La música rebelde y el poder que la reprime

La música rebelde y el poder que la reprime

La música, la danza y el canto llevan milenios canalizando nuestras alegrías y esperanzas, liberando nuestras amarguras y penurias, dando rienda suelta a nuestras fantasías y utopías, contribuyendo a dar vida a las luchas liberadoras de todos los pueblos. Es a veces tan vital como el aire que respiramos 13 veces por minuto. El pueblo siempre canta: cuando trabaja, de fiesta, en la lucha.
Por otra parte, siempre hay quien ha puesto sus habilidades artísticas al servicio de las grandes fortunas y las diversas formas de poder que hoy tienen en nómina a grandes ídolos prefabricados babeando romanticismo y sumisión, cuando no escupiendo ponzoña ideológica para contaminar los sentimientos y las emociones, vaya. Dos formas distintas de entender la vida y sus contenidos que a veces chocan, otras se rozan y muchas se confunden.
Pero no me voy a centrar en quienes endulzan o reverdecen unos valores que sirven para apuntalar de una forma u otra la desigualdad y la injusticia. Los hacedores del miedo, que se dedican a distribuir los palos y las hostias, no suelen tener como preferencia el dedicarse a cantar y bailar, excepto en las fiestas de las bodas o los himnos de los cuarteles, cuando rezan cantando o desfilan al ritmo de marchas militares.

Al reflexionar sobre estos dos conceptos, música y represión, en principio, me surgen distintos enfoques: ¿son antagónicos o son perfectamente complementarios?, ¿puede que las dos cosas a la vez o puede que ninguna?
Siempre he defendido que para cantar lo que nos venga en gana no tenemos que pedir permiso. Así que tampoco aceptaría censura previa alguna para quienes quieren usar la libertad de expresión para manipular o mentir. Ya sé que aparenta una contradicción y en ella me debato. Pero eso es otro debate.
Mi intención es resaltar cómo hoy se sigue aplicando el castigo y la persecución contra quien se sale del guión o se mueve en la foto, ya sea en el campo de la música o de cualquier otra faceta creativa o artística. No soy el primero que lo hace y no invento nada. Hoy existen iniciativas y expresiones que representan el malestar ante esas prácticas totalitarias que pasan por la coacción y el chantaje a nuestras formas de expresión. Se ha inoculado mucho miedo.
Hoy, como ayer, se intenta impedir la libertad de expresión, derecho este que casposos mediáticos utilizan para acusar o poner en su diana a quien la pone en práctica. Se prohíbe o castiga y aunque se supone que estábamos libres de la censura, como siempre la represión recae sobre quien esgrime verdades incómodas, y no sobre quien vive de la deformación interesada de la realidad; terrible desventaja la nuestra.

Siempre hay quien ha encontrado las formas de sortear esas injerencias e imposiciones: desde el bufón hasta el contra-arte dadá, la creatividad se bate en duelo permanente contra la apatía y la sumisión y el libre pensamiento contra el pensamiento único. No me siento con capacidad de juzgar a nadie ni nada pero pienso que cualquier forma de “actividad artística” debe ser libre y por lo tanto no concibo postrarlas a las tiranías ideológicas o comerciales que las contaminan.
Cómo dije, la música es aire que necesitamos respirar limpio y sano. Por eso es importante saber que lo que hacemos sirve, además de para hacernos “felices y divertirnos”, para buscar formas, espacios y escenas liberadas y liberadoras (dentro de un mundo opresivo) que sitúen nuestras actividades muy lejos de las facetas alienantes y lobotómicas de la música, tal y como la entienden nuestros opresores y gusta a la masa programada.
Es tiempo de incertidumbres, tiempo de riesgo, “tiempos nuevos, tiempos salvajes”. Y nuestras palabras se han convertido en amenazantes armas peligrosas para los poderes. Decía Elisa Serna: “Pobre del cantor de nuestros días que no arriesga las cuerdas por no arriesgar la vida”.

