anarquismo, es porque el uso del plural constituye un reconocimiento expreso de su diversidad y también porque, con intención performativa, quiere ser una forma de alentar al mantenimiento de esa diversidad frente a las tentaciones unificadoras de algunas corrientes que consideran que su anarquismo debería prevalecer. En suma, el hecho de que sea polimorfo no solo es coherente con sus propios principios, sino que, además, a mi entender, es bueno que lo sea.
Mi compromiso con la diversidad de los anarquismos es suficientemente intenso para que sienta la necesidad de hacer referencia al uso del singular en el título del libro, pese a que la razón de tal uso acabe resultando obvia porque el plural desaparece y se impone el singular tan pronto como dejamos de hablar del anarquismo en términos generales y pasamos a ocuparnos específicamente de tal o cual de sus variantes. En este sentido, en tanto que constituye una nueva variante de los anarquismos, una más, el anarquismo no fundacional no queda exento del tratamiento en singular.
Por otra parte, también haré una excepción al uso del plural en las menciones al anarquismo a lo largo del libro, porque en la mayor parte de los casos me refiero a unas características que son comunes al conjunto de los anarquismos; cuando no es así, por ejemplo al tratar del postanarquismo, la propia denominación de la variedad aludida ya implica la existencia de otras formas de anarquismo.
Si siento interés en intentar contribuir a una reflexión que vaya delineando los contornos aún imprecisos de dicha variante y me motiva presentarla aquí es porque estoy convencido de que representa una forma de anarquismo desenclavado de las inercias susceptibles de inmovilizarlo, porque ha incorporado el fermento de una reflexión permanente acerca de sus propias y solapadas derivas hacia la producción de efectos de poder.
Porque, si bien se trata de luchar contra la dominación y, no en vano, los anarquismos representan lo que contradice frontalmente la propia lógica de la dominación, también se trata de no reproducir en la lucha aquello mismo que se pretende combatir. Esa exigencia conduce al anarquismo no fundacional a tener que problematizar constantemente sus propios axiomas, a fin de sondear hasta dónde es posible pensar el anarquismo de otro modo que el consuetudinario.
Por eso, dicho sin ambages y sin pretender que el anarquismo no fundacional sea algo así como el auténtico, el que pondría de manifiesto el carácter insuficientemente anarquista de las distintas variantes del anarquismo, lo concibo como que habría incorporado una suerte de antídoto contra las huellas que el fundacionalismo ha dejado en los anarquismos.
Precisemos, tan solo con trazos gruesos por el momento, que hablar de fundacionalismo remite a la metafísica que ha impregnado, con diversas variantes, la civilización occidental desde los lejanos tiempos de la Grecia clásica, postulando la imperiosa necesidad de que los criterios, o principios, que informan nuestra visión del mundo se asienten sobre unos fundamentos últimos, sólidos, atemporales e incontrovertibles.
Para calibrar la relación entre el fundacionalismo y los anarquismos, es preciso adentrarse en el plano ontológico, a fin de interrogar el ser del anarquismo, es decir, aquello que no se puede percibir contemplando las diversas presencias de los anarquismos y a lo cual solo se puede acceder mediante la actividad propia del pensamiento. Eso significa, entre otras cosas, que es preciso explorar el campo de la anarquía ontológica.
No se me escapa que este inicio es un tanto abrupto y puede resultar críptico, pero confío en que a lo largo del libro se irán esclareciendo términos como no fundacional, anarquía ontológica, etc., que, por fortuna, no forman parte del vocabulario habitual de la mayoría de las personas, pero que no entrañan ninguna dificultad si se explican de forma sencilla.
Aunque se pueden encontrar anticipos de ciertos aspectos de un planteamiento no fundacional en un pensador anarquista como Max Stirner, existen buenas razones para dar cuenta de por qué el anarquismo no fundacional difícilmente podía emerger en el siglo XIX cuando se forjó el anarquismo político o, incluso, en la primera mitad del siglo XX. Y, curiosamente, se trata de las mismas razones que explican por qué ese planteamiento no podía dejar de surgir al final del siglo XX y, sobre todo, en las primeras décadas del siglo XXI.
