Resulta curioso que los anarquistas, o al menos gran parte de ellos, a pesar de su repulsa a toda dominación, hayan analizado que la llamada «voluntad de poder» es uno de los estímulos más fuertes en el desenvolvimiento de la sociedad humana. A pesar de su importancia, y de ser de alguna manera la esencia del socialismo, se critica la rígida visión de Marx, según la cual todo acontecimiento político y social es únicamente el resultado de las condiciones económicas.
Es indudable que el neoliberalismo es un término que ha ido cambiando de significado con el paso del tiempo y en la actualidad se considera que es un modelo económico que tiene como principal objetivo disminuir el papel del Estado y desregularizar los mercados; se asocia a la derecha y el conservadurismo. No obstante, este sistema económico también hace referencia a la situación del trabajo en el posfordismo, la disciplina versus el control y su gran capacidad para incorporar fácilmente a los movimientos contrarios al capitalismo. Y es que el neoliberalismo no solo logra captar a quienes beneficia directamente, una minoría, sino a grandes masas de población a través de la hedonía: la felicidad creada por el placer, la felicidad momentánea producida por explosiones hormonales de recompensa en las que el consumo tiene un papel primordial.
Hay una frase atribuida a Albert Einstein: «Si la gente es buena solo porque teme el castigo y espera una recompensa, somos efectivamente un grupo lamentable». Aunque temamos caer en la simplificación, puede que ésta sea una de las claves del pensamiento religioso en lo que atañe a la moral, un comportamiento correcto se realiza para obtener ciertos beneficios (en el caso que nos ocupa, sobrenaturales). Desde este punto de vista, el ser humano necesita la religión, o cree necesitarla, para comportarse correctamente, aunque la vigilancia al respecto suele ser muy terrenal para justificar la existencia del Estado. Richard Dawkins, de forma muy irónica, afirma que se suele decir que la gente necesita religión, cuando en realidad lo que necesita son policías. Por supuesto, en ambos casos se trata de una visión simplista y hay que observar los factores determinantes, todos muy humanos.
El éxito de Javier Milei, un peculiar economista reconvertido en político, en las elecciones argentinas ha traído a la actualidad, y exacerbado, algo que solo puede enervar a alguien con un mínimo de conocimiento político y sensibilidad social. Esto es, la apropiación por parte de vulgares ultraliberales del término libertario(1) y su reproducción, totalmente acrítica, por parte de los medios generalistas en su sentido fraudulento con, desgraciadamente, notable calado en un imaginario popular no siempre sobrado de bagaje moral e intelectual(2). Aunque no pocas veces podamos usar en el lenguaje lo libertario como sinónimo de anarquista, puede venir al caso la distinción que Carlos Taibo ha realizado en ciertas ocasiones y con la que podemos estar muy de acuerdo. Así, aunque, efectivamente, en nuestro idioma libertario y anarquista resultan prácticamente sinónimos, podemos considerar anarquista a alguien que conoce bien las ideas y las prácticas históricas adscritas a dicha filosofía (término que me resulta francamente preferible a los de doctrina o ideología), mientras que aquellas personas esforzadas en organizar la sociedad desde abajo, trabajando por la autogestión y el apoyo mutuo, podemos tenerlas, conozcan o no a los grandes pensadores ácratas, como inequívocamente libertarias. Realizando esta aclaración tan precisa, no podemos menos que preguntarnos cómo es posible, no ya solo esa indignante mistificación de la condición libertaria, también que se presenten como abanderados del concepto más amplio de libertad los partidarios de un capitalismo sin barreras, tantas veces asociados con la derecha más reaccionaria. Es más, la apropiación libertaria llega hasta el punto de usar una retórica con nociones como gestión por parte de la sociedad civil, libre contrato o cooperación social, además de no tener ningún problema en considerarse como auténticos rebeldes(3) ante la opresión estatal, aunque su intención sea de forma obvia cambiar una dominación por otra de carácter privado. Y es que esta gente, que a partir de ahora para entendernos vamos a llamar pseudolibertarios, no tarda mucho en colar el sacrosanto respeto a la propiedad privada, por encima de cualquier consideración moral, e identificar su idea de libertad casi de manera exclusiva con la práctica capitalista. Esto nos da una idea de lo que se quiere vender a infinidad de personas, que parecen dispuestas a comprar el mezquino discurso del individuo emprendedor capaz de acumular riqueza, aunque la triste realidad para la mayoría de la población sea estar condenado a vender su fuerza de trabajo en el “libre” mercado. No parece ser de otro modo, la aparente seducción de discursos como el de Milei hacia un público despistado, cuando una reciente entrevista en Twitter al economista argentino, obviamente muy preparada por un comentarista ultraconservador llamado Tucker Carlson para vender en Estados Unidos a un tipo ahora reconvertido en político, ha sido la más visitada en la historia de la red social; nos preguntamos lo que puede pasar por la cabeza de esos cientos de millones que han escuchado un discurso plagado de simplezas, comentarios grotescos y análisis de trazo grueso(4).
