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Francisco Ferrer, el anarquismo y la Escuela Moderna

Francisco Ferrer. «¡Viva la Escuela Moderna!” es una obra de teatro escrita por el belga Jean-Claude Idée y puede que no sorprenda, dado el desconocimiento que todavía hay de la figura y la obra del pedagogo asesinado por el Estado en 1909 en España, que sea un prestigioso dramaturgo de fuera quien se haya encargado de recordarlo recientemente1 de modo emotivo y trágico, en el escenario. De hecho, muy recientemente, del 13 noviembre al 7 de diciembre de este año 2025, se ha tenido oportunidad de disfrutar de un montaje extraordinario de dicho drama teatral dirigido por José Luis Gómez y muy notablemente interpretado por Ernesto Arias, Lidia Otón, David Luque y Jesús Barranco. No son buenos tiempos para el pensamiento crítico y la resistencia intelectual, por lo que valga esta obra para recordarnos que hubo un tiempo, frustrado tras el triunfo del oscurantismo, en el que se confiaba en que la educación podía cambiar el mundo. Y es que hace ya más de un siglo, desde aquel 13 de octubre, en el que Francisco Ferrer fue ignominiosamente ejecutado; la Iglesia y la burguesía, atemorizadas por los hechos de la Semana Trágica, le señalaron como responsable y el poder político cumplió la sentencia tras un juicio sin las mínimas garantías procesales, tal y como nos muestra el texto de Jean-Claude Idée.

Su gran crimen sería ser un fomentador del pensamiento libre, iniciador en España de la enseñanza no confesional y un precursor del anarquismo moderno. La obra, de forma muy inteligente, comienza ya con la detención de Ferrer y el personaje inicial que habla de él en retrospectiva es su primera esposa, alguien muy conservador que le describe como un demonio, representando tal vez a la prensa burguesa del momento; más adelante, otras mujeres, entre la que se encuentra su hija Sol Ferrer, van dando lugar a una imagen más adecuada a la realidad del pedagogo y revolucionario. Emotiva es también la relación de Ferrer con su abogado, un militar católico y monárquico, que sin embargo logra comprender la obra e intenciones de alguien tan distinto a él y pone todo sus esfuerzos en la defensa en un juicio cuya sentencia ya había sido dictada de antemano. Pero, ¿qué labor educativa llevó a cabo este hombre para convertirse en el terror de la Iglesia, el Estado y la burguesía?

La Escuela Moderna fundada por Ferrer se convertiría en un verdadero centro intelectual a principios del siglo XX. Antes de ello, hubo precursores en España como demuestra que en 1889, en el Congreso Internacional de Librepensamiento, hubiera más de sesenta sociedades españolas. Odón de Buen, otra figura muy reivindicable de la España contemporánea en este país con tantos problemas con la memoria, llegaría a decir que el principal objetivo del librepensamiento en España debía ser el desarrollo y la protección de una educación libre. Por lo tanto, la creación de la Escuela Moderna en 1901 se haría en un clima de cierto apoyo laico y librepensador, pero la reacción de la Iglesia y de los partidos sumisos al Estado no tardaría en llegar. Ferrer se esforzaría por recoger y unificar todos los intentos previos y tratar de dar un impulso más sólido y coherente, con programas más claros y estudios rigurosos. Tal y como él mismo diría: «Educar al niño de modo que se desarrolle sin coacciones ideológicas, y publicar también los manuales escolares susceptibles de alcanzar este fin», por lo que también crearía una editorial como complemento a la escuela. Puede decirse que Ferrer tuvo dos grandes objetivos: otorgar a los críos una educación libre de todo prejuicio racial y clasista, y también desarrollar el espíritu racionalista de los ya adultos. Como se desprende de su obra, el pedagogo no se limitaría a señalar los efectos devastadores de la desigualdad social, sino que dedicaría sus esfuerzos educativos y divulgadores a indagar en sus causas y combatirla de raíz, por lo que su pensamiento político y social hay que verlo como inseparable de su obra pedagógica.

