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Maniqueísmo a diestra y siniestra

El vocablo de marras, maniqueísmo, para el que no sea un avezado portador de un maravilloso léxico, como el que suscribe, alude a una valoración de la realidad, sin matiz alguno, en función de lo que es bueno o malo. La progresía, de forma abiertamente exacerbada en la reciente campaña electoral, suele caer en dicha actitud maniquea identificando a la derecha con el mal absoluto y a la posibilidad de que gobierne con el advenimiento del apocalipsis (aunque ya haya pasado por un poder estatal y democrático basado en la alternancia). Ha sido así hasta el punto de que las llamadas, o más bien conminaciones, a ejercer el sagrado derecho, o más bien obligación, del voto han llegado a extremos surrealistas; por supuesto, no hacía falta apenas especificarlo, se referían a votar a la izquierda para frenar a esa derecha en alianza con una ultraderecha en pleno auge (aunque sean cosas extremadamente parecidas en este inefable país, antaño unidas, hogaño desunidas). Ese maniqueísmo progre, probablemente, ha depositado su máxima confianza en una especie de plataforma, y no sé si finalmente partido, llamada Sumar compuesta por Podemos (a regañadientes), Izquierda Unida (que no sé hoy lo que es, pero que era a su vez una coalición formada mayoritariamente por el comunismo oficial), por al parecer un par de partidos verdes, por Más País (aunque, con la extensión del que tenemos nos sobre) y por infinidad de fuerzas regionalistas (donde ya me pierdo en ideologías y motivaciones). A pesar de todas estas fuerzas políticas de la verdadera izquierda, producto de no pocas divisiones y refundaciones, las filas del bloque progresista contaban con el PSOE, antaño partido del régimen, hoy aliado, para sumar escaños y frenar al bando reaccionario/conservador.

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¡Votad, votad, malditos!

La propaganda para que en breve, creo que es a finales de este mes de julio, vayamos a votar es de una ferocidad tal, que en caso de no hacerlo a uno le hacen sentir como un bastardo hijo de perra sin entrañas. Por supuesto, estoy hablando del bando progre, claro, no vale con votar a cualquiera, hay que hacerlo a eso tan difuso que llaman izquierda. No tengo del todo claro si dentro de la misma se encuentra el partido todavía llamado socialista y obrero (e incluso español), pero supongo que sí, que dan por hecho que se va a aliar con todo cristo (incluso con la extrema izquierda, sea lo que sea eso) con tal de que no gobierne la derecha (oficial) conjuntamente con la ultraderecha (que todos sabemos, no es nada nuevo, que son cosas muy parecidas en este inefable país). Y algo que ha contribuido a agitar el miedo, ya a lo bestia, ha sido que en las recientes elecciones locales el Partido Popular no ha tenido problema alguno en gobernar con Vox; lo que no me cabe en la cabeza es que alguien tuviera la más mínima duda. Pues eso, que una vez más el fascismo puede ganar las elecciones y hay que pararlo en las urnas; hasta, no preguntéis por qué y de qué manera, escuché el otro día a Monedero afirmar entusiasmado que en este país de anarquistas la izquierda estaba logrando hacer eso que llaman un «frente amplio». Ojalá, Juan Carlos, ojalá, y me refiero a lo de «país de anarquistas», no a lo segundo.

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¿Otra debacle electoral?

Ya os habréis dado cuenta de que no he dicho ni pío de la abstención, para estas elecciones en las que según se decía, tanto se jugaba la izquierda. Bueno, pues ya veis los resultados: el PP gana, VOX gana, y la izquierda se queda de mascota en los diversos parlamentos. Vuelvo a decirlo: la izquierda pierde, porque no gana. Para que la izquierda pueda gobernar, solo tiene que ganar. Si gana la derecha, la izquierda podría ganar también, pero no lo hace. Es así de simple. La derecha ha ganado, consigue que la gente vote sus candidaturas. En cambio la izquierda no convence a su electorado. Y ahora que los analistas, digan cien mil tonterías.

