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Anarcofeminismo – Trabajos de mierda (17 junio-7 julio 2022)

El material que hemos utilizado para hacer este debate ha sido el capítulo 1: «¿Qué es un trabajo de mierda?» (28 páginas) del libro de David Graeber (2018): Trabajos de mierda. Barcelona, Planeta.

Según algunas encuestas realizadas a partir de un artículo previo al libro y del libro mismo sobre los llamados «trabajos de mierda», el porcentaje de gente que afirma ocupar un puesto de trabajo de estas características es del orden del 40%. El autor entiende por un trabajo de mierda el «empleo tan carente de sentido, tan innecesario o tan pernicioso que ni siquiera el propio trabajador es capaz de justificar su existencia, a pesar de que, como parte de las condiciones de empleo, dicho trabajador se siente obligado fingir que no es así».

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Anarquismo versus liberalismo, ¿un abismo infranqueable?

Suelen mencionarse como dos las corrientes políticas y filosóficas que marcan el desarrollo de la Modernidad, socialismo y liberalismo; sin embargo, el engaño de tal aseveración estriba en la marginación de una que, aunque ello precise de muchos matices, puede observarse como una síntesis de ambas. De esa manera, como dice Christian Ferrer, podrían ser tres las filosofías modernas con aspiración emancipatoria: liberalismo, marxismo y anarquismo; particularmente, creo que son muchas las diferencias que separan las ideas libertarias de las marxistas, mientras que de las ideas liberales no podían aceptar bajo ningún concepto que la libertad política y la justicia económica fueran irreconciliables. Es por eso que, para mí, posee la anarquista la más compleja concepción de la libertad que ha dado la Modernidad. Es cierto que las ideas libertarias, proudhonianas o bakuninistas en origen, nacen o al menos se desarrollan inicialmente como una corriente socialista en la Asociación Internacional de Trabajadores, pero pensamos que van mucho más allá y una muestra de ello sería la temprana ruptura con la rama marxista, por incompatibilidad entre medios y fines, por realizar la doctrina de Marx demasiado hincapié en la liberación obrera, pero también por la fe que depositaban los libertarios en la autonomía individual así como en el criterio y la responsabilidad personales.

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Más sobre el corrupto mundo balompédico

Aclararé, sin ánimo excusatorio alguno, que el deporte del balompié me interesa entre muy poco y nada. Sin embargo, algo que mantiene embobados a infinidad de espectadores obliga, si queremos empezar a anular toda actividad alienante, no obliga a indagar un poquito en todo ello. Máxime, cuando el Mundial de Qatar está en boca todos por diversos motivos. Solo asistí, en cierta ocasión, a un partido futbolístico y la serie de barbaridades que allí escuche todavía hoy me estremece (no, no son meros remilgos, es oposición a la barbarie). En primer lugar, y no me lo podrá negar ningñun aficionado sensato, el fútbol destila machismo por los cuatro costados y hay quien señala en ella un repulsivo modelo de masculinidad imperante. Esto es así hasta el punto que los futbolistas y árbitros que han declarado tener una orientación sexual diferente se pueden contar con los dedos de una mano. Y habrá quien diga, como caldo de cultivo para la actitud más repulsivamente hipócrita, que nadie tiene que reconocer su condición sexual de modo público; no, amiguito, no se trata de reconocer, se trata de ser y actuar con toda normalidad, algo que no se produce para nada en el universo futbolístico. Al parecer, en el deporte femenino hay algo más de visibilidad; las mujeres, como suele ocurrir, algo más adelantadas tambien en esto. Volvamos ahora al nauseabuando Mundial de Qatar, un país donde el régimen prohibe la homesexualidad y se sanciona con varios años de prisión.

