Archivo de la etiqueta: Transición española

El inverecundo Felipe González y el neoliberalismo

Recientemente, el inicuo expresidente de este bendito país, Felipe González, hizo las siguientes declaraciones: «El neoliberalismo ha sido una deformación que ha generado mucha desigualdad en la redistribución del ingreso». ¿Se puede ser más caradura? A propósito de esto, conviene recordar lo que es la historia reciente de este indescriptible país, por un lado, así como por otro la del propio liberalismo (no especialmente fácil de trazar). Sobre esta última, resulta especialmente irritante que los «liberales» patrios rechacen el uso del prefijo ‘neo’ ya que, claro, pretenden trazar una historia del liberalismo desde los clásicos, como Locke y Adam Smith, pasando por Hayek y llegando hasta lo que ellos digan. Como se supone que los que sostienen este discurso no son abiertamente idiotas, hay que deducir que hablamos de simples canallas, con poca o ninguna vergüenza, que sencillamente quieren justificar un capitalismo sin barreras, que sume a gran parte de la población en la indigencia. No daremos nombres, de momento, aunque uno de ellos es un prestigioso literato de dudosa ética personal. Sobre la historia del liberalismo, en el polo opuesto, hay quien se ha esforzado en señalar que el origen de esta filosofía se encuentra principalmente, no en el individualismo y en el lucro personal, sino en la búsqueda de la tolerancia, la pluralidad e, incluso, lo que haría torcer el gesto a ciertos liberales, en la virtud y el sentido comunitario.

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Una foto, una pequeña historia (Transición, mitin PCE, expulsión del mitin por no callar)

¿Quién podía imaginar que iba a llegar a mis manos una fotografía de la llamada «Transición Democrática» en la que pude encontrarme sin demasiadas dificultades?

Os sitúo:

Se trata de la Plaza de Toros de Zaragoza llena a rebosar  en la celebración del primer gran mitin del Partido Comunista de España (PCE). En él participaba el mítico Santiago Carrillo y otras personas que no recuerdo y que poco importan para explicaros esta  historia pequeña.

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Dislates históricos

En un reciente evento, con el ya inquietante nombre de «Concordia, Constitución y Patriotismo» y moderado nada menos que por el bodoque líder del Partido Popular, un fulano exministro en este inefable país afirmó que la Guerra Civil fue «el fracaso de todos los españoles» y llegó a decir que si hay un responsable de la sangrienta confrontación fue el régimen republicano. No contento con eso, continuó diciendo que no hubo en el 36 ningún golpe de Estado y que se joda la plana mayor de historiadores. El nombre al que respondé el autor de semejantes aseveraciones es Ignacio Camuñas, un tipo que tuvo un papel destacado durante el fraude que supuso la Transición española, que perteneció a la inefable Unión de Centro Democrático, que ya he dicho que fue ministro de no sé qué leches y que, atentos, fue también uno de los fundadores de la ultrareaccionaria fuerza Vox. Desconozco si este Camuñas es también un respetado y riguroso historiador como para afirmar de un modo tajante, histriónico diría yo, dirigido a un público preescolar, esos dislates a los que no tiene acostumbrados la derecha de este bendito país. Habitualmente, la cosa se elude o se suaviza aludiendo al conflicto como una guerra entre hermanos, como «algo que no debería volver a suceder», como que «perdieron todos los españoles», pero de vez en cuando nuestra inefable diestra se quita la careta y se le ve el plumero: la culpa fue de la izquierda.

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Guerras civiles (y sociales)

Recientemente, ha habido varios episodios, en este indescriptible país llamado España, que bien merecen ser comentados, aunque no dejen de ser más de lo mismo. Uno de ellos lo protagonizó el líder de la muy repulsiva diestra hispana, el inefable Pablo Casado, que soltó en el Congreso nada menos que «la Guerra civil fue el enfrentamiento entre quienes quería la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia». Las irritantes y disparatadas ocurrencias de unos conservadores que poco o nada tienen de auténticos liberales. Por supuesto, la obvia estrategia de Casado pasa por, una vez más, apelar a esa supuesta reconciliación entre españoles que supuso la muy fraudulenta Transición a una democracia, que al parecer sirve para que dialoguemos pacíficamente sin que asome la sombra de la España cainita. Por supuesto, mejor aludir a un enfrentamiento abstracto entre dos Españas, que a la lucha de clases pura y dura dentro de un país atrasado, cuyo colofón fue el golpe de Estado de los generales facciosos en nombre de una forma de fascismo, pero también de la tradición más casposa y de la defensa de las clases privilegiadas. La derrota de la dignidad y la victoria fascista tuvo como consecuencia cuatro décadas de dictadura férrea, que pasó por varias etapas, desde el totalitarismo con brazo en alto hasta, sin abandonar en absoluto los tintes autoritarios, una liberalización económica que supuso la falsa prosperidad económica en nombre del capitalismo.

