Rafael Spósito (1952-2009), nacido en Uruguay, quizás más conocido por el seudónimo de Daniel Barret utilizado en sus escritos a partir de 2001, fue un sociólogo, periodista, profesor universitario y militante anarquista desde los 15 años. Participó en diversas experiencias autogestionarias y de democracia directa (estudiantiles, barriales, sindicales…), algunas relacionadas con la educación en barrios populares, y también en innumerables prácticas específicamente anarquistas; asimismo, colaboró en varias publicaciones ácratas, como ¡Libertad!, de Argentina, El Libertario, de Venezuela, o en la uruguaya Tierra y Tempestad.
Profesaba un amor especial a El Cerro, barrio obrero de Montevideo con una extensa, sólida y reconocida tradición libertaria. Uno de sus principales textos es Los sediciosos despertares de la anarquía, de excelente prosa y con unas agudas reflexiones sobre la práctica libertaria: “una reafirmación que sigue fundándose no menos sino más que nunca en una crítica radical del poder y en una inconmovible ética de la libertad; sin mediatizaciones seductoras, transiciones edulcoradas y negociaciones de ocasión que la desvíen o distraigan de sus horizontes y de sus prácticas inmediatas». Rafael pensaba que el movimiento anarquista, de unos años a esta parte, comenzaba a enfrentarse a un tiempo nuevo; frente a los espacios jerárquicamente institucionalizados, es preciso crearse y recrearse permanentemente dentro del anarquismo. Por supuesto, ello no supone bajo ningún concepto romper totalmente con la historia ni apostar por una única vía; de hecho, Rafael confiaba enormemente en tender puentes entre las las diferentes alternativas libertarias, y a ello dedicaba su tiempo, energías y reflexiones, sin fortalecer necesariamente ninguna en particular.
El optimismo que puede provocar en el movimiento anarquista la actividad y la situación política de los últimos años, tras el fracaso del socialismo de Estado y del liberalismo, no debe hacer caer en la ingenuidad de la simple creencia en una próxima revolución de tinte libertario; el deber del movimiento anarquista, según Spósito, es aprovechar ese escenario propicio y extender el radio de influencia de las propuestas y prácticas libertarias. Son palabras que desprenden sentido común, lucidez y buen juicio; sin caer en falsos optimismos, existe un despertar anarquista en los últimos años manifestado en los movimientos antiglobalización, en grupos de carácter juvenil, en barrios populares y todo tipo de publicaciones de diversos formatos, impresas o digitales. Desgraciadamente, Rafael no pudo conocer el movimiento de indignados iniciado en mayo de 2011, que recupera algunas de las prácticas anarquistas; todo ello ha contribuido a dar una nueva y buena imagen del anarquismo en los últimos años, a pesar de que no pueden negarse las debilidades y que sea siempre necesaria la autocrítica, así como cierto replanteamiento de las propuestas acorde a nuevas realidades.
En la línea de Bookchin, Spósito reclama un movimiento anarquista sólido, con un paradigma de organización y acción aceptado y extendido, como ha habido en las épocas más gloriosas. Gracias a las nuevas tecnologías, es más fácil que nunca tender redes organizativas, así como realizar una labor plena de «prensa y propaganda», precisamente para no dejar de atender lo verdaderamente importante, que es la presencia en el mundo material con la aspiración de transformar la realidad. La renovación reclamada por Spósito se articulaba en torno a una teoría y una práctica apoyados en dos contenidos paradójicamente tradicionales en el anarquismo: «la recreación de una crítica del poder y la recreación de una ética de la libertad capaces de subvertir realmente el entramado social del que forman parte»; ello no quita que los particularismos y las corrientes dentro del anarquismo sean importantes y cumplan su función específica, pero sin poseer la capacidad de ser capaces por sí solas de resolver esa deseada y permanente renovación, ya que las diversas luchas parcelarias deben completarse y extenderse.
