Archivo de la categoría: Arte, ciencia y cultura

(Casi) todo es una mierda

En determinada ocasión, cierta persona a la que tengo, a pesar de su barniz conservador, respeto intelectual y moral, me acusó de tener cierta actitud, que se resumía en una frase lanzada con vehemencia, que supuestamente resumía mi visión: «¡Todo es una mierda!» (sic). El caso es que semejente aseveración (o, mejor dicho, acusación), aunque podía extenderse a cualquier ámbito vital, estaba sustentada en una controversía literaria; yo afirmé, sin despreciar ningún otro género (¡Satanás me libre!), que si algún día me animaba a escribir algo de ficción, sería sin duda una sátira de elevadas ambiciones sobre la realidad social y la condición humana. Esto actuó como un resorte para que mi interlocutura dijera lo que dijo, ante mi estupor y cierta indignación. Vaya por delante que, pobre de mí, yo nunca he sostenido esa argumentación ni actitud vital; por supuesto, no me gusta gran parte de lo que observo a mi alrededor, e incluso no pocas veces muestro mi desprecio por gran parte de lo que hemos construido los humanos como especie, pero jamás se me ocurriría afirmar que el conjunto de la realidad es una suerte de bosta de enormes dimensiones. Tuve la sensación, con aquel intercambio de improperios amables, que mi rival dialéctico, junto a muchas otras personas, confunden el ser extremadamente crítico con algún tipo de amargura vital, traducida al parecer en considerar que el mundo es una especie de gran bola de excremento.

Claro que, pensándolo bien, no sé si hay muchas personas que, al menos sobre el papel, no se consideren a su extraña manera «críticas» con las cosas; incluso, algo que invita a la perplejidad, lo sostiene a veces la gente más conservadora, máxime en estos tipos distorsionadores en los que la derecha más repulsiva quiere pasar de alguna manera como «antisistema». Lo cierto es que puede decirse que cada uno, según su imaginario ideológico y moral, así como con su traslación o no a su actitud vital, es francamente complicado que se considere conformista o un papanatas sin remedio; y, desgraciadamente, abundan, y de qué manera. Pero, volvamos a la polémica que ha originado estas reflexiones. Qué diablos quiere decirse, cuando se considera a nivel artístico la sátira una herramienta impagable para dejar en evidencia las convenciones sociales más ridículas y cuestionables, que tantas veces sustentan las peores injusticias. Hay que decir, como gran argumento frente a mi interlocutora, que la sátira es un género tan reconocida como cualquier otro, que se remonta con grandes obras a la Antigüedad; no sé si alguien se atreverá a segurar que Valle-Inclán, Góngora o el propio Cervantes, al margen de la evidente calidad de sus escritos, tenían una visión tipo «¡Todo es una mierda!».

Me parecen muy respetables, o no necesariamente, si nos referimos siempre a una saludable polémica, aquellos poetas que quieran expresar los desvaríos del amor romántico, el misticismo de la condición humana o la belleza del cielo o de los pajaritos, pero uno no puede evitar estar a otras cosas. Una muestra de la perversión del lenguaje tiene como perfecto ejemplo algo emparentado con lo que intento expresar; «ser un cínico», algo seguramente excesivo a nivel filosófico, pero intelectualmente muy apreciable antaño como opuesto a toda convención social en aras del progreso, con el tiempo acabó convertido en una cosa abiertamente negativa. Creo que la sátira, género que más temprano que tarde me atreveré a abordar cargado de ambiciones, tiene mucho con ver con esa condición cínica en el sentido antiguo: algo, tal vez reprobable según determinada moral, pero que obedece a la necesidad de mostrar la gran hipocresia e injusticia del mundo en que vivimos. El cínico, así como el que usa la sátira como herramienta, a mi nada modesta manera de ver las cosas, realiza una crítica radical a todo convencionalismo; lo hace, de manera explícita o no, porque yo creo que desea atisbar que hay valores mucho más elevados, tal vez nunca alcanzables del todo, pero por los que merece la pena luchar. Jamás se me ocurrirá afirmar algo así como que todo es una hez, pero me resulta francamente complicado aceptar que alguien se refugia en una mera actitud contemplativa, sin dedicar ni un ápice de su existencia a tratar de derribar tanta miseria. Parafraseando al clásico, para construir inevitablemente hay que destruir; ojo, solo es una manera (algo satírica) de hablar.

