Voltairine de Cleyre (1866-1912), una mujer estadounidense algo olvidada dentro del rico universo libertario, una activista y escritora de gran talento. Su nombre, por cierto, se debe a que su familia era de origen francés y su padre era un gran admirador de Voltaire. En un primer momento, si bien coqueteó con otras ideas, sería por ejemplo admiradora de Thomas Paine, uno de los representantes más progresistas del liberalismo en Estados Unidos, pero sería la ejecución de los llamados mártires de Chicago uno de los factores que la llevó al anarquismo y a colaborar con Benjamin Tucker en su periódico Liberty; como muestra de su visión libertaria amplia, fue también una gran admiradora de Thoreau. De 1889 a 1910, permanecería durante la mayor parte del tiempo en Filadelfia y allí conocerá a James B. Elliot, librepensador, con el que tendrá un hijo. Ejerció de profesora, traductora y propagandista anarquista en los círculos judíos, con innumerables escritos, una labor que se ha comparado a la de Rudolf Rocker.
Se ha señalado a Voltairine como la otra gran mujer, junto a Emma Goldman, dentro del anarquismo estadounidense. Sin embargo, no podían ser personas más diferentes y, podemos aceptar a priori, pero más adelante veremos que el asunto tiene muchos matices, que ambas representen dos tendencias dentro del anarquismo, aparentemente antagónicas, pero obligadas a entenderse, como son el anarcoindividualismo y el comunismo libertario. Emma escribió un artículo donde describió a Voltairine como “la mujer anarquista más dotada y brillante que ha producido América”, describió sus vidas y esfuerzos como unidas a menudo por la causa libertaria, a veces en armonía y otras en oposición.
A su vez, Voltairine defendió a Emma Goldman de manera enérgica aun aceptando sus diferencias; de hecho, como podemos observar en la entrada de Wikipedia, algo tendenciosa, frente al comunismo de Goldman, ella se definió como defensora de la propiedad individual, algo muy propio de la tradición estadounidense, pero donde tal vez pueden hallarse ecos de Max Stirner. Al mismo tiempo, consideró Voltairine que la competencia no sería nunca anulada del todo por la cooperación e incluso sería bueno que así fuera, algo que recuerda a la filosofía de Proudhon y sus antinomias en equilibrio permanente sin una instancia superadora (como en la dialéctica hegeliana y marxista). A pesar de todas esas afirmaciones, como veremos más adelante, el pensamiento de Voltairine irá oscilando hacia otros derroteros dentro del universo libertario; lo que sí puede decirse, de esta autora y del anarquismo en general, es que no creía en nada preconcebido a nivel social y que los diferentes modelos libertarios, en ausencia de una autoridad coercitiva, deberían ser puestos en práctica y demostrarse así cuál es más efectivo.
Habrá quien esté tentado de incluir a la figura de Voltairine de Cleyre en esta tradición ultraliberal, ese supuesto individualismo norteamericano que llega hasta la actualidad con esa aberración de los libertarians y esa falacia del anarcapitalismo; desgraciadamente, hay toda una apropiación actual de lo libertario, en incluso del anarquismo, pero por supuesto poco o nada que ver. Volviendo a la figura que nos ocupa, Voltairine puede catalogarse de anarquista sin ninguna duda, ya que apostaba por la libertad en sentido amplio y estuvo al lado siempre de los más humildes y oprimidos, creyó siempre en la emancipación de las clases más baja a través de la cultura; como veremos, enseguida, tendrá además una evolución ideológica que dificulta etiquetarla sin más.
Bien es cierto, tal y como aclara David Martín Sánchez, autor del reciente libro Voltairine de Cleyre. La perla del anarquismo, es que si con frecuencia se considera esta figura dentro del individualismo es por haber considerado siempre que al comunismo le faltaba la intimidad; como es lógico, criticaba toda concepción socialista paternalista y burocrática, que anulara el desarrollo y la libertad individuales.
Como buena anarquista, Voltairine defendía la igualdad y la emancipación femenina por cauces diferentes a los de las sufragistas de su época. Coincidía con Emma Goldman en concebir el matrimonio como una prisión para la mujer, aunque al parecer fue más allá todavía y acabó criticando incluso la unión libre, ya que consideraba que la convivencia en ese sentido anulaba el desarrollo vital e intelectual del individuo. No obstante, insistimos, aunque se podría calificar a esta mujer como partidaria del anarcoindividualismo en un primer momento, proclive a un mutualismo proudhoniano que dio tanto juego en el siglo XIX en Estados Unidos, ya hemos dicho que sufrió una considerable evolución y luego, sin tal vez abrazarlos, comprendió también los postulados del comunismo libertario. Puede decirse que se adhirió finalmente a un anarquismo sin adjetivos del estilo de Ricardo Mella o Tarrida del Mármol combatiendo toda etiqueta.