Dicho de otro modo, la renovación del anarquismo pasa en Spósito por dos dimensiones estrechamente vinculadas y, a la vez, diferenciadas: una teórica, necesitada de un nivel de abstracción que no puede ser ocupado por particularismo alguno, y otra práctica, que echa raíces en lo local, en lo vivencial y en la experiencia de lucha concreta de cada grupo libertario. Cada paradigma libertario no es excluyente de los demás, no existen modelos seguros ni totalmente eficaces, ya que tiene que ser puesto a prueba en un contexto determinado; de hecho, Spósito recordaba que las diversas propuestas anarquistas tradicionales, como el anarcosindicalismo o las federaciones específicas, eran el resultado de experiencias históricas y no modelos previos que llevar a la práctica. La mirada al pasado no se realiza como búsqueda de una tradición inviolable, sino como experiencias de las que sacar lecciones, sin que los paradigmas clásicos tengan por qué dejar de ser efectivos en algunas realidades.
Respecto a la falsa dicotomía entre la reflexión y la acción, Spósito mostraba igualmente una encomiable lucidez; escapando de toda lógica binaria, propia de cierta «racionalidad» inculcada, señalaba que «..no es posible actuar sin habernos representado mentalmente, así sea en forma imperfecta y aproximada, la acción y los objetivos hacia los cuales se orienta. Incluso, aunque la acción adopte la forma de un “reflejo”, ese “reflejo” fue pensado y establecido como respuesta en un pasado impreciso; de modo que el pensamiento propiamente dicho parezca limitado a establecer súbitamente una relación de identidad con situaciones similares ya vividas. Además, cuanto más compleja es la situación y mayor la experiencia acumulada, tanto mayor y más compleja será la carga de pensamiento involucrada en cada nuevo diagrama de acción». No es posible expresar mejor el deseo anarquista de no establecer una tajante línea divisoria entre el pensamiento y la acción.
Por si alguien a estas alturas no es consciente, el seudónimo de Rafael Spósito era un homenaje a Rafael Barrett, una de sus grandes fuentes de inspiración ética, el cual dijo: «Estamos en camino; no sabemos adónde, pero no podemos detenernos». Los anarquistas no quedan paralizados por no saber si es posible finalmente una sociedad sin dominación, ya que la misma práctica libertaria es un fin en sí mismo; el solo hecho de transitar un camino es ya una meta y una victoria. Tal y como dijo el propio Spósito; «el anarquismo también es enigma, sorpresa, azar, pasión, misterio, alzamiento y poesía».
No es posible no emocionarse con la respuesta de Rafael Spósito, ante la pregunta en cierta entrevista de cómo le gustaría construir una especie de «Frankenstein anarquista»:
La pregunta me toma por sorpresa y nunca me había formulado las cosas en esos términos pero igual acepto el desafío. Imaginemos, entonces, que es posible combinar a Bakunin, a Malatesta y a Buenaventura Durruti. Nuestro Frankenstein anarquista tendría, por lo tanto, aquella intuición intransigente y salvaje de la libertad, aquella desmesura destructivo-creadora, aquella capacidad para romper todos los esquemas institucionales preconcebidos y, simultáneamente, inventar mundos nuevos detrás de una barricada que nos legara Bakunin. Malatesta, mientras tanto, le agregaría a nuestro Frankenstein una sistematización “realista” y su insobornable perseverancia para entablar diálogos libertarios con las gentes más humildes. Y a Durruti le correspondería dotarlo de ese activismo nómada que siempre guardó la entrañable particularidad de pensarse no como una empresa de aislado heroísmo ni como un empujón de élite sino en tanto parte de un multitudinario movimiento organizado que siempre estuvo en el origen de sus decisiones.
Pero, además, el Frankenstein de nuestro tiempo es un hermafrodita al alcance de la tecnología disponible y deberíamos colocarle unas necesarias dosis femeninas en las personas de Louise Michel y de Luce Fabbri. Louise colaboraría con su capacidad para proyectar su talante subversivo más allá de las barreras culturales, de modo que si a Frankenstein le tocara como a ella la prisión-exilio de Nueva Caledonia también podría organizar nuevamente una revuelta de los indios canacas. Y Luce se encargaría de darle a Frankenstein el ingrediente de su serenidad, de su apertura mental, de su tolerancia y de su vocación por tender respetuosos puentes entre los libertarios de todos los colores.
