Hace ya una década de aquel 15 de mayo, en el que una manifestación convocada por algo llamado Democracia Real Ya, desembocó en todo un movimiento de rebeldía contra el sistema. No soy nada amigo de elevar a los altares según qué eventos, aunque he de reconocer que aquello entusiasmó y todavía hoy ando en contacto con la madrileña Asamblea de Carabanchel, ya que lo que fueron ocupaciones y campamentos de protestas evolucionó, como no podía ser de otra manera, en la descentralización por barrios de las grandes ciudades. A menudo, y no solo por parte de los más reaccionarios, se considera que la inefable organización política Podemos fue la consecuencia electoralista de aquel movimiento, lo cual hace por supuesto que se nos lleven los demonios a los más ácratas. Pero, ¿qué supuso en realidad del 15M? Hay que decir, por supuesto, que los acontecimientos de aspiración transformadora no surgen de la nada. Por un lado, infinidad de movimientos sociales, a pesar del conformismo de gran parte de la población y de la ignorancia por parte de los medios, llevan trabajando durante años con el espíritu, claramente libertario, que inspiró al llamado 15M.
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El régimen marroquí y el pueblo saharahui
En noviembre del pasado año, el Estado marroquí rompió un alto el fuego con el Frente Polisario, de casi tres décadas, y desde entonces los conflictos se han sucedido sin que tengamos noticias en la mayoría de los medios. Para mayor vergüenza, el gobierno español, supuesta coalición de «progreso», y la comunidad internacional han mirado hacia otro lado mientras Marruecos ha violado continuamente los derechos humanos en una escalada represiva. Para quien no lo sepa, la ONU sigue considerando que España es la administradora del Sahara Occidental. Casi medio siglo ha pasado desde que a la agonizante dictadura franquista parecía sobrarle la colonia, en una mezquina e hipócrita estrategia, y la llamada Marcha Verde dos años después impuso la soberanía de Marruecos sobre el territorio. El papel de la administración franquista tuvo un doble juego, por un lado afirmó comprometerse con la autodeterminación saharahui, con la supuesta convocatoria de un referéndum, y por otro inició conversaciones secretas con Rabat para acordar la estrategia que culminó en la conquista marroquí de la región. La estrategia del Estado español, ya con el infame Juan Carlos I como sustituto de Franco, supuso no entrar en un conflicto con Marruecos.
Seguir leyendo El régimen marroquí y el pueblo saharahuiCocina para impostores (de izquierda)
Cuando en el siglo XIX los burgueses revolucionarios, partidarios de la democracia liberal, hablaban del derecho al voto, tenían miedo de concederlo a la clase trabajadora con este pensamiento racional:
«Si damos el voto a los pobres, elegirán a sus representantes, lograrán mayorías parlamentarias, legislarán a su favor, y acabarán con nuestro modo de vida libre, culto y refinado». Lo que pasa es que con el asunto de «elegir al que manda», no se siguen criterios de racionalidad filosófica, si no de sentimientos, emociones, miedos, sumisiones… La burguesía poco a poco se dio cuenta de que los trabajadores siempre votaban por sus amos, y que si votaban por trabajadores dejaban inmediato de serlo, y de este modo los parlamentos siempre beneficiaban una legislación acorde con los deseos… De los ricos.
Batacazo electoral
Anda la izquierda parlamentaria llorando por las esquinas tras el batacazo de las recientes elecciones en Madrid en las que la inefable Díaz Ayuso, literalmente, arrasó en las urnas. Vaya por delante que al que suscribe también le sorprende notablemente, primero, que la gente vaya a votar masivamente para elegir a los que mandan, y segundo, que lo hagan a una derecha tan repulsiva como la de este indescriptible país. Esto último, seguramente, parte de algún prejuicio y es posible que de una visión algo maniquea de la realidad política. De acuerdo, puedo admitirlo. No obstante, a la que le falta sobremanera el menor atisbo de intención autocrítca es a esa izquierda parlamentaria que se encuentra despotricando lamentándose de que los ciudadanos no tengan una conciencia despojada de distorsiones para elegir como mandatarios a los que van a acabar con las injusticias. Sí, es ironía. Así, los medios se han llenado de declaraciones en las que se alude, de manera directa o indirecta, a lo tontos que son los obreros de reducidos salarios que votan a la derecha, a lo muy alienado que está el personal, a su conciencia distorsionada y/o a que el concepto de libertad de la gente consiste en tomarse una cervecita en una terraza. Sí, la derecha lleva un porrón de años mandando en la capital del reino, pero hay que recordar que hay en la actualidad una coalición de progreso en el gobierno central y que Podemos, en franco declive a pesar de seguir acariciando el poder, iba a suponer la renovación de la política y el fin del bipartidismo. Mucha retórica para que todo siga igual.