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El Mundial de Qatar y la sangre de los trabajadores

En unos días, comenzará en un pequeño país árabe ese fenoméno universal de enajenación colectiva que denominan mundial balompédico. Al parecer, hace unos años sorprendió que se concediera la sede a Qatar, un lugar sin tradición futbolística y sin infraestructuras, a lo que sea añadía unas temperaturas que superan los 50 grados, lo que explica que se se haya retrasado el alienante evento a los meses de noviembre y diciembre. Recordemos que no menor estupefacción produjo que el anterior país que acogió el Mundial, en 2018, fuera la hoy criminalizada Rusia. En 2015, pocos años después de aquellas decisiones, hagamos un poquito de eso tan necesitado en todos lares llamado memoria histórica, se reveló toda una trama criminal vinculada a la FIFA, con toda suerte de fraudes, comisiones y sobornos, relacionadas con los futuros mundiales en Rusia y Qatar; algo debió torcerse para que, una vez más, se decidiera eliminar a dirigentes para poner a otros en su lugar y que todo siguiera más o menos igual. Efectivamene, a pesar de las coyunturales mascaradas policiales y judiciales, Rusia acogió el enajante evento deportivo y no habría problema en que lo hiciera Qatar años después; todo ello, a pesar de las denuncias por violaciones de derechos humanos, trabajadores muertos y corrupción en la construcción de los estadios. No debería sorprender todo esto, ya que una y otra vez se repite la misma situación en este inicuo sistema económico y político que sufrimos; empresarios, en plena connivencia con los que regentan los poderes políticos, ofrecen una estupenda idea sobre algún proyecto de gran magnitud para que, inmediatamente, se produzcan pagos de todo tipo para que sean unos pocos quienes se beneficien y los medios desinformen sobre lo benévolo del proyecto.

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Determinismo biológico o social

Tengo un pequeño debate como mi sobrina, que va a empezar el tercer año de la carrera de psicología, sobre el determinismo biológico enfrentado al determinismo ambiental (o social). ¡Toma ya! En mi nada humilde opinión, y a pesar de lo que sostengan reaccionarios y autoritarios de todo pelaje, la controversia la va ganando de forma obvia el condicionante de factores ambientales para justificar el comportamiento del personal, incluido el más estúpido y nocivo, que tanto abunda. Hay quien dice que el determinismo biológico, o genético, va de la mano del repulsivo darwinismo social y no es casualidad que tantos preconizadores de la peor cara del liberalismo, quizá tomando algo de la filosofía nazi, consideren que la libertad individual de los más dotados está por encima de cualquier consideración moral sobre ayudar a los no tan afortunados por su carga genética. Es decir, que el que no tenga la suficiente capacidad física y/o intelectual para salir adelante, adiós muy buenas y que le den al más mínimo atisbo solidario; repugnante justificación de la desigualdad social, pero desgraciadamente argumento muy real como uno de los pilares del mundo en que vivimos.

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Sobre el Ecofascismo

El 5 de septiembre sale a la venta el ensayo Ecofascismo: Una introducción, de Carlos Taibo (Catarata, 2022). En él, Taibo (politólogo y autor de Rusia frente a Ucrania, Ante el Colapso, Anarquistas de Ultramar, Walter Benjamin: La vida que se cierra, Colapso, etc.) explica que el ecofascismo es una apuesta en virtud de la cual algunos de los estamentos dirigentes del globo –conscientes de los efectos del cambio climático, del agotamiento de las materias primas energéticas y del asentamiento de un sinfín de crisis paralelas– habrían puesto manos a la tarea de preservar para una minoría selecta recursos visiblemente escasos. Y a la de marginar, en la versión más suave, y exterminar, en la más dura, a lo que se entiende que serían poblaciones sobrantes en un planeta que habría roto visiblemente sus límites. En esa perspectiva, el ecofascismo no sería un proyecto negacionista vinculado con marginales circuitos de la extrema derecha, sino que surgiría, antes bien, en el seno de los principales poderes políticos y económicos. Aunque tendría como núcleo principal a las elites occidentales, a ellas podrían sumarse otras radicadas en espacios geográficos diversos. El ecofascismo hundiría sus raíces, por lo demás, en muchas de las manifestaciones del colonialismo y el imperialismo de siempre, que en adelante tanto podrían apostar por el exterminio, ya sugerido, de quienes se estima que sobran como servirse de poblaciones enteras en un régimen de explotación que recordaría a la esclavitud de hace bien poco. En más de un sentido el ecofascismo sería, en fin, una forma de colapso. 

