La llamada izquierda, sea lo que sea lo que signifique eso a estas alturas, siempre ha tenido una confianza exacerbada en la cultura como herramienta emancipadora. Esta afirmación, que corresponde más bien a la llamada modernidad, hoy que dicen que estamos en una sociedad posmoderna, es digna de ponerse en cuestión. Y no lo digo porque no haya infinidad de militantes progresistas, sea lo que se lo que eso venga a significar, que no crean honestamente que el enriquecimiento cultural genera una nueva conciencia en las personas, lo cual dará lugar a la nueva sociedad y bla, bla, bla. Veamos por qué digo lo que digo. Yo mismo, aunque hubiera sido mucho más feliz de otro modo, que he sido un ingenuo izquierdista y he tenido una serie de descacharrantes inquietudes intelectuales desde temprana edad, muy vinculadas encima a la reflexión política, me he encontrado con un muro de hormigón cuando he tratado de profundizar en según que cosas y he corrido alborozado a mostrarles la luz a los demás. Cuando digo los demás, no me refiero a un minoría a modo de vanguardia intelectual, no, me refiero al pueblo llano (que uno ha tratado a veces).
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La representación anarquista en el cine
No nos cansamos de repetir, con pertinaz y legítima insistencia, que el desprestigio de las ideas anarquistas resulta inacabable. Así, es necesario indagar en lo que el medio de comunicación de masas por excelencia, el cine, ha representado sobre el anarquismo.
Anarquismo: educación, cultura y emancipación social
Desde sus orígenes, el movimiento anarquista ha profesado un amor apasionado por la cultura y la educación; no nos referimos únicamente a las manifestaciones culturales específicas dentro del anarquismo, sino a la cultura y el conocimiento de un modo amplio y liberador.
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¿Cultura libertaria? ¡No, gracias
¿En qué sentido se puede hablar de una cultura libertaria? Mucho me temo que sólo sea al precio de un contrasentido En efecto, las tesis, las prácticas, las sensibilidades libertarias no forman ni una cultura libertaria, ni una contracultura, ni una cultura alternativa: constituyen, antes que nada, una «anti-cultura».»
Seguir leyendo ¿Cultura libertaria? ¡No, graciasJames C. Scott, el pensador de la sociedad sin Estado, ha muerto
Reproduzco -traducido del francés- el artículo de Jade Lindgaard en Mediapart sobre la muerte del influyente antropólogo universitario norteamericano, especialista de la historia de los pueblos que vivieron sin Estado e inclusive contra él, que ha dejado una valiosa obra sobre las mil formas de resistencia al poder.
Octavio Alberola
Muere James C. Scott, el pensador de la sociedad sin Estado
Un gran investigador, autor y pensador de las sociedades sin Estado acaba de de desaparecer. James C. Scott, antropólogo norteamericano, ha muerto el 19 de julio, a la edad de 88 años. Las redes sociales se han llenado enseguida de mensajes en recuerdo del profesor comprensivo, del universitario curioso y atento, del colega simpático que siempre fue para todas y todos los que lo frecuentaron en las facultades donde trabajo, en particular en Yale, donde era un miembro célebre del departamento de ciencias políticas.
Seguir leyendo James C. Scott, el pensador de la sociedad sin Estado, ha muerto“Ni dios, ni patrón, ni marido”
La participación de las mujeres en la cultura impresa anarquista a escala internacional fue imprescindible para la extraordinaria difusión de la prensa y producción editorial del movimiento libertario, desde finales del siglo XIX hasta principios del XX. Fueron mujeres que desafiaron las normas de clase y de género, mujeres que crearon proyectos editoriales y colecciones, editaron periódicos y folletos, tradujeron textos políticos y literarios. “Su participación se rastrea en las primeras planas y en las portadas, pero también en los talleres y las imprentas, y en las calles, distribuyendo publicaciones o cobrando suscripciones”. Así recibe la exposición ‘Moldeadoras de la idea: mujeres en la cultura impresa anarquista’, que, en las propias palabras de sus curadoras, “recupera ese trabajo intelectual y manual muchas veces invisibilizado, para recordar y homenajear a todas aquellas que llevaron a letra de molde las ideas de la revolución, la emancipación, la fraternidad y la igualdad, y que imaginaron un mundo absolutamente diferente del que conocían”.
Seguir leyendo “Ni dios, ni patrón, ni marido”Al infierno con la cultura
Herbert Read:
Al infierno con la cultura
Cuadernos Arte Cátedra, Madrid 2011. 305 páginas.
Herbert Read es una interesante personalidad de la que ya nos hemos ocupado, especialmente de su pensamiento anarquista, en alguna ocasión. Al infierno con la cultura es una de sus obras fundamentales, en su faceta de crítico de arte Seguir leyendo Al infierno con la cultura
Nacionalismo y cultura
Esta obra de Rudolf Rocker debería haber aparecido, en Berlín, en otoño de 1933. No es necesario explicar qué gran catástrofe impidió que viera la luz, el nazismo puso punto final a todo discusión libre de los problemas sociales. Precisamente, Rocker trata en el libro del totalitarismo estatal, del peligro de que la maquinaria política absorba toda expresión de la vida intelectual y social. El desarrollo económico y estatal de principios de siglo XX, con la gran guerra mundial y sus terribles consecuencias, suponen para Rocker la aceleración de ese proceso de anestesia y devastación del sentimiento social.
