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Sobre el ascenso de Vox y por qué seguir en contra de la democracia

Aquí hay un problema. En el panorama global están adquiriendo cada vez más poder los grupos de “ultraderecha”. Es un hecho no sólo fundamentado en los ejemplos electorales que tanto se están mencionando últimamente en Europa o Latinoamérica, sino, en la realidad que vivimos día a día en nuestras calles, en el significado que puede tener en nuestra cotidianidad y en las respuestas que propongamos para combatirlo.

Vox y Andalucía

Ocurrió el pasado 2 de diciembre en las elecciones andaluzas, en las cuales el partido Vox, a la derecha del PP y galardonando el nacionalismo español más rancio, tuvo el 10,97% de votos, es decir, 12 escaños, un poco más de un tercio de lo que consiguió el PSOE (siendo Andalucía su bastión histórico). Pero, ¿por qué en una sociedad “democrática” y “tolerante” un partido como Vox ha conseguido 395.978 votos en el parlamento andaluz? ¿Qué es lo que ha pasado?
Justamente esta forma de sociedad democrática, la que nos permite elegir nuestras miserias para los próximos 4 años en forma de voto, es el ambiente perfecto para que surjan fenómenos como Vox.

Podemos establecer un paralelismo entre antiguos votantes de Obama en una antigua zona de esplendor industrial completamente desolada y abandonada como es Michigan (históricamente del Partido Demócrata) que se lanzaron a votar a Trump, antiguos votantes del Partido Socialista Francés en el noreste (también zona industrial en declive) que han escogido a Le-Pen, y votantes de Vox en una comunidad como Andalucía, que históricamente ha sido territorio asegurado del PSOE.
 Es un hecho que la izquierda no ha sabido salvar una de sus mayores proclamas, el Estado del Bienestar y, además, han tomado el pelo descaradamente durante demasiado tiempo a la gente en estas zonas. Vox, el Frente Nacional y demás partidos internacionales de esta tendencia (cada uno con sus singularidades y diferencias) han conseguido adaptarse muy bien a los tiempos de confusión y miedo que vivimos. Han sabido usar la fluidez y la banalidad del posmodernismo a su favor, oponiendo a éste, un pasado de conceptos sólidos como la nación/patria o la familia. La rabia latente que de otra manera podría desembocar en un escenario revolucionario o en proyectos solidarios y de apoyo mutuo sin importar, por ejemplo, el lugar de donde cada uno viene o en luchas que señalen y desenmascaren a los verdaderos culpables de nuestros problemas, es encauzada y dirigida por estos grupos y sus “ideas claras” reforzando el orden actual de las cosas y, por qué no, dándoles una todavía mayor vuelta de tuerca a ciertos asuntos.

Desenmascarando a Vox

En la polémica que atraviesa toda la esfera política del Estado Español con el tema de Cataluña, se muestran tajantes. Critican la actuación del PP por “blandengues”, exigen mano dura (más) con los “golpistas” y pretenden anular el sistema de autonomías. Una vez más, podemos ver cómo el nacionalismo es una baza de la dominación que da resultados muy positivos en tiempos de crisis y miseria. Y es que el descontento social se está diluyendo en esta cuestión y, la gente de tal o cual lado, se están identificando con la “nación” que les toca, y, en consecuencia, dirigiendo su rabia hacia España o los catalanes en vez de hacia aquellos que tiran de nuestras cadenas. A través de todo esto y de leyes más duras que doten a la bandera, el himno y la corona de más valor jurídico, pretenden castigar cualquier tipo de “ultraje o difamación”. Cuando no queda nada, aferrarse a la patria y atacar a quienes la destruyen es un reflejo comprensible. Vox lo sabe, y lo está usando.

De la mano del nacionalismo está el racismo y la xenofobia como cuestión inseparable. Vox propone deportar a todos los inmigrantes ilegales y a los que, estando en situación regular, hayan cometido varios delitos leves o uno grave. Además, en cuestión de fronteras, propone “levantar un muro infranqueable en Ceuta y Melilla y dotar a las fuerzas de seguridad de los recursos materiales y humanos necesarios para la defensa de ésta”. Se refiere a dotarles, en todo caso, de más recursos, porque no hará falta recordar todas los sucesos violentos y asesinatos que ocurren en la valla de Melilla donde la Guardia Civil es protagonista de oscuros episodios muy recurrentes utilizando “todos los medios a su alcance”. De esta forma, Vox se sube al carro de la política de crear y culpabilizar a un enemigo interno, aquellos que vienen, movidos por ese avance brutal del capitalismo, al paraíso europeo en busca de la promesa liberal de una vida mejor. Esas personas se convierten en una diana fácil y efectiva donde clavar todos los problemas que atravesamos el conjunto de la población. Contra la hipocresía del progresismo al afrontar este tema, Vox construye España, con mayúsculas, en contraposición a esta “invasión” de “los pobres del mundo” que ocurre en Europa. Así mismo, Vox pretende también acabar con lo que denominan el “efecto llamada”, incapacitando de por vida a todo aquel que haya cruzado la frontera de forma ilegal, jugándose la vida, como objeto de mafias y tráfico de personas o en cualquier situación inhumana. Pero como todo buen patriota y facha de bien que se preste, pretenden utilizar a estas personas “atendiendo a las necesidades de la economía española y a su capacidad de integración”, es decir, inmigrantes sí, siempre que sirvan como mano de obra precaria, para enriquecer la economía del país y para poder utilizarles y someterles a la tensión de poder ser deportados en el momento que dejen de cumplir cualquier requisito válido para permanecer en España.

