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La revolución de las palabras. La revista Mujeres Libres

La revolución de las palabras. La revista Mujeres libres, de Laura Vicente Villanueva, una autora que está especializada en historia social, sobre todo en dos temáticas: historia de las mujeres y el anarquismo. Precisamente, de esos dos campos trata este libro editado en 2020; debido a todos los impedimentos de la pandemia, la obra no ha podido ser presentado en Madrid hasta muy recientemente en la Fundación Anselmo Lorenzo.

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ACRACIA ANARQUISMO NIHILISMO

Bajada de salarios de en torno al 10%

La inflación acumulada llega al 10%. Total. Que el BCE se ha dedicado durante décadas a mantener la inflación en el 2% o menos. Para ello el BCE se ha valido de dos instrumentos: los tipos de interés con los que presta el dinero a la banca, (venden dinero barato que el banco revende caro); y el control de los salarios de la purria obrera por debajo de la inflación. Traducido al castellano: que los ricos sean más riquísimos, no afecta a la inflación; subir un 3% los salarios afecta la inflación. Ahora tenemos salarios bajos, dinero barato para la banca…, e inflación elevada. Resultado: fracaso del BCE. Sin dimisiones. Sin fusilamientos. Sin despidos. En cambio suben el SMI, y no veas la que se lía con los tertulianos. ¿Que tenías mil euros? Ahora son novecientos.

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Mujeres Libres. Genealogía del feminismo anarquista

Nuestro propósito en este texto es hablar de las activistas de Mujeres Libres (revista y organización) y de su cometido. Conmueve conocer cómo estas mujeres, mayoritariamente obreras, crearon espacios feministas y anarquistas, cómo aprovecharon las circunstancias de la Guerra Civil y cómo pusieron en marcha una «revolución de la existencia» olvidada por todos/as. Queremos visibilizarlas, mostrar cómo sufrieron el sexismo por parte de sus propios compañeros y cómo la experiencia de revolución y guerra les cambió la vida. 

Las activistas de Mujeres Libres entendieron el anarquismo desde una vertiente personal (con un ardiente deseo de autonomía, de ser agentes de sus propias vidas), pero también  desde una vertiente social, obrera y feminista, basada en la lucha contra la dominación y la aspiración a una sociedad autónoma que crea sus propias normas. Desde esta convicción, consideraron relevante la creación de proyectos comunitarios autónomos, antiautoritarios y participativos en ámbitos como la educación, la actividad cultural, los medios de comunicación, la salud, la sexualidad, el bienestar social y la producción. Es decir, pensaron la transformación desde el bienestar y el malestar encarnados y no solo desde la producción.

Igualmente consideraron relevante desarrollar contextos de ayuda mutua en los que cultivar los valores anarquistas, fomentar la crítica a los sistemas jerárquicos existentes para ampliar los espacios de libertad en la vida cotidiana y, al mismo tiempo, desmitificar, subvertir y oponerse a ellos si era preciso.

En la revista Mujeres Libres, de un equipo de cuarenta autoras, ocho mujeres fueron las que firmaron más artículos: las tres redactoras (Lucía Sánchez, Amparo Poch y Mercedes Comaposada), Carmen Conde, Lola Iturbe, Áurea Cuadrado, Pilar Grangel y Etta Federn. De estas mujeres más comprometidas con la revista había un aspecto digno de mención: la mitad no habían tenido acceso a educación superior (Iturbe, Cuadrado, Sánchez y Comaposada), la otra mitad tenían títulos universitarios, predominando el de magisterio. Esta situación plantea una interesante alianza entre mujeres capacitadas desde el punto de vista académico y otras que eran obreras con formación autodidacta que hilvanaron desde muy pronto vínculos entre ellas haciendo crecer redes de apoyo mutuo, de solidaridad, de emancipación, que nunca olvidaron y siempre agradecieron. Esta red solidaria permitió a las mujeres obreras alfabetizarse, leer, ampliar sus horizontes, cambiar de trabajo, tener iniciativa propia, en definitiva, romper la cadena patriarcal de sumisión secular y emanciparse de la tutela masculina