‘No Mires Arriba’ o cómo la industria del cine nos hace mirar donde quiere
Cuando se le preguntó a Charlton Brooker la razón de cancelar la serie Black Mirror su respuesta pudo sonar grandilocuente: «Influido por Huxley u Orwell, quise crear una corriente de opinión y reflexión a través de una serie, pero esta, lejos de producir un cambio, solo consiguió normalizar la distopía, que ya vivimos, o el futuro apocalipsis, para transformarlas en un producto cultural. […] Mi alianza con Netflix fue la puntilla de Black Mirror y acabé tan desazonado que decidí no volver a creer en que las cosas pueden cambiarse desde dentro».
Seguir leyendo ‘No Mires Arriba’ o cómo la industria del cine nos hace mirar donde quiere(Casi) todo es una mierda
En determinada ocasión, cierta persona a la que tengo, a pesar de su barniz conservador, respeto intelectual y moral, me acusó de tener cierta actitud, que se resumía en una frase lanzada con vehemencia, que supuestamente resumía mi visión: «¡Todo es una mierda!» (sic). El caso es que semejente aseveración (o, mejor dicho, acusación), aunque podía extenderse a cualquier ámbito vital, estaba sustentada en una controversía literaria; yo afirmé, sin despreciar ningún otro género (¡Satanás me libre!), que si algún día me animaba a escribir algo de ficción, sería sin duda una sátira de elevadas ambiciones sobre la realidad social y la condición humana. Esto actuó como un resorte para que mi interlocutura dijera lo que dijo, ante mi estupor y cierta indignación. Vaya por delante que, pobre de mí, yo nunca he sostenido esa argumentación ni actitud vital; por supuesto, no me gusta gran parte de lo que observo a mi alrededor, e incluso no pocas veces muestro mi desprecio por gran parte de lo que hemos construido los humanos como especie, pero jamás se me ocurriría afirmar que el conjunto de la realidad es una suerte de bosta de enormes dimensiones. Tuve la sensación, con aquel intercambio de improperios amables, que mi rival dialéctico, junto a muchas otras personas, confunden el ser extremadamente crítico con algún tipo de amargura vital, traducida al parecer en considerar que el mundo es una especie de gran bola de excremento.
Claro que, pensándolo bien, no sé si hay muchas personas que, al menos sobre el papel, no se consideren a su extraña manera «críticas» con las cosas; incluso, algo que invita a la perplejidad, lo sostiene a veces la gente más conservadora, máxime en estos tipos distorsionadores en los que la derecha más repulsiva quiere pasar de alguna manera como «antisistema». Lo cierto es que puede decirse que cada uno, según su imaginario ideológico y moral, así como con su traslación o no a su actitud vital, es francamente complicado que se considere conformista o un papanatas sin remedio; y, desgraciadamente, abundan, y de qué manera. Pero, volvamos a la polémica que ha originado estas reflexiones. Qué diablos quiere decirse, cuando se considera a nivel artístico la sátira una herramienta impagable para dejar en evidencia las convenciones sociales más ridículas y cuestionables, que tantas veces sustentan las peores injusticias. Hay que decir, como gran argumento frente a mi interlocutora, que la sátira es un género tan reconocida como cualquier otro, que se remonta con grandes obras a la Antigüedad; no sé si alguien se atreverá a segurar que Valle-Inclán, Góngora o el propio Cervantes, al margen de la evidente calidad de sus escritos, tenían una visión tipo «¡Todo es una mierda!».
Me parecen muy respetables, o no necesariamente, si nos referimos siempre a una saludable polémica, aquellos poetas que quieran expresar los desvaríos del amor romántico, el misticismo de la condición humana o la belleza del cielo o de los pajaritos, pero uno no puede evitar estar a otras cosas. Una muestra de la perversión del lenguaje tiene como perfecto ejemplo algo emparentado con lo que intento expresar; «ser un cínico», algo seguramente excesivo a nivel filosófico, pero intelectualmente muy apreciable antaño como opuesto a toda convención social en aras del progreso, con el tiempo acabó convertido en una cosa abiertamente negativa. Creo que la sátira, género que más temprano que tarde me atreveré a abordar cargado de ambiciones, tiene mucho con ver con esa condición cínica en el sentido antiguo: algo, tal vez reprobable según determinada moral, pero que obedece a la necesidad de mostrar la gran hipocresia e injusticia del mundo en que vivimos. El cínico, así como el que usa la sátira como herramienta, a mi nada modesta manera de ver las cosas, realiza una crítica radical a todo convencionalismo; lo hace, de manera explícita o no, porque yo creo que desea atisbar que hay valores mucho más elevados, tal vez nunca alcanzables del todo, pero por los que merece la pena luchar. Jamás se me ocurrirá afirmar algo así como que todo es una hez, pero me resulta francamente complicado aceptar que alguien se refugia en una mera actitud contemplativa, sin dedicar ni un ápice de su existencia a tratar de derribar tanta miseria. Parafraseando al clásico, para construir inevitablemente hay que destruir; ojo, solo es una manera (algo satírica) de hablar.