Otro eje fundamental de su discurso político es la derogación de la Ley contra la Violencia de Género. Vox se ampara en la “desigualdad” y “criminalización del varón” promulgada por esta ley en la cual la mujer se asume directamente como víctima. Dicen que esta ley nunca erradicará la violencia que pretende solucionar, lo cual es verdad, pero su punto de mira está en la supuesta “degradación de la familia tradicional”. La restauración de este valor es esencial en su programa, y por eso también hablan contra el aborto y los vientres de alquiler. La familia sagrada ha sido atacada por el feminismo y el progresismo, y de nuevo, usan este antiguo pilar para que la gente encuentre algún lugar donde apoyarse. Es obvio que el Estado nunca terminará con la violencia patriarcal, siendo ésta una de las bases de su existencia donde el conflicto se ahoga en el pantano de la legalidad y la mujer siempre es tratada como víctima pasiva, sin ahondar en la raíz del problema.

El problema no es sólo Vox

Existe una tendencia hacia un cambio político global, y Vox es uno más de sus representantes. Hay unas nuevas condiciones que se fraguaron a finales del siglo pasado y están surgiendo en éste: la extensión de la miseria a pasos agigantados, desastres ecológicos irremediables, la sucesión indiferente de guerras que perpetran los Estados por intereses económicos (el ejemplo más vistoso es el del petróleo), movimientos migratorios masivos causados por cualquiera de las razones anteriores, el dominio y control extremo a través de la tecnología, y explosiones insurreccionales, conflictos civiles, revueltas en distintos puntos del globo, etc.

Ante este panorama de catástrofe y confusión, surgen dentro del capitalismo, y por tanto también dentro de su gestor, la democracia, movimientos que buscan atrincherar y reforzar el Sistema con uñas y dientes como si esto lo fuera a salvar, como si poner un parche en la zona que pisas de una balsa que hace aguas por todos lados fuera a conseguir que no te hundieras. El caso es que los Estados cada vez se hacen más fuertes, y los fascistas, filofascistas, ultraderechistas o como se les quiera llamar, son un síntoma de este reforzamiento. No es que si Vox llega al poder el Estado será extremadamente opresivo y controlador, es que ya está avanzando hacia ese dominio total del territorio y las personas que lo habitan, y Vox, sólo lo refleja como una representación clara y sincera de lo que es el poder ahora mismo, más amenazante, más autoritaria, más opresiva, pero dentro de los cauces establecidos, de la democracia, del sistema, del Estado. Y si tenemos algo que agradecerles tanto a Vox como a cualquier otro partido político que pretenda gobernarnos, es eso.

Por eso, no es cuestión de quedarnos con la lectura de que no podemos permitirnos no votar o apoyar a otros partidos políticos con el pretexto de que, si no, Vox acaparará las elecciones y estaremos mucho peor. El asunto radica en una crítica no sólo a Vox (a pesar de que hayamos querido utilizar estas líneas para hacer un pequeño análisis por ser una realidad actual que nos está tocando vivir), si no de plantearlo en términos generales, haciendo símiles con otros partidos y profundizando en la esencia que subyace detrás de este partido y de la democracia que lo hace posible: la autoridad, el parlamentarismo, el ejercicio del “derecho al voto”… todo esto sumado a las particularidades que tiene Vox: un nacionalismo más exagerado, racismo, fuerte reforzamiento del ya existente patriarcado, mayor control social, mayor centralización, etc.
Es muy necesario combatir todo esto de una manera autónoma a cualquier mecanismo de poder, haciendo planteamientos que partan de la autoorganización y el apoyo mutuo entre nosotros, sin recurrir al voto como si fuera a librarnos de cualquier catástrofe. Vox es sólo un reflejo más del panorama actual político y surge para aprovecharse especialmente en tiempos confusos como los de ahora. Hay que desenmascararles, plantarles cara y frenarles los pies, pero tanto a ellos como al resto de partidos que intentan sacar rentabilidad política de nuestras vidas.

Aquí y ahora

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