Los boletines de la Escuela Moderna aparecieron en dos periodos: de octubre de 1901 a junio de 1906, interrumpidos por el encarcelamiento de Ferrer y el cierre de la Escuela, y de mayo de 1908  a julio 1909, de nuevo cortados por la entrada en prisión del fundador. La colección completa de estos boletines desapareció de las librerías y de las bibliotecas públicas. Sol Ferrer2 relata que, después de muchos años de búsqueda infructuosa, apareció finalmente gracias al hijo de un antiguo colaborador. En los boletines del primero periodo puede verse la preocupación de Ferrer por adaptarse, en el orden material e intelectual, a las exigencias de los progresos científicos (España era un país tremendamente atrasado en muchos aspectos): se resumen la actividades de la Escuela, sus progresos acompañados de estadísticas, las mejoras que se introdujeron, las conferencias para padres, adultos y alumnos, las reseñas de excursiones, los textos de composición de los alumnos (indicadores del espíritu de la escuela) y, finalmente, la correspondencia con alumnos de otros centros similares. Puede apreciarse en estos boletines la gran preocupación por la ciencia, como son las cuestiones de la evolución animal, el origen del mundo y de la vida o la formación de la tierra, sin pretender nunca dar respuestas definitivas para estar abierto a nuevas indagaciones.

Las composiciones de los alumnos indican la orientación educativa que reciben, según la cual se llama a reflexionar sobre las cuestiones tradicionales para ampliar el horizonte sobre todos los problemas humanos y sociales. El propio Ferrer, en su introducción a Principios de Moral científica (dirigido al profesorado), explica cómo quería desarrollar el espíritu de observación y de crítica en sus alumnos, haciendo visibles ciertos hechos de orden social que habitualmente se pasaban por alto. Las cuestiones sociales son, como es evidente, primordiales en la Escuela Moderna, por lo que se denuncia la falta de calidad en la enseñanza pública, el hecho de que las clases humildes se vean empujados por ello a una educación de sus hijos que desaprueban y se conciencia fuertemente sobre la necesidad de reivindicar también las necesidades intelectuales. Curiosamente, algo que da una idea de lo avanzado y audaz de su pensamiento, en el Boletín del 28 de febrero de 1905 Ferrer responde al presidente de la Comisión en pro de la supresión de las corridas de toros, partiendo igualmente de lo inadmisible de la llamada «fiesta nacional»: «Pero, dice, es más bárbaro y más salvaje aún admitir y defender a un régimen basado en la explotación del hombre por el hombre, que hace tan poco caso de la vida humana».

En 1907, Ferrer escribió La Escuela Moderna3, publicado después de su muerte, libro donde confirma y precisa su pensamiento, además de mostrar lo que era y lo que se proponía con su escuela. Era necesario pensar de nuevo la educación, imbuir a las personas del pensamiento racional y científico para evitar que sigan encadenados a un orden social perverso. Tal y como estaba concebida en la sociedad, la educación era un instrumento adoctrinador por parte del Estado y anulador del espíritu crítico, de ahí que toda reforma estuviera condenada al fracaso. El objetivo de la Escuela Moderna será formar hombres aptos para evolucionar sin fin, capaces de renovar la sociedad y a ellos mismos. Por supuesto, como opuesta a la educación tradicional, la Escuela de Ferrer es atea y se inspira en un racionalismo científico que confía en el progreso y en un conocimiento sólido; puede decirse que la fe es substituida por confianza en el porvenir. La base de la educación es ejercitar en primer lugar el razonamiento y el pensamiento del niño, a lo que se añadirá posteriormente la formación de su personalidad; en ello, tomará parte importante la iniciativa del educando para desarrollar su sentido moral.

De esta manera comienza el programa educativo de la Escuela Moderna: hacer de los niños personas veraces, justas y libres de cualquier prejuicio. Para ello, se insiste en dos medidas auténticamente revolucionarias para la época: en primer lugar, la coeducación de los sexos, algo necesario para acabar con los prejuicios entre hombres y mujeres, para fomentar la toma de conciencia mutua de los caracteres que distinguen o complementan a unos u otros y para acabar con la herencia irracional de la Iglesia transmitida de generación a generación; en segundo lugar, a ojos de Ferrer resulta igualmente necesaria la coeducación entre clases sociales para atacar de raíz los prejuicios en ese sentido y preparar así el porvenir de unas nuevas generaciones, las cuales aprenderán en la escuela el valor y dignidad de la persona al margen de su condición. Al respecto de esta última medida, hay que decir que el proyecto de Ferrer no niega la lucha de clases, pero muy sabiamente no pretende resolverlas inmediatamente y se propone en primer lugar eliminar todo prejuicio necio al respecto.

