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El Capital y los anarquistas

Uno de tantos aniversarios de 2017 es el del 150 de la primera edición del Libro Primero de El Capital de Karl Marx.
Es sin duda el libro más conocido de los tres que componen El Capital, el único que Marx editó en vida, corrigiéndolo incluso en las ediciones sucesivas. El Libro Segundo será preparado para su edición por el mismo Marx, pero dado a luz tras su muerte, mientras que el Libro Tercero lo publicará el amigo y mecenas Engels, basándose en los apuntes de Marx.

Por tanto, se trata de una obra incompleta, que se suma a muchos trabajos inconclusos o no publicados de Marx y de Marx y Engels. La parábola de El Capital simboliza el ocaso de la filosofía como aventura cultural sustancialmente individual, a través de la que el filósofo elaboraba un «sistema», una visión del mundo más o menos completa. Después de Hegel y de su intento de encerrar la Historia del mundo en el movimiento autónomo del pensamiento, Marx y Engels intentan construir una visión del mundo que acabe con la visión idealista, que se base en la actividad práctico-sensible de los individuos y, a partir de ella, dé razón de la evolución de la estructura económico-social, y de las superestructuras políticas, culturales, religiosas y artísticas.

Esta obra permanece incompleta. En los años setenta del siglo pasado, un notable estudioso marxista ahora olvidado, Cesare Luporini, afirmaba eufemísticamente que «el canon del ‘materialismo histórico’ está (…) incompleto, y su mismo núcleo dialéctico está todavía esperando ser integrado».
Si tal valoración del «sistema» marxista es verdadera, esto no puede dejar de tener repercusiones sobre la valoración de la obra El Capital, que aplica el materialismo histórico al análisis de un modo de producción.

Sería demasiado fácil descalificar a Marx por los resultados fallidos de quien ha pretendido inspirarse en él. Si esto puede ser correcto para las indicaciones políticas de Marx y Engels, no es suficiente para anular sus elaboraciones teóricas, para entender la fascinación que todavía ejerce sobre muchos. El Capital es una aplicación de las teorías del materialismo histórico a la crítica de la economía política. Según estas teorías, es posible, partiendo de la idea que una sociedad tiene de sí misma, a través de la crítica de estas ideas, remontar las relaciones sociales que la han generado. Es lo que hace Marx, desestructurando los principales cánones de la economía política, revelando su naturaleza de clase y las relaciones de dominio que en la sociedad Capitalista adoptan la forma de relaciones de explotación. Las categorías de la economía política, las mercancías, el dinero, el salario, el beneficio y el rédito se deshacen bajo la crítica de Marx. La crítica teórica es un potente instrumento en el imaginario de los militantes más radicales: la comprensión de los fenómenos sociales es el primer paso para la posibilidad de transformarlos, o al menos puede dar la ilusión de hacerlo.

La crítica de Marx se basa en la crítica que los comunistas y los socialistas antes que él, en primer lugar Proudhon, habían hecho de los diferentes aspectos del Capitalismo y, sobre todo en la crítica práctica que el nacimiento del movimiento de masas de los trabajadores hacía del funcionamiento concreto del modo de producción Capitalista. Respecto a los autores socialistas que lo habían precedido, Marx consigue reconstruir más en profundidad las relaciones sociales que están más allá de los fenómenos, de los hechos en los que a menudo se detiene la crítica moralista del Capitalismo; la reconstrucción de este nexo, y no la simple descripción positivista de los hechos, es para Marx el sentido de la crítica revolucionaria. Este proceso está ejemplificado en el último apartado del primer capítulo (Libro Primero) de El Capital, «El carácter fetiche de la mercancía y su secreto», pero se propone para toda categoría: el salario, el beneficio, el rédito y el interés, hasta llegar a la crítica de la fórmula trinitaria que eterniza el reparto del rédito en salario, beneficio y renta, dotando a la definición de criterios específicos para la identificación de las clases sociales.

Por esta razón, desde su aparición, El Capital ha sido catalogado como la Biblia de la clase obrera, y ha ejercido una notable fascinación también entre los anarquistas, tanto que Bakunin se implicó en hacer una traducción al ruso, y Carlo Cafiero hizo un compendio todavía de actualidad y en su momento apreciado por el propio Marx. A los ojos de las masas fascinadas por el sol del porvenir, El Capital cambiaba de la Biblia incluso el carácter de revelación, de verdad indiscutible, en vista de que la forma inevitablemente abstrusa garantizaba el carácter científico.
Sobre este contenido de El Capital, y sobre esta razón de la fascinación que todavía suscita, no podemos ocultar las contradicciones internas de este trabajo.