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Del 23-F y demás relatos fantásticos

Hoy, hace justo cuatro décadas del intento de golpe de Estado en este indescriptible país. Desde temprana edad, nos adoctrinaron para la construcción de un relato, el de la llamada Transición, según el cual el gran héroe de evitar la involución fue el hoy delincuente huido Juan Carlos de Borbón. Ya entrados los 90, cuando los inefables documentales perpetrados por Victoria Prego, adecuadamente extendidos a nivel mediático, uno empezó a entrar en razón. El fallido intento golpista de febrero de 1981 vendría a ser la continuidad en la novela rosa que nos han vendido sobre la llegada de la democracia, que tendría su colofón con la victoria del Psoe en 1982. Un partido supuestamente progresista, que apaciguaría a las masas ante el cúmulo de medidas catastróficamente ‘modernizadoras» que se avecinaban. Desde aquello de Tejero, el 23-F es casi un día litúrgico en este bendito país (y el símil religioso no es gratuito), una consolidación reiterada año tras año de una institución anacrónica como es la monarquía. En los años posteriores a la muerte del genocida dictador, la monarquía no gozaba de una gran popularidad, pero desde el momento en que el campechano (supuestamente) decidió no secundar a los militares golpistas, el destino de este inenarrable país quedó unido a su figura.

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Reconversiones

Recomiendo fervorosamente la visión de «El año del descubrimiento», sorprendente documental dirigido por Luis López Carrasco, que nos recuerda los efectos de la reconversión industrial, en este caso, en la región de Cartagena a principios de los 90. La falta de memoria histórica en este indescriptible país es notable y, si hay quien no se acuerda de lo que ocurrió con la victoria fascista hace más de 80 años, como para pedirles que rememoren lo que hicieron los llamados gobiernos socialistas encabezados por ese añorado estadista que fue Felipe González. Precisamente, la tremebunda crisis sanitaria que estamos sufriendo en la actualidad, con la escasez de material para afrontar la pandemia, ha evidenciado la debilidad de la industria en este inenarrable país. Hagamos un poco de memoria. Fue después de la conocida hilarantemente como Transición democrática, tras la vistoria del PSOE en 1982, cuando se empezó a gestar el desmantelamiento del tejido industrial de este bendito país. Si en los años 60, gracias en gran medida a la falta de libertades y al control de los trabajadores y sus salarios, se vivía en la dictadura cierto desarrollo económico e industrial, la cosa iba a empezar a cambiar tras la muerte del dictador en 1975.

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Golpes de Estado

Dicen que lo que ocurrió, hace unos días, en el Capitolio de Estados Unidos fue un intento de golpe de Estado. No hace falta aclarar, para toda mente bien oxigenada, que ni por asomo. Cuando eso se produzca de verdad, intervendrá a la fuerza el Ejército y, seguro, esa cosa que da tanto miedo en USA que llaman la Guardia Nacional. En España sí que sabemos mucho de pronunciamientos militares y golpes de Estado exitosos. Aunque de momento todo está «atado y bien atado» en la llamada Monarquía constitucional, tal y como padecemos últimamente, con el auge de grupos específicos de ultraderecha, con militares diciendo lo que piensan de toda la vida y con crisis de todo tipo, la situación se las trae. No es nada nuevo en este país, desde esa farsa que llamaron Transición, pero sencillamente la mierda está saliendo abiertamente a flote. Todo este ruido de sables, comenzó mediáticamente con la publicación de un chat, en el que un general de división aseguró querer fusilar (de nuevo) a millones de españoles, así como el posterior envío de cartas al rey pidiendo un nuevo pronunciamiento para poner en orden el país.