Hay que recalcar continuamente la importancia de este aspecto en el proyecto pedagógico fundado por Francisco Ferrer. La perversidad histórica ha conducido a que, en la actualidad, se identifique la (supuesta) ausencia de adoctrinamiento con la erradicación de aspectos sociales y políticos en la educación. La Escuela Moderna no pretende formar anarquistas ni rebeldes contra el Estado, y mucho menos en el sentido que le quisieron dar sus acusadores. Precisamente, rasgos como la coeducación de clases pretendían acabar con la violencia y el odio que la discriminación y desigualdad conllevan. En su libro La Escuela Moderna, aparecen las siguientes palabras de Ferrer: «Los oprimidos, los expoliados, los explotados han de ser rebeldes, porque han de recabar sus derechos hasta lograr su completa y perfecta participación en el patrimonio universal. Pero… la Escuela Moderna… no quiere atribuir una responsabilidad sin haber dotado la conciencia de las condiciones que han de constituir su fundamento: Aprendan los niños a ser hombres, y cuando lo sean declárense en buena hora en rebeldía». Por lo tanto, al igual que en el anarquismo, la educación es la condición previa necesaria para toda transformación política y social. Veamos también el discurso de Anselmo Lorenzo, que explica de forma tan nítida como razonable, en la fundación de la Escuela Moderna: «Ahí estáis vosotros para destruir atavismos, enseñar verdades, formar caracteres, impedir la formación de masas sectarias e inconscientes y hacer de cada hombre y de cada mujer un ser presente y activo, de positivo y de idéntico valor, sobre el cual no pueda sostenerse falso prestigio ni autoridad indebida, de modo que la justicia en las relaciones humanas sea un resultado sencillo y práctico de las costumbres».

La obra de Ferrer quedó plenamente asumida por el anarquismo y su insistencia en el valor intrínseco del individuo como base de una sociedad que acepta libremente los vínculos sociales, pero no se trata, por supuesto, de una escuela ácrata en el sentido que quisieron darle sus detractores como equiparable al terrorismo. Vienen al caso unas palabras de Charles Albert en un texto llamado «Educación y propaganda» (Temps Nouveaux, 11/5/1900): «Los anarquistas son los únicos en haber comprendido que la sociedad mejor del futuro no puede ser la conquista de un partido o de una táctica, sino la síntesis de todos los esfuerzos humanos sinceros y osados en todos los ámbitos de la actividad». La evolución ideológica de Ferrer le condujo a las ideas libertarias y ya se ha mencionado que su concepción pedagógica coincide con la anarquista, según la cual la educación es el medio para establecer una nueva sociedad y lograr la emancipación. No obstante, la política no está ausente en las inquietudes de Ferrer, pero considera con buen criterio que ese ámbito depende de la capacidad de comprensión de las personas. El pedagogo, evidentemente, era muy consciente de lo que representaba en su época el progreso científico y en él confía para la realización de una sociedad mejor. No obstante, algunos aspectos de ese progreso le inquietaban, así como las consecuencias que podrían reportar al ser humano. Así, en otro aspecto de indudable actualidad, le espantaba el lugar primordial que iba adquiriendo la técnica y la economía en la vida social del hombre. Por supuesto, su obra no rechaza en absoluto la técnica, pero teme que la misma prevalezca sobre el pensamiento. La solución pasa por la afirmación de una cultura crítica que libere al hombre de toda atadura política o divina acabando con toda tentación rutinaria y todo prejuicio producto de siglos de tradición conservadora.

Para lograr la emancipación es preciso desarrollar la personalidad en todos los sentidos, aceptando las limitaciones humanas, por lo que nunca se convertirá el ser humano en una especie de nueva divinidad. Se observa cada individuo como original e insustituible y se subrayan al mismo tiempo los valores más solidarios e igualitaristas, por lo que no tiene cabida ninguna solución autoritaria o colectivista a los problemas sociales. Tal y como lo observa Ferrer, la igualdad social es un producto de la moral superior de la razón, garantía de los derechos y de los deberes del individuo y, al mismo tiempo, un factor primordial del progreso. Lo que puede parecer una dualidad en el pensamiento, como ocurre en general con las ideas libertarias, es en realidad complementario y enriquecedor: un individualismo solidario que no pierde nunca de vista los problemas sociales. Los aspectos morales y racionales, estrechamente vinculados como se ve, son primordiales en la obra de Ferrer, pero sin que se caiga en la mera abstracción. Por ejemplo, uno de los males señalados es la falta de diálogo, la negación del discurso del otro, por lo que se apuesta por la comunicación para avanzar en la tolerancia y vencer al fanatismo.