De hecho, algo primordial en su evolución, en 1897 Voltairine hará un viaje a Gran Bretaña donde permanecerá durante cuatro meses y se entrevistará con Louise Michel, Rudolf Rocker, Max Nettlau y Kropotkin, que definirá como uno de los grandes hombres que había dado Rusia al igual que Tolstói. Otro hecho, semejante al de los mártires de Chicago, que le impresionó enormemente y que provocará quizá otro giro en su pensamiento fue conocer a anarquistas españoles que habían sido torturados en Montjuic. Era así hasta el punto que pasará de un anarquismo tolstoiano, más bien radicalmente pacifista, a ser partidaria de una acción directa y, si no a justificar, a comprender a veces ciertos actos violentos desesperados por parte de los libertarios. En 1911, conoció también la Revolución Mejicana, y el pensamiento de Ricardo Flores Magón, entusiasmándose con todo ello, iniciando una gran campaña de apoyo y escribiendo de manera regular en el periódico Regeneración del propio Magón.
Hay que decir que en 1902 sufrió un atentado por parte de un antiguo alumno, donde al parecer entraron en juego temas personales de celos, por lo que quizá hoy lo catalogaríamos de crimen machista o de género. El atentado debilitó aún más su frágil salud, con diversas enfermedades crónicas, y Voltairine murió joven en junio de 1912. Desconocemos como hubiera seguido evolucionando, a diferencia de Emma Goldman, que vivió la Revolución rusa y la revolución española durante la guerra civil. Aun así, creemos que su figura merecer ser recordada dentro del rico universo anarquista.
Pues sí, está en boca de todos que se ha cumplido un año de una guerra iniciada, no lo olvidemos, con la agresión militar del ejecutivo ruso sobre el territorio de Ucrania. Con todos los matices que se quiera sobre el conflicto, que los hay y por supuesto que hay que insistir en ellos, resulta peculiar que haya quien siga insistiendo en la criminalización del régimen ucraniano y únicamente en el imperialismo de la OTAN y, aunque no se diga de esta manera, en que Putin y su gobierno no habrían tenido así más remedio que iniciar la ofensiva militar. En el otro extremo, como relato oficial de los países atlantistas, estaría que el ejecutivo ruso es el único culpable de la guerra, que no quiere en absoluto negociar, y sí una victoria militar en toda regla, y que el pueblo ucraniano necesita defenderse, por lo que tenemos que ofrecerle toda nuestra solidaridad. Ambas lecturas son un insulto a la inteligencia y un atentado contra la moral, lo cual por supuesto no me sitúa en equidistancia alguna. Tampoco me coloca en una abstración pacifista, ni me hace lavarme las manos sobre cualquier conflicto donde, como siempre, quien está sufriendo es el pueblo llano e incontables jóvenes que, en nombre de toda suerte de ficciones inicuas, son empujados a ponerse un uniforme y portar un arma para morir o matar. Resulta indignante que esta guerra, como tantas otras en activo, no provoque nuestras protestas masivas como así ha sido cuando el culpable claro son los Estados Unidos.
Hace un par de semanas leía lleno de perplejidad, un artículo de opinión de un vicepresidente segundo de la coalición gobernante en una autonomía. Lo menciono porque aunque he escuchado y leído cosas similares estos meses, proviene de la experta opinión de un alto cargo de los que mandan mucho en un periódico digital de los que se dicen progresistas. El artículo lo que me sugirió, es que la izquierda está completamente chiflada, y que su lógica la lleva al desastre una y otra vez, de tal manera que es de izquierdas, solo si no gobierna. Porque cuando gobierna, se vuelve brutal y de derechas.
El pasado 30 de junio finalizó la Cumbre de la OTAN que se celebró en Madrid, calificada unánimemente de “éxito” del Gobierno por todos los medios de comunicación, progresistas y de derechas. Durante 5 días –pese a que la reunión únicamente duró 2– las madrileñas notamos sus efectos por la suerte de estado de excepción que se decretó: policías armados en cada esquina (el dispositivo especial movilizó a 6.550 policías nacionales, 2.400 guardias civiles y más de 1.000 municipales), el centro cortado, identificaciones masivas, registros de coches, etc.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), también conocida como la “Alianza Atlántica”, fue fundada mediante el Tratado de Washington, firmado el 4 de abril de 1949. Con sólo 14 artículos, este tratado internacional, anuncia en su preámbulo que las partes firmantes “reafirman su fe en los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas y su deseo de vivir en paz con todos los pueblos y todos los Gobiernos. Decididos a salvaguardar la libertad, la herencia común y la civilización de sus pueblos, basados en los principios de la democracia, las libertades individuales y el imperio de la ley”.
