En el madrileño barrio de Lavapiés, existe una plaza con el nombre de Xosé Tarrío; esta vez, el nombre no lo ha elegido el Ayuntamiento de turno, sino la propia gente en oposición, como no puede ser de otra manera, a los que mandan y deciden el diseño urbano. Para los que lo desconozcan, Tarrío, ya fallecido, fue un activista anticarcelario de ideas libertarias; su origen fue muy humilde y conflictivo, en un barrio deprimido de La Coruña. Los graves problemas familiares y sociales le llevaro a pasar gran parte de su infancia y adolescencia en internados y reformatorios, de los que escapaba con frecuencia. En 1987, debido a un pequeño robo que llevó a cabo por su adicción a la droga, ingresó en prisión para cumplir una pena de dos años, cuatro meses y un día; su condición rebelde llevó a que esa condena se extendiera a nada menos que 71 años de condena, además de pedírsele un centenar más de años y ser catalogado como preso especial FIES. Recuerdo haberme impresionado hace años con la lectura del libro de Tarrío, Huye, hombre, huye, donde describe la condición de este régimen como una cárcel aún más terrible dentro de la cárcel; no pocos colectivos y personalidades han denunciado esta situación, como un castigo y tortura añadidos a los presos, y ha pedido su eliminación.
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