Cuando alguien asegura no ser de izquierdas ni de derechas, ya lo dijo el clásico, ya sabemos que es de derechas. Siento la broma facilona, pero algo de verdad puede haber en eso. Hay que recordar que esa denominación de un lado u otro del espectro polìtico tiene su origen en la Asamblea Constituyente después de la Revolución francesa; a la derecha del presidente, se aposentaron los partidarios del Antiguo Régimen y, a su izquierda, los del nuevo. En la actualidad, con una gran cantidad de personas que se consideran «de centro», sea lo que sea lo que significa eso, esas categorías simplistas parecen en franca decadencia. Diré en primer lugar que, efectivamente, calificarse de manera tibia como centrista esconde, según mi nada modesta opinión, una actitud ambigua más bien conservadora. Ya nos advierte la Biblia acerca de esto: «Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca». Y me remito a la experiencia personal, ya que uno tiende mucho a la regurgitación política. Es cierto que se ha abusado de manera maniquea y simplista de ambos términos, aunque si echamos un vistazo al lenguaje la cosa es aún peor: lo diestro alude a algo correcto y positivo, mientras que lo siniestro evoca lo perverso y diabólico. Eso sí, si lo correcto es la mediocridad imperante, hace que uno simpatice aún más con la izquierda, qué queréis que os diga.
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