Anarquismo social o anarquismo como «estilo de vida»

Anarquismo social o anarquismo personal. Un abismo insuperable es un libro de Virus, que recupera un texto de Murray Bookchin de 1995. El ensayo fue escrito en un momento, tal y como el autor considera, en el que el anarquismo se encontraba en un punto de inflexión dentro de su larga y agitada historia. Aunque discrepemos con algunas de las cosas que Bookchin sostiene, estaremos de acuerdo en esencia en que las ideas anarquistas son, y deben ser, eminentemente sociales.

Así, asistimos asombrados a las tendencias que asoman, supuestamente dentro del anarquismo, en las últimas décadas: «un individualismo decadente en nombre de su ‘autonomía’ personal, un misticismo incómodo en nombre del ‘intuicionismo’, y una visión ilusoria de la historia en nombre del ‘primitivismo'». Bookchin también denuncia la confusión del sistema capitalista con una sociedad industrial supuestamente abstracta, así como la imputación de toda opresión al impacto de la tecnología en lugar de a las relaciones sociales subyacentes entre el capital y la mano de obra. El foco crítico habría que ponerlo, en lugar de en la civilización en su conjunto, en el poder económico (el capital), el poder político (la jerarquía), en la mercantilización general de la vida y, en general, en los paradigmas de explotación y ambición sin límites. Ese anarquismo «personal» del título, que en realidad habría que traducirlo mejor como anarquismo «como estilo de vida» deja a un lado el compromiso social y la coherencia intelectual; centra sus objetivos en la alimentación del ego, más que en cualquier otra cosa, como una parte más de la decadencia cultural propia de la sociedad burguesa.

El lamento de Bookchin es que tantos supuestos libertarios hayan dejado a un lado la lucha por una revolución social, y ello sin que niegue en ningún momento que el anarquismo haya recogido siempre todo intento de liberación personal. De hecho, el anarquismo hay que analizarlo siempre como un desarrollo entre dos tendencias elementales: un compromiso personal con la autonomía personal y otro colectivo con la libertad social. Bookchin considera que esas dos tendencias jamás se armonizaron dentro del movimiento anarquista y simplemente convivieron en su seno. Ello condujo a que las diferentes escuelas anarquistas, situadas entre esos dos extremos, con sus propias propuestas de organización social, situaran al anarquismo según Bookchin como un movimiento pluralista que trabajaba más por una concepción negativa de la libertad («libertad de hacer») que por una positiva («libertad para hacer»); para el norteamericano, la concepción de una libertad positiva es un reto para el futuro en el movimiento anarquista. Resulta admisible la aceptación de esas dos tendencias en la historia del anarquismo, la individualista (que podríamos llamar con cautela «liberal) y la socialista; el propio desarrollo del anarquismo en el siglo XX conducirá hacia «formas revolucionarias enérgicas de organización con unas programas coherentes y atractivos», tal y como las define Bookchin, y que echa en falta en la actualidad. Para volver a construir ese movimiento, habría que dejar a un lado la apetencia por lo inmediato (tan propia de la sociedad burguesa) y apostar por la reflexión matizada, por la racionalidad en su conjunto, por un sólido análisis histórico y por los aspectos más encomiables de la civilización (y no la crítica general e infantil, propia del primitivismo y de otras tendencias que abundan en una presunta «caída de la autenticidad»). Bookchin reclama la tradición socialista y democrática dentro del anarquismo, así como un vínculo con los orígenes de la Primera Internacional, mantenido posteriormente por anarconsindicalistas y comunistas libertarios, que se traduce en la siguiente exigencia: «No más deberes sin derechos, ningún derecho sin deber».

Ese programa socialista y revolucionario en el anarquismo no niega, y jamás lo ha hecho, la importancia de la realización personal y de la satisfacción del deseo; Bookchin no se corta lo más mínimo en sus palabras críticas hacia los que abundan en el solipsismo, el esteticismo, el misticismo y el éxtasis, y lo hacen para mayor indignación en nombre de un supuesto anarquismo. A las tres tendencias antes mencionadas, individualismo solipsista, misticismo new age y primitivismo ingenuo y mistificador, hay que añadir algunas otras excrecencias que, periódicamente, le crecen a un movimiento libertario empecinado a veces en aguantar demasiados elementos sobre su espalda. El anarquismo, al que Bookchin considera que hay que añadirle ya el apelativo de «social», es de forma obvia un heredero de la Ilustración, aun aceptando sus límites e imperfecciones; defiende la capacidad racional del ser humano sin negar en absoluto la pasión, la imaginación, el arte o el placer, elementos que de hecho siempre ha tratado de integrar en la vida cotidiana. La crítica feroz que pueda hacerse a la megamáquina, concepto de Lewis Munford que alude a la explotación y burocratización del trabajo, no conduce en el anarquismo a no apostar por la tecnología como elemento liberador (por cierto, Munford jamás estuvo en contra de la tecnología, muy al contrario, apostaba por sus aspectos más positivos y democráticos); la existencia de un proceso de institucionalización social no quita que se esté contra el sistema de clases y la jerarquía, por lo que puede ser muy bien libertario, mientras que un programa político federal de democracia directa puede perfectamente suponer al mismo tiempo la oposición al parlamentarismo y al Estado. Este es el deseo de Bookchin, con el que por supuesto se puede discrepar en algunas concepciones, pero que en opinión del que subscribe se encuentra dentro de una tradición anarquista que no puede perder de vista su horizonte socialmente emancipador. La autonomía personal resulta una quimera, o como mucho algo propio de una élite formada por individuos aislados, si se renuncia a la libertad social; el individuo solo puede desarrollarse completamente en el seno de una sociedad plenamente desarrollada. Es por ello necesario que los anarquistas indaguemos siempre en los problemas sociales, dentro de la época que nos ha tocado vivir y actualizando siempre las propuestas libertarias, aportando soluciones y sin caer en el misticismo ni en falsas idealizaciones. Tratar de ser coherentes en  nuestra vida diaria y buscar el máximo desarrollo en lo personal no implica la renuncia a la revolución social; muy al contrario, ambas cosas se complementan.

Capi Vidal
http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com/

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