Juan Cáspar

Léo Ferré, música, poesía y anarquía

Léo Ferré fue uno de los grandes de la canción francesa. Considerado el cantante más prolífico en lengua francófona, la obra de Ferré, junto a sus diversas facetas, no tiene parangón, ni siquiera comparada con la de otros dos grandes de la chanson como Georges Brassens o Jacques Brel.

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Fernando Fernán Gómez. Centenario del nacimiento del director ácrata del cine español

Este año se cumple el centenario del nacimiento del director de cine Fernando Fernán Gómez, un personaje que va unido al arte cinematográfico español. Nacido según su historia familiar en Lima (Perú), aunque en su partida de nacimiento reflejara Buenos Aires (Argentina), debido a que su madre, que era la actriz Carola Fernán Gómez, se encontraba de gira artística por América Latina. No reconocido jamás por su padre, el también actor Fernando Díaz de Mendoza, fue criado por su madre y su abuela en España. Comenzó a estudiar Filosofía y Letras justo antes de estallar la Guerra Civil española, por lo que tuvo que dejar sus estudios universitarios y se inició en su verdadera vocación profesional como actor de teatro. Se inició junto a otros futuros profesionales como Manuel Aleixandre recibiendo clases en la Escuela de Actores creada por la CNT en Madrid durante los años del conflicto bélico, y de hecho en su archivo personal aún se conserva su carnet de anarcosindicalista en aquella época. Se estrenó como profesional del teatro en 1938 en la compañía de Laura Pinillos; donde lo descubrió Enrique Jardiel Poncela, quien le dio su primera oportunidad en una de sus obras como actor de reparto dos años después en 1940. Ese dramaturgo adaptó para él un papel, el de Peter el Pelirrojo, en la obra Los ladrones somos gente honrada, estrenada en el Teatro Calderón de Madrid en 1941.

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Antonina Rodrigo, la escritora de la vida

El día 23 de abril se inauguró, en el Museo Bernarda Alba de Valderrubio, una exposición dedicada a Antonina Rodrigo. La muestra se ha planteado como homenaje a una mujer que tiene un largo recorrido como escritora e historiadora, pero también como mujer con un compromiso político y social que siempre le ha acompañado. «Antonina Rodrigo, obrera de la pluma» es el expresivo título de esta exposición y en ella se lleva a cabo una retrospectiva sobre la vida, obra, premios y distinciones de esta mujer que ha sido considerada, por elección popular, entre «Los cien granadinos/as del siglo XX».

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Berlanga, un mal español y un creador genial

Luis García Berlanga, otro de los nombres claves de la cultura contemporánea, falleción en 2020; este año 2021, se cumple su centenario y bien merece un nuevo reconocimiento. Un cineasta, tantas veces, genial, aunque algunos proyectos no tuvieran el resultado que merecían. Un anarquista burgués, oxímoron recurrente en su biógrafos, y producto tal vez de su no subordinación a filiación política alguna (en el sentido de militancia en un partido) y de su reiterada negativa a poner su firma en manifiestos colectivos.

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¿Superhéroes o supervillanos? De fascismo y cómics

“Quis custodiet ipsos custodes?” (¿Quién vigila a los vigilantes?)

Frank Castle era un ex-marine que, tras luchar con distinción por su país en el extranjero, volvió a casa para trabajar como un agente del FBI. Castle confiaba ciegamente en el sistema para el que trabajaba hasta que un día un mafioso asesinó a su mujer e hijos. El sistema judicial, cuya máxima es la absurda presunción de inocencia, se mostró ineficiente a la hora de darle la Justicia que tanto ansiaba y absolvió a los responsables. Por tanto, Castle, que es más listo que nadie y sabe a ciencia cierta quiénes se encontraban detrás de todo, abandonó su uniforme gubernamental, se enfundó en cuero negro con una gran calavera blanca en el pecho y, llamándose a sí mismo Punisher (“Castigador”) se dedicó a aniquilar de la manera más sanguinaria posible a todos los mafiosos que se encontraban detrás del asesinato de su familia. Y, no contento con eso, vaga por los barrios de Nueva York matando a todos los criminales con los que se encuentra. Porque ante un sistema judicial corrupto e ineficaz, la verdadera Justicia la imparte él.

