Para el que no lo sepa, el sistema sanitario público de este inefable país, que se continúa llamando Reino de España, se remonta al año 1908. Creo que existe el bulo, para consumo de papanatas reaccionarios, de que la sanidad estatal fue creada nada menos que durante el régimen franquista; la creación del Ministerio que se ocupaba de tal cosa se originó en 1934 con cierta continuidad durante la dictadura y la transacción democrática, con sus vaivenes privatizadores (¡es el mercado, amigos!) hasta llegar, hace unos años, a la transferencia de las competencias a la comunidades autónomas. Esto último, que podría ser algo beneficioso en otro sistema, se convierte en un horror en un mundo político regido por administraciones jerarquizadas (por grandes o pequeñas que sean), por una despiadada búsqueda de beneficio de las corporaciones y por una desigualdad absoluta entre personas y regiones. Recientemente, ha estado en boca de mucha gente las palabras de la actriz Eulalia Ramón, viuda del recientemente fallecido cineasta Carlos Saura, agradeciendo a los profesionales de la sanidad pública el cuidado que nos realizan; como la presidenta de la capital del Reino, uno de los más evidentes títeres de intereses mezquinos, no tiene vergüenza, le espetó que, sin embargo, la gestión del hospital donde cuidaron a su marido era de gestión privada. En fin, creo que es un error entrar en polémicas estériles y voy a lo que voy. Esto es que, en principio, no tengo ningún problema en salir a la calle a defender la sanidad «pública», y congratula ver que recientemente así ha sido por parte de no pocas personas, pero creo que tenemos que profundizar un poquito en la cuestión.
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