Los grandes males provienen de la infalibilidad, de aquellos que proponen verdades con mayúsculas, algo sobre lo que advierte Ferrer y a lo que somete su propio criterio permanentemente mediante un «control racional, ético y positivo». Aunque hablamos de una visión ilustrada radical, que confía en el progreso, la ciencia y el trabajo como medidas emancipadoras, algo que puede resultar debatible en una época posmoderna, las propuestas de Ferrer fueron también enormemente pragmáticas y adelantadas a su época: preconizó un salario mínimo que asegurase la dignidad del trabajador y su familia; pidió una organización más racional del trabajo para que cada uno acceda al lugar al que le dan derecho sus aptitudes profesionales; recordó siempre que los valores del trabajo deben ir acompañados del derecho al bienestar, y a pesar de su crítica al poder político exigió al Estado que prestara atención a las cuestiones sociales. En definitiva, es casi imposible separar las concepciones filosóficas y morales de Ferrer de su pensamiento político, puede decirse que se complementan y forman un todo armónico que pretende aportar una comprensión global del hombre.

Hemos visto, de forma somera, la importante labor pedagógica que trató de llevar a cabo Francisco Ferrer, plenamente asumida por los anarquistas posteriormente, el verdadero motivo por el que fue ejecutado por un sistema indigno anclado en el pasado y esforzado en la represión de los que buscaban una sociedad mejor. Hoy, de una u otra manera, la memoria de Ferrer debe ser recordada y las y los libertarios seguimos confiando en la educación como base para un horizonte más justo y racional.

Capi Vidal

  1. Durante la Segunda República, se recuperó la pedagogía de Ferrer, especialmente, por los anarquistas y hubo intentos de restaurar su memoria, finalmente truncado por motivos obvios tras la victoria reaccionaria en la guerra civil; de 1931, es el drama teatro El proceso Ferrer, escrito por Eduardo Borrás, del que desconozco si Idée tenía constancia. ↩︎
  2. Sol Ferrer: Vida y obra de Francisco Ferrer; Luis Caralt, Barcelona, 1980. ↩︎
  3. https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/Ferrer%20Guardia%20-%20La%20escuela%20moderna.pdf ↩︎

¡Qué difícil es hacer la revolución! Ayer y hoy

Cuando buscas las huellas, los ecos, las resonancias de la revolución que Mujeres Libres hizo suya, dándole la vuelta al papel que sus compañeros reservaban para ellas, encuentras noticias que muestran las dificultades que tuvieron que afrontar las anarquistas. Estas «huellas» se han encontrado en Solidaridad Obrera, «órgano de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña y portavoz de la CNT de España».

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Sobre homenajes (y afirmaciones) históricos

Me entero de que hay un grupo de personas que van a realizar un homenaje a la Columna Durruti y, para ello, van a llevar a cabo una marcha recordando lo que fue la defensa de Madrid en 1936. Para los que no la conozcan en este caso, hagamos un poco de historia para oxigenar el cerebro. En noviembre de 1936, el frente nacional (mezcla de tradicionalistas, fascistas y reaccionarios varios, sublevados contra un régimen democrático liberal homologable a cualquiera de la época) cruzaba el río Manzanares a la altura del Puente de los Franceses, avanzaba por la Ciudad Universitaria hacia el Hospital Clínico y, desgraciadamente, la caída de Madrid parecía un hecho inminente. Fue entonces cuando el gobierno de la República reclamó la ayuda de la Columna, que recibía el nombre del carismático anarquista leonés, para que dejara el Frente de Aragón y viniera a la capital a reforzar su defensa. Conviene recordar que para esa fecha varios ácratas habían entrado, sorprendentemente, en el gobierno republicano; más tarde, haré algún subjetivo comentario, seguramente no exento de lucidez, sobre este hecho. El caso es que los milicianos de la Columna Durruti, a mediados de noviembre, llegaron a Principie Pío, tomaron puntos clave de lo que entonces era el Cuartel de la Montaña (hoy es el Templo de Debod), de Argüelles, del Parque del Oeste, la antigua Cárcel Modelo (en la actualidad, del Cuartel General del Ejército del Aire), así como del ya mencionado Hospital Clínico hasta tomar posiciones en las Facultades de Medicina y Filosofía. El avance de los rebeldes (la palabra da lugar a equívoco, recordad, los facciosos) fue contenido, pero no antes de cruentos enfrentamientos con, no lo olvidemos en cualquier conflicto bélico, innumerables víctimas. Vaya por delante que, particularmente, no soy nada amigo de homenajes históricos (ni, seguramente, de ningún otro tipo, al menos no con ese nombre). ¿Me excedo?; muy probablemente, sí, pero mi condición algo nihilista me puede, lo lamento.