A la presencia de mujeres obreras en el equipo de la revista hay que añadir que quienes mayoritariamente apoyaron la propia revista e ingresaron en la organización eran de origen social humilde y sin apenas formación académica, como señalaba Concha Liaño (Varias Autoras, Mujeres Libres. Luchadoras Libertarias, pp. 58): «(…) éramos la mayoría mujeres de pueblo, obreras. Nuestro nivel intelectual, exceptuando cuatro o cinco luchadoras, no era muy elevado en cuanto a preparación académica propiamente dicha, pero con respecto a nuestro sentido común, inteligencia innata, criterio justo al juzgar, que se me perdone la inmodestia, en eso éramos insuperables».

Tanto la revista como la organización Mujeres Libres rechazaron con claridad cualquier colaboración escrita de los hombres. En la exclusión de los hombres ejerció una gran influencia su concepción del feminismo basado en la diferencia de género y en la existencia de una naturaleza femenina, diferente a la masculina, que debía marcar las pautas en la revista y en la organización. Pensaban que si los hombres intervenían acabarían imponiendo su manera de entender la lucha de las mujeres. Este temor procedía de su experiencia personal y de las dificultades que encontraban para integrarse en las organizaciones del Movimiento Libertario (ML), no como meras comparsas pasivas, sino como personas con opiniones y criterio. Esta integración no era fácil puesto que el ML consideraba que el lugar privilegiado desde el que crear conflicto y hacer la revolución era el ámbito mercantilizado y masculinizado de la producción: el trabajo asalariado era el que confería identidad de clase y articulaba el sujeto de lucha (Amaia Pérez Orozco, Subversión feminista de la economía, p. 52). La presencia de las mujeres era dificultada en ocasiones, negada, otras; y sus reivindicaciones minusvaloradas o consideradas de mujeres.

Las activistas afrontaron, por tanto, un auténtico desafío encarnado, una contienda que estuvo inscrita en el cuerpo. Es difícil comprender el alcance de las ofensas y vejaciones sufridas para tomar esta decisión tan contundente y drástica de no aceptar, pese a sus ofrecimientos, a los hombres. Para acercarnos al sexismo que sufrieron tenemos que guiarnos por intuiciones desde lo no verbalizado o por lo dicho, muchos años después, en la correspondencia privada entre ellas.

Sara Berenguer

En 1993, Sara Berenguer Laosa (1919-2010) y Concha Liaño Gil (1916-2014), componentes de Mujeres Libres, entablaron correspondencia para intentar reconstruir los recuerdos de los años vividos durante la Guerra Civil y recogerlos en un libro. No se habían visto desde 1939 cuando salieron por la frontera francesa camino del exilio, las dos eran veinteañeras. Concha vivía en Paparo (Venezuela) y Sara en Montady (Francia), las dos estaban en la setentena, había pasado toda una vida desde que se separaron. Sus cartas muestran la alegría por volverse a poner en contacto y enseguida fluyen los recuerdos y sus problemas económicos y de salud que intercambian con confianza.

Es en el contexto íntimo de confianza de estas cartas en el que Concha, una de las fundadoras de la Agrupación de Barcelona en septiembre de 1936, le dice a Sara (1 de agosto de 1993):

«La verdad Sara es que nosotras éramos quijotes por partida doble: nuestros compañeros luchaban por la liberación del proletariado sin darse, sin querer darse cuenta que nosotras, el género femenino, estábamos como seres humanos en la misma situación de indefensión con respecto al género masculino. Mis peroratas a los grupos de Mujeres Libres que se organizaban estaban inspiradas en esta premisa: nada de enfrentamiento con [el] sexo opuesto. Ayudarlos a comprender la injusticia que se cometía con la mujer… a ellos que luchaban por la emancipación del proletariado».

