El arte de volar, escrita por Antonio Altarriba y dibujada por el popular Kim, novela gráfica muy premiada, editada ya hace unos años, es una inmejorable obra para disfrutar por parte de los aficionados al cómic, introducir a los profanos y, más importante, recuperar algo de la muy maltratada memoria histórica en España.
Sí, con ese magnífico titular no me refiero a otra cosa que al Estado. ¿Por qué diablos nos oponemos los lúcidos ácratas a esa tan «necesaria» institución? Y es que el Estado, supongo que en su forma moderna, liberal y democrática, ha logrado impregnar el imaginario de gran parte del personal observándolo como algo, no sé si del todo bueno, pero entendido principalmente como necesario. Ya los anarquistas clásicos, tremebundos por un lado en la crítica a la institución estatal, aclaraban no obstante que se referían principalmente a todo gobierno, es decir, al hecho de que decidan unos pocos, estén o no legitimados democráticamente, sobre el resto. El objetivo era, lo expresaré con bellas palabras, abolir toda autoridad e institución coactivas para fundar una sociedad de libres e iguales y satisfacer, sobre la armonía de los intereses diversos y el concurso voluntario de todo quisque, las necesidades sociales. Esto será todo lo «utópico» que se quiera, pero si alguno de los numerosos experimentos estatales que las historia nos ha deparado se ha acercado a dicha «sociedad de libres e iguales» que venga Bakunin y lo vea. Y, por supuesto, tampoco el capitalismo, a pesar de lo que sostengan algunos mitómanos actuales, sumamente simplistas e interesados, por no decir abiertamente mistificadores. Pero, centrémonos en el Estado.
El cineasta Basilio Martín Patino, fallecido en 2017, fue un autor libre, transgresor y original, tal vez no apto para todos los gustos, pero con una obra imprescindible, donde se suelen diluir la ficción y la realidad, para reflexionar y profundizar en el pasado y en su vínculo con la actualidad.
El capitalismo, (incuestionable para tantos), la sociedad de consumo (con su frívolo atractivo y sus vacuos valores) y la democracia representativa (con sus continuos e inefables salvadores) parecen haber seducido a la mayor parte de la sociedad. ¿Es posible una nueva conciencia libertaria y subvertir el estado de las cosas?
Un 10% de nuestro cerebro dicen que usamos. O sea, que si nos extirpan el 90% que no usamos, nos quedamos talicomo. Y que la mente es muy poderosa. Y que tenemos el Subconsciente por ahí dentro, dando por saco. Y una cantidad de tonterías como el superyó, que no es capaz ni de atravesar una pared, como haría Diana de Themyscira, princesa de las Amazonas.
¿De dónde sacan todas esas chorradas? Eso del Subconsciente es como lo del Alma: que no se puede ver, tocar o analizar. Nadie sabe dónde está, cómo se almacena en los sesos, y por qué es capaz de absorber como una esponja algún hecho negativo, dejando a un lado miles de cosas positivas… O sea, que si con catorce años te dio por pensar que podrías follarte a tu madre o a tu padre, sin llegar a hacerlo… ¡Ahí está la causa de que te mees en la cama con sesenta años!
El autor de la genial canción “La mala reputación” fue Georges Brassens (1921-1981), muy reconocido en su país de origen Francia, a pesar de ser un ácrata declarado e irreductible, tal vez el mayor representante de lo que algunos han denominado la trova anarquista; la letra es uno de los mayores alegatos contra el conformismo y, de forma más concreta (en homenaje, en el caso que nos ocupa hoy, a la festividad del 12 de octubre), contra los que consideramos los males que enfrentan a la humanidad: el nacionalismo, la religión y la división de clases. La canción, aunque algunos la identificarán con el rockero Loquillo, fue traducida por Paco Ibáñez e interpretada por él primera vez en esa primera versión; existe también otra traducción de Agustín García Calvo. Si hay algún cantautor español que podamos comparar con Brassens ese es Javier Krahe, que también adaptó algunos temas del francés como “Marieta” o “La tormenta”, letras donde podemos comprobar la semejanza entre ambos.