A modo de adelanto editorial, publicamos a continuación un pasaje del libro que nos ha cedido generosamente el autor.

El camino que nos conduce desde la normalidad hasta colapsos y ecofascismos no empezó ayer. Algunos de los hitos que lo han jalonado han sido los atentados del 11 de septiembre de 2001, con la parafernalia antiterrorista acompañante; la crisis de 2007-2008, con la eclosión del capitalismo financiero y bancocrático, y la pandemia registrada a partir de 2020, con la entronización de otro capitalismo, como es el del comercio digital y el de las grandes farmacéuticas. Por añadidura, en los últimos tiempos se han ido acumulando noticias que parecen emplazarnos en una suerte de antesala del colapso. Recordaré que en estas horas se hacen valer cortocircuitos en muchos de los flujos industriales, comerciales y financieros, se revelan problemas de suministro de materias primas energéticas y han subido espectacularmente los costos de movimiento de las mercancías. El ciclo se cierra con las secuelas, impredecibles, de la guerra ucraniana. Por detrás es fácil apreciar una aceleración muy notable de muchos procesos y, con ella, una creciente dificultad a la hora de encararlos, con la intuición, en la trastienda, de que acaso no estamos en la antesala del colapso, sino en el colapso mismo.

Las cosas así, lo menos que puede decirse es que en muchos de los estamentos de poder del planeta ha ganado terreno la idea de que el cambio climático y el agotamiento de las materias primas energéticas son realidades muy graves que afectan a la lógica entera del sistema y reclaman respuestas. Una de ellas, que no tiene un peso marginal, es el ecofascismo. La propuesta correspondiente obedece, en una de sus dimensiones fundamentales, al designio de recuperar un dominio pleno e incontestado en provecho del capital, en general, y, en su caso, de unos capitales sobre otros. En ese terreno, el ecofascismo parece llamado a ratificar muchas de las reglas del imperialismo de siempre, en el buen entendido de que ahora el designio en cuestión exhibe, junto con otras, una importantísima matriz ecológica. En ese marco los habitantes de los países ricos -y las elites de muchos lugares que no responden a esta descripción- están poco dispuestos a renunciar a niveles de consumo y de status social, y en modo alguno se muestran solidarios con los integrantes de las generaciones venideras, con muchos de los pobladores del Sur del planeta y con los miembros de las demás especies con las que sobre el papel compartimos este último. Una fórmula que retrata lo anterior de manera gráfica es la que recuerda que los turistas ejemplifican la «buena globalización”, en tanto los refugiados representan el lado amenazador de aquella. 

Parece obligado subrayar, por otra parte, que el ecofascismo nace de la condición de un capitalismo incipiente. Si durante décadas la corriente dominante en el capitalismo realmente existente ha sido aberrantemente cortoplacista, y a poco más aspiraba que a multiplicar de forma espectacular los beneficios en un período muy breve, sin ningún proyecto mayor de futuro, hoy se perciben con claridad los rasgos de un capitalismo nuevo que, consciente de lo que en el terreno ecológico se nos echa encima, sí tiene un proyecto de futuro. Cierto es que ese proyecto exhibe al tiempo un carácter criminal tanto en lo que hace a los objetivos –marginación y exterminio- como en lo que respecta a las herramientas. Al fin y al cabo el sustantivo que se incorpora al término ecofascismo se justifica en buena medida de resultas de la mentada naturaleza criminal del proyecto en cuestión, que invita a concluir que tal proyecto no constituye una respuesta ante el colapso, sino, antes bien, una forma singular de este último. Una de las señales de la fortaleza del proceso que me ocupa es un progresivo engrosamiento de las funciones represivas propias de la institución Estado, que como siempre se halla al servicio de las clases dominantes. Otra asume la forma de un renacimiento de organizaciones como la OTAN, que anuncia un horizonte planetario de militarización, crecimiento en el gasto en defensa, negocios para la industria de armamentos, autoritarismo, represión de las disidencias, injerencias e intervenciones. Aunque en semejante escenario parece haberse instalado la conclusión de que, para hacer frente a la crisis ecológica en sus múltiples manifestaciones, es preciso aceptar el asentamiento de fórmulas autoritarias del más diverso cariz, no queda más remedio que afirmar con rotundidad que esas fórmulas se encaminan a ratificar una estrategia de dominación más allá de la ecología y sus reglas, con franco ahondamiento de la crisis social, de las separaciones y de la represión.