Es decir, había que hacerles entender aquello que tenían delante de las narices y no veían, eso sí, procurando evitar el enfrentamiento abierto. Pero el problema no era solo social, era también personal tal y como le vuelve a comentar en la misma carta Concha:

«Es el eterno problema (…) somos buenas compañeras para la lucha. La experiencia me ha demostrado que “en la casa”, como “esposa”, los hombres aspiran, hasta el más liberal, [a] otra clase de mujer… naturalmente, con las debidas excepciones. Ese problema lo he tenido yo desde mi primer novio (…) yo recuerdo muy bien como los “compañeros” antes de la guerra se conducían con “sus esposas”».

Concha Liaño

Concha explica con meridiana claridad cómo los «compañeros» no consideraban que fuera relevante la lucha contra el sexismo y cómo en casa se comportaban como vulgares maridos haciendo uso de sus privilegios masculinos. Si las compañeras de lucha pretendían una relación igualitaria en el ML y en casa, la mayoría de los hombres no las consideraban idóneas como pareja.

Estas mujeres callaron sistemáticamente en público, más allá de algunas voces minoritarias, para evitar el enfrentamiento con los «compañeros». Este silencio se mantuvo y resurgió en 1993 cuando Sara Berenguer escribe un trabajo sobre Mujeres Libres y la revolución y se lo envía a Soledad Estorach (otra integrante de Mujeres Libres) para que le diera su opinión. Esto le escribe Sara a Concha (27 de octubre de 1993):

«[Soledad Estorach] lo cambió de tono. Sole no quería que se hablara o no comentara ciertas acciones de los compañeros, “pobres chicos”. Quería reivindicarlos, cuando, en suma, todos sabemos que, si bien los ha habido nobles, otros han sido rudos con sus propias compañeras».

Retazos, pedazos, fragmentos, retales de los que estirar para recomponer lo valiosa que fue una experiencia feminista sin igual como la de Mujeres Libres y los obstáculos con que se encontraron. La Guerra Civil constituyó una experiencia de libertad y de responsabilidad sin precedentes para las mujeres anarquistas y libertarias. Construyeron un feminismo de clase sustentado en la gran novedad de que las mujeres tenían que vivir solas, salir solas y asumir las responsabilidades familiares solas, algo que siempre se había considerado imposible y peligroso.

Las mujeres anarquistas y libertarias fueron muy pronto expulsadas del frente como milicianas y situadas en la retaguardia. No desaprovecharon la oportunidad y fueron capaces de acometer una revolución que transformó la vida, los cuerpos y las palabras, en definitiva, que cambió la existencia. Esta «revolución de la vida» fue posible porque la Guerra Civil propició un «momentum» (así lo denomina J. Rancière en Momentos políticos, p. 141), es decir, una etapa de «desplazamiento de los equilibrios y la instauración de otro curso del tiempo. (…) una reconfiguración del universo de los posibles». La «revolución en femenino» la llevaron a cabo mujeres, muy arraigadas a la realidad desbordando el trabajo asalariado (en la línea de centrarse en los procesos de aprovisionamiento social, pasaran o no por los mercados) y el sujeto de la lucha, y todo ello con poca presencia de la ideología.

Una revolución la suya sin épica, sin heroicidad, silenciosa, poco aparente, sin espectacularidad, que hizo posible que simples obreras «medio analfabetas» (carta de Concha a Sara, 27 de noviembre de 2007) demostraran su capacidad para gestionar la vida y convertirse en solucionadoras de problemas y preservadoras de la existencia en lo cotidiano. En esa gestión de la vida estuvo la enorme trascendencia subversiva y revolucionaria de sus empeños en la retaguardia. Una revolución en la que inventaron su propia política encarnada tejiendo vínculos entre ellas, generando amistades y proximidad física. Estos vínculos constituyeron un bálsamo de cordialidad y concordia dentro del grupo para afrontar la supervivencia mucho más difícil de lo habitual en tiempos de guerra.