Pese a tan idílico inicio, la OTAN no es una plataforma de extensión y desarrollo de los derechos humanos o una ONG centrada en solucionar las múltiples injusticias que asolan nuestras sociedades, sino una organización militar internacional que agrupa más del 50 % del gasto en armamento global. Según la revista Defensa, “en 2021 el total del gasto en militar de los 30 países que integran la OTAN ha ascendido a 1.048.511 millones de dólares constantes de 2015, y representa un incremento del 2,11 % respecto a 2020. El 30,8 % corresponden a EE.UU. (322.803 millones). Este presupuesto financia a más de tres millones de hombres y mujeres 3.317.000 que integran los ejércitos de los países OTAN (120.000 son los efectivos que corresponden a España)”.
¿Cuál es el objetivo último de esta gigantesca estructura militar transnacional, hegemonizada firmemente por los Estados Unidos, que representa el Ejército más imponente y extenso de la Historia de la Humanidad? Vamos a intentar desentrañarlo, resumidamente, en este texto.
La OTAN se constituye en el momento inicial de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Oficialmente se presenta como una organización armada construida para garantizar el apoyo mutuo entre los países occidentales ante el expansionismo soviético. El artículo 1 del Tratado fundacional establece que “las Partes se comprometen, tal y como está establecido en la Carta de las Naciones Unidas, a resolver por medios pacíficos cualquier controversia internacional en la que pudieran verse implicadas de modo que la paz y seguridad internacionales, así como la justicia, no sean puestas en peligro”. Sin embargo, el artículo 5 del mismo Tratado establece un sistema automático por el cual “las Partes acuerdan que un ataque armado contra una o más de ellas, que tenga lugar en Europa o en América del Norte, será considerado como un ataque dirigido contra todas ellas, y en consecuencia, acuerdan que si tal ataque se produce, cada una de ellas (…) ayudará a la Parte o Partes atacadas, adoptando seguidamente, de forma individual y de acuerdo con las otras Partes, las medidas que juzgue necesarias, incluso el empleo de la fuerza armada”.
Sin embargo, la amenaza del expansionismo soviético, en los años subsiguientes a 1949, difícilmente consistía en un hipotético ataque armado de la URSS contra los países occidentales. El Pacto de Varsovia (la organización espejo de la OTAN entre los países del “socialismo real”) no fue fundado hasta 1955, como respuesta a la puesta en marcha de la OTAN.
La amenaza real, entonces, en los territorios de Europa Occidental, era la expansión del movimiento obrero y el comunismo, en algunos lugares aún por domesticar. Esto explica las reiteradas informaciones relativas a la participación de servicios de la estructura de inteligencia de la OTAN en actividades de contrainsurgencia en numerosos países europeos, realizando atentados, seguimientos o campañas de desinformación política. La red Gladio en Italia, Absalon en Dinamarca o ROC en Noruega, son los diversos nombres de las estructuras que la inteligencia de la Alianza, en colaboración con la CIA y el M16 británico, así como en estrecho contacto con sectores de la ultraderecha de diversos países, puso en marcha durante la Guerra Fría en una Europa que se pretendía alejar de la influencia comunista. Ya en 1957, por ejemplo, el director del servicio secreto noruego, Vilhelm Evang, protestó públicamente contra las actividades de subversión política llevadas a cabo por la OTAN y EEUU, retirando temporalmente al Ejército noruego del Comité Clandestino de Coordinación de la Organización.
Con la caída del Muro de Berlín y la disolución del Pacto de Varsovia, la Alianza parecía hacerse quedado vacía de funciones. Europa ya no estaba en peligro. Sin embargo, la OTAN no se disolvió, sino que asumió con aún más brío objetivos que, ya implementados durante la Guerra Fría, son fundamentales para la gestión política y social de la hegemonía norteamericana sobre el mundo.
Nos explicaremos: la OTAN es una organización militar y de inteligencia que permite al Ejército norteamericano (el mayor del mundo con enorme diferencia, y el que hegemoniza de hecho la toma de decisiones de la Alianza Atlántica) controlar los estándares técnicos y las estructuras de mando de los Ejércitos aliados, orientar la formación militar y político-social de las Fuerzas Armadas del resto de firmantes del Tratado, imponer sus análisis sobre las amenazas globales y sobre las medidas a tomar ante ellas, y, sobre todo, convertir a los Ejércitos firmantes en clientes fieles y dependientes de su descomunal industria de Defensa. Y la industria de defensa es el pilar esencial del Imperio norteamericano.
