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Errejón y la doble moral

La doble moral ha sido un comportamiento netamente masculino desde tiempos inmemoriales, ya que a las mujeres no se les ha permitido más que una versión de la moral, la del sistema heteropatriarcal. Las mujeres han sido vigiladas, maltratadas, encerradas, para que su comportamiento respondiera a la normatividad estricta, lo contrario implicaba, entre otras cosas, un peligro para la paternidad legítima de los hombres que han castigado siempre, incluso con la muerte. Pero las normas elaboradas por los hombres permiten un comportamiento masculino laxo, aceptable y bien visto (en todo caso, los hombres nunca han sido censurados por vivir en la doble moral).

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¿Ni de izquierdas, ni de derechas?

Cuando alguien asegura no ser de izquierdas ni de derechas, ya lo dijo el clásico, ya sabemos que es de derechas. Siento la broma facilona, pero algo de verdad puede haber en eso. Hay que recordar que esa denominación de un lado u otro del espectro polìtico tiene su origen en la Asamblea Constituyente después de la Revolución francesa; a la derecha del presidente, se aposentaron los partidarios del Antiguo Régimen y, a su izquierda, los del nuevo. En la actualidad, con una gran cantidad de personas que se consideran «de centro», sea lo que sea lo que significa eso, esas categorías simplistas parecen en franca decadencia. Diré en primer lugar que, efectivamente, calificarse de manera tibia como centrista esconde, según mi nada modesta opinión, una actitud ambigua más bien conservadora. Ya nos advierte la Biblia acerca de esto: «Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca». Y me remito a la experiencia personal, ya que uno tiende mucho a la regurgitación política. Es cierto que se ha abusado de manera maniquea y simplista de ambos términos, aunque si echamos un vistazo al lenguaje la cosa es aún peor: lo diestro alude a algo correcto y positivo, mientras que lo siniestro evoca lo perverso y diabólico. Eso sí, si lo correcto es la mediocridad imperante, hace que uno simpatice aún más con la izquierda, qué queréis que os diga.

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La muy maltratada Latinoamérica

Ahora que se sigue discutiendo sobre quién diablos ganó las elecciones en Venezuela, uno se pregunta, de verdad, más allá de la epidermis política de uno u otro país, sobre el panorama social en ese continente tan maltratado que es Latinoamérica. Yo que vivo en Madrid y, solo por mencionar a los que más trato, confluyo con personas cubanas, dominicanas, mexicanas, colombianas, venezolanas, ecuatorianas, peruanas, brasileñas, argentinas, bolivianas... Y que me perdonen las pertenecientes a otros lares, que también los hay de forma nutrida, hablamos de algo tan duro como abandonar el lugar donde naciste y a tu familia para tratar de buscar prosperidad en una nación más rica. ¿Por qué esto es así? ¿Cómo es posible que no se equilibre, al menos un poco (no digo ya una revolución tremenda) la riqueza mundial, lo suficiente para que la necesidad no te empuje a migrar o puede que a morirte? Son preguntas retóricas, por supuesto, y también ingenuas. Toda persona decente sabe a qué obedece esta situación de una economía globalizada, y esquilmadora, para disfrute de minorías como las que acogen y cuestionan a otros más pobres. Aún así, seguiremos aguantando las falacias polarizadas de dos discursos: o bien una falaz gestión estatal estatal que asegura privilegios más que protege, o bien un inicuo «libre» mercado incapaz de repartir el pastel lo más mínimo o, más bien, una mezcla de ambos para que todo siga más o menos igual.

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Cuestión de moralidad

Se me escapan las razones, y no dice mucho de gran parte del género humano, sobre por qué se acaba justificando lo intolerable y moralmente repulsivo en función de la pertenencia a una supuesta identidad política. Muchos derechistas se quejan que los de izquierdas se sientan «moralmente superiores», aseveración que me parece tan patética como significativa; demuestra tú mayor humanidad, botarate, y deja de acusar al vecino que no piensa como tú. Sobre el papel, parece cierto que cierto lado del espectro político parece más acrítico, apoyando a los suyos hagan lo que hagan, ya que en un remedo de razonamiento deben pensar que si lo hacen, buenas razones tendrán; es lo que tiene no pensar demasiado y abandonarse a los otros de la manera más lamentable. Pero, por supuesto, si de algo no pueden acusar al que suscribe es de caer en el maniqueísmo más atroz. No pocas personas he tratado también, muy preocupadas por lo social y humano, vamos a llamarlas progresistas, cuando gobiernan los suyos realizando una política no muy diferente a los del otro lado, son incapaces de adoptar el mismo enfoque crítico. Por otro lado, la historia nos pone no pocos ejemplos de feroces revolucionarios de izquierda que, en nombre de una humanidad con mayúsculas, acaban justificando lo injustificable por una sociedad mejor que, huelga decirlo a estas alturas, nunca llegó.