Seguir leyendo Batacazo electoralLa política izquierdista del castillo de cartón piedra
Habréis observado que esta vez no he dicho ni pío en torno a la abstención en las elecciones en Madrid. Hice el firme propósito de no leer nada de los desbarres políticos alentando al Voto del Miedo. No he leído prensa, análisis, ni encuestas, más que nada por no encontrar reproches a la abstención, ya que entonces me encuentro en situación de responder, y quería evitarlo por salud mental. No.
Pues bueno, ya tenéis los resultados de las elecciones en Madrid. Ya sabéis lo que ha pasado con los que decían que había que frenar al fascismo votando. Caray, que lo llevan diciendo lo menos desde hace diez años, y mientras más elecciones hay y mientras más voto se pide, más fascismo hay en las instituciones. Más que votar para frenar al fascismo, parece que se vota para que haya fascistas. Es más, el fascismo parece bien alimentado en las diversas democracias. Hay ultraderecha en Austria, en Alemania, en Finlandia, en Hungría, en todas partes. Incluso ese ultranacionalismo del que se nutren los fachas es el alimento habitual de millones de personas en Holanda, Reino Unido, Francia, Italia o EEUU. Yo he llegado a pensar que los que pedían frenar al fascismo mediante el voto, lo que en realidad estaban deseando es que apareciera de una vez, para que España fuese de alguna manera, una democracia de corte europeo.
Seamos claros, científicos, empíricos: mientras más elecciones hay, mientras más se clama contra el fascismo, mientras más se pone de tontos, cocainómanos, pirados, ladrones y malos gestores a las derechas coligadas con Dios, Patria y Rey, menos republicanos progresistas aparecen. Y eso sólo puede llevar a una conclusión: que el fascismo avanza, no porque la gente se abstenga. El fascio avanza porque la izquierda no convence.
La izquierda parlamentaria, la de verdad, la que gobierna, no consigue convencer a una enorme masa de abstencionistas, en su mayoría pobretones, de lo siguiente: de que su voto sirve para algo. Es así de simple: una limpiadora que está echando sesenta horas a la semana en una subcontrata, y que gana 600 euros al mes y que cotiza por treinta, con una semana de vacaciones al año, caso real… Tiene que tener mucha fe para ir a votar a una gente, que gana más que ella, que vive mejor que ella y que año tras año demuestran que gobiernan para los ricos en líneas generales, ya que a la hora de recaudar, estrujan al pobre sin mayores miramientos, mientras le cuentan con ojos de manga japonés, que sólo piensan en ellos y en ellas.
El problema de la izquierda, uno de ellos, es el siguiente: la recaudación del Estado, sale del bolsillo de los trabajadores. Y el Estado del Bienestar y sus Ingresos Mínimos Vitales, son decorados de atrezzo, castillos de cartón piedra. Y ese engaño, evidente, tiene que pasaros factura electoral, y viva la virgen para los políticos que viven adosados, a la nómina, al discurso y al cargo.
Pucherazos históricos
Ayer, en un momento tonto, me dio por hacer algo que afortunadamente apenas frecuento, que es echar un vistazo a lo que echan por las ondas televisivas. El caso es que hay un canal indescriptible denominado ElToro.TV, que creo que son los mismos de la Intereconomía de antes, y aparece un rostro de cierta familiaridad, que no era el otro que el del inefable Vidal-Quadras. Ex-pepero y fundador de Vox, lo cual creo que lo dice todo. El fulano no paraba de soltar inquina hacia la izquierda parlamentaria, especialmente hacia el PSOE, por eso del rollo histórico, y llegó a afirmar, creo que pretendiendo hacer un paralelismo con la actualidad, que en el 36 hubo un pucherazo y por eso ganó las elecciones el Frente Popular. Lo más gracioso del asunto es que este tipo, que pasaba hace unos años por ser una derecha civilizada, aseguraba ante la mirada de aprobación del peligroso tarugo Ortega-Smith, que «esta gente es capaz de cualquier cosa hoy, como ya hicieron en el pasado». Lo dice la misma persona que ya ha justificado en el pasado el golpe criminal de Franco, y sus secuaces, por considerar que la izquierda estaba radicalizada y la propiedad privada de los privilegiados corría serio peligro.