Oír con los pies, bailar con la cabeza y cantar con la conciencia

Por fortuna hoy están más vivas que nunca las iniciativas que contemplan que su creatividad no solo es la otra cara de un negocio llamado música. Grupos que intentan no ser la otra cara de la misma moneda. Muchas formaciones suman su acción creativa a una corriente no definida pero sí palpable de la disidencia sonora, creadora y formadora de conciencias rebeldes. Conscientes o no sortean a las discográficas multinacionales, a las sociedades de autor, a los precios de los conciertos y de los discos. Luchan con sus propias contradicciones y obstáculos e intentan compartir sus creaciones con el mayor número de gente posible sin sucumbir a la “comercialidad de sus trabajos”. Son grupos que mantienen un pulso con una normalidad acosadora y devoradora, que hunden sus raíces en las luchas sociales, que les dan sentido.
Sabemos cómo nos ha influenciado una letra en especial, un concierto concreto del grupo preferido del estilo que más nos gusta. ¿Creéis que eso no lo sabe nadie más que nosotras? ¡Yo digo que no! Lo saben los negociantes, fabricantes del espectáculo y la aducción de la libertad de pensamiento. También los creadores del fenómeno fan y las modas y sus manías de crear tendencias de sintética diversidad uniformadoras y deformantes. Esos que se preocupan de plusvalizar la imaginación, apropiándose y negociando con eso que llaman propiedad intelectual y derechos de autor.

… Estilos como el ska y el reggae, el hip-hop, conviven y sobreviven con cantautores que hacen blues y soul, enraizados y fundidos en la protesta social en cada ciudad, barrio o pueblo. Desde ahí se hacen aportaciones para dar sabor y ritmos a nuestras luchas y creaciones, antagonistas a las ideologías deformantes y predominantes. Es donde se cocina la evolución más los sueños; es donde emerge lo nuevo y regenerador de la imaginación humana. Algo que ingerimos todas y que cada cual digiere de manera distinta: la música.
Sí, ya sé que hay mucho aprovechado y muchas “lentejuelas que brillan demasiado”.  Sé que del ocio al negocio hay una fina línea que muchos gustan saltarse, y también sé que hay quien se deja seducir por esa aureola artificial de sentirse diferente al resto de los mortales. Pero también sé que la música es un disparador de conciencias. Un elemento generador y a veces motor de los espacios donde se libran esas “batallas que no suelen aparecer en los mapas”.
Es un frente lleno de acción en un mundo llamado a la parálisis permanente de nuestra capacidad creativa. Como decían los compas del grupo de hard-core zaragozano El Corazón del Sapo: “Nuestra creatividad es su destrucción”.

A modo de manifiesto: yo canto… ¡¡Amnistía Social ya!!

Lo que está pasando [en la Península Ibérica] con los titiriteros del grupo “Títeres desde abajo”, la persecución de cantantes como César Strawberry, de los raperos Pablo Hasél y Volk GZ o la reciente detención de l@s cantantes de La Insurgencia, no es más que la continuación de lo que padecieron Soziedad Alkoholika, Muguruza o la Polla Records y antes también Javier Krahe y su “Cuervo Ingenuo” (entre muchos más), lo que confirma que nuestros cantos son un disparo en la oreja de los cabeza cuadrada que nos vigilan y reprimen. Conste que hay muchos más episodios de represión contra grupos de los que ni se habla. Las personas que llevan a la calle la música son un ejemplo de los cientos de casos de represión no mediáticos. Insisto en esto por justicia con quienes se me quedan en el tintero.
Estos casos evidencian que los aparatos de coacción y represión también se preocupan de acallar y someter la música que se encamina por senderos de rebeldía y protesta. Y eso pasa también con los CSA y okupaciones, espacios autogestionados que son el pilar de la contracultura y la acción sin intermediación contra el capitalismo y su primera esencia, la propiedad.
Lo que vengo a plantear y a poner sobre la mesa es que estas formas de represión y los objetivos que la fundamentan, no son muy distintas a la que sufren quienes un día participaron en un piquete de huelga o defendiendo a vecin@s en un desalojo de un piso embargado. No son distintos a la represión que supone el pobrecidio que padecemos o los centros para extranjeros (CIE).

