En este blog, ya hemos abordado el concepto del libre albedrío, basado en una supuesta voluntad libre del individuo, que ya señalamos como una fantasía y un concepto reduccionista proveniente de la tradición religiosa; la libertad humana es algo comlejo y apasionante, pero la vida social está sujeta a tantos condicionantes, máxime en una sociedad jerarquizada y muy mediática, con tantos intereses, que quien no ponga en cuestión sus actos y creencias resulta alguien más bien pobre y determinado.
Albert Camus dijo una significativa frase, que llega amplificada hasta nuestros días: «“El problema más grave que se plantea a los espíritus contemporáneos: el conformismo, y la pasión más funesta del siglo XX, la servidumbre. Más que el equilibrado, el hombre normal es el hombre domesticado». Hay que analizar diversos conceptos para comprender por qué el ser humano, una mayoría al menos, se ha convertido en un mero espectador en sociedades que se consideran avanzadas.
El término espiritualidad, debido a su apropiación por parte de la religión, hasta el punto que casi se confunden en el lenguaje coloquial, se nos hace terriblemente antipático. Y, sin embargo, merece que le prestemos atención, precisamente para desprenderle de esa condición trascendente y sobrenatural y tratar de demostrar la superioridad de lo inmanente de cara a los valores humanos y la transformación social.
A poco que uno tenga cierto apego hacia el conocimiento, vivimos una época cuanto menos desconcertante. Lo habéis adivinado, me refiero una vez más a las numerosas creencias, supercherías y charlatanes que proliferan por doquier. Se trata muy problamente, de lo que nos depara la sociedad del consumo y el capitalismo con su pertinaz mercantilización de la vacuidad. Cuanta más estulticia prolifere, tanto mejor, el personal más sumiso y manipulable.
Hay quien sostiene, de manera encomiable por un lado, aunque sembrando la sospecha por otra, que el librepensamiento resulta imposible. Dejaremos claro que, efectivamente, entendido como concepto absoluto, el librepensamiento, o pensamiento independiente, resulta francamente difícil. Es más, lo que nos reafirma en nuestra defensa del mismo, lo cual no quiere decir que ninguno de nosotros merezca el calificativo de ‘librepensador’, es nuestra más firme oposición a todo absolutismo sin que por ello caigamos en un vulgar relativismo (ya que, de una manera o de otra, todos tenemos ciertas creencias, aunque con la permanente crítica en base a la verificación con la realidad que conocemos; no entraremos, de momento, en abstrusas polémicas sobre lo que es o no ‘real’); identificamos el absolutismo con cualquier tipo de creencia, y más en concreto con toda creencia trascendente, es decir, no sujeta a la verificación y al debate en un plano humano (para bien, y tantas veces para mal, el único que conocemos).
Hay quien ha definido la creencia como una especie de mapa, que llevaríamos grabado en nuestro interior (en mi opinión, y en nombre de la libertad, más producto del ambiente que de la genética), que nos conduce en el mundo para hallar una mejor satisfacción de nuestras necesidades.
Einstein dijo: «Si la gente es buena solo porque teme el castigo y espera una recompensa, somos efectivamente un grupo lamentable». Esa es la «moral» que está detrás de la tradición religiosa, por muchas vueltas o adornos que quieran poner los teólogos actuales, el comportamiento supuestamente correcto se realiza para obtener beneficios de la deidad de turno. No hay moralidad real, se trata de una especie de comportamiento conductista con una permanente vigilancia sobrenatural (ficticia) y/o terrenal (bien internamente, en la cabeza de la misma persona religiosa, bien externamente, mediante alguna clase mediadora).
A lo largo de la historia, creo que puede decirse así, ha habido una tensión permanente entre una actitud racional y otra, digamos, apasionada. La primera podría corresponder a la ciencia y la segunda, aunque obviamente no solo, a la religión; por supuesto, la cosa necesita de matices en ambos polos.
Los artistas de la Edad Media, inspirándose en el mismo manantial de sentimientos que la masa del pueblo y expresando esos sentimientos por la arquitectura, la pintura, la música, la poesía o el drama, eran verdaderos artistas; y sus obras, como conviene a las obras de arte, transmitían sus sentimientos a toda la comunidad que les rodeaba ¿Qué es el arte? León Tolstoi
No es demagogia, no es mentira, ni está premeditado, ni responde a la casualidad. Tampoco es una mera anécdota sino que «llueve sobre mojado». Se trata de un hecho absolutamente real que ha sido noticia en nuestro país.
Un espacio en la red para el anarquismo (o, mejor dicho, para los anarquismos), con especial atención para el escepticismo, la crítica, el librepensamiento y la filosofía en general