Nada nuevo para el mundo conservador-reaccionario, en este peculiar país, que se quiera cuestionar la limpieza de aquellas elecciones del 36, cuando la cruel dictadura franquista fue de lo primero que sostuvo para tratar de justificar su genocida alzamiento. Incluso, muchos anarquistas acudieron a las urnas en aquel momento ante la promesa de la izquierda de liberar a numerosos presos; no, no va a ser el caso ante las inminentes elecciones en mayo de 2021. La cuestión es que Vidal-Quadras, en una mezcla de patetismo e iniquidad, tratando de dar una base sólida a sus aseveraciones, mencionó que ya se había demostrado en cierto libro, llamado, claro, 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular. Por supuesto, el título ya lo dice todo y la maquinaria mediática más reaccionaria se apresuró a publicar titulares congratulándose de que, al fin, se hubiera demostrado lo que justifica al generalísimo Franco y demás caterva de homicidas. Por supuesto, la inmensa mayoría de historiadores se mostró contraria a la tesis del libro oscilando entre la descalificación por maniqueísmo y una mayor profundidad en la crítica para tratar de desmontarlo. Hubo, claro, alguna paupérrima excepción como la del norteamericano Stanley Payne, cuyos obras antaño parecían tener cierto valor, pero que de un tiempo a esta parte parece haberse pasado al lado oscuro e incluso se le puede ver en saraos con la derecha española más reaccionaria.
La realidad es que hay infinidad de libros sobre historiografía, sosteniendo tesis antitéticas, lo cual resulta no pocas veces sorprendente, aunque creo que lo de este inenarrable país ya resulta patológico. Según nuestras simpatías, podemos valorar unas u otras obras sin perder la perspectiva mínimamente objetiva, y es posible que haya ciertas tendencias, oficiales y academicistas, que puedan ser ser muy criticables. De eso, los ácratas sabemos mucho y, afortunadamente, y por supuesto con mayor o menor fortuna, hay y siempre ha habido militantes e historiadores que se han esforzado en recuperar la historia del anarquismo, la de los perdedores entre los perdedores. Por otro lado, si necesitamos seguir manteniendo una ficción histórica, hay que demonizar de forma pueril y esquemática a la Segunda República y el Frente Popular, algo pertinaz en la diestra hispana. Eso es algo ajeno a la visión libertaria, que pasaba por insistir empecinadamente en una cuestión social que nunca tuvo solución, por lo que tuvo que mostrarse forzadamente crítica con un periodo histórico, esperanzador ante el atraso intolerable del país, pero decepcionante en muchos aspectos. Lo que está claro es que una cosa es mostrarse crítico con la historia, tratar incluso de ahondar en desconocidos recovecos que se han ignorado u ocultado, y otra muy diferente aceptar unos lugares comunes, que tampoco son nada nuevo entre la carcunda, ficción construida para legitimar la dictadura franquista y sus consecuencias. Como, y no creo caer en el maniqueísmo con ello, el público conservador-reaccionario en este país es bastante acrítico, la cosa les suele funcionar a día de hoy tratando de aferrarse patéticamente al poder. Esa es, de forma obvia para el que tenga mínimamente oxigenado el cerebro, la estrategia.
Deporte, sociedad y homofobia
Hoy, leo una noticia sobre un jugador profesional de water-polo, que al parecer hace tiempo que aseguró que le gustan los tíos y que se joda al que no lo apruebe. En un lance del partido, se produjo cierta discusión, y un cretino rival le espetó: «¡Cállate, maricón!». Esto, que ya es suficientemente irritante si se hubiera quedado en un calentón en plena disputa deportiva, no se terminó ahí y el idiota homófobo, lejos de disculparse al término del partido, reiteró el insulto. Como se supone que la sociedad ha avanzado mucho, en cuestiones de respeto a los gustos sexuales de cada cual, sorprende bastante la noticia y muchos se apresuran a pedir alguna medida desciplinaria sobre el estúpido machito insultador. Para lo que sigan este blog, ya sabrán que no soy nada amigo de medidas represivas, aunque habría muchas manera de sancionar comportamientos que afectan al prójimo, y no necesariamente pasan por la intervención de una autoridad superior coercitiva. Desgraciadamante, este hombre que «salió del armario» (¡y eso debería dejar de ser necesario, simplemente hay que normalizar y que se joda al que no le guste!), me da la impresión de que es una excepción en el mundo competitivo profesional, tan plagado de «virilidad», por lo que el asunto invita a una reflexión.
