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La máquina del fango y lo que queramos, o no, creer

Los que sigan este blog, sabrá que dediqué algunos textos a la denuncia del encarcelamiento de Pablo González, durante dos años y medios, sin juicio, ni prueba alguna sobre su presunto espionaje para Rusia y vulnerando sus derechos más elementales. No conocía a este reportero en el momento de su detención, pero el caso me era cercano por motivos que no vienen al caso. Como es sabido, el pasado 1 de agosto González fue liberado en un intercambio de presos entre Rusia y diversos países atlantistas. La verdad, desconozco a la mayor parte de las personas liberadas, de uno u otro lado, y por lo tanto no voy a tildar a nadie de nada. Para algunos medios y personas, el hecho de que Putin lo incluyera en dicho canje y luego lo recibiera en Moscú, a él y al resto de liberados, claro, ya parece ser prueba irrefutable de su culpabilidad. Dejemos, de momento, el hecho de que sigue sin haber ninguna prueba palpable de que este hombre sea, efectivamente, un espía ruso y pasemos a lo más flagrante: la ya mencionada vulneración de los derechos humanos con una situación de presión continuada digna de las peores dictaduras, el no haberse respetado la más mínima presunción de inocencia y el habérsele negado un juicio justo con posibilidad de defenderse con medios adecuados. Resulta sorprendente que la mayoría de los medios y de la clase política, fuera o no culpable González de algo, siga sin denunciar algo tan indignante. Será que están acostumbrados a, en el mejor de los casos (no quiero pensar el peor), justificarlo.

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Miseria moral (definitivamente)

El caso del periodista ruso-español Pablo González, por circunstancias, lo seguí de cerca. Tampoco sé, a día de hoy, si mucha gente en este inefable país conoce que este reportero se ha tirado dos años y medio en una prisión polaca, en condiciones infrahumanas, acusado sin pruebas de espiar para el ejecutivo ruso y sin juicio alguno. Las enormes pruebas de que el periodista podía ser un espía ruso estribaban en su doble nacionalidad, ya que González es nieto de uno de los llamados niños de la guerra acogidos en su momento por Rusia duranta el transcurso del conflicto civil y social en España. Ha sido tanto el tiempo de este hombre encarcelado, desde los inicios de la invasión militar de Ucrania por parte del ejecutivo ruso, que el gobierno de Polonia pasó de ser uno calificado de extrema derecha a otro considerado de centro derecha. Mucho tiempo sin que el gobierno de España, ese tan progresista, moviera un dedo para su liberación o, ni siquiera, para que se celebrara un proceso judicial. Hace unos días, Pablo González fue al fin liberado en una operación de canje de presos entre Estados Unidos y Rusia; desde ese momento, la miseria moral se ha desatado a todos los niveles, digno de estudio en una sociedad saturada de información basura, con escasa actitud crítico, con pocos indicios de conciencia moral y con una clase política subordinada a intereses diversos.

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Pablo González y la miseria del periodismo en este inefable país

No, no soy justo al generalizar en el título, ha habido excepciones a nivel individual y algunos medios (los menos) en este inenarrable país, que sí se han ocupado y han denunciado lo que están haciendo con el periodista Pablo González en las prisiones polacas. Por otra parte, Reporteros Sin Fronteras sí ha pedido directamente la liberación de una persona detenida hace dos años, sin que se haya producido ningún juicio tras unas «graves» acusaciones de espionaje para Rusia, que tampoco se han sustentado de modo alguno. Recordaremos que González fue detenido pocos días después del comienzo de la agresión del ejecutivo ruso sobre la población ucraniana, en la localidad fronteriza de Przemyśl en Polonia; allí, se encontraba cubriendo el éxodo de ciudadanos ucranianos hacia territorio polaco. Para mayor ignominia, estamos hablando de un país de la Unión Europea y, en cualquier caso, resulta inadmisible que alguien esté encarcelado, en condiciones infrahumanas, durante dos años sin que haya trascendido prueba alguna contra él.

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A vueltas sobre los medios, los bulos y la libertad de prensa

Recuerdo, allá por la década de los 90 del baqueteado siglo XX, cuando la prensa se inundó de casos de corrupción política. No todos los medios, bien es cierto, algunos más que otros. El principal protagonista solía ser el Partido Socialista, que llevaba ya varias legislaturas gobernando, aplicando una política, según los paradigmas neoliberales implantados por otros países desde finales de los años 70, no muy diferente de la que hubiera aplicado cualquier otra fuerza política con posibilidades de gobernar. Como se suponía que el PSOE era un partido progresista, incluso con el término «socialismo» y «obrero» en sus siglas, gran parte de sus votantes hacían gala de una acrítica tranquilidad existencial y, algunos, en una muestra ya de abierto papanatismo negaban lo que estaba ocurriendo. Incluidos, claro, el terrorismo estatal y la sonada corrupción; llegué a escuchar por parte de los pertinaces sostenedores de las legislaturas encabezadas por Felipe González, aludiendo a la prensa, algo así como: «¡Claro, como pueden publicar lo que quieran!». Aquello, me dejaba sumido en la perplejidad; y no porque aceptara que todo lo publicado en los medios fuera cierto, o que no estuviera convenientemente magnificado en algunos casos, si no por no ser capaz de comprender la negación acrítica sobre asuntos que, obviamente, podrían tener algún asomo de verdad. No quiero insistir, por otra parte, en lo que parecían esconder aquellas palabras sobre la libertad de prensa; ¿hay que crear estructuras de poder para evitar que se difunda cierta información, aunque se demuestre falsa? Por supuesto, mi nada humilde perspectiva libertaria hace que la respuesta ante los problemas no sea la represión, solución válida exclusivamente para los partidarios de conquistar el poder.

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