Hoy más que nunca, las personas que creemos en la faceta liberadora y antirrepresiva de la music-acción debemos mostrar solidaridad con quienes sufren persecución por cantar lo que los poderosos no quieren oír. La represión a la gente que hacemos música y cantamos, sólo es un apartado más de una labor generalizada, un rostro más de un mal con miles de caras y un “hilo teledirigido que nos atraviesa a todxs a la vez” (Las Hormigas, Donde se habla).
Desde mi punto de vista, es necesario que estos casos de represión se enmarquen en un cuadro más completo, el de un sistema autoritario que aplica en tres niveles la represión (baja, media, alta) y al que hay que añadirle otras formas: la sofisticada y sutil, casi inapreciable pero está ahí, dosificada incluso en forma de bonitas canciones. En esto no podemos mantener la ambigüedad.
La gente que usamos la música dentro de esos aspectos liberadores y transformadores, que la vivimos como nuestro instrumento comunicador social y bien común y colectivo, debemos, por una parte, hacer lo imposible para mantener nuestras expresiones libres del miedo paralizante, y por otra parte, mostrarnos solidariamente activxs con quienes padecen y sufren la represión en cualquiera de sus variantes. Esta fragmentación artificial y difícil de apreciar cuando nos reprimen la tenemos que responder con claridad; todxs estamos en el mismo saco y en el centro de la diana.

Si por lo que hacemos y decimos se nos castiga, aunque seamos musicxs y cantantes, también somos o deberíamos ser Alfon, Bódalo y Nahuel. Piñata Pandora, Gamonal, Can Vies y Banc Expropiat. Somos quienes roban comida en el supermercado o cultivan su marihuana. Somos las mujeres asesinadas por el terrorismo machista. Lxs inmigrantes y lxs manterxs. Somos lxs profesorxs y estudiantes encausados por ocupar la universidad. Los presos jóvenes de los barrios pobres.
Todxs necesitamos la libertad, menos quienes se ven amenazados por ella y alimentan la represión mirando para otro lado. Miremos de frente a nuestros opresores y señalemos su sinrazón. En nuestras canciones también anidan nuestras razones. Pongamos “la fuerza de la razón frente a la razón de la fuerza”.

¡¡AMNISTÍA SOCIAL PARA TODAS YA!!

La rebelión es mi ciencia

Quiero acabar lo escrito con una letra que siempre he tenido muy presente y que como otras canciones marcó mi rumbo como cantador no profesional. Son un extracto de las “Coplas del Payador Perseguido” de Jorge Cafrune basadas en las letras de Atahualpa Yupanqui:

“Yo vengo de muy abajo
y muy arriba no estoy,
al pobre mi canto doy
así lo paso contento,
porque estoy en mi elemento y
ahí valgo por lo que soy.

Cantor que cante a los pobres
Ni muerto se ha de callar,
pues ande vaya a parar
el canto de ese cristiano,
no ha de faltar el paisano
que lo haga resucitar.

Si alguna vuelta he cantado ante panzudos patrones,
he picaneado las razones profundas del pobrerío,
yo no traiciono a los míos por palmas ni patacones.

Si uno canta coplas de amor
de potros de domador
del cielo y las estrellas,
dicen “que cosa más bella
si canta que es un primor”,
pero si uno como Fierro por ahí se larga opinando,
el pobre se va acercando con las orejas alertas,
y el rico bicha la puerta
y se aleja reculando.

Tal vez, alguien haya rodado
Tanto como rodé yo,
pero le juro, créamelo
que vi tanta pobreza,
que yo pensé con tristeza
“Dios, por aquí y no paso”.

Nadie podrá señalarme
que canto por amargao,
si he pasado las que he pasado
quiero servir de advertencia,
el rodar no será ciencia
pero tampoco es pecado”.

Jesús Arteaga «Jipy»

Artículo publicado originalmente en el periódico Rojo y Negro # 307, Madrid, diciembre 2016. Número completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro307diciembre.qxd_.pdf

Deja un comentario