Y, ya que estamos dejando volar libremente nuestra imaginación, ¿por qué no permitir que Frankenstein recorra las profundidades filosóficas que recorrieron Michel Foucault y Gilles Deleuze, aunque éstos no hayan sido propiamente anarquistas? ¿por qué no dotarlo de la impronta andariega de Líber Forti y de Víctor García? ¿por qué no dejar que se permita incurrir en el absurdo y en el humor vitriólico de Antonin Artaud, de Luis Buñuel y de George Brassens? ¿por qué no pensar que Frankenstein jamás envejecería y siempre tendría la edad a la que fue asesinado Salvador Puig Antich? ¿y por qué no tantas cosas más de las que ahora me olvido? En definitiva, Moésio, tal vez Frankenstein no sea más que el movimiento que tú y yo integramos; con todas sus riquezas, su diversidad, sus contradicciones y sus incertidumbres sin resolver.
Los sediciosos despertares de la anarquía
Daniel Barrett, en tan magnético título, y con el escenario de América Latina, se plantea en este libro un análisis actual del papel que el anarquismo puede ocupar en la época posterior a la caída del mal denominado «socialismo real», un momento en el que los profetas del neoliberalismo quisieron hacer creer que ninguna ideología era ya posible excepto la suya. El «despertar» anarquista se produce una y otra vez, y lo hace conforme a una configuración de pensamiento que responde a raíces sociales e históricas perfectamente ubicables.
Spósito distingue al menos tres clases de factores que confluyen en el anarquismo organizado: en primer lugar, modos de pensar, de sentir y de actuar; en segundo, articulaciones sociales, políticas y económicas, y por último, y tal vez más importante, los conflictos, luchas y conflagraciones que se dan en una época determinada. Es lo que se define como una historicidad de la que apropiarse, sin determinismo alguno, sino como condiciones de posibilidad y como campo de oportunidades. Por supuesto, la teoría y la praxis anarquistas, junto al movimiento consecuente, se consuman en una configuración abierta de pensamiento y acción. Lo que Spósito quiere expresar es que el anarquismo no se ajusta a un esquema rígido e inmóvil, sino que va construyendo su historia como un movimiento sujeto al influjo de las condiciones en que actúa. No estamos ya en los tiempos de la Primera Internacional ni en los de la Revolución española, y tampoco en el más reciente, situándonos en el escenario latinoaméricano, de la confianza ingenua en la revolución cubana y en la militarización de la izquierda concretada en las guerrillas.
Existen procesos que exigen al anarquismo una adecuación, lo que conlleva cierta renovación teórico-ideológica, e incluso pueden darse nuevos modelos de organización y acción; en definitiva, Spósito reclama un nuevo paradigma revolucionario, el cual no tiene necesariamente que coincidir con los que hubo en otras épocas. No desea el autor de Los sediciones despertares… establecer dicho paradigma, sino señalar su necesidad, y ello sin caer en ninguna acomodación a realidad alguna ni apostar por los extraños mejunjes ideológicos que tantas veces se quieren dar. No, Spósito no habla de «posibilismo», entendido como claudicación de convicciones y adaptación a circunstancias que son ajenas a las ideas libertarias, ni tampoco por la unión con aquellas corrientes oportunistas en cuanto a lo que entiende el anarquismo como socialismo y revolución social. Tal y como él mismo lo expresa, se trata de «un ejercicio de reafirmación» en las ideas libertarias, el cual se funda en «una crítica radical al poder y en una incomovible ética de la libertad»; es por eso que resulta imposible toda negociación ni ningún atajo que desvíen al anarquismo organizado de su propio horizonte y objetivos.
El libro fue escrito entre los años 2002 y 2007, como un intento de recoger los aspectos más generales de lo que es el resurgimiento libertario de los últimos años; en los dos artículos llamados «Los sediciosos despertares de la anarquía» y «El anarquismo hoy: ¿moda o tendencia?», trata de esclarecer las características del resurgir anarquista y las razones que lo motivan en la época que vivimos. Como ya se ha insinuado, hay una serie de factores relevantes: el fin de los regímenes socialistas, y la hecatombe política que ello supone; el fracaso de las políticas conservadoras, a pesar de que desapareciera su gran rival, y en último lugar la aparición de movimientos sociales autónomos con creciente protagonismo, lo cual no tiene por qué ser posterior a los acontecimientos anteriores. Es en ese espacio en el que confluyen todas esas circunstancias en el que el anarquismo, en cuanto a pensamiento y a prácticas, de nuevo crece con sus originales propuestas: «el aliento de la utopía, el ejercicio implacable de la crítica en profundidad y el despliegue de las rebeldías consiguientes».
