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La otra ley del número

Hace 122 años, en 1899, Ricardo Mella publicaba en Vigo el folleto La ley del número, uno de los textos más importantes y divulgados de la obra del anarquista gallego que, fundamentalmente, ataca los puntos de flotación del sistema parlamentario y reivindica un sistema de gobernanza federalista donde las mayorías no impongan sus criterios de manera aplastante.

Desde mucho antes de esa fecha, quizá incluso desde la conformación de las primeras organizaciones gremiales y obreras que pelearon por mejorar la condición de la clase trabajadora desde los inicios del capitalismo, siempre ha existido una tensión entre las distintas maneras de entender el movimiento popular que también ha tenido su corolario en la sociología organizativa del obrerismo. Por un lado, siempre hemos encontrado valedores de las organizaciones de base amplia, numéricamente potentes, con mucha capacidad de atracción para sectores dispares de la clase trabajadora y gran potencial de influencia y transformación social. Por otro lado, esta mirada siempre ha sido contestada por apuestas que han privilegiado la organización en torno a grupos pequeños de gente, teóricamente muy capacitados, con militancias muy cercanas a lo que hoy en día se conoce como activismo y con poco interés por sumar gentes diversas a sus proyectos políticos.

En el ámbito del movimiento libertario ambas visiones han convivido históricamente y, de hecho, algunos de los modelos de organización social del anarquismo han partido de análisis que han tenido muy en cuenta el potencial organizativo del movimiento libertario en un momento determinado y un territorio concreto. Solo hay que pensar en el contexto político del que parte el anarcosindicalismo francés a finales del siglo XIX para entender la forma en que un sector del anarquismo galo reaccionó ante el agotamiento de un ciclo movilizatorio, el de la propaganda por el hecho, que ya no daba para más y se había demostrado incapaz de movilizar a grandes masas de trabajadores.

A día de hoy, las organizaciones libertarias, también aquellas que están insertas en el movimiento obrero, están atravesadas por esos mismos debates y, en buena manera, sus diferencias vienen de las distintas formas de entender la sociología deseable de la organización obrera. De hecho, en el terreno del sindicalismo revolucionario estamos viendo como, aun de manera silenciosa, parte de las organizaciones que se reclaman como anarcosindicalistas están viviendo un notable proceso de rearme que está teniendo como primera consecuencia su mayor presencia y capacidad de influencia en determinados sectores laborales, algunos de ellos muy precarizados y machacados por el capitalismo, todavía más desrregulado, posterior a la crisis de 2008.

No cabe duda de que, a pesar del ruido mediático que generan determinados procesos internos vividos recientemente en el conjunto de todas estas organizaciones, hoy en día estamos viendo como organizaciones como Solidaridad Obrera, CGT y CNT no paran de crecer en algunos territorios y sectores laborales concretos. Esto se produce, además, en un contexto en el que la imagen pública de los sindicatos se ha degradado terriblemente y la pérdida de influencia de los grandes sindicatos es evidente. Este aumento numérico, que ha provocado que CNT haya duplicado su afiliación en los últimos diez años o que CGT haya ganado un importantísimo tejido de secciones y sindicatos en todo el conjunto de Cataluña, ha venido acompañado también de una ampliación, renovación, feminización y aumento de capacitación de sus cuadros militantes, lo que ha favorecido el aumento de su capacidad de organización sindical y su mayor capacidad de visibilización e influencia en determinados sectores laborales, pero también sociales.

Por otro lado, este proceso de crecimiento numérico se ha visto acompañado a su vez de la proliferación de numerosas alternativas de organización social de carácter barrial y territorial, los llamados sindicatos de barrio, que por un lado han venido a fortalecer el músculo organizativo de sectores sociales generalmente desamparados por los grandes sindicatos y, por otro, han contribuido a dignificar y poner en valor el sindicato como propuesta de organización de organización válida para el siglo XXI. Este rearme coincide al mismo tiempo con un contexto internacional en el que un nuevo ciclo de luchas parece abrirse paso, incluso en los Estados Unidos, haciendo frente a los procesos de reajuste del capitalismo que están destruyendo la vida en el planeta.

