Sin duda, las elecciones del 23-J serán recordadas por muchas cosas. Fueron las elecciones más calurosas de la historia. Fueron las elecciones en las que Pedro Sánchez se paseó por todos los platós de televisión del universo, humilló a Ana Rosa y Pablo Motos, fue a ‘La Pija y la Quinqui’ a que le llamaran guapo y difundió un meme en el Día Internacional del Perro. Las elecciones del “Que te vote Txapote”. El debate a dos entre el PP y el PSOE lo ganaron Vox y Bildu. Feijóo se sacó un máster en difusión de bulos –imitando a Trump, sembró dudas sobre el voto por correo– pero, pese a ello, fue habitualmente eclipsado por Abascal, salvo a la hora de explicar, sin mucho éxito, su relación con el narco Marcial Dorado. Yolanda Díaz rebajó el ya de por sí diluido discurso de la izquierda institucional y, por si fuera poco, abogó por un “feminismo conciliador” –quizás estaría bien que alguien le recuerde que, si no es incómodo, no es feminismo–. Pero, probablemente, por lo que más serán recordadas estas elecciones se deberá a la guerra de las lonas del odio.
El 23 de julio son las elecciones al parlamento español. Frente a la amenaza de un gobierno del PP con el apoyo de la ultraderecha de Vox, la izquierda ha hecho un llamamiento a la responsabilidad para acudir masivamente a las urnas. Y tú, votante con dudas o abstencionista activo, ¿qué harás el domingo? ¿No serás también un negacionista de la democracia?
Que nuestra vía no sea explorar el camino institucional lo tenemos bien claro. Ya hemos afirmado otras ocasiones como medio alternativo que nos parece una vía completamente estéril e, incluso, contraproducente para una verdadera transformación social y política. No estamos ante nada nuevo, siempre sucede la apertura de nuevos ciclos reformistas en los regímenes bajo el capitalismo, para introducirnos en la rueda del electoralismo con perversas amenazas sobre la llegada de algo peor: el fascismo. Siempre alertando con las orejas del lobo, en un discurso reactivo completamente a contrapié, y que determina que no haya posibilidad de tejer alternativas y una agenda propia desde los movimientos sociales.
El capitalismo deforma y maltrata nuestra psique violentándonos y sometiendo nuestras mentes. Cada vez con más frecuencia en nuestros ambientes sociales nos percatamos de la realidad del suicidio de amigas y compañeras. Una realidad en la que vislumbramos hilos conductores vinculados entre sí por los que, al menos la juventud, opta por quitarse la vida como una salida aceptable. Es decir, claro que siempre existen motivaciones personales y que tienen que ver con situaciones particulares, pero incluso en ese sentido se pueden establecer rasgos estructurales y de dinámica social. La juventud estamos viendo ante nosotras cómo estamos inmersos en una grave crisis cultural y social a nivel global, la cultura occidental depredadora en total decadencia y sin alternativas ni futuro, no como una cuestión particularizada.
Todos los veranos escribimos en estas páginas acerca de la campaña anti-okupación(1) que, con periodicidad anual, se da tanto en los medios como en los debates parlamentarios. Una alarma social generada por políticos que buscan arañar votos y por empresas de seguridad privada que esperan hacer caja del miedo. Sin embargo, este año la campaña de intoxicación mediática se adelantó al mes de abril. No fue consecuencia del cambio climático – aunque fue el mes de abril más caluroso de la historia de España y Portugal y el cuarto más cálido jamás registrado a nivel mundial – sino de las elecciones autonómicas y municipales que tuvieron lugar el 28 de mayo. “Las personas que okupan se ha convertido en el enemigo público interno que siempre ha necesitado el poder y donde el cuarto poder, los medios de comunicación —con la ayuda de empresarios oportunistas y grupos de extrema derecha—, han hecho gala de la teoría de la agenda setting, a base de noticias sesgadas, manipuladas y fake news, con el objetivo de sembrar el terror entre el vecindario y ganar adeptos, votos o dinero, según el caso”, explicaba Laura Solves en El Salto el 11 de mayo.
En el número anterior, comenzamos nuestra entrevista al sociólogo jurídico Daniel Jiménez Franco (@unenormecampo en Twitter) preguntándole por el origen y la finalidad de las prisiones en el sistema capitalista. Este mes dejamos de lado la cuestión carcelaria para preguntarle por otros temas sobre los que ha escrito en diversos artículos y libros a lo largo de los últimos años: la transformación de su ciudad (Zaragoza) y el deterioro de los servicios públicos, la represión a activistas y personas migrantes y la denuncia de la tortura o violencia institucional. Todos sus escritos los podemos encontrar en Un Enorme Campo.
En una asamblea de este periódico del mes de abril, alguien comenta: “Pues en mayo tenemos elecciones, algo habrá que escribir”.
La respuesta es unánime: «¿Otra vez? Si ya hemos escrito mil veces”
Después de la asamblea, un compañero envía un texto visto por twitter que anima el debate: “Sigo pensando que una conclusión valiente a esta década de experimentos políticos que nos ha tocado vivir es reconocer que “NO se pudo”. O más concretamente, que la política institucional es un camino que sin movimientos sociales y sindicatos independientes, es estéril”.
En tan solo ocho días, Grecia vivió, durante la primera quincena del pasado mes de marzo, dos huelgas generales. ¿El motivo? El martes 28 de febrero dos trenes chocaron en Tempe, provocando 57 muertes. Se trata de la mayor tragedia ferroviaria de la historia del país y ha puesto de relieve el precario estado de los servicios públicos helenos. Pese a que el Gobierno conservador de Kyriakos Mitsotakis (de Nueva Democracia) achaca la causa a “patologías crónicas”, los sindicatos del país aseguran que el deterioro se debe a más de una década de políticas de austeridad.
Se cumplen doce años desde que un pequeño pueblo de catorce mil habitantes y su comunidad indígena organizaran un grito de rabia en la meseta michoacana, México. El 15 de abril de 2011 pusieron fin a la violencia estatal, a las extorsiones, los secuestros, las violaciones y asesinatos. Y es que ya desde comienzos del siglo XXI, el pueblo indígena purépecha de ese territorio, tuvo que hacer frente al narcotráfico que comenzaba a controlar y dominar completamente la región, abriéndose un conflicto social con terribles consecuencias para el municipio de Cherán. Sometidos a una situación descontrolada de continuada extorsión, estos grupos narcotraficantes actuaban con la connivencia de las propias autoridades mexicanas.
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