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A vueltas con la memoria (y con la historia)

Tengo una amiga, una excelente y honesta historiadora, que no le gusta nada el concepto de «memoria histórica», que para ella vendría a ser poco menos que un oxímoron. Si lo he entendido bien, piensa que una cosa es la historia o historiografía y otra muy diferente es la memoria, más tendente a la subjetividad por motivos obvios. No está nada mal dicha aclaración, dada la acaparación de ambas cosas por intereses políticos, pero me temo que los que lo hacen les interesan más bien poco las sutilezas (y, todavía menos, la honestidad). De hecho, la actual polarización ideológica (por llamarla de algún modo, ya que «ideas» más bien pocas) conduce a que unos, el bando progre, hinchen el pecho de orgullo al mencionar el vocablo memoria a veces etiquetada de algo grandilocuente, mientras que otros, el bando conservador-reaccionario, suele ser partidario de la amnesia colectiva (la derechita cobarde), en el mejor de los casos, o bien directamente de reivindicar la ignominia histórica en este inefable país (la derechista abiertamente ultra). Los anarquistas, aparentemente una minoría hoy en día, aunque muy enérgica, no lo tenemos fácil ante esto de la memoria y la historia. De hecho, dado el muy repulsivo facherío todavía muy vivo en este inefable país, podría resulta tentador adherirse (al menos, de forma crítica y condicional) a la campaña de este gobierno tan progresista, cuando se cumplen 50 años de la muerte del matarife dictador, justificado en lo que se quiere llamar nada menos que Memoria Democrática y con el lema, todavía más distorsionador, de «España en libertad. 50 años». ¿Se nos quiere hacer creer que el franquismo acabó hace medio siglo?. No ya que hubiera un proceso de Transacción (perdón, Transición), sino que con la muerte del cruel caudillo en la cama, nos llegó la libertad por generación espontánea. En fin, la manipulación tiene todavía una vuelta de tuerca. Claro que, como la derecha gobernará más temprano que tarde, muchos dirán que más vale que nos conformemos con esto, aunque la visión histórica sea de una puerilidad que tumba de espaldas.

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«Las pajaritas» de Ramón Acín en el manto de la Virgen del Pilar

Ver «Las pajaritas» en el manto de la virgen del Pilar me noqueó. Pensé que era una falsa imagen hecha con IA o que la Asociación de Papiroflexia de Zaragoza (el manto era de papel) no sabía el significado de las dos pajaritas una en frente de la otra, que era casualidad, ignorancia o ambas cosas a la vez.

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Octavio Alberola 1928-2025

Tenemos que informar de la triste pérdida de uno de nuestros colaboradores, Octavio Alberola, un histórico del anarquismo. Agustín Comotto ha realizado el bello texto de homenaje, que publicamos a continuación.

Redes Libertarias

Tienes 80, 85, 90 años. Ya miras desde lo alto el edificio que has ido construyendo a lo largo de los años. No hay más pisos por hacer porque ya has hecho el techo. Te sientas allí a ver el horizonte los edificios como el tuyo que se construyen o construyeron a tu alrededor. Algunos edificios de esa ciudad inmensa que es la humanidad, la mayoría, te son desconocidos. Pero sin duda conoces a algunos de los constructores. Son los afines. Desde tu techo, constatas que algunos edificios ya no tienen a nadie sentado, como tú arriba, mirando alrededor. Están vacíos; no hay nadie porque la persona que ha construido el edificio ya no está. Algunos son hermosos, con apreciaciones estéticas de una originalidad impar, o con prodigios de diseño estructural de habilidad leonardesca. Es lo que queda del que los habitó. Algunos edificios son bajos, demasiado bajos y sin techo, a medio hacer porque, trágicamente, el constructor marchó fuera de hora. Otros, tienen el impacto de un obús que lo dejó en ruinas prematuramente. Estos son los que fueron destruidos por fuerzas externas.