Finalmente, todo este proceso de rearme sindical, que ha posibilitado, por ejemplo, la consolidación de CGT como alternativa de organización sindical en Cataluña o la multiplicación de la conflictividad sindical provocada por la CNT, está provocando amplias transformaciones en la manera de enfrentar las luchas comunes de los de abajo. Por un lado, el empuje del sindicalismo feminista y la proliferación de sindicatos de base amplia que operan en sectores ultraprecarizados, ha favorecido el establecimiento de alianzas entre sectores muy diversos de la clase trabajadora. Esta convergencia, planteada en algunas ocasiones bajo el paraguas de la interseccionalidad de las luchas, está favoreciendo que la acción social de las organizaciones obreras se oriente hacia sectores donde el sindicalismo vertical no llega, lo que está contribuyendo a la autoorganización de capas cada vez más amplias de la población obrera.

Dicho esto, parece claro que en buena medida se ha roto con una inercia organizativa que, volviendo al principio, estaba favoreciendo la aparición de un modelo de sindicalismo revolucionario vacío de contenido y de sentido, ya que no tiene amplias masas de trabajadores y trabajadoras detrás. En ese sentido, cabe preguntarse hasta qué punto podemos hablar de sindicatos cuando, más allá de sus estructuras burocráticas y autorreferenciales, no pasan del puñado de afiliados, carecen de influencia en las empresas y ni siquiera mantienen una actividad sindical que salte del conflicto puntual de alguno de sus militantes. Qué sentido tiene, seguimos, hacer brindis al sol pidiendo, por ejemplo, la convocatoria de una huelga general indefinida y revolucionaria, si se ha renunciado a trabajar seriamente en el frente laboral y nuestra actividad solo se hace de cara a los cuatro militantes convencidos o a través de redes sociales (donde además solo se critica a las organizaciones cercanas). Qué sentido tiene mantener una estructura organizativa, pesada y burocrática, que apenas si federa gente y que, para más inri, se vende como un logro. Que cada uno haga sus cábalas…

En un contexto tan duro como el actual, cuando los sectores más reaccionarios de la sociedad están ganando fuerza y el capitalismo está robando nuestras vidas de mil maneras distintas, necesitamos organizaciones obreras que estén a la altura de las circunstancias, agrupando en su seno a sectores cada vez más amplios y diversos de la clase obrera, favoreciendo la autoorganización en los sectores más precarizados y plantando cara a la dictadura empresarial que nos machaca en nuestro día a día. Eso solo lo conseguiremos con organizaciones fuertes, que trabajen de manera estratégica y colaborando entre sí donde se pueda, poniéndose al servicio de los trabajadores y trabajadoras y mirando de cara a sus problemas, ofreciendo alternativas y dejando atrás los lemas vacíos, los discursos autorreferenciales y el identitarismo a ultranza. Y lo necesitamos ya.

Trabajador anarcosindicalista

Tomado de: https://portaloaca.com/opinion/15712-la-otra-ley-del-numero.html

Qatar, Messi y el terrorismo islámico

El semanario francés Charlie Hebdo, una vez más, nos ha abierto el camino de la lucidez a través del siempre agradecible humor satírico; con doble mérito, dado el tema, si ellos mismos fueron víctimas de los fanáticos violentos religiosos. A propósito de la llegada al poder en Afganistán de los repulsivos talibanes, la publicación gala nos obsequia con una imagen, acompañada de la leyenda «Talibanes. Es peor de lo que pensaba», en la que puede verse a mujeres afganas con burka y, en la espalda, con el número y nombre del astro futbolístico Lionel Messi. Los profanos en enajenantes cuestiones balompédicas, como es mi caso, requieren tal vez una explicación y, por supuesto, os la voy a dar. El fenómeno argentino ha fichado recientemente por el club galo Paris Saint Germain (en adelante, PSG), cuyo dueño es desde 2011 el multimillonario qatarí Nasser Al-Khelïfi, cuya fortuna creo que adquiere proporciones tan astronómicas como la del propio Messi. Lo que nos expone lúcidamente Charlie Hebdo es un argumento que se sostiene desde hace muchos años y es que Qatar, mediante dinero y armas, financia el terrorismo islámico a veces concretado en forma de regímenes.