Los que sigan este blog, sabrá que dediqué algunos textos a la denuncia del encarcelamiento de Pablo González, durante dos años y medios, sin juicio, ni prueba alguna sobre su presunto espionaje para Rusia y vulnerando sus derechos más elementales. No conocía a este reportero en el momento de su detención, pero el caso me era cercano por motivos que no vienen al caso. Como es sabido, el pasado 1 de agosto González fue liberado en un intercambio de presos entre Rusia y diversos países atlantistas. La verdad, desconozco a la mayor parte de las personas liberadas, de uno u otro lado, y por lo tanto no voy a tildar a nadie de nada. Para algunos medios y personas, el hecho de que Putin lo incluyera en dicho canje y luego lo recibiera en Moscú, a él y al resto de liberados, claro, ya parece ser prueba irrefutable de su culpabilidad. Dejemos, de momento, el hecho de que sigue sin haber ninguna prueba palpable de que este hombre sea, efectivamente, un espía ruso y pasemos a lo más flagrante: la ya mencionada vulneración de los derechos humanos con una situación de presión continuada digna de las peores dictaduras, el no haberse respetado la más mínima presunción de inocencia y el habérsele negado un juicio justo con posibilidad de defenderse con medios adecuados. Resulta sorprendente que la mayoría de los medios y de la clase política, fuera o no culpable González de algo, siga sin denunciar algo tan indignante. Será que están acostumbrados a, en el mejor de los casos (no quiero pensar el peor), justificarlo.
De todas es sabido la dura represión que ocasionó el golpe de Estado de julio de 1936 en Zaragoza, «la perla del anarquismo». Siempre ha resultado sorprendente que el sindicalismo zaragozano de larga tradición y experiencia se dejara engañar por el General Miguel Cabanellas al mando de la V División Orgánica. Su condición de masón y la confianza del sindicalismo zaragozano en derrotar el golpe de Estado declarando la Huelga General provocaron que Zaragoza quedara bajo la autoridad de los sublevados desde el primer momento. Conocedores los militares de la importancia del anarcosindicalismo de la ciudad no dudaron en utilizar una represión despiadada para liquidar su potencia organizativa y de lucha.
A pesar de las dudas, debido sobre todo a la escasa influencia que pudo tener en el movimiento anarquista del siglo XIX, hoy hay que considerar a William Godwin como parte de la historia del ideal libertario. Es a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando se le presta una mayor atención y sus aportaciones son indudables al anarquismo continental, especialmente en la vertiente individualista y en el campo filosófico en general.
Se atribuye a Marx, pero el concepto de la lucha de clases como motor histórico, al parecer y como tantos otros factores, ya se había bosquejado con anterioridad al ínclito autor de El capital. Sea como fuere, qué diablos ha quedado hoy, en esta época que tantos denominan posmoderna, de ese conflicto entre poseídos y desposeídos. Vamos a dejar a un lado el llamado materialismo histórico, es decir, todo ese rollo de desarrollo de las fuerzas productivas, que serían las determinantes de las clases sociales, el cual llevaría paulatinamente al progreso, se pasaría del capitalismo al socialismo dictadura del proletariado mediante para, finalmente, llegar a la sociedad comunista. Sin negar la importancia filosófica de Marx (y de Engels), aunque extremadamente crítico con la praxis política a la que dio lugar su pensamiento, hay que decir que me resulta difícil creer que, a día de hoy, todavía haya quien crea de manera rígida en esa visión finalista de la historia (pero, haberlos haylos, y siguen descifrando el jeroglífico marxista para encontrar alguna esperanza en no sé muy bien qué). Algunos sesudos consideran que el marxismo no contenía exactamente una visión teleológica de la historia (signifique lo que signifique eso), pero uno no puede pensar en un heredero mejor de la escatología cristiana: promesas de un paraíso final, que no llega, ni en esta vida ni en la otra.
Un espacio en la red para el anarquismo (o, mejor dicho, para los anarquismos), con especial atención para el escepticismo, la crítica, el librepensamiento y la filosofía en general