En un artículo anterior di a luz una grieta en la obra, ligada a las causas antagónicas de la caída del beneficio, y precisamente identificada en la reducción del precio de la fuerza de trabajo por encima del propio valor, cuestión que Marx elude tratar a pesar de considerarla la principal causa de la caída del índice del beneficio. Hablando de reducción del precio de la fuerza de trabajo por encima del propio valor, Marx no hace referencia a las oscilaciones derivadas del ciclo económico y ligadas a la expansión o contracción del ejército industrial de reserva, pero sí se refiere a la intervención despótica del gobierno del mercado de trabajo. Marx habla de esta reducción en otro pasaje, precisamente en el capítulo XXIV del Libro Primero, el que trata de la denominada acumulación originaria, hablando de las leyes que, desde el siglo XIV hasta la primera mitad del XIX, en Inglaterra permitían bajar los salarios e impedían la unión de los obreros para conquistar mejores condiciones. Y bien, hablando de estas leyes y de su finalidad, Marx en un primer momento sostiene que en 1813 se abolieron las leyes sobre la reglamentación de los salarios: eran una anomalía ridícula, de cuando el Capitalismo regulaba la fábrica con su legislación privada y hacía equiparar con el impuesto de los pobres el salario del obrero agrícola hasta el mínimo indispensable. En un paso posterior, hablando de las leyes contra el asociacionismo obrero, sostiene que tales leyes se abolieron en 1825 ante las actitudes amenazantes del proletariado. ¿Cuál puede ser la explicación de este planteamiento contradictorio de Marx?

Podemos encontrar una explicación en la finalidad política que Marx esperaba alcanzar con este trabajo suyo de crítica a la economía Capitalista. Marx se había dedicado, desde el final del ciclo revolucionario de 1848, a profundizar sus conocimientos de economía y, en 1859, publicó un primer trabajo, Crítica de la economía política, que anticipa los primeros capítulos de El Capital. En junio de ese mismo año solicita por carta a su amigo Engels que haga una recensión del libro en una revista radical alemana, Volk (Pueblo). Marx da a Engels dos rápidas sugerencias sobre los argumentos a tratar, poniendo en evidencia que en su trabajo: primero, el proudhonismo es arrancado de raíz, y segundo, el carácter específicamente social y para nada absoluto de la producción burguesa se analiza enseguida en su forma más simple, la de la mercancía.

Proudhon es la bestia negra de Marx, en parte por lo que propugnan los proudhonianos pero sobre todo por la alternativa política que representa Proudhon, por el rechazo a reconocer en la conquista del poder político el camino de la emancipación de la clase obrera. Con este objetivo, arrancar de raíz el pensamiento libertario de Proudhon, Marx dedica un centenar de páginas de los Grundrisse, corpulento manuscrito que ha servido de base a El Capital, a la teoría proudhoniana del dinero-trabajo. En El Capital, aparte de las referencias específicas al autor francés, Marx dedica el capítulo octavo sobre la jornada laboral a la exposición de su concepción de la acción política del proletariado, sosteniendo que solo la adopción de leyes coercitivas ha llevado a la reducción de la jornada laboral.

El cuadro político de referencia en el que se mueve la crítica de El Capital es el del Manifiesto Comunista, la conquista del poder político por medio del sufragio universal, y a este cuadro político deben plegarse incluso las elaboraciones teóricas. Por ello se da un amplio espacio a la lucha por la reducción de la jornada de trabajo, por ello se suprimen, o al menos se minimizan, los aspectos que dan del Estado la imagen de un aparato de clase, que los proletarios deben abatir en vez de conquistar.
Es cierto que la idea de la supresión del Estado por medio de la insurrección popular estaba lejos de las concepciones de Proudhon; pero también lo estaban, mucho más, las de la conquista del poder político, de la militarización de los trabajadores de la industria y la agricultura, y otros muchos objetivos proyectados en el Manifiesto. Pero Proudhon no era precisamente uno de tantos pensadores socialistas; tenía una ascendente sobre los trabajadores de Francia e incluso de más allá del Canal de la Mancha y en Alemania, ascendente que Marx quería arrancar de raíz para permitir la implantación del comunismo autoritario.

No es posible imaginarse un Marx libertario: a ciento cincuenta años de la publicación de El Capital se trata de retomar la crítica de la sociedad burguesa y de su ideología, basándose en la literatura socialista de antes y después de Marx, en las experiencias concretas con las que el movimiento obrero ha puesto en discusión las bases del capitalismo, en la innegable capacidad de crítica de Marx, pero sustituyendo la exégesis de un solo pensador por el trabajo colectivo que ponga en discusión la ilusión de la vía legalista, electoralista, reformista y autoritaria al socialismo. Como está haciendo ya la mayor parte de los explotados en todo el mundo.

Tiziano Antonelli

Publicado en Tierra y libertad núm.352 (diciembre de 2017)

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