Archivo de la etiqueta: Anarquismo

Socialismo libertario e individualismo solidario

Resulta curioso que, si bien existe una manera de observar la historia del anarquismo en la que está claro que es una corriente socialista, los primeros anarquistas no dudaban en hacer suyos a autores que, tal vez, hoy consideraríamos más cerca del liberalismo (si bien, su crítica furibunda al Estado y a cualquier forma de dominación o, lo que es lo mismo, su naturaleza antiautoritaria se hace muy atractiva). Hay que considerar al anarquismo mucho más que un tipo de socialismo o colectivismo, una especie de filosofía vital que busca la emancipación en todos los ámbitos de la vida y el desarrollo de los valores más nobles del ser humano; por su propia idiosincrasia hace que tenga necesariamente que apostar por un modelo social y económico cooperativo y por dar predominancia a la solidaridad por enciman de cualquier otro valor.

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Libertad liberal versus libertad anarquista

Un concepto clave de la modernidad política es, sin duda, el de la libertad y, más en concreto, el de una libertad individual que ha sido objeto de preocupación, tanto para la filosofía liberal, como para la libertaria. Karl Polanyi, autor de una obra primordial que critica el desarrollo del liberalismo económico en la modernidad, La gran transformación; curiosamente, publicada en el mismo año 1944 que otra obra con conclusiones opuestas, Camino de servidumbre, de Hayek. Polanyi consideraba dos lados contradictorios de la libertad en las sociedades complejas; una negativa, que explotaba a los supuestos iguales, buscaba ganancias ilimitadas sin contrapartidas sociales e impedía los beneficios públicos gracias a la innovación tecnológica, y otra positiva concretada en libertades elementales (de conciencia, expresión, asociación, libre elección…), pero consideradas subproducto del mismo sistema económico que producía las libertades perversas.

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Apolítica, ¿qué diablos es eso?

No poca gente me he encontrado a lo largo de mi agitada vida, que se ha definido como «apolítica» y uno no puede evitar que un escalofrío de irritación le recorra el cuerpo. Dejaremos a un lado, al menos de momento, el hilarante comentario de la gran película Patrimonio nacional (¡gracias por tanto, Azcona y Berlanga!), de un tipo interesado que asegura ser apolítico, es decir, «¡De derechas de toda la vida, como mi padre!«. Tampoco atenderemos, de entrada, la urgente necesidad hoy en día de actualizar los conceptos de izquierda y derecha, descerebradamente simplificados y polarizados, cuya única variable es más o menos Estado (variable falaz, ya que en ambas posturas, profesionalizadas, se aspira a conquistar el poder estatal para asegurar el mando político y económico). Muy probablemente, lo que quiere decir el que se define como «apolítico» es que muestra rechazo o desinterés hacia lo que entiende como posturas políticas. De acuerdo, pero qué demonios entiende el susodicho por esas posturas, me temo que sencillamente votar a unos u otros. Y, ojo, esto es más intuición que otra cosa, ello no significa que no acuda el supuesto desinteresado a meter el papelito en la urna cada tanto para elegir a los que mandan. Es posible que definirse de esa manera, sencillamente, aluda a que se consideran neutrales o imparciales respecto a lo que consideran los posionamientos habituales políticos en función de unas supuestas ideologías. Sería algo semejante a esa majadería llamada ser de centro, ya que si no están nada claros, al margen de irritantes reduccionismos, los dos lados del espectro ideológico, que alguien nos explique donde se encuentra el término medio.

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Sobre algunas perspectivas libertarias y el anarcocapitalismo

Nos lamentamos mucho las y los anarquistas, de manera quizá pertinazmente reiterada, pero la mayor parte de las veces con razón, de las muchas falsedades que se han vertido sobre nuestras ideas y prácticas. De hecho, la Real Academia Española, por decirlo con delicadeza, no resulta muy afortunada en su definición de anarquismo. Dejaremos a un lado la segunda acepción, una suerte de pleonasmo que plasma un absurdo como «Movimiento social inspirado por el anarquismo», y nos centraremos en la primera. En la misma, se asegura lo siguiente: «Doctrina que propugna la supresión del Estado y del poder gubernativo en defensa de la libertad absoluta del individuo». Resulta imposible en la insigne institución lingüística mayor imprecisión, por no hablar de mera mistificación, con tan escasas palabras. No queda clara la sociedad a la que aspiran los anarquistas, hubiera sido tan sencillo como aclarar que desean «una sociedad exenta de cualquier forma  de dominación» (por lo tanto, no se oponen solo al Estado y sus instituciones coactivas), ni podemos subscribir desde ninguna perspectiva libertaria, incluso yo diría que tampoco desde la tradición más ferozmente individualista, ese despropósito filosófico de una «libertad absoluta del individuo». Nos sirve la errada e irritante acepción de la RAE, al menos, para profundizar en unos cuantos conceptos libertarios en la actualidad, más que nunca, extremadamente confusos.