Las protagonistas de Mujeres Libres vivieron con pasión un tiempo en el que una parte de la sociedad se mantuvo unida por el cemento de la solidaridad, sin el peso muerto del poder y la autoridad. No resulta fácil acercarnos a esa atmósfera de energía mágica, de alegría compartida, a esa sensación de que el mundo vivido hasta entonces se convertía rápidamente en una reliquia histórica, en una larga pesadilla dejada atrás. La promesa de un nuevo comienzo que no tenía más límites que los de la imaginación resultó difícil de olvidar para nuestras protagonistas, pese al contexto de guerra y enfrentamientos en el propio bando. Así lo reconocía Concha Liaño: «mi reloj “cronológico” se paró al salir para Francia. Si no fuera por esos recuerdos que son el telón de fondo de mi vida, no sé qué hubiera sido de mí». Y más sorprende si cabe: «Creo que fuimos privilegiados, a pesar de la derrota: al menos tuvimos una etapa en la cual, sabíamos para que vivíamos» (carta de Concha a Sara, 1 de agosto de 1993).

Esa fue «su revolución de la vida», una transformación de largo recorrido que empezó a cambiar las formas de vida, las relaciones personales, el trabajo, los «cuidados» y un sinfín de aspectos poniendo atención en lo pequeño, en lo callado, en lo íntimo, en el aliento de cada cuerpo. Estas mujeres vislumbraron otros mundos posibles y, pese a la derrota, nunca lo olvidaron. Recuperar esos hilos de memoria, esa genealogía de una revolución feminista, anarquista y proletaria, debería ser una tarea necesaria para las mujeres y para los movimientos feministas actuales.

Laura Vicente

Publicado en el Blog «El rumor de las multitudes» de El Salto, 4 de marzo de 2022
https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/mujeres-libres-genealogia-del-feminismo-anarquista

La Revolución española y el cine anarquista

El cine libertario. Cuando las películas hacen historia es un excelente documental escrito y dirigido por José María Almela y Verónica Vigil.  Aunque existe una versión de 16 minutos, la cual fue nominada en su momento a los premios Goya, el auténtico trabajo audiovisual es el largometraje de 1 hora, que se proyectó en algunos festivales y fue emitido en el Canal Historia.

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La emancipación de la ignorancia. La revista ‘Mujeres Libres’

En 1936 algunas mujeres anarquistas y libertarias pensaron que era una buena idea publicar una revista escrita solo por mujeres y para mujeres. Tenían un plan a largo plazo, alrededor de la publicación querían establecer una «red de cordialidad» entre ellas que permitiera crear con el tiempo una organización.

Para las tres redactoras de la revista Mujeres Libres (aparecida en mayo de 1936), Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada Guillén y Amparo Poch y Gascón, la capacitación de las obreras y campesinas era uno de los temas fundamentales que tenía que afrontar la revista para construir «imágenes de cambio» respecto a la discriminación de género que sufrían las mujeres de las clases trabajadoras. Este objetivo de batallar contra la «esclavitud de la ignorancia» nos permite ver y valorar potencias de cambio y transformación que si no pasarían desapercibidas o serían percibidas como «poca cosa».

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Rafael Spósito y los sediciosos despertares de la anarquía

Rafael Spósito (1952-2009), nacido en Uruguay, quizás más conocido por el seudónimo de Daniel Barret utilizado en sus escritos a partir de 2001, fue un sociólogo, periodista, profesor universitario y militante anarquista desde los 15 años. Participó en diversas experiencias autogestionarias y de democracia directa (estudiantiles, barriales, sindicales…), algunas relacionadas con la educación en barrios populares, y también en innumerables prácticas específicamente anarquistas; asimismo, colaboró en varias publicaciones ácratas, como ¡Libertad!, de Argentina, El Libertario, de Venezuela, o en la uruguaya Tierra y Tempestad.

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El anarquismo español y la acción revolucionaria (1961-1974)

Reseñamos este libro, por un lado para comprender la oposición libertaria a la cruel Dictadura de Franco en los años 60 y 70, por otro, para aprender de la historia sobre posibles tácticas y estrategias transformadoras, en las que el anarquismo debe tener mucho que decir, huyendo de toda tentativa dogmática e inmovilista.