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¡Abramos las cancelas! Brigadas de observación feministas en las huertas andaluzas

En el verano de 2018 ocupaba varias portadas de medios de comunicación la denuncia de nueve temporeras marroquíes de los campos de la fresa en Huelva, que no solamente denunciaban contratos laborales abusivos, sino también condiciones de vida inhumanas: amenazas, castigos e incluso abusos sexuales. Desde el principio se divisaba que esto era nada más que la punta de un iceberg bien anclado en un océano de desigualdades y la violación flagrante de derechos humanos. Una realidad que formaba parte de toda una estructura de explotación laboral con una determinante impronta del papel del patriarcado.

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Negras tormentas

Negras tormentas agitan los aires… decía la mítica canción, y en efecto así fue. Una pesada chapa de plomo y de dolor se abatió sobre todo el país para sofocar la utopía que había animado al pueblo a tomar la calle y a levantar barricadas contra la barbarie. La distopía, el negro futuro que se vislumbraba en aquella canción, no tenía porque ser muy detallada ni dibujada con gran precisión, su sentido se manifestaba escueta y brutalmente en el infame grito atribuido, con razón o sin ella, a Millán Astray ¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!

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Las distopías y el futuro*

Más allá de ser un tema de ciencia ficción y un genero literario, las distopías nos alertan del riesgo de un futuro configurado por sociedades totalitarias autocráticas. Así pues no es de extrañar que la gestión autocrática de la pandemia COVID-19 haya reactualizado ese riesgo y que los textos distópicos sean de tanta actualidad como profilaxis para evitarlo. No solo porque el futuro es nuestra mayor preocupación cuando lo que vivimos no nos place o nos angustia -como es el caso hoy en el aspecto sanitario, económico y relacional- sino también porque nuestra sensación de impotencia, para cambiar el rumbo de la historia, nos empuja inconscientemente a confiar en el potencial profiláctico de tales textos para cambiarlo. Y ello a pesar de ser conscientes de la imposibilidad de revertir el sentido del tiempo y de que nada permite saber con absoluta certeza lo que el futuro será. Pues, efectivamente, a pesar de no saber si las tensiones políticas y sociales provocadas por la pandemia COVID-19 y el cambio de la sociedad industrial a la digital serán para bien o mal, el hecho es que este desastroso presente nos hace temer -tanto en el plan económico como en el político, social y cultural- un futuro peor.

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Cuba: la economía cambia, el Estado autoritario sigue…

En respuesta a las últimas manifestaciones pacíficas de disidencia de finales de 2020 y de comienzos de 2021, el régimen ha anunciado la ampliación de la normativa sobre medidas de seguridad, prohibiendo las concentraciones en los barrios habaneros donde habitualmente vive y trabaja la poderosa élite cubana: las zonas de ministerios de Estado y edificios gubernamentales, así como de tiendas para turistas.

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Capitalismo, progreso y hambre

Los liberales, los más «puros» al menos, esos que aseguran que poco tienen que ver sus propuestas con el sistema globalizado que sufrimos, aseguran que la solución para la pobreza es que haya más y más riqueza (y, claro, ricos para que las migajas lleguen a otros). Hasta asegura tal cosa un (ex)ácrata como el inefable Antonio Escohotado, que dedica tres volúmenes, creo que más a meterse con el comunismo (estatalista; terrible, claro), que a defender el comercio y el liberalismo. El caso es que esta gente, que en última o primera instancia defiende y apuntala el estado de las cosas, y asegura que la humanidad avanza en línea recta hacia el progreso, son incapaces de explicar cómo es posible que ya avanzado el siglo XXI siga habiendo, según los datos más optimistas, cerca de 1.000 millones de personas que padecen hambre en el mundo. No estoy hablando de necesidad de algún tipo, que también se da en todos los grados posibles, me refiero a Hambre con mayúsculas. No, no hay progreso líneal, los datos oscilan de un año a otro, hacia arriba o, lamentablemente, hacia abajo. Y no tenemos en cuenta la terrible pandemia que afrontamos en la actualidad, y que como toda crisis afecta fundamentalmente a los más humildes dentre de sociedades dividades dramáticamente en clases (que es lo mismo que decir, señores «liberales», adalides de la sacra «propiedad privada», gente que tiene y gente que no tiene).

