Somos críticos con toda visión teleológica, y aun suponiendo que la historia tenga algún sentido, tal como se manifiesta en el prefacio de La voluntad del pueblo, las personas que componen los movimientos sociales pueden cambiar esa orientación gracias a las ideas y a la consecuente acción transformadora.
La intención del autor, Eduardo Colombo, con los artículos que componen la obra es «oponer la fuerza de las ideas, heterodoxas, revolucionarias, al conformismo imperante». La gran pregunta es si algún día se llegará a construir esa fraternidad universal deseada, un mundo libertario organizado en la igualdad sociopolítica de los hombres, pero garantizando la pluralidad y la distinción de los individuos. Desgraciadamente, el «sentido de la historia» parece abundar en el presente en la miseria y en la opresión, debido a la institucionalización autoritaria, la globalización capitalista y la división de clases. Todo ello asegurado en la obediencia y el conformismo de la población.
Colombo nos dice que las revoluciones son esos momentos fuertes de la historia, en los que se reinstituye el orden social y la acción humana desplaza los límites de lo posible. Desgraciadamente, estas mismas etapas revolucionarias concluyen con una determinada forma histórica que acaba reprimiendo los movimientos alternativos y los relega a la marginalidad. La Revolución Francesa, después de la Restauración, de las insurrecciones populares de los años 30 del siglo XIX y de la Comuna de París de 1873 acabó siendo domesticada a finales de ese mismo siglo con el triunfo de la burguesía liberal y de los regímenes constitucionales. El fin del Antiguo Régimen supuso lo que Colombo denomina un nuevo bloque imaginario, organizado en torno a los siguientes principios generales: la división entre el Estado y la sociedad civil, la igualdad forma ante la ley, la democracia representativa o parlamentaria y «lo sagrado» de la propiedad privada. En otra obra de Colombo, El espacio político de la anarquía, se abunda impagablemente en los diferentes paradigmas, o los diversos bloques imaginarios, que se han producido a lo largo de la historia.
La nueva organización política que se consolida en el siglo XIX, lo hace sobre las bases del capitalismo de la Revolución Industrial, ejerciendo una tremenda represión sobre los movimientos obreros y su lucha de clases, y terminando por legislar para producir la «integración imaginaria del proletariado» en las nuevas instituciones. Pero este nuevo bloque imaginario no logró acabar con los deseos sociopolíticos de la plebe: igualdad de hecho (no solo de derecho), democracia directa, delegación con mandato controlable y revocable. Colombo hace un repaso del aplastamiento de las insurrecciones obreras ya en el siglo XX, muchas de ellas producidas en un contexto supuestamente revolucionario y supuestamente socialista. El resultado fue la convulsión del mundo, guerras y masacres, y la instauración de dictaduras y sistemas totalitarios. Al acabar los regímenes totalitarios, fue consolidándose una reformulación del imaginario sociopolítco que Colombo denomina «bloque de la democracia neoliberal» y que define como la imposición del «límite infranqueable» de los valores de la modernidad.
Al hablar de bloque imaginario, se alude al funcionamiento de la sociedad sobre la base de una serie de conceptos y valores organizados como un «campo de fuerzas», atrayendo y orientando los diferentes contenidos de todo un universo de representaciones (expresado en instituciones, ideologías, mitos, formas sociales…), que al consolidarse limitan el pensamiento y la acción. Este campo de fuerzas constituye un sistema de representaciones simbólico-imaginarias, aunque Colombo aclara que el imaginario social pretende ser una imaginación creadora que forma parte de la realidad que vivimos, y no ninguna fantasía o ilusión. Llegamos a lo que se denominó El fin de la historia, según el cual la revolución liberal mundial ha conducido a la humanidad a su máximo desarrollo, no ha posibilidad de pensar un mundo diferente ni mejor. Aunque esta idea se ha suavizado en los últimos años, debido con seguridad a su delirio extremista, el credo de la clase dirigente, del tinte político que sea, es que la democracia liberal y la economía de mercado son las únicas posibilidades en la sociedad moderna.
Después del mayo de 68, las esperanzas revolucionarias comenzaron a apagarse y el nuevo marco político tuvo un terreno abonado para crecer, sembrado de la aceptación popular y de la falta de crítica. Colombo afirma que los derechos humanos e individuales, puestos en el horizonte después de las dictaduras militares y los regímenes totalitarios, contribuyeron sin pretenderlo a la consolidación del derecho jurídico y a la privatización de las relaciones sociales. El capitalismo, para subsistir políticamente, privatiza a los individuos, relegándolos a una esfera de banalidad íntima. De forma concomitante, el espacio político donde podría ejercerse la «voluntad del pueblo» se desatiende y se extiende la apatía, la impotencia y la idea de que, tanto el pensamiento, como la acción individual no llevan a cambio alguno. El resultado es la atomización y aislamiento de los individuos. En este contexto, la libertad es un privilegio individual a costa de la capacidad para decidir sobre nuestros asuntos. El neoliberalismo niega que la cuestión social sea central en la emancipación humana y margina toda lucha por la autonomía, hay una negación de toda ruptura transformadora y una constante reafirmación del presente como única posibilidad.
El anarquismo, que nace en el siglo XIX en el seno de la Primera Internacional, luchó siempre contra toda dominación y explotación, incluidas sus nuevas formas en la democracia representativa. El neoliberalismo, como nueva situación, implica nuevas dificultades y algunas de ellas quiere verlas Colombo insertadas en los movimientos libertarios. A pesar de su heterodoxia y falta de sistematización, así como de la existencia en su seno de diversas facetas y grupos, el anarquismo siempre tuvo un conjunto consistente de ideas y proposiciones reconocibles por cualquiera que se considere libertario: libertad edificada en base a la igualdad, rechazo a dominar y ser dominado, desaparición del Estado y de la propiedad privada, antiparlamentarismo, acción directa, lucha de clases…
Lo que Colombo denuncia es que en algunos medios libertarios se han ido desdibujando esas premisas libertarias, tal vez como consecuencia del poderoso neoliberalismo, dando lugar a un anarquismo rebajado y aislado de la lucha social. Ese mismo calificativo de lucha implica que la tarea sobrepasa a cualquier individuo aislado, situación a la que nos ha conducido en gran medida el sistema neoliberal, pero en la que tal vez tengamos algo de culpa. La desesperanza sobre un mundo mejor, la sensación de que nuestra incidencia en el mundo sociopolítico es nula, y al mismo tiempo esa intolerable falta de valores hace también que nos repleguemos tantas veces hacia una esfera privada en la que queremos ver que se salvaguardan esos valores. Los artículos de Eduardo Colombo, que integran La voluntad del pueblo, ayudan a revitalizar el movimiento anarquista, pero recuperando como valiosamente intemporales sus proposiciones de siempre. Es una confianza en las ideas como motor para la acción transformadora, algo que se presupone en ese deseo de franquear los límites de un proyecto de la modernidad inconcluso (o, más bien, pervertido). La voluntad del pueblo. Democracia y anarquía fue editado en 2006 por Tupac Ediciones, dentro de la colección Utopía Libertaria. Puede descargarse en el siguiente enlace.
José María Fernández Paniagua