Ambas circunstancias —la imposibilidad de surgir en un determinado contexto histórico y la de no surgir en otro— se deben a una característica de los anarquismos que sintetizaré, parafraseando a Hegel —un pensador que no es, en absoluto, santo de mi devoción—, quien acuñó la idea de que la filosofía es su tiempo comprendido en pensamientos, lo que, reformulado para lo que aquí nos interesa, podría enunciarse así: el anarquismo es su tiempo comprendido en luchas contra la dominación. Esto significa que es lucha contra la dominación, por supuesto, pero contra la dominación propia de su tiempo, y eso implica, a la vez, que sea necesariamente cambiante, pero que sus cambios están acompasados y, por lo tanto, relacionados con los que experimenta la propia dominación.
Es fácil colegir a partir de esto por qué me empeño en afirmar que el anarquismo deja de serlo tan pronto como se inmoviliza, se petrifica y deja de cambiar, ya que, al perder el contacto con la dominación vigente en el momento inmediatamente posterior a su estancamiento, también deja de poder luchar contra ella y pierde su razón de ser, deviniendo otra cosa.
Hilando más fino, resulta que el cambio es un rasgo propiamente constitutivo del anarquismo, y no simplemente un elemento coyuntural al compás de los cambios sociales. Esa peculiaridad se debe a la particular relación que los anarquismos mantienen entre la teoría y la práctica, y que Proudhon dejó bien clara cuando escribió: «La idea nace de la acción y debe retornar a la acción». Ese bucle recursivo que une la teoría y la práctica significa que, cuando las prácticas se modifican, también se modifica la idea, la cual, a su vez, revierte en una modificación de las prácticas, desarrollando de esa forma un proceso sin fin.
Ahora bien, como las prácticas siempre acontecen en un contexto sociohistórico determinado, y ese contexto es cambiante, ellas también deben cambiar para seguir insertadas en su contexto, y eso, como he dicho, no puede no incidir en la teoría, debido al peculiar nexo que los anarquismos tejen entre teoría y práctica.
Se comprenderá, por lo tanto, que para exponer lo que entiendo por un anarquismo no fundacional sean precisas dos cosas: la primera es trazar, aunque sea a paso ligero y con brocha gorda, la genealogía de los cambios experimentados por el anarquismo en función de los grandes cambios sociales acaecidos desde su constitución hasta el momento actual; la segunda consiste en analizar las características del entramado social, económico, tecnológico y cultural en el que aparece la posibilidad de ese nuevo tipo de anarquismo, es decir, las características del mundo en los inicios del siglo XXI.
Lo expuesto hasta aquí da la pauta de la configuración del libro, que, tras la introducción queda conformado por cuatro capítulos, un epílogo, una adenda y la bibliografía:
El capítulo 1 se titula «El anarquismo en el periodo de su formación». El anarquismo político, o sea, esa variedad de los anarquismos que se autodefine explícitamente como anarquismo y que fue dando cuerpo a un movimiento sociopolítico a la vez que ese movimiento también lo iba perfilando, no cayó repentinamente del cielo ni emergió en un espacio geográfico indeterminado. Fue, como bien sabemos, en Europa donde se gestó, en el periodo histórico que se abre en la segunda mitad del siglo XIX y se extiende hasta las primerísimas décadas del siglo XX.
Dada la vinculación que he explicitado más arriba entre el anarquismo, por una parte y, por otra parte, las coordenadas sociohistóricas en cuyo seno este opera, me ha parecido preceptivo empezar el recorrido reflexionando sobre las características de dichas coordenadas que hayan podido incidir en la formulación del anarquismo influenciando sus presupuestos.
El capítulo 2 trata, como así reza el título, sobre el anarquismo en la segunda mitad del siglo XX. Considerando los cambios acaecidos en la segunda mitad del siglo XX respecto de las sociedades coetáneas del periodo de formación del anarquismo, es obvio que no podía permanecer anclado en sus primeras formulaciones y seguir conectado al contexto vigente en esa segunda parte del siglo XX.
Tras la así llamada Segunda Guerra Mundial, el capitalismo siguió transformándose, aunque conservando su lógica constitutiva. El llamado «siglo obrero» se fue extinguiendo, la sociedad de consumo se expandió en buena parte del mundo y la bomba nuclear trastocó la geopolítica y las relaciones de fuerza, así como también las perspectivas revolucionarias globalizantes. En especial la segunda mitad del siglo XX fue extraordinariamente rica en innovaciones tecnológicas, políticas y culturales.