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Anarquía y anarquismo

Acotaciones al libro: Anarquismo no fundacional de Tomás Ibáñez.

En el excelente libro de Tomás Ibáñez, el anarquismo no fundacional, parece ser, la exposición clara de una transfusión filosófica que se les está aplicando a los anarquismos, para revitalizarlos y dotarlos de mayor energía. También es calificado el anarquismo no fundacional de «antídoto» (p.15) contra el fundacionalismo, contra toda lógica de poder y es considerado, efectivamente, como un fármaco o un reconstituyente. Pero como la palabra pharmakon en griego quiere decir tanto remedio como veneno, lo cual depende de la dosis, hay que aplicarlo: «tratando de no reproducir en la lucha aquello mismo que se pretende combatir» (p.15). El anarquismo requiere una renovación, pero no tal que destruya, sino que amplíe y renueve sus perspectivas integrando lo ya alcanzado con anterioridad.

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«Anarquismo versus liberalismo. ¿Un abismo infranqueable?» (prólogo del libro)

Suelen mencionarse como dos las corrientes políticas y filosóficas que marcan el desarrollo de la modernidad, socialismo y liberalismo; sin embargo, el engaño de tal aseveración estriba en la marginación de una que, aunque ello precise de muchos matices, puede observarse como una síntesis de ambas. De esa manera, como afirma el sociólogo Christian Ferrer, podrían ser tres las filosofías modernas con aspiración emancipatoria: liberalismo, marxismo y anarquismo; particularmente, creo que son muchas las diferencias que separan las ideas libertarias de las marxistas, mientras que de las ideas liberales no podían aceptar bajo ningún concepto que la libertad política y la justicia económica fueran irreconciliables. Es por eso que, una de las tesis de este libro, es que la anarquista es la más compleja concepción de la libertad que ha dado la modernidad. Es cierto que las ideas libertarias, proudhonianas o bakuninistas en origen, nacen o al menos se desarrollan inicialmente como una corriente socialista en la Asociación Internacional de Trabajadores, pero pensamos que van mucho más allá y una muestra de ello sería la temprana ruptura con la rama marxista, por incompatibilidad entre medios y fines, por realizar la doctrina de Marx demasiado hincapié en la liberación obrera, pero también por la fe que depositaban los libertarios en la autonomía individual y en el criterio y la responsabilidad personales.

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Liberalismo radical, individualismo y «anarquismo de derechas»

Para evitar la confusión, recordamos la tradición individualista dentro del anarquismo, muy emparentada con el liberalismo radical norteamericano del siglo XIX; otras ideas recientes en aquella potencia política y económica, que usan falazmente el nombre del anarquismo, para nada tienen preocupaciones sociales ni son verdaderamente antiautoritarias.

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La utopía como deseo ético-social

Las concepciones utópicas del pasado, que fueron por lo general de un optimismo exacerbado, han dado paso en la modernidad a un escepticismo más bien obtuso y conservador. Cómo no ser optimistas cuando preconizamos un mundo exento, en la medida de lo humanamente posible (y ahí está el quid de la cuestión), de injusticia, miseria y opresión. Es en ese punto, cuando se alude a una política «realista» (realpolitik es el término acuñado ya en el siglo XIX) cuando topamos con toda suerte de justificadores de lo establecido (el estado, y no necesariamente con E mayúscula, aunque seguramente en primer lugar).

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Los Le(a)ctores anárquicos

Leer es evadirse, estar fuera del mundo, salir temporalmente de él. Los que leemos, lo hacemos, porque estar en el mundo las veinticuatro horas, nos parecería insoportable.

Quienes abrieron los libros y cogieron ese hábito ya son frailes de una cofradía, los lectores, que son los que no soportan este mundo.

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Cuando estalló la forma de amar

Sobre los espacios en blanco de un libro guardado en una vieja biblioteca anarquista, alguien dibujó en lápiz un carro que estalla en pedazos, una muchedumbre en movimiento y un hombre vestido con harapos, armado con una bomba encendida. El anarquismo suele convocar ese tipo de imágenes, de estallido o de explosión. Sin embargo, con apenas una primera exploración del mundo libertario surgen otras imágenes acaso tan potentes e incendiarias: su pretensión de revolucionar las formas de amar y las relaciones entre los sexos. Fiel a su vocación de discutir todas las formas de autoridad, el anarquismo debatía al mismo tiempo sobre el amor libre y la huelga general, sobre la emancipación de la mujer y la lucha de clases, sobre las vicisitudes de un atentado y la destrucción del matrimonio burgués.

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