La historia de las cárceles en Madrid tiene un largo camino que nos vislumbra episodios de políticas represivas, marcos jurídicos y religiosos autoritarios, asesinatos y crueldad contra las clases más oprimidas de la sociedad. Las prisiones han sido, son y serán instituciones donde arrojan a los colectivos sociales que más violencias estructurales sufren. Se sentencia y se disfraza de una infeliz reinserción, que lo único que perpetúa es el arraigo de las problemáticas económicas y políticas en la sociedad. Es, sin duda, el mejor sistema para mantener el statu quo social, ya que la prisión supone el patio de control y castigo que delimita un poder que solo sabe imponerse a través de la brutalidad. No hay cárceles buenas y malas, todas ellas deben clausurarse, y mantener viva la memoria colectiva de aquellas que han desaparecido en nuestra ciudad, y la función represiva que cumplieron, debe encuadrarse en esa lucha anticarcelaria.
En el debate sobre la vigencia del anarquismo moderno y la adaptación de las ideas libertarias a la sociedad posmoderna, uno de los focos suele ser la cuestión de los valores universales y del relativismo cultural. Esta crítica a valores absolutos suele ir acompañada al etnocentrismo y supuesta superioridad de Occidente, que ha justificado históricamente el colonialismo y el imperialismo. ¿Qué sostiene el anarquismo sobre ello? ¿Los más bellos valores, como la libertad, la igualdad o la solidaridad, son universales?
La mañana del 7 de octubre, un sábado, comenzó con un ataque de Hamas contra algunos asentamientos israelíes cercanos a la Franja de Gaza. Los milicianos, que lanzaron 7.000 cohetes y realizaron incursiones por tierra, secuestraron civiles y mataron a cientos de personas en el 50º aniversario de la Guerra del Yom Kippur. Esto generó una contundente respuesta del gobierno del Estado hebreo, que ha declaró el estado de guerra.
Insistimos, desde el anarquismo, en la solidaridad como nexo social, lo que implica el ejercicio de ser libre en cada individuo y la posibilidad de que esa convivencia se produzca en paz.
Kant afirmó, ante la cuestión de si nuestros actos espontáneos y libres acaban con la destrucción de la sociedad, que el nexo social forma parte de nuestra naturaleza. De esta manera, según el filósofo alemán, el hombre avanza moralmente mediante el uso de su razón, por lo que existiría una especie de determinismo positivo hacia el perfeccionamiento. Hay que insistir en la fe de Kant en el progreso; no se habría producido un paso brusco del estado de la naturaleza al estado civil, son necesarios unos cuantos pasos previos antes de la aparición de la moralidad.
«El post-anarquismo puede ser visto, entonces, como una serie de estrategias político-éticas contra la dominación, sin garantías esencialistas y las estructuras maniqueas que condicionan y restringen al anarquismo clásico. Se podría afirmar la contingencia de los valores e identidades, incluidas las propias, y afirmar, en lugar de negar, la voluntad de poder. Sería, en otras palabras, un anarquismo sin resentimiento.» El anarquismo y la política del resentimiento, Saul Newman
“La ciudad colonial es un mundo cortado en dos, habitado por especies diferentes” – Frantz Fannon, psiquiatra caribeño y afrodescendiente, Los Condenados de la Tierra (1961)
El pasado 27 de junio, un gendarme pegó un tiro a bocajarro a Nahel Merzouk, un joven francés de 17 años de ascendencia argelina y marroquí, mientras éste se encontraba indefenso, al volante de un coche en el suburbio parisino de Nanterre. El vídeo de su asesinato a sangre fría generó una oleada de indignación por todo el país que se ha traducido en grandes protestas e incendios en decenas de ciudades. En los últimos días de junio y primeros de julio, miles de edificios públicos y coches ardieron. En respuesta, el Gobierno desplegó 40.000 soldados por la nación y 3.200 policías en París, más de 3.000 personas fueron detenidas y al menos un manifestante murió en Marsella por un proyectil de la policía.
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