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Trilogía egoísta, de Antonio Altarriba y Keko, ¡¡¡magnífica!!!

Antonio Altarriba no debería necesitar presentación, ya dediqué una reseña a su estupenda “El arte de volar”, dedicada a su padre, díptico que completó más tarde con “El ala rota”, dedicada a su madre. Voy a reseñar ahora su trilogía, creo que etiquetado como “egoísta”, que pienso que no puede dejar indiferente a nadie y creo que, más bien, impresionará a la mayoría. El dibujo de los tres volúmenes corresponde al veterano Keko, seudónimo de José Antonio Godoy Cazorla, que me parece también muy notable, acorde con la atmósfera y el universo que Altarriba ha querido crear.

Nadie es responsable de esto en sociedades donde impera la corrección política, la permanente necesidad de autoestima y filosofías positivas de lo más detestables. Este es el contexto donde Altarriba, en “Yo, asesino”, nos muestra que el asesino en serie, que tanto prolifera en la ficción contemporánea, es un síntoma de la falta de interés por profundizar en los mecanismos del mal, de tantos males presentes en la sociedad, y en nuestra propia responsabildad e implicación en ello.

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Kropotkin y la infancia

A pesar de su título, las Memorias de un revolucionario del príncipe anarquista Piotr Kropotkin no dicen mucho de la revolución propiamente dicha. La actividad revolucionaria que lo hizo famoso está despachada en algunas decenas de páginas, al final y de forma apresurada. El grueso de esa autobiografía, que fue justamente saludada por Tólstoi como una de las grandes obras literarias de su época, está dedicada a narrar la infancia y juventud de Kropotkin.

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Los intelectuales y el fascismo

Creo que hace año y pico, en este inefable país, se estrenó la última (y más bien mediocre) película dirigida por el prestigioso Alejandro Amenábar, llamada Mientras dure la guerra. Como es sabido, el film se centraba en el momento del golpe de Estado perpretado por el genocida general Franco y sus secuaces, teniendo como localización la ciudad de Salamanca y como protagonista a Miguel de Unamuno. El colofón era los (¿conocidos?) hechos del Paraninfo de la Universidad de Salamanca donde el intelectual se enfrentó dialécticamente a los sediciosos fascistas con la consecuente ira del ridículo matarife Millán Astray. El film, cómo no, al margen de su calidad, que ya digo que me resultaba bastante discreta, a pesar de su impecable factura, molestó a gran parte del facherío patrio, lo cual es de agradecer. Sin embargo, resulta curioso, meses después de su estreno, pude escuchar a cierto bodoque ultrarreaccionario, en un irrisorio medio televisivo de extrema necedad ideológica, asegurar que a la película de Amenábar no se le había reconocido demasiado «por no ser lo suficientemente antifranquista». Me gustaría, o no, saber lo que pasa por la cabeza de estos tipos ultraderechistas para mantener su repulsivo relato sobre los hechos recientes de este indescriptible país.

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“Buñuel en el laberinto de las tortugas” o cómo descubrir la figura de Ramón Acín

Aprovechando este estado de confinamiento he visionado una película que ganó el premio Goya a la mejor película de animación en 2019, “Buñuel en el laberinto de las tortugas”. Una película que tiene como protagonista al cineasta reconocido, Luis Buñuel, y como gran secundario al anarquista Ramón Acín. Una figura del anarquismo que no ha sido lo suficientemente reconocida en su labor por la Seguir leyendo “Buñuel en el laberinto de las tortugas” o cómo descubrir la figura de Ramón Acín