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Corrupción

El titulo alude, no a la corrupción moral, que ahí entramos ya en otro terreno no menos interesante, sino a la corrupción en la que pensamos todo inmediatamente al oír la palabreja. Se dice que la corrupción es un mal que afecta especialmente a las democracias, sin embargo, aunque se supone que en regímenes menos autoritarios hay mayor transparencia, yo trataría de enfocarlo como un problema de poder puro y duro. Sea democrático, o no, que parece que porque lo sea es menos perverso. En primer lugar, los poderosos ya tienen una vida de puta madre sin mucha necesidad de saltarse una ley hecha a su gusto, por lo que tiene que haber alguna explicación psicológica, que seguramente nos hará avergonzarnos de pertenecer a la especie humana, para que que quieran más y más. Por otra parte, cosas que hoy están mal vistas, aunque se sigan practicando de una u otra manera, que son las regalías a los que forman parte de una administración, no hace tanto era algo más que habitual. Yendo un paso más allá, creo que donde las cifras ya aterran es en las corruptelas producidas en la adjudicación de contratos de todo tipo, que creo que ha afectado a todos los partidos políticos que han acariciado poder. Si, en primer lugar, el problema radica en una sociedad jerquizada, hay que tener en cuenta la cantidad de asesores y picapleitos que los poderosos pueden pagarse para no ser pillados. A eso le unimos una justicia, en la que presumiremos que la mayoría de las personas no son corruptas, que tal vez es mucho presumir, de una lentitud exasperante. Va a ser entonces, digo yo, el sistema, que tiende a la corrupción y protege a los corruptos.

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Por la igualdad entre las generaciones

«Envejezco, luego vivo. He envejecido, luego existo».
Marc Augé 

¿Quién de nosotros no fue anarquista a los veinte años?, un abogado le dijo una vez a un juez para justificar la intemperancia de un joven al que asistía. El cliché, rastreable en el recetario internacional de lugares comunes de la cocina conservadora («anarquistas a los veinte, reformistas a los treinta, conservadores a los 40», se dijo en Francia), en realidad nos permite reflexionar sobre lo que el propio argumento quisiera negar: ya que hay muchos jóvenes anarquistas, pero también muchos anarquistas ancianos (es decir, convencionalmente mayores de 65 años), todos, a su manera, comprometidos desde hace mucho tiempo por cultivar la utopía y transmitirla en la sociedad, no hace falta decir que la edad es secundaria. a la cultural, conductual, práctica, la de vivir activamente la propia existencia, más allá de la edad, persiguiendo el sueño de un futuro mejor, incluso cuando, para los que están más avanzados en años, este futuro no será el propio. Lo que cuenta no es la edad, sino la forma en que se ha decidido afrontar la vida, incluido el horizonte utópico hacia el que son innatas las elecciones fundamentales.

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La mezquindad del capitalismo

La pandemia, que como su nombre indica afecta a países pobres y ricos, muestra en toda su evidencia la mezquindad del sistema económico en que vivimos. Los precios de las vacunas se disparan, en esa entelequia que llaman «mercado libre», y por supuesto, las regiones más desfavorecidas se quedan fuera del reparto. Las multinacionales farmacéuticas priman sus beneficios por delante de las innumerables vidas que se está llevando el maldito virus con el intolerable retraso en la aplicación de las vacunas. Y, de entrada, ni siquiera es cierto que estas grandes empresas hayan invertido su dinero y su esfuerzo en encontrar las soluciones a la pandemia, ya que todo el mundo sabe que beben, como los que más, del llamado capital público proveniente de los Estados y de la llamada Unión Europea. Capitalismo subvencionado, poder político y poder económico bien entrelazados. Uno de los aspectos de la situación es dejar en evidencia la falsedad de las premisas ideológicas e ideales del liberalismo (o neoliberalismo, no sé muy bien la diferencia): la mano invisible, que dijo el clásico, de un mercado «libre»; iniciativa privada, que es iniciativa de los que más medios tienen; creación de riqueza de los poderosos, para que caigan las migajas a los desposeídos; supuesta desregulación, que es más bien apuntalamiento por parte de los Estados al capitalismo; esa mistificación en la práctica social que denominan meritocracia

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