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La auténtica información

Recuperamos un texto que reflexiona sobre la calidad de la información que recibimos, y nuestra actitud hacia ella, en un mundo donde el desarrollo tecnológico parece haber ido paralelo a una mayor enajenación de las personas; reclamamos una mayor conciencia y crítica sobre el mundo en que vivimos conforme a la imagen que los grandes medios quieren darnos de él.

No dejéis nunca que la verdad os prive de una buena historia.
El magnate William Randolph Hearst, a los periodistas que trabajaban para él

Parece fundamental, para ser auténticamente consciente de lo que se oculta tras las apariencias de la política y de la sociedad, establecer dudas de las ideas establecidas que recibimos continuamente, pensar con criterios propios usando nuestra inteligencia para tratar de acercarnos a la verdad. Ésta, no resulta sencilla de definir ni de formular pero, al menos, debe ser nuestra obligación acercarnos a una explicación exacta. Es con seguridad una postura extremista el aislamiento total respecto a los grandes medios de comunicación; es esencial estar informado por muchos frentes, incluidos los controlados por las grandes empresas o instituciones, pero es exigible una mayor crítica con lo que se está leyendo o recibiendo. Es vital, por lo tanto, la continua información -sin la misma, no puede existir democracia-, pero también una crítica constante de la misma; sin el hábito de leer constantemente y hacerlo de manera activa, se prepara el terreno para la manipulación y el embrutecimiento, de tragar con lo que nos echen, de aceptar la realidad tal y como se nos la presenta.

Hay que comprender, en primer lugar, que los periódicos generalistas, así como cualquier otro medio de ese tipo, lo que desea es vender ejemplares y formar opinión -quizá, por este orden- por lo que debemos deshacernos de esa idea tan sectaria e ingenua de que un diario u otro representan alguna línea política; tal vez puedan hacerlo en cierto sentido, pero perfectamente ajustada a los parámetros del poder, yo me refiero a que no existe una orientación auténticamente transformadora.

 Nuestra democracia formal no utiliza ya, como en otras formas de gobierno, claros instrumentos de coerción sino que el asunto se vuelve mucho más sutil y, en gran medida, bien de forma consciente o por omisión de información, es posible que el aparato estatal se sustente en una continua propaganda incapaz de cuestionar, ni de profundizar, en los problemas políticos o sociales.
Por otra parte, los medios de comunicación están muy implicados en la economía capitalista; por esto, defenderán una concepción del mundo ajustada a ella, una continua afirmación de que vivimos en el mejor de los mundos posibles y no existe, por lo tanto, una alternativa política ni económica. Me da la impresión que los profesionales de la información se van adaptando a este esquema y si no existe una censura clara -que es muy posible que la haya siendo muchas voces acalladas de manera sistemática, de una manera o de otra-, sí existe la autocensura del que informa, resultando más perversa, si cabe, ya que la domesticación está asegurada. Todo esto hablando en términos generales; existen voces honestas, independientes y discordantes, ajenas a las estructuras del poder y celosas de su independencia, pero que resultan muy débiles, en el conjunto, para hacer el más mínimo daño. Si alguna vez pudo considerarse que el llamado “cuarto poder” podía criticar desde fuera el funcionamiento político, hoy se ha convertido en un poder más que defiende sus propios intereses y, coyunturalmente, los de alguna opción política que le garantice su parte del pastel.

Otra gran perversión de la información -y del profesional que la maneja- en los tiempos modernos es su conversión en espectáculo, el sensacionalismo que busca acaparar atención a cualquier precio y que conlleva observaciones no contrastadas. Si manipulaciones informativas ha habido siempre, las modernas técnicas digitales suponen que el documento visual, que siempre ha tenido mayor credibilidad, adquiera otra dimensión en cuanto al trucaje de la realidad, situando en una situación de absoluta indefensión a los profanos en la materia. Es necesario mantener una distancia acerca de lo aparente, o sobre lo que nos proporcionan nuestros sentidos, en un mundo donde la primacía de la imagen sobre una investigación sólida y veraz es un hecho.

Paralelamente a la confusión informativa, la sociedad de consumo tiende a crear necesidades artificiales para los ciudadanos, de manera individual, lo cual contribuye al aislamiento. Alguien lo definió como la “filosofía de la futilidad” y parece muy acertada la frase. El mercado, y la publicidad que lo sustenta, convierte a los seres humanos en apáticos, e inconscientes en un sentido político; son pocos los que escapan a esta situación y si lo hacen y combaten lo que consideran perverso es posible que sea después de un proceso de interiorización de muchos de sus valores. No quisiéramos que estas palabras resulten tremendistas, únicamente que inciten a un continuo análisis de nuestro entorno y cotidianeidad. La información y la educación son primordiales -en todas las etapas de la vida de una persona, pero queda quizá muy marcada por la de sus primeros años- y si los valores académicos resultan ya muy cuestionables, con su reproducción de un sistema ferozmente competitivo y jerarquizado, la abstracción que hace la sociedad de consumo de unos valores sólidos de solidaridad, compasión, o valores humanos en general, resulta determinante -no hay que negar su parte de grandeza y libre albedrío al ser humano, pero tal vez uno de las factores que más influye en él sea el ambiente donde vive y la educación que recibe-.

La concentración de recursos y poder no hace fácil la creación de medios alternativos, pero si las personas corrientes nos unimos, creando estructuras de información paralelas, independientes, con un estudio de la realidad, una síntesis de la información adquirida que pueda acercarse a la verdad -junto a las vivencias de las personas, mucho más valiosas-, y una utilización de la técnica no alienante, las cosas pueden cambiar -estamos hablando de la cuestión mediática pero esto es extensible a cualquier otro proyecto- y puede haber una educación recíproca entre personas y pueblos. No existe un gran poder totalitario que todo lo controla, no hay ningún “gran hermano” que nos observe continuamente -al menos, si no se ha interiorizado en el individuo, como sostenían algunas de las teorías del filósofo Foucault-, sino que el poder está lo suficientemente descentralizado para que la tensión libertaria, individual o colectiva, sea posible. Todo régimen, lo eran incluso los más represivos, es susceptible de ser erosionado cuando la presión pública y los movimientos sociales se convierten en importantes, y reclaman su espacio.

La información globalizada

La irrupción de Internet, con la inmediatez de la noticia y la falta de reflexión que ello conlleva, está yendo paralela a una paulatina desaparición de la calidad de información, además de suponer un peligro mayor para el condicionamiento de las personas. La tecnología es neutral y puede ser fantástico el uso que hagamos de ella, pero la apariencia de pluralidad y libertad que supone la red no esconde más que una reproducción de lo que es “la nueva economía”: concentración empresarial -donde el objetivo es vender y vender- e integración en el sistema mediático -donde se confunden la información, el entretenimiento, la cultura, etc.-. Todo ello, como hemos dicho, en detrimento de una información solida, y con el añadido -más perverso que en los media tradicionales, y con una mayor carga manipuladora- de hacer que la persona pueda resolver todos sus trámites como consumidor de manera inmediata, sin intermediarios, gracias a su ordenador conectado. El caldo de cultivo para la alienación -la distracción, absolutamente banal, que tanto se critica en la televisión, se multiplica en la red- y la manipulación -aquellos hábitos del ciudadano, muchos de ellos ofrecidos artificialmente por la sociedad consumista, se refuerzan en ese gran mercado que es internet- puede estar servido.

Capi Vidal

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