Vayamos por partes: Estados Unidos tiene intermitentemente una enorme deuda pública. Una deuda que, si la tuviera cualquier otro país, implicaría la quiebra y venta en saldo de su estructura productiva y sus servicios públicos, por la vía de un Plan de Ajuste Estructural como los que el Fondo Monetario Internacional fuerza a firmar a los países del Tercer Mundo. Pero EEUU puede hacer frente a esa deuda sin problemas. ¿Cómo? Porque dispone de lo que algunos autores han llamado “el señoreaje del dólar”, es decir, tiene a su disposición la máquina de emitir dólares con los que pagar la deuda. Para esto, es decisivo que los dólares continúen siendo la divisa internacional de referencia, es decir, que todos los Bancos centrales y empresas del mundo estén dispuestos a utilizarlos para sus transacciones. El hipertrofiado aparato militar estadounidense garantiza que esto sea así. Si alguien toma medidas que privilegien otras divisas en su comercio exterior, puede encontrarse con una rápida intervención del cuerpo de marines, como le ocurrió a Sadam Hussein.
La brutal extensión del gasto militar de los EEUU es, además, uno de los elementos fundamentales de su éxito económico después de la Segunda Guerra Mundial. Como pusieron de manifiesto pensadores como Noam Chomsky o Jame Petras, Estados Unidos se sostiene sobre una forme perversa de política económica que podríamos llamar “keynesianismo militar”. Esta política económica está basada en un amplio gasto público en defensa que alimenta un descomunal “complejo militar-industrial” de empresas privadas gigantescas.
El ”keynesianismo militar” funciona como una inyección de gasto público continua que alimenta la economía, pero en un sector específico (el militar) donde no “entra en competencia” con el sector privado (como lo haría en el caso de que este gasto público fuera gasto social en educación o sanidad). Así pues, la economía norteamericana consigue la cuadratura del círculo, gracias a su hipertrofiado sector de Defensa. Estimula su economía industrial con un gasto militar que no tiene que pagar en su cuantía real, porque dispone de la “máquina de hacer billetes”, de cuya aceptación internacional cuida el cuerpo de marines.
Así que la OTAN es un club de clientes fieles de la industria militar norteamericana y una estructura que garantiza su influencia política sobre las Fuerzas Armadas de otros países.
Para legitimar a la organización, por otra parte, a la OTAN se le ha dado una función subordinada en la estrategia principal de las últimas décadas del aparato militar norteamericano. El “señoreaje del dólar” está basado en que las Fuerzas Armadas de EEUU cumplan la función de “gendarme del mundo”, garantizando las infraestructuras básicas de la globalización económica (es decir, que las principales vías comerciales están disponibles para el comercio mundial y la energía y las mercancías llegan donde deben de llegar). Esto explica la estrategia norteamericana en Oriente Medio (invasiones de Irak y Afganistán, guerra en Siria), así como la inmisericorde presión de la Alianza sobre Rusia, que es un país con una fantástica base de materias primas y fuentes de energía que aún no controlan del todo los fondos de inversión internacionales.
En este papel de “policía global”, la OTAN ha jugado, hasta el momento, un papel auxiliar del Ejército norteamericano. El artículo 5 del Tratado fundacional solo se ha activado para justificar la intervención en Afganistán (contra las redes yihadistas que ponían en peligro las vías de transporte de la energía a nivel global). Sin embargo, su papel en Europa parece darle un protagonismo añadido: la extensión de la infraestructura militar de la OTAN hacia Rusia parece el prolegómeno de una andanada brutal de conflictos “fríos” y “calientes” entre los países occidentales y las nuevas potencias emergentes (China, Rusia, Irán…) que puede durar décadas.
La OTAN, pues, se justifica a sí misma presentándose como la alternativa militar a una Europa sin un Ejército coordinado, amenazada desde el sur y el este y sin estándares comunes para su industria de defensa. Sin embargo, no podemos olvidar que lo único que nos ofrece la OTAN, en la vida real, es dependencia, falta de soberanía, control ideológico, militarización social y desvío de fondos públicos para las guerras y matanzas que necesitan los grandes inversores.
Los pueblos se manifiestan contra la OTAN porque saben que el industrial de las armas es hermano del señor de las batallas.
Antes de entrar en harina sobre el tema de la entrada de hoy, quisiera hacer una pequeña reflexión sobre el uso político tan generalizado del concepto «izquierda»; ojo, los primeros que lo hacen son líderes tan peculiares como Pablo Iglesias, antiguo vicepresidente del Gobierno, hoy estrella de un espacio radiofónico (léase, podcast, según la jerga tecnológica actual). Bien, no termino de tener claro qué diablos es hoy la izquierda, así sin matiz alguno, pero para el caso que me ocupa voy a fingir que yo mismo pertenezco a ese universo. La cuestión es que, ante la agresión militar del ejecutivo ruso al país de Ucrania, hay quien señala que parece que dicha «izquierda» emplea gran parte de su tiempo en hablar de la OTAN sin condenar enérgicamente al sátrapa ruso; creo que lo que se quiere decir, y no es una acusación nueva en absoluto, es que parece que si Estados Unidos no aparece claramente como culpable de un conflicto los progres no se movilizan lo suficiente para echar mano del maniqueísmo más atroz. Habría que aclarar, y de nuevo concreto en la guerra actual en suelo ucraniano, la feroz campaña de desinformación que están llevando a cabo los medios generalistas, censurando opiniones que contradigan una versión oficial basada en la locura genocida del déspota Putin. Se comprende entonces que tantas personas insistamos en la responsabidad de la OTAN y Occidente en las guerras al aumentar sus bases militares durante años en Europa Central y Oriental; hay que recordar la tensión producida durante años por dicho afán expansionista y, precisamente, en los límites de la Federación Rusa.