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La Gran Esperanza de la Izquierda

Periódicamente aparece la Gran Esperanza de Izquierdas. Como cuando Tsipras en Grecia ganó las elecciones, o Varoufakis fue ministro de Hacienda, por no recordar a los diversos gobiernos latinoamericanos que van a darle la vuelta a la tortilla, y lo último, en Portugal, cuando llegó al poder la Jeringonça. Recuerdo que la prensa progresista habló de que ¡se podía ganar! y ¡hacer cosas diferentes!…

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Reflexiones sobre el purismo ideológico (sea lo que sea eso)

Cuando uno era (más) joven, ingenuo izquierdista plagado de ideales, sufría toda suerte de comentarios críticos por parte de ciertos (presuntos) sapiens a su alrededor. Me sorprendía comprobar que para algunos elementos, más bien conservadores y acríticos con el mundo que colocaban delante de sus ojos, si pertenecías al universo de la izquierda, debías hacer poco menos que voto de pobreza. De esa manera, de modo sorprendente, se convertía en cuestionable para según que especímenes la legítima aspiración que todo ser humano posee de tratar de bien mejor en un sistema, a ser posible sin jorobar al prójimo, aunque este magnífico que sufrimos, basado en la competencia y en la salvación individual, más bien lo propicie. Normalmente, el personal que realizaba esa pseudocrítica, en este inefable país donde ser «rojo» es a menudo un estigma, no estaba sobrado de capacidad intelectual e inclusive yo diría que moral. No obstante, todavía hoy me sorprende esa visión del mundo que aceptaba que los que pueden vivir estupendamente son, claro, únicamente los de derechas o simplemente los que renuncian a tratar de cambiar el estado de las cosas para una sociedad más justa (que es lo mismo que decir «más libre», pero para todos). Hay quien dice que es muy saludable rodearse de personas que piensan diferente, departir con ellas y tratar de ver otros puntos de vista, pero en algunos casos, yo lo siento, es para que se lo hagan mirar los que adoptan cierta percepción de la realidad. Aquel entrañable ser que uno fue, empachado de unas ideas izquierdistas que no se habían dejado aplicar correctamente en la historia, emprendió ya hace mucho tiempo el camino hacia el horizonte de la bella acracia. No obstante, ojo, que nadie dude de a qué lado de la barricada me encuentro, en este inefable país donde ganó manu militari la reacción, y tampoco me molesta demasiado que me sigan tildando de rojo según qué personas.

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La servidumbre voluntaria

Ya habréis adivinado por el título que voy a hacer referencia al texto de Étienne de La Boétie[1], un texto que he leído muchas veces, la última hace un par de semanas. Volví a leerlo porque me asombra ver a partidos políticos que dicen que la política es negociación y pacto y que eso justifica el decir sí a lo que ayer dije que no, haciendo de «la necesidad virtud». No importan las promesas hechas en campaña electoral, se dicen muchas cosas para atraer el voto y todo el mundo lo sabe y lo comprende.

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¿Izquierda española?

Yo pensaba que iba de coña, pero no, se ha formado un nuevo partido que obedece al folclórico nombre de Izquierda Española. Ya puestos a invitar al jolgorio, yo la hubiera llamado «Izquierda de este inefable país», nos hubiéramos echado unas risas y, seguro, hubieran sacado más votos gracias al previsible animus iocandi de los que acuden a las urnas. Al contrario de lo que podría suponerse con tanta escisión y refundación de la izquierda más o menos radical (sea lo que sea lo que signifique eso), estos se definen como una formación progresista y socialdemócrata que centra su discurso en el rechazo a los nacionalismos. De ahí que adopten el gentilicio de este indescriptible país en el nombre del partido, aunque es de suponer que eso no tiene que empujar a pensar que apuestan por el nacionalismo (español). Al parecer, la cosa se ha aglutinado en torno a elementos que ya militaron en otras fuerzas políticas electoralistas, como el PSOE e Izquierda Unida, así como extintas alternativas al bipartidismo como las defenestradas UPyD y Ciudadanos.

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Maniqueísmo a diestra y siniestra

El vocablo de marras, maniqueísmo, para el que no sea un avezado portador de un maravilloso léxico, como el que suscribe, alude a una valoración de la realidad, sin matiz alguno, en función de lo que es bueno o malo. La progresía, de forma abiertamente exacerbada en la reciente campaña electoral, suele caer en dicha actitud maniquea identificando a la derecha con el mal absoluto y a la posibilidad de que gobierne con el advenimiento del apocalipsis (aunque ya haya pasado por un poder estatal y democrático basado en la alternancia). Ha sido así hasta el punto de que las llamadas, o más bien conminaciones, a ejercer el sagrado derecho, o más bien obligación, del voto han llegado a extremos surrealistas; por supuesto, no hacía falta apenas especificarlo, se referían a votar a la izquierda para frenar a esa derecha en alianza con una ultraderecha en pleno auge (aunque sean cosas extremadamente parecidas en este inefable país, antaño unidas, hogaño desunidas). Ese maniqueísmo progre, probablemente, ha depositado su máxima confianza en una especie de plataforma, y no sé si finalmente partido, llamada Sumar compuesta por Podemos (a regañadientes), Izquierda Unida (que no sé hoy lo que es, pero que era a su vez una coalición formada mayoritariamente por el comunismo oficial), por al parecer un par de partidos verdes, por Más País (aunque, con la extensión del que tenemos nos sobre) y por infinidad de fuerzas regionalistas (donde ya me pierdo en ideologías y motivaciones). A pesar de todas estas fuerzas políticas de la verdadera izquierda, producto de no pocas divisiones y refundaciones, las filas del bloque progresista contaban con el PSOE, antaño partido del régimen, hoy aliado, para sumar escaños y frenar al bando reaccionario/conservador.

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Libres del «progreso» y del progresismo

No sé si os pasa lo que me pasa a mí con algunos temas: algún término, concepto afirmación…, los escucho a todas horas y sé que no me encajan, que no me cuadran. Es como un moscardón que me ronda y que espanto porque no tengo tiempo de meditar los motivos de mi incomodidad. Uno de esos términos es progresista, se ha convertido en una especie de cajón de sastre que sirve para casi todo: gobierno, partido, coalición, propuestas «progresistas». Mi confusión se ha convertido en ese zumbido de moscardón que me ha conducido finalmente al portátil para desentrañar este incordio que me ronda.

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