La pandemia, que como su nombre indica afecta a países pobres y ricos, muestra en toda su evidencia la mezquindad del sistema económico en que vivimos. Los precios de las vacunas se disparan, en esa entelequia que llaman «mercado libre», y por supuesto, las regiones más desfavorecidas se quedan fuera del reparto. Las multinacionales farmacéuticas priman sus beneficios por delante de las innumerables vidas que se está llevando el maldito virus con el intolerable retraso en la aplicación de las vacunas. Y, de entrada, ni siquiera es cierto que estas grandes empresas hayan invertido su dinero y su esfuerzo en encontrar las soluciones a la pandemia, ya que todo el mundo sabe que beben, como los que más, del llamado capital público proveniente de los Estados y de la llamada Unión Europea. Capitalismo subvencionado, poder político y poder económico bien entrelazados. Uno de los aspectos de la situación es dejar en evidencia la falsedad de las premisas ideológicas e ideales del liberalismo (o neoliberalismo, no sé muy bien la diferencia): la mano invisible, que dijo el clásico, de un mercado «libre»; iniciativa privada, que es iniciativa de los que más medios tienen; creación de riqueza de los poderosos, para que caigan las migajas a los desposeídos; supuesta desregulación, que es más bien apuntalamiento por parte de los Estados al capitalismo; esa mistificación en la práctica social que denominan meritocracia…
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