El fin de la Segunda Guerra Mundial, todavía con la esperanza de una intervención de las potencias occidentales para acabar con la Dictadura franquista, llevó a las organizaciones clásicas del anarquismo a cierta espera e inmovilismo renunciando a la acción revolucionaria.  La situación parecía que iba a ser muy diferente con el Congreso de la CNT en Limoges, en 1961, que supondrá la reunificación de la CNT. Como Luis Andrés Edo aclara en el prólogo, la base de este libro está en un Dictamen elaborado en dicho Congreso, que promulga la creación de un organismo conspirativo que iba a recibir el nombre de Defensa Interior (D-I); se pretendía romper con el inmovilismo y fomentar la acción directa radical contra la Dictadura de Franco.

 

Este Dictamen contemplaba la participación, no solo de la Confederación Nacional del Trabajo, también de la Federación Anarquista Ibérica y de la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias. En el Congreso de CNT de 1963, en Toulouse, se inicia un proceso orgánico de disolución del D-I, que culminará dos años más tarde en el Congreso de Montpellier. Se denuncia que este proceso «oficial» de disolución del D-I, que no aceptará la FIJL, y continuará respaldado además por sectores de base de la CNT, iniciado además después de un momento clave como es la ejecución de Granado y Delgado, crea una falsa polémica sobre la «ilegalidad orgánica» de la organización de Defensa Interior. Sea como fuere, estamos hablando del testimonio clave de dos personas, protagonistas históricos, firmantes de un libro, que ya conoció una primera edición en 1975.

El Movimiento Libertario sufrió en España, tras la Guerra Civil, una ruptura generacional provocada por la cruel represión y por el forzado exilio de cientos de miles de militantes; a ello se une el trágico suceso de la Segunda Guerra Mundial, que supondrá la muerte de unos cien millones de personas. El anarquismo necesitaría, ya en la segunda mitad del siglo XX, una reactualización urgente. El contexto será, en los años 50, el del nacimiento de la Guerra Fría con el temor constante de un tercer conflicto mundial; ese miedo llevará al paralizamiento de la actividad política y sindical de los partidos y organizaciones clásicos produciéndose un profundo inmovilismo, ello a pesar de que continúen produciéndose situaciones conflictivas cuyos protagonistas serán ya otros.

Este inmolivismo tendrá una especie de «mar de fondo» en Occidente protagonizado por una juventud de diferente calado ideológico (marxistas, comunistas, cristianos…); el anarquismo, como no podía ser de otra manera, también será protagonista en gran medida a través de la la llamada Internacional Situacionista. Sin embargo, habría una organización española en el exilio, la FIJL, que no romperá con la estructura del movimiento clásico, pero sí con su estrategia inmovilizadora. Será la FIJL, siempre dispuesta a colaborar en acciones radicales contra la Dictadura, la que promueva la creación de ese organismo conspirativo que recibirá el nombre de Defensa Interior. Del seno de la FIJL nacerá el Grupo Primero de Mayo que, con el apoyo de algunas figuras experimentadas en el movimiento libertario, llevarán el anarquismo a las luchas obreras y estudiantiles producidas en el país.

El discurso central del libro es que la D-I supondrá, no solo una ruptura con el inmovilismo imperante en la organizaciones clásicas, también una impugnación ideológica a cualquier forma de dogmatismo que pudiera producirse en el movimiento anarquista; por supuesto, es un antidogmatismo que no adopta la forma de ningún tipo de posibilismo, sino la acción directa y radical contra el autoritarismo de la Dictadura y del capitalismo. No se trataba de entronizar la violencia, es más, se otorgó dignidad a las actividades al no producir ni una sola víctima mortal. Los autores del libro consideran que ha faltado objetividad crítica sobre la actividad del activismo anarquista, en los años que abarca la obra. Esa impugnación que un movimiento anarquista renovado, gracias en gran medida al ímpetu de la juventud, realiza al enclaustramiento de gran parte de las organizaciones clásicas supuso un cambio notable en los planteamientos y estrategias de las diversas corrientes revolucionarias.