La invasión rusa de Ucrania ha cogido a gran parte del mundo por sorpresa. Es un ataque no provocado e injustificado que pasará a la historia como uno de los mayores crímenes de guerra del siglo XXI, sostiene Noam Chomsky en esta entrevista exclusiva que ha concedido a Truthout y que ofrecemos a continuación. Las motivaciones políticas, como las citadas por el presidente ruso Vladímir Putin, no pueden utilizarse como argumento para justificar el inicio de una invasión contra una nación soberana. Sin embargo, ante esta horrible invasión, “Estados Unidos debe optar por la diplomacia de modo urgente” en lugar de la escalada militar, ya que esta última podría constituir una “sentencia de muerte para la especie, sin vencedores”, afirma Chomsky.
En cierta ocasión, un amigo al que le tenía en cierta estima intelectual me soltó que el ser humano tenía una «tendencia dicotómica» (sic). Esto fue una respuesta ante mi sorpresa por su alabanza de la todavía inexplicablemente mitificada figura del Che Guevara, pero también por su defensa de la Revolución cubana, para mí, un fracaso a todos los niveles. Es decir, lo que se me quería aclarar es que había que posicionarse entre unos y otros, siendo los otros el capitalismo y el imperialismo yanki. En otras palabras, al parecer, hay que elegir siempre entre la peste y el cólera, sin que podamos insistir en que lo que queremos es estar razonablemente sanos y, sobre todo, no seguir propagando enfermedad alguna. En fin. Dicho sea esto como lúcida reflexión mía, por la tendencia del ser humano, no sé si tanto a la dicotomía como al papanatismo más lastimoso (bien alimentado por el maniqueísmo y la insistencia en el mito sin atender demasiado a la realidad). Ejemplos los podemos observar, por doquier, en nuestras sociedades «avanzadas» del siglo XXI, y eso cuando hace ya más de dos siglos en los que se pretendió que la razón crítica nos condujera, si no al paraíso terrenal, al menos a algo medianamente decente. Hoy, intereses de los poderes políticos y económicos han empujado de nuevo a jóvenes a matarse unos a otros por llevar una bandera diferente; desconozco si una mayoría de ellos creerá que su causa es la verdadera, dentro de la esa supuesta «tendencia dicotómica», o simplemente se ven condicionados por muchos factores para llevar a cabo hechos que atentan contra la moral más elemental.
Mucho me hubiera gustado que estas líneas viesen la luz en alguno de esos periódicos que, en Madrid o en Barcelona, tiempo atrás me hacían algún hueco. No es así –entiendo yo- porque nuestro panorama mediático se ha ido cerrando de tal manera que impide considerar determinadas materias y defender determinadas posiciones. De resultas, y en relación con lo que ocurre en Ucrania en estas horas, televisiones, radios y periódicos, con la inestimable colaboración de esa plaga contemporánea que son nuestros tertulianos, prefieren reproducir una vez más ese cuento de hadas que nos habla del coraje de unas potencias, las occidentales, que habrían acudido en socorro de un pequeño país para hacer frente a la barbarie moscovita.
«La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que sí se conocen pero que no se masacran» – Paul Valéry
No resulta fácil hablar del conflicto que se ha dado en las últimas semanas en la frontera ruso-ucraniana, dado que se trata de una región de la que, en pocas ocasiones, nos llegan noticias y de la que no se nos enseña, en profundidad, su historia. Los medios occidentales, como siempre, achacan todos los problemas a la maldad innata de Vladimir Putin, no dejándole más remedio a la OTAN que intervenir, pero de sobra sabemos que estos análisis simplistas que rezuman a propaganda, lejos de acercarnos a la verdad, nos confunden y alejan de ella.