Conviene, aun así, que nos alejemos de aquellas visiones que entienden que la suerte está echada y que el resultado de la partida no puede ser otro que la entronización, con unos perfiles u otros, del proyecto ecofascista. Hay quien piensa que el gran capital, las corporaciones, las bolsas, los gobiernos que los amparan y los aparatos represivos y mediáticos de los que se han dotado están en el origen de todas las tensiones que se registran en el planeta. Si el argumento tiene, ciertamente, su fundamento, no nos obliga, sin embargo, a tirar la toalla. Por lo pronto, esas instancias no son tan inteligentes y capaces como pudiera parecer. Aunque son impecables los análisis de Naomi Klein en lo que respecta a la capacidad que el capital muestra en lo que atañe a utilizar en provecho propio las catástrofes naturales, en la gestión correspondiente en modo alguno faltan las disfunciones y los errores. Esto aparte, las instancias que ahora me interesan a menudo compiten descarnadamente entre sí, circunstancia que abre hendiduras, de nuevo, en el edificio de su poder. Aunque hoy todas ellas están marcadas indeleblemente por la lógica del capital, las pulsiones imperiales revelan también elementos de diferencia y de competición que dibujan un panorama cualquier cosa menos plácido. Para cerrar el círculo, en fin, el colapso parece inequívocamente llamado a cruzarse de por medio y a debilitar de forma sensible la capacidad de poderes tradicionales que dependen en demasía de energías y tecnologías que van a escasear. Así las cosas, está servida la conclusión que señala que un sistema incapaz de evitar su colapso a duras penas puede presentar esta circunstancia como una virtud, por mucho que se apreste a sacar partido de la situación en cuestión. 

Más allá de lo anterior, la crisis sin fondo del capital tiene que ser aprovechada por resistencias que cabe esperar que sean muy distintas de las que en tantos lugares cobraron cuerpo en el siglo XX. Aunque es posible que esas resistencias hayan de aguardar al poscolapso para plasmarse en plenitud, lo suyo es que prestemos oídos a su condición presente. Su apuesta debe asentarse, antes que nada, en un rechazo, desde la democracia directa y la autogestión, de los procedimientos autoritarios inherentes al ecofascismo. Ese rechazo se desplegará desde lo que en unos escenarios serán espacios autogestionados de nueva creación y en otros comunidades  ancestrales, de tal suerte que se reunirán –ojalá- pulsiones anticapitalistas y flujos precapitalistas. En muchos casos esas realidades lo que procurarán será preservar y recuperar, antes que introducir algo nuevo. Hablo de instancias que remiten inmediatamente al concepto de comunidad. Aclararé, en fin, que no defiendo los espacios autónomos y las comunidades primitivas sin más: postulo su coordinación y su voluntad de sublevación.

