En el momento de escribir estas líneas, Alfredo Cospito cumple 80 días en huelga de hambre, iniciada el 19 de octubre de 2022, en protesta por su situación en prisión.
Alfredo es un anarquista insurreccionalista de Torino (norte de Italia), con décadas de militancia a sus espaldas, lo que le ha ocasionado sufrir la represión del Estado italiano desde muy joven, pasando por prisión en los ochenta cuando estuvo preso por declararse insumiso al servicio militar.
Algunas personas hemos leído más, otras hemos leído menos; cuando se cae en demasía en abstracciones intelectuales, privilegio de ciertos círculos de iniciados y la inmensa mayoría de la población ni siquiera barrunta lo que estamos hablando; cuando el anarquismo abandona la calle para refugiarse en interminables discusiones sobre el qué hacer, pregunta con inevitables reminiscencias leninistas; cuando el ostracismo mediático al que estamos sometidos, signo inequívoco de que el sistema todavía nos tiene miedo, es equivalente a una mordaza en la boca; cuando caemos en el desánimo porque nuestros argumentos son ignorados sistemáticamente, no ya por los medios de formación de masas, lo cual es natural pues si el anarquismo tuviera un papel, siquiera secundario, en la sociedad del espectáculo, ¿Qué clase de anarquismo sería?, sino por el pueblo al que van dirigidos; si no dejamos de mitificar al trabajador, que en las democracias occidentales está imbuido de los valores de esta sociedad, es decir, profundamente conservador al que le encanta el ficticio papel protagonista que le adjudican la izquierda y la derecha; y en fin, cuando la voluntad intenta inútilmente imponerse a la realidad, es que tenemos un problema serio.
Tres ministerios (Igualdad, Justicia e Interior) andan confusos, perplejos, frustrados y asombrados ante el aumento de asesinatos de mujeres en el mes de diciembre de 2022 (trece mujeres asesinadas y un caso más que todavía se está investigando) y en el de enero de 2023 (a día 11 debemos contabilizar cuatro mujeres asesinadas). Y es que desde el Estado se confía en que, con recursos, leyes, ministras feministas en Igualdad y labor policial se puede atajar la violencia de género.
Tomando como pretexto el libro de Tomás Ibáñez: Anarquismos en perspectiva. Conjugando el pensamiento libertario para disputar el presente, el autor nos convocó para establecer un diálogo en torno a tres cuestiones de carácter bastante general sobre las cuales intervendríamos unos cinco minutos.
Voy a recoger mi participación en el acto empezando por la primera pregunta:
1ª Nuestra valoración de los problemas, desajustes o insuficiencias de los anarquismos en el momento actual.
La sociedad política en la que vivimos está fundada en una serie de supuestos, que las personas deberían conocer si de verdad queremos jugar en igualdad de condiciones de cara a una alternativa transformadora; uno de ellos es el mito del Contrato Social, concepto de la modernidad justificador del Estado, pero que halla sus raíces muchos siglos atrás. Tratamos de conocer en el siguiente texto la visión anarquista al respecto.Seguir leyendo El anarquismo y el Contrato Social→
El material que hemos utilizado para hacer este debate ha sido el capítulo 1: «¿Qué es un trabajo de mierda?» (28 páginas) del libro de David Graeber (2018): Trabajos de mierda. Barcelona, Planeta.
Según algunas encuestas realizadas a partir de un artículo previo al libro y del libro mismo sobre los llamados «trabajos de mierda», el porcentaje de gente que afirma ocupar un puesto de trabajo de estas características es del orden del 40%. El autor entiende por un trabajo de mierda el «empleo tan carente de sentido, tan innecesario o tan pernicioso que ni siquiera el propio trabajador es capaz de justificar su existencia, a pesar de que, como parte de las condiciones de empleo, dicho trabajador se siente obligado fingir que no es así».
Habitualmente las dos ideas más extendidas y equivocadas acerca de lo que es la anarquía son las siguientes. La primera es la que concibe la anarquía como caos, desorden, violencia, etc., y que únicamente refleja el desconocimiento de una filosofía política que plantea un modelo de sociedad sin gobierno, basado en una convivencia no forzada. La segunda es que la anarquía constituye una utopía social y, por tanto, una aspiración muy deseable pero imposible de alcanzar. Las razones que se aducen para sostener este punto de vista son de lo más variadas, y no son motivo de atención en este artículo. Sólo cabe destacar que incluso entre algunos anarquistas está bastante extendida la idea de que la anarquía es una utopía, algo que en el fondo refleja una falta de confianza en la viabilidad del tipo de sociedad que propugnan.
Suelen mencionarse como dos las corrientes políticas y filosóficas que marcan el desarrollo de la Modernidad, socialismo y liberalismo; sin embargo, el engaño de tal aseveración estriba en la marginación de una que, aunque ello precise de muchos matices, puede observarse como una síntesis de ambas. De esa manera, como dice Christian Ferrer, podrían ser tres las filosofías modernas con aspiración emancipatoria: liberalismo, marxismo y anarquismo; particularmente, creo que son muchas las diferencias que separan las ideas libertarias de las marxistas, mientras que de las ideas liberales no podían aceptar bajo ningún concepto que la libertad política y la justicia económica fueran irreconciliables. Es por eso que, para mí, posee la anarquista la más compleja concepción de la libertad que ha dado la Modernidad. Es cierto que las ideas libertarias, proudhonianas o bakuninistas en origen, nacen o al menos se desarrollan inicialmente como una corriente socialista en la Asociación Internacional de Trabajadores, pero pensamos que van mucho más allá y una muestra de ello sería la temprana ruptura con la rama marxista, por incompatibilidad entre medios y fines, por realizar la doctrina de Marx demasiado hincapié en la liberación obrera, pero también por la fe que depositaban los libertarios en la autonomía individual así como en el criterio y la responsabilidad personales.
No es mi intención intervenir en la polémica que está copando espacios en los medios de comunicación estos días de noviembre: me refiero a la reducción de penas para algunos agresores sexuales como consecuencia de la entrada en vigor el mes pasado de la conocida como «Ley del solo sí es sí». La Ley impulsada por Irene Montero desde el Ministerio de Igualdad ha propiciado estos días silencios y comentarios diversos dentro y fuera del Gobierno de coalición y declaraciones de la titular de Igualdad en el sentido de que había jueces que «estaban incumpliendo la ley por machismo».
Se ha dicho que Nietzsche fue el primero en golpear mortalmente cualquier principio trascendente; aunque se insiste en que se inspiró en gran medida en Stirner, dejaremos la controversia para otro momento. Otros autores, precursores de lo que ahora se conoce como posmodernidad, como Heidegger y Foucault, continuaron la labor del autor de Más allá del bien y del mal. El principio trascendente, concretado en el terreno religioso en la figura religiosa de un dios todopoderoso, es algo rechazable para el anarquismo, también para otras corrientes de izquierda surgidas de la Ilustración. Gracias a los pensadores de la Ilustración, con el optimismo que suponía la confianza en la llamada razón científica, se dejó a un lado aparentemente la superstición y el oscurantismo religioso socavando los cimientos sobre los que se había edificado la antigua concepción del poder. Se substituyó la verdad sustentada en la divinidad por una nueva verdad que lo hacía en la razón. Gracias a ello, existía una fe en el progreso y en el advenimiento de una nueva era en la que se construiría el paraíso terrenal.
Un espacio en la red para el anarquismo (o, mejor dicho, para los anarquismos), con especial atención para el escepticismo, la crítica, el librepensamiento y la filosofía en general