Breve historia de Ucrania y Rusia
Para entender el origen del conflicto, Pere Ortega (Centre Delàs d’Estudis per la Pau) propone en un artículo de El Salto analizar las turbulencias históricas que ha atravesado Ucrania en su historia. No debemos olvidar que Ucrania y Rusia son dos países que se han encontrado unidos desde su creación[1], si bien Ortega no se remonta tanto y comienza su análisis con las hambrunas de 1932 –producidas después de que Stalin confiscara las cosechas ucranianas, matando de hambre a millones de personas y deportando a diversas minorías– como origen del gran resentimiento entre la población ucraniana hacia Rusia. Esto desencadenó, durante la Segunda Guerra Mundial, un colaboracionismo entre grupos nacionalistas ucranianos con los ejércitos de la Alemania nazi para exterminar a millones de prorrusos. Finalizada la contienda, la población tártara de Crimea fue desplazada por colaborar con el nazismo y la zona fue repoblada por población rusa, que a día de hoy permanece allí, manteniendo intactas sus tradiciones. Unos años después, en 1954, Nikita Jrushchov decidió regalar de forma arbitraria Crimea a Ucrania, sin pensar que algún día la URSS podía colapsar y desintegrarse y que Ucrania se convertiría en una república independiente.
La expansión de la OTAN hacia el Este
Desde la caída de la URSS, la obsesión de Estados Unidos siempre ha sido expandirse hacia el Este europeo. Una maniobra que, si ocurriera en su patio trasero, jamás la toleraría[2]. El periodista John Wojcik explica en un artículo en People’s Worldque en 1999, la OTAN—contraviniendo las promesas realizadas tras el fin de la Guerra Fría—inició su propia “invasión”, expandiéndose a Polonia y la República Checa. Rusia, hundida económicamente, no pudo reaccionar. Esta debilidad propició que en 2004 vieran vía libre para asentarse en las repúblicas bálticas de Estonia, Lituania y Letonia (antiguas repúblicas soviéticas).
En abril de 2008 se celebró la Cumbre de Bucarest, en la cual la OTAN inició conversaciones para que Ucrania y Georgia formaran parte de la alianza en un futuro no muy lejano. Unos meses después, en agosto de 2008, un envalentonado Saakashvili, presidente nacionalista de Georgia, se lanzó a conquistar el enclave de Osetia del Sur, independiente de facto desde 1992, y a reclamarlo como propio. El senador estadounidense John McCain viajó hasta Georgia para apoyarle. La operación militar se tradujo en la muerte de unos 2.000 civiles y en el desplazamiento de 158.000 refugiados. El ejército ruso intervino y frenó el intento de invasión –matando a unos 3.000 militares georgianos y unos 180 civiles– entendiendo que se trataba de una maniobra de Occidente para aislar a su país y tomar control de una región estratégica rica en materias primas.
El Euromaidán (2013-2014)
De aquí damos un paso de gigante a los años 2013 y 2014, cuando se producen las protestas del Euromaidán –la denominada Revolución de la Dignidad–, impulsadas por Estados Unidos, la Unión Europea, el grupo ultra-nacionalista de ultraderecha Pravy Sektor, el partido fascista Svoboda y la Iglesia Ortodoxa Ucraniana. Dichas movilizaciones comenzaron en noviembre de 2013, en la Plaza del Maidán[3], después de que el presidente prorruso Yanukóvich suspendiera el Acuerdo de Libre Comercio con la UE. La diferencia en los apoyos brindados a los manifestantes nos muestra la profunda división de la sociedad ucraniana: en Kiev y el oeste de Ucrania más del 75% de la población estaba de acuerdo con integrarse con la UE, mientras que en el este y en Crimea las partidarias de esta idea no llegaban ni al 20%, pues preferían crear una unión aduanera con Rusia.
En diciembre de 2013, de nuevo, el senador estadounidense John McCain viajó a la Plaza del Maidán para mostrar su apoyo a los manifestantes y pedirles que no cesaran en sus esfuerzos por aislar a Rusia y abrazar a Occidente. Y así lo hicieron, con protestas cada vez más violentas, tras una escalada de agresividad que comenzó en enero de 2014, que terminaron por saldarse con 82 manifestantes y 7 policías muertos(la mayoría en el mes de febrero) y unos 140 encarcelados. A finales de febrero, Yanukóvich y la oposición llegan a un acuerdo, con la mediación de tres ministros de Exteriores de la UE (Radosław Sikorski, de Polonia, Laurent Fabius de Francia y Frank-Walter Steinmeier de Alemania) para formar un gobierno de coalición, elecciones anticipadas y volver a la Constitución de 2004 para frenar la violencia. Sin embargo, Yanukóvich no ratificó los acuerdos y huyó del país.
El Euromaidán terminó por forzar la destitución de Yanukóvich, el establecimiento de un gobierno interino de extrema derecha y, tras la celebración de unas elecciones que fueron boicoteadas en las regiones prorrusas, comenzó la presidencia del millonario Poroshenko, quien dio pasos para acercarse a la UE y a EEUU –el entonces vicepresidente Joe Biden viajó a Kiev para apoyarle–. Según el periódico anarquista ucraniano Assembly, “el nuevo régimen no inició reformas anti-sociales, sino que profundizó en las que habían comenzado tiempo antes. Aumentó la desigualdad entre clases sociales y términos como “capitalismo”, “neoliberalismo” y “nacionalismo” han cobrado una nueva importancia en Ucrania”.