No tengo dudas en lo que hace a la naturaleza de la terapia que deben desplegar esas instancias de resistencia. En ella tienen que reunirse la aplicación de frenos de emergencia que permitan salir del imaginario miserable del crecimiento, la apuesta por una redistribución radical de la riqueza y la defensa de formas de organización social y colectiva que dejen atrás el capitalismo. Si se trata de garantizar que la especie humana siga existiendo, importa, y mucho, saber cómo y en qué condiciones. Al respecto debe hacerse valer el recordatorio de que buena parte de la historia de esa especie se ha vinculado con formulas de autogestión y de apoyo mutuo, de tal manera que no hay motivos para concluir que esas reglas han desaparecido para siempre. Es verdad, eso sí, que en el escenario posterior al colapso las tensiones no faltarán. Lo más probable es que adquieran carta de naturaleza, en espacios geográficos a menudo próximos entre sí, realidades muy dispares que en unos casos reflejarán la pervivencia de los poderes tradicionales y en otros el ascendiente de opciones alternativas como las que aquí defiendo, sin cerrar, claro, el paso a otros horizontes, con un corolario insorteable: la diversidad de resistencias, de comunidades y de historias de la que hablo hace difícil creer en la consolidación de algo que huela a una soberanía planetaria. Pero el teatro del poscolapso, que por muchos conceptos será el de una tragedia global, bien puede borrar de un plumazo muchos de los problemas que hoy nos acosan en materia de propiedad privada y de deuda.

Cuenta Horvat que con ocasión de un terremoto que se reveló durante la pandemia, el gobierno croata emitió dos mensajes manifiestamente contradictorios. Por un lado, la población debía abandonar las casas –para hacer frente a las consecuencias previsibles del terremoto- y por el otro tenía que permanecer en ellas –para plantar cara a la pandemia y respetar las medidas de distancia social-. La locura en curso obliga a aseverar que los mismos que han creado los problemas se disponen a salvarse a costa, una vez más, de sus víctimas. En ese atolladero, y tal y como lo recuerda el propio Horvat, “en lugar de ‘regresar a lo normal’, deberíamos encarar lo ‘normal’ como el verdadero problema”.

La imagen de la cabecera ha sido extraída de la web Nortes.me

Todo por hacer

El sagrado derecho a la propiedad. ¿Por qué los oligarcas rusos aún tienen villas en Europa?

A continuación, reproducimos un texto titulado «The Sacred Right of Property: Why do Russian Oligarchs still have Villas en Europe?» escrito por el colectivo anarquista Pramen de Bielorrusia (el cual hemos traducido del inglés) abriendo este interesante debate.

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Dudas razonables, y una certeza

Quería manifestar dudas que tengo desde hace décadas, y que me surgen una y otra vez cuando leo artículos referidos a la crisis energética. Quiero dejar bien claro que solo digo lo que se me ocurre, tal vez por orgullosa ignorancia y pereza.

Resulta que en el siglo XX me embarqué en el tema antinuclear. La energía nuclear, en medio de la Guerra Fría, se me antojaba un disparate como la copa de un pino, y así vi cómo en la España democrática se declaraba la moratoria, se paralizaba la construcción de centrales, se mantenían en funcionamiento las existentes, y se apostaba por la energía fósil (sobre todo) y las renovables.

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Crisis energética global, capitalismo y soluciones a la vida básica fuera de esa telaraña

El pasado mes el colectivo comunicativo Cuellilargo editó una serie de vídeos titulados «Petrocalipsis. Crisis energética global y como sí la vamos a solucionar», basados en una síntesis del libro de Antonio Turiel, científico y doctor en Física por la Universidad Autónoma de Madrid. Nosotras nos hemos propuesto realizar un breve resumen de esos vídeos gracias a las notas que el propio colectivo Cuellilargo nos ha compartido. Recomendamos la visualización completa de la serie de vídeos y la profundización en la lectura del ensayo de Antonio Turiel para ampliar toda la información.

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La Cumbre de la OTAN de Madrid de 2022: Balance de una reunión que marcará la estrategia de la organización belicista durante las próximas décadas

El pasado 30 de junio finalizó la Cumbre de la OTAN que se celebró en Madrid, calificada unánimemente de “éxito” del Gobierno por todos los medios de comunicación, progresistas y de derechas. Durante 5 días –pese a que la reunión únicamente duró 2– las madrileñas notamos sus efectos por la suerte de estado de excepción que se decretó: policías armados en cada esquina (el dispositivo especial movilizó a 6.550 policías nacionales, 2.400 guardias civiles y más de 1.000 municipales), el centro cortado, identificaciones masivas, registros de coches, etc.

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