Es en el texto llamado «El mapa del despertar en América Latina» donde se examina con detalle el anarquismo organizado en una región concreta, aquella que el autor lógicamente tiene más a su alcance. Son centenares las organizaciones anarquistas que se desvelan en este trabajo, desigualmente distribuidos en Latinoamérica, y algunas de ellas con solo unos años de existencia. Ese escenario mostrado da una imagen inequívoca de un despertar anarquista, aunque Spósito en «El movimiento anarquista latinoamericano de nuestros días: realidades y tareas» recuerda que todavía hay mucho por hacer y muchas deudas por saldar; el anexo del libro, llamado «El Encuentro Anarquista Uruguayo» (2003) está en la misma línea del análisis anterior con el territorio que mejor conoce el autor.
A pesar del optimismo inmediato que nos puede producir el escenario mostrado por esta obra, lo que se pide enseguida al anarquismo organizado es una redefinición actualizada de sus trazos con el objetivo de adquirir sus propias señas de identidad, todo lo sólidas y atractivas posibles; es por lo tanto, también una llamada de atención sobre un posible agotamiento de ese despertar sin consecuencias memorables, y hay que entenderlo como un nuevo campo de oportunidades y desafíos sujetos a una historicidad concreta. Así, honestamente, Spósito también muestra en su obra las lógicas limitaciones que obstaculizan el desarrollo del movimiento anarquista. El nuevo paradigma dentro del anarquismo debería recoger, y al mismo tiempo expresar de modo crítico, las nuevas formas de pensar, de sentir y de actuar, las nuevas articulaciones sociales, políticas y económicas, y también las muchas formas que se producen en la sociedad de enfrentamiento con el poder establecido y con las aspiraciones a serlo.
Huelga decir que Spósito no habla en absoluto de renunciar a la rica historia, de pensamiento y de acción, del anarquismo, y ni siquiera de dar por periclitados aquellos modelos históricos que tanto éxito tuvieron en el pasado: el anarcosindicalismo y las organizaciones específicas. Lo que se reclama es, precisamente, recoger todas esas experiencias y elaborar una nueva síntesis con lo mejor y más apropiado que la enseñanza de la historia nos proporciona. Es la ausencia de una paradigma revolucionario sólido lo que supone que se produzcan tantas corrientes dentro del anarquismo, como nunca antes se dieron, lo que conlleva junto a una deseable pluralidad una importante ambigüedad; es por eso que otra tarea a realizar es la de limar asperezas y llegar a un terreno de entendimiento y de solidaridad.
Spósito no entra a juzgar unas u otras corrientes, aunque su deseo de establecer un sólido y realista paradigma revolucionario ya parece anunciar que ciertas ideas estrafalarias, por muy antiautoritarias que se presentan, tendrán difícil acomodo en él. En cualquier caso, no hay fórmulas infalibles y dicha tarea solo puede llevarla a cabo el esfuerzo colectivo de la generación en curso siempre con una aspiración internacionalista. Parece imprescindible, en aras de potenciar un movimiento anarquista con un horizonte diáfano, seguir estableciendo redes provisorias en las más diversas extensiones regionales como intercambio de preocupaciones y de experiencias, así como buscar siempre la participación libertaria en aquellos movimientos sociales que recogen algunas prácticas afines con el fin de tratar de consolidar su autonomía y horizontalidad.
Homenaje a Rafael Spósito en El Libertario.
Los sediciosos despertares de la anarquía (Buenos Aires, Libros de Anarres 2011).
Sólo como testimonio de su leal e intenso apoyo a las tareas del grupo editor del boletín CUBA libertaria, el GALSIC, para aportar solidaridad a los compañeros del Movimiento Libertario Cubano y a lo sindicalistas independientes en Cuba .
Un apoyo constante hasta que pocos días antes de su muerte nos envió un correo para comunicarnos la gravedad de su estado de salud y que lamentablemente ya no podría comunicar más con nosotros.
Octavio