El cambio de gobierno, asimismo, conllevó la ilegalización del Partido Comunista de Ucrania y otras formaciones de izquierdas, así como la pérdida de la cooficialidad del idioma ruso, afectando a un 40% de rusoparlantes en el país, así como a las minorías húngaras y rumanas.
La anexión de Crimea y la Guerra del Donbás
Rusia no se quedó de brazos cruzados durante el Euromaidán, sobre todo teniendo en cuenta que la región oriental del Donbás (Luganks y Donnetsk) y el sur de Ucrania, junto a Crimea, son de población mayoritaria rusa. Además, en Crimea, Rusia tiene en Sebastopol una base militar vital para los intereses de su armada desde donde tiene acceso al Mediterráneo. Por ello, en marzo de 2014 Rusia decidió “anexarse” Crimea (donde el 90% de la población es rusa), lo cual no requirió una invasión, sino únicamente bloquear las fronteras y establecer checkpoints.
Esta anexión supuso una violación del Memorándum de Budapest, en el que en 1994 el presidente ruso Yeltsin se comprometió a respetar la soberanía ucraniana a cambio de su desnuclearización. Pero se debe recordar que la OTAN hizo lo mismo en Kosovo y EEUU en Iraq. Por tanto, es de un enorme cinismo acusar a Rusia de violar la legalidad cuando EEUU lo ha hecho en innumerables ocasiones en el pasado.
Por su parte, en las regiones del Donbás, las manifestantes contra el nuevo gobierno fueron en aumento, con invasiones de edificios oficiales para retirar banderas ucranianas e izar la rusa. A principios de abril de 2014 se proclamaron las Repúblicas Populares de Donetsk y Járkov. El ejército ucraniano respondió mediante el uso de la fuerza y poco después estalló una guerra entre milicias prorrusas y el ejército regular ucraniano, del cual numerosas unidades se encuentran bajo el control de grupos fascistas y neonazis, como lo es el Batallón Azov.
Dicha guerra no ha terminado a día de hoy, si bien en el momento en el que escribimos estas líneas se encuentra en un alto el fuego. Se calcula que en la misma han intervenido 64.000 soldados del ejército ucraniano –de los cuales han fallecido o resultado heridos unos 4.150– y unos 45.000 milicianos de las Repúblicas Populares de Luganks y Donnetsk, así como del pseudoestado conocido como Nueva Rusia –con unas 5.700 bajas–.
Por tanto, afirmar que en Ucrania «podría estallar una guerra» supone ignorar el hecho de que la región lleva en guerra desde hace más de 7 años. La amenaza actual consistiría, así, en la escalada del conflicto y/o la entrada de nuevos actores internacionales.
Los acercamientos de Ucrania a la OTAN
En el año 2017, Ucrania volvió a solicitar formalmente entrar en la OTAN. Y, después de que en 2019 ganara las elecciones el derechista Zelensky –de familia rusoparlante, pero ferviente nacionalista ucranio– sus esfuerzos por formar parte de la alianza han ido en aumento.
Pero esto, desde luego, no se ve con buenos ojos por parte de Putin. Al fin y al cabo, no es lo mismo que las pequeñas repúblicas bálticas se unan a la OTAN, a que lo haga un país con el que comparte 2.300 kilómetros de frontera y en el que buena parte de sus habitantes son cultural e idiomáticamente rusos. Y esto es algo que, curiosamente, han entendido Francia y Alemania, que nunca han estado de acuerdo con que Ucrania se incorporara a la alianza, precisamente para no inquietar a Rusia.
Explica Miguel Vázquez Liñán en El Salto sobre los miedos de Putin que «para el Kremlin, la Federación Rusa se encuentra rodeada de enemigos que trabajan con ahínco para conseguir desmembrar el país, enemigos que temen a una Rusia fuerte y unida (el nombre del partido de Putin, Rusia Unida, no es casual) que juegue un papel de liderazgo en las relaciones internacionales. Desde esta perspectiva, la oposición política no sería más que la prolongación de esos enemigos en el interior del territorio ruso: la quinta columna; el caballo de Troya “occidental”. Este criterio ha servido eficazmente al Kremlin para condenar, por ejemplo, a Pussy Riot, al opositor Alexéi Navalny, a grupos de jóvenes anarquistas o a organizaciones memorialistas y de derechos humanos como Memorial: para el Kremlin son acciones orientadas a luchar contra la influencia externa (occidental), convertida así en la justificación de cualquier cosa que sirva para el objetivo político más evidente que parece tener el líder ruso: perpetuarse en el poder». A este listado le añadiríamos la persecución de personas LGTBiQ y de periodistas críticos con el régimen.