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El anarcosindicalismo frente a los malos tiempos

Ha llegado pues el momento de concretar y definir el sindicalismo
de nuestro tiempo situándolo en la posición exacta que le
corresponde frente a su adversario el capitalismo.”
Pierre Besnard, Los sindicatos obreros y la revolución social, 1930.

Cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, el anarcosindicalismo era poco menos que una reliquia histórica, testimonio de los mejores días de un proletariado orgulloso y ajeno a la normativa de la sociedad capitalista. Su reaparición en el Estado español durante los pasados años setenta fue consecuencia del desarrollo durante el tardofranquismo de un movimiento obrero autónomo, que se organizaba en asambleas, nombraba delegados con mandato imperativo y empleaba piquetes para informar y defenderse. Ignorando toda la legislación antilaboral de la dictadura, ejercía sus derechos mediante la acción directa, la ocupación de fábricas, los piquetes de extensión y la huelga salvaje. A pesar de todo, la contraofensiva conjunta del Estado, los partidos políticos y el empresariado, mediante elecciones sindicales, logró imponer un nuevo sindicalismo de concertación vertical que heredó tanto las estructuras laboralistas del franquismo, como su función neutralizadora e inmovilista. Precisamente, con el fin de evitar que las centrales burocráticas legalizadas, apoyadas por la patronal y los partidos, acapararan y usurparan la representación de la clase obrera, la mayoría del movimiento asambleario se organizó en sindicatos independientes, parte de los cuales adoptaron las tácticas y los fines de la ideología anarcosindicalista. Las causas del fracaso de esta jugada estratégica habría que buscarlas en el trabajo de zapa de las susodichas centrales, en la reconstrucción fallida de la CNT y, sobre todo, en el propio proletariado.

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Como resolvía la Revolución el tema de los menores no acompañados

LA REVOLUCIÓN QUE SE PUSO EN MARCHA a partir del 19 de julio de 1936 atendió muchas necesidades poco conocidas y que forman parte de lo que hoy denominamos «cuidados» colectivos.

Tiempo habrá para hablar de las colonias que la CNT-FAI y Mujeres Libres pusieron en marcha y lo que estas colonias supusieron desde el punto de vista revolucionario. Cuando se afirma que otros mundos son posibles, lo son porque lo fueron y, además, en plena Guerra Civil, es decir, en las peores condiciones posibles.

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TERESA CLARAMUNT CREUS. 94 años de su muerte

He escrito y he hablado mucho sobre Teresa Claramunt Creus (TC), en los últimos años algo menos. Mi libro sobre esta mujer tan apasionante salió a la calle en 2006 publicado por la Fundación Anselmo Lorenzo, pronto hará veinte años. Diecinueve años son muchos años y seguramente ahora rectificaría algunas cosas de ese libro, pero nada sustancial. Aquella investigación marcó mi manera de acercarme a la historia y la vida de esta sindicalista, feminista y anarquista sigue muy presente en mí.  Escribí en mi último texto que un acontecimiento lo es desde nuestra mirada, que no está en la cosa en sí, esta mujer es un ejemplo de tal afirmación.

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Lily Litvak, La voz de los vencidos. Doce entrevistas con anarquistas que vivieron la guerra civil en España

Editorial Universidad de Granada
Fundación Anselmo Lorenzo, 2024

Hace 35 años era posible escuchar la voz de los vencidos en sobremesas, en paseos al aire libre, mientras se preparaban paquetes de propaganda o cuando se salía a pegar carteles al anochecer. Tras la derrota de 1939, su existencia se había encriptado durante años –demasiados–; habían permanecido en España, apurando la clandestinidad o entre rejas, o habían deambulado en el exilio y retornado. En todo caso, hace 35 años se encontraban disfrutando del tiempo libre que les permitía la jubilación, y podían emplear buena parte de él en actividades en las que encontrar sentido a la existencia. Lily Litvak vino de Austin y escuchó algunas de estas voces en un periplo realizado entre 1989 y 1991; tomada la confianza suficiente, grabó las conversaciones, ajustadas a la espontaneidad de la conversación más que a un guion preciso.

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