Basta con pensar en la eclosión de la informática, en hechos políticos tales como la explosión de Mayo del 68, la derrota de los EE. UU. en Vietnam, la caída del muro de Berlín. En el ámbito cultural, la crítica de los supuestos de la Ilustración y de la Modernidad, el desarrollo del postestructuralismo —que no hay que confundir con la amalgama americanizada denominada French Theory—, y en el ámbito anarquista, la formulación de un anarquismo influenciado por ese postestructuralismo, así como por el feminismo, por las luchas de género, las batallas transgénero y queer, o las contiendas antirracistas y postcoloniales.
El capítulo 3 se denomina «Aproximaciones al concepto de anarquismo no fundacional». Como ya he expuesto, se trata de una variante de los anarquismos que constituye un planteamiento beligerante contra las secuelas fundacionales que habitan los anarquismos. Aunque en términos temporales los principios que inspiran sus formulaciones puedan remontarse a la segunda mitad del siglo XX, no sin conexiones con el postestructuralismo, no es hasta la segunda década del siglo XXI cuando los cambios económicos, sociales, políticos, tecnológicos y culturales experimentados por nuestras sociedades fueron aportando los elementos para conformarlo de una forma aún incipiente, pero algo más precisa.
He reservado para el siguiente capítulo el análisis de los cambios experimentados por el contexto social y me he limitado en este tercer capítulo a esbozar los presupuestos conceptuales del anarquismo no fundacional.
En el último capítulo, el 4, titulado «La inserción del anarquismo no fundacional en la sociedad del siglo XXI», procuro mostrar la vinculación del anarquismo no fundacional con el momento histórico actual, marcado entre otras cosas por la desbocada expansión tecnológica, por la galopante digitalización del mundo y por la implementación del totalitarismo de nuevo tipo, que ya está empezando a configurar nuestro modo de existencia.
Resulta difícil, en ese contexto, no dedicar una reflexión al ser de la técnica y al apresamiento del mundo en las redes de la voluntad de potencia que anima a la técnica, y que nos conduce a una catástrofe si no sabemos torcer esa deriva, no tanto en términos de hallar un nuevo comienzo como de articular el comienzo de algo nuevo.
El epílogo sirve aquí para aportar algunas precisiones que permitan disipar ciertas dudas que han podido surgir debido a la necesaria concisión de mi exposición sobre el anarquismo no fundacional, sobre todo en el capítulo 3.
Por su parte la adenda viene motivada por la urgencia con la cual debemos hacer frente al nuevo tipo de totalitarismo que está avanzando rápidamente, en un apresamiento del mundo que, de llegar a culminarse, haría muy difícil poder mantener las luchas contra la dominación.
Para finalizar esta introducción, una breve aclaración acerca de la bibliografía que cierra el libro.
Mi reflexión sobre el anarquismo no fundacional descansa sobre una serie de lecturas que quedan parcialmente recogidas en la bibliografía. Incluir esa bibliografía me ha parecido tanto más necesario cuanto que, no siendo filósofo, ni de profesión ni de formación, no he procedido a una lectura experta, o erudita, de los textos mencionados, y solo he retenido de ellos lo que me ha parecido más pertinente para nutrir la reflexión que aquí presento. Pienso que exponer esas fuentes permite, por una parte, situar cuáles son globalmente las bases teóricas de mi andadura, y por otra posibilita también abrir la reflexión sobre el anarquismo no fundacional a otras lecturas de esas mismas fuentes si otras personas se sienten motivadas.
Es cierto que todos los textos referenciados me han sido de utilidad. No obstante, me gustaría mencionar aquí dos de los autores que han constituido mi principal fuente de inspiración. Se trata de Reiner Schürmann, cuya obra Le principe d’anarchie. Heidegger et la question de l’agir fue determinante para despertar mi curiosidad y llevarme a profundizar en el tema leyendo sus otras publicaciones. Se trata también de Michel Foucault, por el conjunto de su extensa obra, pero más particularmente por su concepto de anarqueología y por haber establecido la primacía de la resistencia en la irreductible tensión que esta mantiene con el poder.
Tomás Ibáñez
Notas
1. Blanchot, M. (1968). Afirmar la ruptura en M. Blanchot: Escritos políticos. Guerra de Argelia, Mayo del 68, etc. 1958-1993. Madrid: Acuarela y A. Machado, 2010, págs. 147148. Extracto del texto que escribió en el clamor de Mayo del 68 y en el que resuenan algunos de los supuestos del anarquismo no fundacional tal y como lo concibo.