La reacción rusa y los tambores de guerra en Occidente
Y es con esta situación con la que, a comienzos de 2022, las potencias occidentales –principalmente Estados Unidos y Reino Unido– empiezan a alertar que las provocaciones rusas nos pueden conducir a una guerra. Un conflicto bélico que, en definitiva, viene provocado por la UE, que ha actuado con manifiesta mala fe, intentando que Ucrania se incorporara a su bloque económico; por el imperialismo de Estados Unidos, que deseaba su entrada en la OTAN; y por el empeño de Rusia, que no piensa abandonar unos territorios que considera por historia suyos.
Por su parte, el gobierno español, que no olvidemos que es el más progresista de la historia del universo, anunció que ayudaría a Ucrania, a EEUU y al Reino Unido en caso de guerra y mandó unos aviones Eurofighters a Bulgaria y la incorporación de la fragata Blas de Lezo a la flota de la OTAN que navegará por el mar Negro. Unas declaraciones inquietantes por parte del Ejecutivo español que, en vez de seguir la línea más prudente de Francia y Alemania, ha escogido la beligerencia estadounidense de la Administración Biden. Y es que, en lugar de reconocer y compensar los errores cometidos en el camino, la arrogante incapacidad de los líderes de EE UU y la OTAN para reconocer las preocupaciones de seguridad rusas ha precipitado la crisis de Ucrania. Para más críticas al gobierno, nos remitimos al artículo «A nuestros políticos les gusta la guerra: ridículos, serviles, provocadores e irresponsables», publicado por Pedro Costa en El Salto.
Por otro lado, en Europa, la extrema derecha se encuentra absolutamente dividida con esta cuestión. Algunos de sus líderes apoyan a Rusia, otros a la OTAN. Explica Antonio Maestre en un artículo en La Mareaque el ultraderechista húngaro «Viktor Orban, a pesar de que Hungría esté en la OTAN, es un aliado de Vladimir Putin. Es su máximo aliado para vetar la posible incorporación de Ucrania a la Alianza Atlántica aludiendo a la represión que, en palabras de Orban, sufre la minoría húngara en Ucrania obligada a escolarizarse en ucraniano. También por los intereses comerciales, ya que Hungría es competidor directo de Kiev como país de tránsito del gas ruso al tener perspectivas de conectarse al gasoducto Turks Stream que unirá Rusia con Europa eludiendo Ucrania. Por otro lado, Mateusz Morawiecki sufre las acometidas de Rusia en sus fronteras con Bielorrusia, con ataques de guerra híbrida y el aumento de la crisis migratoria intencional que Lukashenko provocó para presionar a Varsovia. No son las únicas posiciones antagónicas que laten en los posfascistas, ya que Marine Le Pen apoyó la anexión de Crimea a Rusia. La incoherencia que late en VOX tiene un difícil sistema de contrapesos reflejo de las herencias políticas del pastiche que anida en la formación posfascista. Atlantistas y prorrusos viven en el partido en aparente placidez, pero hay mucho más. La pulsión entre goblalismo y soberanismo es la que lleva a un sector del partido a defender el nacionalismo ruso como parte indispensable de sus postulados teóricos».
Ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases
Pese a los tremendos fiascos que supusieron las invasiones militares de Iraq (2003) y Afganistán (2001) –la destrucción de países enteros, la desestabilización de la región y la pérdida de credibilidad del imperio estadounidense– dos décadas después nos vemos con una situación parecida a la de la foto de las Azores. La alianza de Bush, Blair y Aznar ahora es de Biden, Johnson y Sánchez.
Estamos ante un caso de expansionismo militar, que no se ahorra un discurso chulesco e imperialista, que fuerza una crisis para acorralar y humillar al contrario. Esperemos que todo se quede en una bravuconada imprudente de Biden, Johnson y Sánchez (los tres en horas bajas en lo que a su popularidad se refiere) y no en el inicio de un conflicto bélico de dimensiones increíbles.
Quién sabe, quizás dentro de poco nos veamos a salir a las calles, como ya hicimos hace 19 años ante la Guerra de Iraq, a decir “no a la guerra”.
[1] El Estado ruso, de hecho, nació en Kiev. Y tan unidas se encuentran las historias de ambos países que en el verano de 2021, Putin publicó una disertación en la que explicaba que ambas naciones constituyen un único pueblo. [2] Desde el siglo XIX se encuentra instaurada la Doctrina Monroe, por la cual EEUU no tolera la interferencia de ninguna potencia europea en el continente americano. Únicamente los países americanos, capitaneados por EEUU, pueden actuar en él. [3] Escenario de la Revolución Naranja de 2004 y 2005.
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