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Tras las huellas del fascismo

Ahora que acaba de ganar las elecciones en Italia una admiradora confesa de Mussolini, y espero que una vez más no le echen la culpa a la abstención, conviene lanzar unas reflexiones sobre las huellas del fascismo en este inefable país. No, no voy a resucitar el estéril debate sobre si Vox es o no abiertamente fascista, me basta con tildarlos de peligrosos bodoques ultrarreaccionarios; claro que no reivindican abiertamente a Franco, cuyo condición fascista ya es muy cuestionable, ya que saben que eso resulta inconveniente y necesitan un discurso adaptado a los nuevos tiempos, pero en esa línea política inicua podemos situarles. Es un lugar común decir que el verdadero fascismo en España lo constituyó la fusión en 1934 de Falange, partido admirador de Mussolini, y las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, que podríamos emparentar más con los nazis alemanes. Como también es (o debería ser sabido), el genocida Franco tuvo la habilidad de aunar en su bando el fascismo con el carlismo junto a otras corrientes tradicionalistas; los fascistas más puros, que se pretendían revolucionarios, tuvieron que tragar en aquel engendro llamado Movimiento Nacional con la Iglesia y con los monárquicos. De ahí que la cruel dictadura franquista fuera definida como un régimen nacional-católico; Franco solo extendió el brazo hasta que el eje fascista fue derrotado y en el franquismo se nutrió algo de los rasgos fascistas más genuinos a través del llamado sindicato vertical.

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Asalto de la extrema derecha a la educación pública en Madrid

Hace unos meses, la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso anunció que ordenaría a los inspectores de Educación de la Comunidad de Madrid retirar los libros de texto que contuvieran material “sectario” (porque ella, a diferencia del resto, es objetiva y está por encima del bien y del mal). Más adelante, su consejero de Educación, Enrique Ossorio, profundizó en el mensaje de su khaleesi, aclarando que el Gobierno autonómico no compraría libros que contuvieran expresiones como “emergencia climática”, “resiliencia” o “discriminación por razón de género”[1].

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Esperpento, cretinez y papanatismo

Vaya por delante aclarar que el que suscribe no está del todo seguro si el gilipollas es él, al señalar que la corrupción es algo sistémico en este inefable país, o tal vez gran parte del material humano que le rodea. Uno es así de generoso en su análisis de la realidad. El caso es que esta guerra desatada entre facciones del Partido Popular, esa indescriptible derecha de este inenarrable país, además de ser un esperpento vergonzante, invita a unas pocas reflexiones a poco que profundicemos. Pablo Iglesias, que ahora tiene un podcast en el que pretende aportar sesuda información veraz y alternativa, instaba recientemente a que la izquierda parlamentaria se ponga las pilas y denuncie ante la fiscalía los presuntos casos de corrupción en el PP madrileño. Vamos a ver. En primer lugar, amiguito, ¿la izquierda parlamentaria no eras tú hasta anteayer? ¿Acaso los numerosos contratos, adjudicados a dedo por la Administración presidida por Ayuso, son algo que se sepa ahora? ¿Acaso no había ya indicios hace tiempo de que la Comunidad de Madrid había favorecido notablemente a familiares y amigos? ¿Por qué diablos no se puso, ni se termina de poner en la actualidad, todo ello en manos de la justicia? Sí, la justicia puede estar plagada de fachas y estar igualmente corrompida, y puede que luego haya multitud de cretinos que avalen a los corruptos en las urnas, pero al menos la contundencia en la denuncia moral y mediática puede y debe hacer un ruido estruendoso. A pesar del discurso epidérmico de algunos, y con gloriosas excepciones reales, no parece que sea así en este impronunciable país.

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Sobre perdones y rancias tradiciones

A escasos días de la fiesta nacional del 12 de octubre, que tan cachondos pone a los reaccionarios de este insufrible país, el muy repulsivo José María Aznar ha hecho gala de su espíritu patriótico y ha reivindicado el legado del imperio hispánico frente a cualquier discurso crítico con el mismo. Como el ego de este fulano es inversamente proporcional a su escasa estatura moral, ha personalizado la cuestión sin rubor alguno afirmando que él no piensa pedir perdón «por defender la importancia de la nación española». También se despachó a gusto contra el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, precisamente por exigir disculpas a España por haber cometido toda suerte de tropelías en la conquista de las Américas. Vaya por delante que lo de estos estadistas progresistas, como el propio López Obrador, me parece una mera pose, ya que mucho habría que hablar de lo que tendrían que reconocer tantas naciones y poderosos sobre toda suerte de iniquidades a los pueblos, por no hablar de los que siguen sometidos en la actualidad.