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Felipistas

No, no me refiero con el título de esta columna a los seguidores del borbón actual en el trono, al que se presume más que deseoso de hacer un nuevo lavado de rostro a la obsoleta y corrupta institución. Hablo del antiguo presidente del gobierno, en este inefable país, durante nada menos que cuatro legislaturas. Este fulano estaba al frente un partido que se decía de izquierdas, pero como cantaba el gran Javier Krahe, ni socialista, ni obrero, ni (aun) español. Como todavía me sorprende la tendencia a la idolatría del género humano, que a mí me gusta más denominar papanatismo, mucha gente, progre e incluso ilustrada, afirmaba sentir poco menos que fervor por el que sería señalado por muchos como el señor X en la guerra sucia contra ETA. Hace no tanto, todavía se le nombraba como ejemplo de gobernante alternativo a la inicua derecha política. Conteníamos la carcajada, o el sollozo, al escuchar esto último, al mismo tiempo que nos preguntábamos si lo de este indescriptible país es solo falta de memoría o algún deterioro cognitivo aún más grave. Hoy, puede escucharse a parte de esos apasionados seguidores lamentarse de la figura actual de expresidente y de sus declaraciones en perfecta consonancia con la derecha más rancia. No, no es algo achacable a la senectud, ya que el conocido antaño como Isidoro se encuentra, estoy seguro, en perfectas condiciones mentales. Perversas condiciones, por supuesto, pero sin deterioro biológico alguno.

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El discurso

Lo del discurso del jefe de Estado, léase, claro, el rey, la noche del 24 de diciembre es algo que empieza a parecer un nuevo episodio de alguna ya reiterativa serie de muertos vivientes. El programa estelar se completa, un rato después, con la inevitable aparición en la misma televisión pública del cantante ultraconservador Raphael, aunque este al menos tiene buena voz. No es que me importe lo más mínimo lo que pueda decir el monarca, pero uno tiene que aguantar el chaparrón de caspa y patetismo si quiere rellenar estas líneas con algún análisis político. No obstante, quizá lo más penoso y deplorable sea escuchar a algunos críticos biempensantes lamentarse de que Felipe VI no condenara abiertamente los escándalos de su padre Juan Carlos y solo pasara de puntillas por el tema cuando aludió a unos supuestos «principios éticos» inherentes a la corona, «a pesar de las circunstancias». Sí, las palabras son indignantes, un insulto al común de los mortales que habita este indescriptible país llamado España. Pero, ¿alguien podía esperar otra cosa de una institución inicua y añeja? Es más, ¿ha soltado alguna vez un monarca un discurso, con esa voz de los borbones siempre meliflua y monocorde, que no sea mera retórica vacía?

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¡Viva la estulticia!

A estas alturas, supongo que mucha gente se habrá echado unas risas con el difundido vídeo de multitud de personajes esperpénticos clamando ¡Viva el rey! No puede ser de otro modo, especialmente, cuando ves a alguien como Toni Cantó, trepa descarado donde los haya, vociferar a los cuatro vientos, puño en alto, que las loas al monarca es «lo auténticamente progresista y revolucionario». Es muy posible que se trate de un trabajo humorístico encubierto, sobre todo cuando comprobamos que la iniciativa parte de una plataforma, o algo así, llamada Libres e iguales. Es decir, un grupito que afirma estar a favor de la igualdad de los seres humanos, concepto inequívocamente unido a la noción de libertad, tal y como han concretado de toda la vida los anarquistas, se muestra a favor de un sistema que demuestra, de forma más explícita que cualquier otro, que el privilegio existe y de qué manera. ¡Cosas de este indescriptible país llamado España! Otro gran momento hilarante, en forma de oxímoron, es cuando otro de estos ‘intelectuales’ surgidos de averno asegura que, porque cree en el republicanismo de verdad, grita ¡Viva el rey! No, no creo que el fulano se muestre sutilmente irónico y quiera significar algo tan cierto como que la forma del Estado, sea república o monarquía, esconde formas de opresión política. A pesar del involuntario tono jococo del asunto, yo, que he tenido la santa paciencia de ver y escuchar los 14 minutos (y un segundo) del inenarrable «trabajo» audiovisual, no he podido evitar que se me congele la risa entre los dientes. Seguir leyendo ¡Viva la estulticia!