Ese activismo anarquista contra la dictadura, en los años 60 y 70, recibirá a su vez la influencia de otros grupos revolucionarios surgidos en Occidente, poniendo así evidencia la crueldad de la Dictadura franquista aliada con las democracias occidentales. Si en América Latina ya estaba pronunciándose una juventud rebelde en los años 60 cuya máxima era «La revolución es obra de todos los revolucionarios», será la condición indudablemente antiautoritaria de Mayo del 68 junto al activismo revolucionario anarquista en Europa la que lleve la situación a su máximo apogeo. El fracaso de todas estas tentativas revolucionarias, resultado de diversos factores, es digno de análisis; el orden autoritario irá perfeccionando sus formas de manipulación y su nivel de eficacia. Para el futuro, quedará la estrategia anarquista de adecuación de medios a fines bien lejos de ese «terrorismo» de quienes tienen como objetivo conquistar el poder y no tardan en convertirse ellos mismos en represores.

Hoy, bien entrado el siglo XXI, cuando el orden autoritario adopta forma más sutiles y perfeccionadas, pero no menos alienantes, irracionales y también violentas, es más necesaria que nunca una nueva renovación de las tácticas y acciones verdaderamente transformadoras en el movimiento anarquista. Al margen de la forma que adopte ese movimiento, hoy sin una gran organización de masas, no cabe duda del importante legado de unas ideas libertarias que han impregnado la acción auténticamente revolucionaria de las últimas décadas: crítica a la familia, a la escuela, a la empresa capitalista, al Estado; negación de todo paternalismo, de la burocracia, el nacionalismo o el militarismo; reclamación de espacios autogestionarios, profundización democrática, solidaridad comunitaria…

Octavio Alberola y Ariane Gransac terminan su libro a mediados de los años 70, en un momento en que el orden autoritario tenía dos caras, la liberal y la dictatorial; la tesis de su obra es que lo que condujo, en cierta medida, a una sociedad más libre e igualitaria no fue una izquierda tradicional subordinada al juego político, finalmente en España integrada en el sistema dentro de esa farsa que fue la Transición democrática, sino la actividad revolucionaria de una juventud decididamente revolucionaria y antidogmática. La revolución auténticamente emancipadora, aquella que elimine la alienación y la explotación, y funde una sociedad libre y fraterna, es un objetivo por el que los anarquistas en el siglo XXI deben trabajar, influyendo en los movimientos sociales y en el conjunto de la sociedad, huyendo de nuevo de todo sectarismo.

En palabras de los propios Gransac y Alberola como colofón a su libro:

Para los anarquistas, lo esencial no es reconquistar un lugar entre las organizaciones sindicales o los movimientos políticos, sino reforzar y radicalizar todas las formas de «contestación» antijerárquica y de afirmación de la solidaridad revolucionaria en el seno de las sociedades en que viven y en el mundo.

Esa es la lección que hemos aprendido a lo largo de este testimonio.

Capi Vidal

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Multitud de personas formando la A de anarquismo

¿Qué es ser anarquista?

Quisiera desmontar esa idea que repite mucha gente de que no se puede ser anarquista porque eso implica casi la perfección en cuanto a la manera de vivir y de ser. Soy partidaria de negar cualquier trascendencia al término «anarquismo» puesto que es obra del ser humano. El anarquismo es creación, o mejor dicho autocreación. La idealización del término queda siempre desmentida por la realidad puesto que el ser humano es imperfecto y contradictorio.

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La revolución de la vida, de los cuerpos, de las palabras: Mujeres Libres

Rita Segato se preguntaba a sí misma sobre qué hacen las personas que tienen inclinación a pensar, cuál puede ser su contribución a la vida, ella misma concluía que eran donadoras de palabras, nombradoras. El nombre es lo que Segato llama imagen, el nombre de una cosa es una imagen.

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