Seguir leyendo Deporte, sociedad y homofobiaDemocracia
No, no voy a insistir, ya que los ácratas nos ponemos en ocasiones muy pesados, sobre lo inútil y ridículo que es ir una y otra vez a votar para que las cosas sigan, más o menos, de la misma manera. Ahora que por el capricho y la conveniencia de la clase política, se pretende movilizar al personal una vez más para elegir a los que mandan, esta vez en la capital del reino; y ahora que, más que nunca, se hace una lectura de la filosofía política con nivel preescolar, merece la pena hacer unas reflexiones sobre la noción de democracia y su perversión a lo largo de la historia. Desgraciadamente, hace pocos meses desapareció, de forma temprana, el gran David Graeber; afortunadamente, nos ha dejado un puñado de libros, que ensanchan nuestra mente y oxigenan nuestra conciencia, de una serie de campos todos entrelazados en el quehacer humano: antropología, economía, política, moral, activismo… El bueno de Graeber nos insistía, por un lado, refiriéndose a lugar en que había nacido y que se suele tomar como ejemplo en la época moderna, que en ningún punto sobre la Declaración de Independencia ni en la Constitución se dice nada sobre que Estados Unidos sea una democracia.
Seguir leyendo DemocraciaSolidaridad
Uno de los paradigmas más firmes que los anarquistas han querido siempre asentar en la sociedad es el de la solidaridad. Recuerdo que lo que más me atrajo de las ideas libertarias fue su confianza en cada individualidad, pero a diferencia del mero liberalismo, fortalecida con la cooperación, el apoyo mutuo, la solidaridad… Me adelanto a las réplicas de los que solo aceptan el mundo que ponen ante sus ojos y aclaro que no se trata de un idealismo ingenuo desapegado de la realidad. Soy consciente de que el ser humano puede ser terriblemente mezquino y papanatas, y desgraciadamente se observa a diario en nuestra precaria sociedad basada en la ignorancia, en la atomización y en el sálvese el que pueda. Los anarquistas, tal vez, fueron conscientes de que para las personas el concepto de solidaridad, que no por casualidad tiene su etimología en «sólido», no deja de ser un reflejo de la sociedad en la que cohabitan. Si la misma es jerarquizada, en lugar de una comunidad de libres e iguales, las dificultades para reconocer al prójimo, para ser solidario, no tienen fin. Sí, tanta gente se deja llevar por la corriente, pero si esta al menos lleva en su seno los paradigmas de la cooperación y el apoyo mutuo, la coacción moral que dijo el clásico ácrata, en lugar de la confrontación de todo tipo debido a las fracturas sociales e identitatarias, seguro que pueden cambiar las cosas.
Seguir leyendo SolidaridadCapitalismo, progreso y hambre
Los liberales, los más «puros» al menos, esos que aseguran que poco tienen que ver sus propuestas con el sistema globalizado que sufrimos, aseguran que la solución para la pobreza es que haya más y más riqueza (y, claro, ricos para que las migajas lleguen a otros). Hasta asegura tal cosa un (ex)ácrata como el inefable Antonio Escohotado, que dedica tres volúmenes, creo que más a meterse con el comunismo (estatalista; terrible, claro), que a defender el comercio y el liberalismo. El caso es que esta gente, que en última o primera instancia defiende y apuntala el estado de las cosas, y asegura que la humanidad avanza en línea recta hacia el progreso, son incapaces de explicar cómo es posible que ya avanzado el siglo XXI siga habiendo, según los datos más optimistas, cerca de 1.000 millones de personas que padecen hambre en el mundo. No estoy hablando de necesidad de algún tipo, que también se da en todos los grados posibles, me refiero a Hambre con mayúsculas. No, no hay progreso líneal, los datos oscilan de un año a otro, hacia arriba o, lamentablemente, hacia abajo. Y no tenemos en cuenta la terrible pandemia que afrontamos en la actualidad, y que como toda crisis afecta fundamentalmente a los más humildes dentre de sociedades dividades dramáticamente en clases (que es lo mismo que decir, señores «liberales», adalides de la sacra «propiedad privada», gente que tiene y gente que no tiene).
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