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¿Feminismo liberal?

Uno se pregunta qué diablos quiere decir el líder de la inefable derecha, de este indescriptible país, cuando asegura que su popular partido defiende el «feminismo liberal». No me pregunto sobre el contenido ideológico y político de dicho concepto, me dedico a evidenciar el problema que tiene la derecha hispana con el liberalismo y, claro, con el feminismo. Sí, sé que el ideario liberal recoge sobre sus espalda demasiadas corrientes, incluso algunas contradictorias entre sí. No obstante, aunque parezca mentira, es posible reivindicar un liberalismo alejado de ese capitalismo salvaje e individualismo ególatra que tanto gusta a muchos que aseguran ser liberales; un liberalismo progresista, cosmopolita, tolerante y antidogmático, tan preocupado de los derechos de la persona, como de lo comunitario, de la moral y de la justicia. Esto último, habrá provocado espasmos en algún que otro botarate, pero en este bendito país llamado España hubo un tiempo en que ser liberal podía significar algo parecido. En ese mismo momento histórico, los ácratas recogieron esa condición liberal para radicalizarla y convertir en hechos los meros derechos sin dejar de lado la solidaridad y la cuestión social.

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Arte (sumamente) reaccionario

No debería sorprender demasiado la llamada ofensiva ultrarreaccionaria concretado en el auge de una extrema derecha en este inefable país que, en realidad, siempre estuvo ahí desde aquella estafa denominada Transición. Hablamos, claro, de una sociedad española con una memoria histórica profundamente distorsionada por la victoria del llamado bando nacional, en una cruenta guerra civil iniciada por un intento de golpe de Estado de los facciosos, y una posterior dictadura de casi cuatro décadas; hechos más que evidentes para cualquiera que tenga bien oxigenado el cerebro, que no terminan de ser condenados por nuestra indescriptible derecha patria. Así, se proyecta colocar pasado este verano de 2021, si no podemos evitarlo, una impactante estatua de varios metros que homenajea el centenario de la Legión y su ubicación no parece casualidad: la céntrica Plaza de Oriente de Madrid; ese lugar que ha dado tantas alegrias a la ultraderecha patria. La impactante imagen elegida, ni siquiera han tenido la intención de maquillarla de modernidad “democrática”, algo que al menos hubiera dado lugar a otro debate, ya que no hay quien se trague eso de observar ahora las fuerzas armadas como colectivos bientencionados esforzados en misiones «humanitarias» en lejanas tierras.

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Guerras civiles (y sociales)

Recientemente, ha habido varios episodios, en este indescriptible país llamado España, que bien merecen ser comentados, aunque no dejen de ser más de lo mismo. Uno de ellos lo protagonizó el líder de la muy repulsiva diestra hispana, el inefable Pablo Casado, que soltó en el Congreso nada menos que «la Guerra civil fue el enfrentamiento entre quienes quería la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia». Las irritantes y disparatadas ocurrencias de unos conservadores que poco o nada tienen de auténticos liberales. Por supuesto, la obvia estrategia de Casado pasa por, una vez más, apelar a esa supuesta reconciliación entre españoles que supuso la muy fraudulenta Transición a una democracia, que al parecer sirve para que dialoguemos pacíficamente sin que asome la sombra de la España cainita. Por supuesto, mejor aludir a un enfrentamiento abstracto entre dos Españas, que a la lucha de clases pura y dura dentro de un país atrasado, cuyo colofón fue el golpe de Estado de los generales facciosos en nombre de una forma de fascismo, pero también de la tradición más casposa y de la defensa de las clases privilegiadas. La derrota de la dignidad y la victoria fascista tuvo como consecuencia cuatro décadas de dictadura férrea, que pasó por varias etapas, desde el totalitarismo con brazo en alto hasta, sin abandonar en absoluto los tintes autoritarios, una liberalización económica que supuso la falsa prosperidad económica en nombre del capitalismo.

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