Archivo de la etiqueta: Política

Apolítica, ¿qué diablos es eso?

No poca gente me he encontrado a lo largo de mi agitada vida, que se ha definido como «apolítica» y uno no puede evitar que un escalofrío de irritación le recorra el cuerpo. Dejaremos a un lado, al menos de momento, el hilarante comentario de la gran película Patrimonio nacional (¡gracias por tanto, Azcona y Berlanga!), de un tipo interesado que asegura ser apolítico, es decir, «¡De derechas de toda la vida, como mi padre!«. Tampoco atenderemos, de entrada, la urgente necesidad hoy en día de actualizar los conceptos de izquierda y derecha, descerebradamente simplificados y polarizados, cuya única variable es más o menos Estado (variable falaz, ya que en ambas posturas, profesionalizadas, se aspira a conquistar el poder estatal para asegurar el mando político y económico). Muy probablemente, lo que quiere decir el que se define como «apolítico» es que muestra rechazo o desinterés hacia lo que entiende como posturas políticas. De acuerdo, pero qué demonios entiende el susodicho por esas posturas, me temo que sencillamente votar a unos u otros. Y, ojo, esto es más intuición que otra cosa, ello no significa que no acuda el supuesto desinteresado a meter el papelito en la urna cada tanto para elegir a los que mandan. Es posible que definirse de esa manera, sencillamente, aluda a que se consideran neutrales o imparciales respecto a lo que consideran los posionamientos habituales políticos en función de unas supuestas ideologías. Sería algo semejante a esa majadería llamada ser de centro, ya que si no están nada claros, al margen de irritantes reduccionismos, los dos lados del espectro ideológico, que alguien nos explique donde se encuentra el término medio.

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Albert Camus, prácticas y experiencias políticas de juventud

Albert Camus nació en 1913 en la comuna de Dréan, en la zona oriental de Argelia, durante el dominio colonial francés. Era un pied-noir, descendiente de colonos europeos, en su mayoría franceses, aunque también había familias de origen español, como la de su madre, Catherine Helena Sintes, una mujer humilde y analfabeta. Su padre, Lucien Camus, trabajaba como vendedor de vino en la zona. El matrimonio tuvo dos hijos, Lucien Jean Étienne, nacido en 1910, y Albert, quien llegó al mundo en 1913. Sin embargo, la felicidad familiar duró poco, ya que Lucien fue movilizado en septiembre de 1914 en el contexto de la Primera Guerra Mundial y murió poco después a causa de las heridas de guerra en octubre de ese mismo año, cuando Albert tenía solo un año de edad. Este hecho marcó profundamente la vida y la obra de Camus, quien siempre mantuvo una relación compleja y dolorosa con la figura paterna ausente y con la guerra en general.

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¿Ni de izquierdas, ni de derechas?

Cuando alguien asegura no ser de izquierdas ni de derechas, ya lo dijo el clásico, ya sabemos que es de derechas. Siento la broma facilona, pero algo de verdad puede haber en eso. Hay que recordar que esa denominación de un lado u otro del espectro polìtico tiene su origen en la Asamblea Constituyente después de la Revolución francesa; a la derecha del presidente, se aposentaron los partidarios del Antiguo Régimen y, a su izquierda, los del nuevo. En la actualidad, con una gran cantidad de personas que se consideran «de centro», sea lo que sea lo que significa eso, esas categorías simplistas parecen en franca decadencia. Diré en primer lugar que, efectivamente, calificarse de manera tibia como centrista esconde, según mi nada modesta opinión, una actitud ambigua más bien conservadora. Ya nos advierte la Biblia acerca de esto: «Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca». Y me remito a la experiencia personal, ya que uno tiende mucho a la regurgitación política. Es cierto que se ha abusado de manera maniquea y simplista de ambos términos, aunque si echamos un vistazo al lenguaje la cosa es aún peor: lo diestro alude a algo correcto y positivo, mientras que lo siniestro evoca lo perverso y diabólico. Eso sí, si lo correcto es la mediocridad imperante, hace que uno simpatice aún más con la izquierda, qué queréis que os diga.

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Anarkhia: ¿Qué dijeron realmente los griegos?

