Particularmente, como debe resultar obvio para quién tenga el cerebro bien oxigenado y me conozca, me interesa poco o nada lo que puedan decir personajes grotescamente mediáticos como Federico Jiménez Losantos. Sin embargo, lo que sí me inquieta, y dice muy poco de esta especie a menudo necia y perversa que es el homo sapiens, es la cantidad de españolitos que escuchan a semejante ser y se congratulan de las barbaridades, simplezas e insultos que vomita por su boca. Es por eso que acabo por enterarme de que, recientemente, el muy repulsivo, inicuo y no menos grotesco expresidente de este inefable Reino de España, José María Aznar, ha acudido a la radio de aquel para ser entrevistado. Se ha difundido que, en dicho encuentro en el que entrevistador afirma categóricamente cosas demenciales y pretende que el entrevistado sencillamente se las confirme, el también exfalangista Aznar se negó a condenar, según sus palabras, «algo en lo cual mi padre participó». Como puede suponerse, el susodicho ser se refería la guerra civil, provocada por un intento de golpe de Estado reaccionario a cargo de militares facciosos, que asoló este país durante casi tres años y dio lugar a una cruenta dictadura de casi cuarenta. Para el que no lo sepa, Manuel Aznar, padre del irrisorio y perverso exfalangista y expresidente, fue oficial del ejército franquista, jefe del partido fascista fundado por José Antonio Primo de Rivera y esforzado propagandista durante la contienda. Obviamente, nadie tiene la culpa de los pecados de su padre, pero es que en este caso muy probablemente los pecados del hijo hicieron casi bueno al progenitor (perdón por la terminología religiosa, cosas de este inefable país). Es natural que Aznar junior esté muy en contra de la llamada «memoria democrática», por otra parte a todas luces insuficiente y algo distorsionadora a ojos de este lúcido ácrata que suscribe, pero sigamos con la entrevista perpetrada por ese individuo de corta estatura moral que es Jiménez Losantos.
Seguir leyendo Losantos, Aznar y la iniquidad histórica, moral y política →