Este artículo examina una variedad de usos que se dieron a la palabra «anarquía» y sus derivaciones a partir de las fuentes griegas antiguas. Tal vez no sea sorprendente que la mayoría de los casos indiquen que la aplicación negativa de la palabra como sinónimo de confusión y desorden prevaleció entre los tiempos antiguos; sin embargo, también hay varios usos eminentemente políticos, que son bastante reveladores en su prefiguración de los valores anarquistas contemporáneos, es decir, la referencia de los atenienses a 404 a.C. como el “año de la anarquía”; los usos de la palabra por Platón y Aristóteles en sus críticas a democracia y la asociación de la anarquía con las acciones desafiantes de Antígona en las obras de Esquilo y Sófocles.

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La filosofía de Nietzsche y el anarquismo

La filosofía de Friedrich Nietzsche, tal vez por su modo aforístico de escritura, así como por su carácter poético y personal, ha sufrido múltiples interpretaciones. El autor alemán fue un devastador crítico de los valores de su tiempo, que veía encarnados en el cristianismo, pero también de forma políticamente más polémica en el socialismo y la democracia. Apostaba por una superación de dichos valores mediante un punto de vista más allá del bien y del mal, donde se manifestaría lo que denominaba la voluntad de vivir, vinculada también a la voluntad de poder, y se erigiría su concepto de superhombre, caracterizado por haberse desprendido de una cultura decadente, por renunciar a lo que el filósofo denominaba moral del esclavo (sentencia tan controvertida como la propia obra de Nietzsche) y hacer de su existencia un esfuerzo y una lucha. Como es natural, no han sido pocas las críticas que se han hecho, desde diversos puntos de vista, a estos conceptos nietzscheanos no siempre plasmados de forma claramente comprensible y dando lugar a un amplio margen de interpretación. Más adelante, volveremos a ellos y trataremos de dar algunos puntos de vistas libertarios. Además, se considera a este filósofo alemán como uno de los precursores de la posmodernidad, con su crítica a la confianza exacerbada en la razón y el progreso, así como a todas las promesas emancipatorias que la etapa moderna llevaba en su seno, por lo que aumenta todavía más el interés en la obra de Nietzsche.

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De la independencia judicial y de los gases intestinales

Como tengo tanto tiempo libre me he apuntado al Club de Lectura de mi pueblo. Quince mujeres, incluyendo a la dirigente, y yo único varón. En los deberes propuestos, la novela Moby Dick. El día acordado aparecen las señoras, entre ellas una joven madre con su recién parido bebé. Grandes elogios al niño precioso y todo eso con voces aflautadas. Madre orgullosa y tal. La veo bastante desmejorada. Fin de las carantoñas.

Nos sentamos en semicírculo y antes de comenzar, pa que no moleste el crío, la madre le pone una grabación que le hizo una empresa de sonidos del vientre materno, «pa que no llore y esté tranquilo». Me tapo la cara con las manos, como si me relajase la vista.

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La primacia de lo ético sobre lo político en el anarquismo

El anarquismo clásico considera la mejor organización social, en oposición a la regulación por parte de una instancia objetiva externa (el Estado), surgida de la voluntad de individuos libres, autónomos y conscientes con el paradigma de la solidaridad frente a cualquier otro; se trata de una primacía de lo ético sobre lo político.

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La búsqueda en el anarquismo de la fragmentación y la pluralidad vinculadas por la ética

El camino fácil, y de consecuencias terribles de forma reiterada, para cualquier otra opción política es la conquista del poder. El reto para el movimiento anarquista es propagar en las personas un deseo de libertad, entendida como negación de toda estructura jerárquica y de dominación, los vínculos sociales deben ser fundamentalmente éticos, el apoyo mutuo y la solidaridad.

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El desorden de la memoria de la clase política

La socialdemocracia hace más de cien años que se definió como un socialismo realista que abandonaba las utopías para promover mayor equidad económica e igualdad social aceptando la economía capitalista. A la vista está que, si el foco con el que miramos es global, su fracaso es estrepitoso, las desigualdades no solo no han disminuido, sino que se han incrementado en el planeta. Es cierto que, los llamados países occidentales, lograron un «estado de bienestar» tras la II Guerra Mundial que mejoró la situación social en sus países, pero que nunca se pudo generalizar y que se alimentó de colonialidad(1). La caída de la URSS favoreció el desmantelamiento de dicho «estado del bienestar» y la extensión del neoliberalismo.

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