Los anarquistas fueron, quizá, los primeros en denunciar el sistema burocrático y totalitario consecuencia de la Revolución rusa, que acabó con toda oposición, y los mismos libertarios sufrieron la represión. A pesar de todos los mitos que se produjeron en los años posteriores, llegando todavía hasta el día de hoy, la verdad estaba accesible para quien quisiera conocerla; precisamente, para una auténtica sociedad libre de explotación, es necesario insistir en esos hechos históricos donde se confió, incluso de manera exacerbada, en el autoritarismo. En 1905, en un primer momento revolucionario en Rusia, los anarquistas saludaron con entusiasmo el levantamiento espontáneo de las masas, en el que creyeron ver una plasmación de las ideas de Bakunin; sin embargo, no se produjo un movimiento libertario cohesionado y, después del fracaso revolucionario y de la consecuente represión, entrarían los anarquistas en un letargo hasta 1917. El fin de la monarquía, y el posterior derrumbamiento de la autoridad política y económica, hizo confiar a los ácratas en que el momento definitivo ya había llegado: se emprendió la tarea de acabar con el Estado y de dejar los medios de producción, campos, fábricas y talleres, en manos del pueblo. En la etapa de la insurrección y de la guerra civil, los anarquistas intentaron con todo su empeño llevar a cabo su programa de «acción directa»: control obrero de la producción, creación de comunas libres en el campo y en la ciudad, combate sin cuartel contra los enemigos de la sociedad libertaria… Desgraciadamente, frente a los intentos de construir una sociedad de libertad e igualdad plenas, la imposición bolchevique condujo a un nuevo despotismo levantado sobre las ruinas del viejo.
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Ontología anárquica y anarquismo político: la igualdad entre los seres
«Yo digo: todas las criaturas son un ser».
(Maestro Eckhart El fruto de la nada. Editorial Siruela, Madrid 1998. Sermon 5: El anillo del ser, pág. 58).
«El tiempo de la tierra desobedece al tiempo humano,
derroca al tiempo muerto,
que ha recorrido un camino de desgaste y muerte
y ha impulsado solo páramos y podredumbres».
(Mu-san Baek El tiempo humano. Editorial: Bajo la luna. Buenos Aires 2013).
Nuestro sentido común está encriptado por el poder, embozado por milenios de un tradicional pensamiento jerárquico: ¿Por qué considerarnos superiores a los demás seres? ¿Por qué nuestra existencia se ha privilegiado jerárquicamente considerándola por encima de la de un elefante, un río, una montaña, un árbol o un edificio? Para responder a esta pregunta tendremos que acudir a la ontología, la disciplina que estudia el ente en cuanto ente, y diferenciar entre una ontología an-arquica de las que no lo son.
Seguir leyendo Ontología anárquica y anarquismo político: la igualdad entre los seresAnarquismo y liberalismo: propiedad, mercado y competencia
John Locke afirmó: “El grande y principal fin que lleva a los hombres a unirse en Estados y a ponerse bajo un gobierno es la preservación de su propiedad”. La propiedad privada, para el liberalismo, es un derecho sagrado, pero nos preguntamos si su concepción de la misma no deja de estar directamente vinculada a la desposesión de gran parte de la sociedad. De hecho, Proudhon, al que se atribuye con ¿Qué es la propiedad? (1840) haber realizado el primer estudio científico en el ámbito de la economía política, pivotará toda su obra en torno a esta pregunta. Si Locke estableció los principios del liberalismo en vincular la propiedad privada a la libertad, Proudhon quebrará el altar sobre el que se colocó ese ídolo y, como es sabido, concluirá que se trata de una apropiación indebida. Pero el filósofo francés no pretendía ser lapidario en su conclusión, ni demonizar sin más el concepto, sino profundizar en algo que consideraba contradictorio. Con su oxímoron, pretendía señalar que la propiedad es una institución que se niega a sí misma, fundada en la contradicción y símbolo de la desigualdad social y política. Gaston Leval afirmará al respecto: “Proudhon negaba el derecho romano de la propiedad, la forma que permite a unos hombres usufructuar indebidamente el trabajo ajeno. Pero la consideraba indispensable en su forma generalizada”. Eso es algo que hay que poner delante de los liberales y su sacralización del concepto de propiedad, la gran premisa moral del anarquismo es su negación de la explotación, de “usufructuar indebidamente el trabajo ajeno”, por lo que está muy claro lo que quiso señalar el francés.
Lily Litvak, La voz de los vencidos. Doce entrevistas con anarquistas que vivieron la guerra civil en España

Editorial Universidad de Granada
Fundación Anselmo Lorenzo, 2024
Hace 35 años era posible escuchar la voz de los vencidos en sobremesas, en paseos al aire libre, mientras se preparaban paquetes de propaganda o cuando se salía a pegar carteles al anochecer. Tras la derrota de 1939, su existencia se había encriptado durante años –demasiados–; habían permanecido en España, apurando la clandestinidad o entre rejas, o habían deambulado en el exilio y retornado. En todo caso, hace 35 años se encontraban disfrutando del tiempo libre que les permitía la jubilación, y podían emplear buena parte de él en actividades en las que encontrar sentido a la existencia. Lily Litvak vino de Austin y escuchó algunas de estas voces en un periplo realizado entre 1989 y 1991; tomada la confianza suficiente, grabó las conversaciones, ajustadas a la espontaneidad de la conversación más que a un guion preciso.
Seguir leyendo Lily Litvak, La voz de los vencidos. Doce entrevistas con anarquistas que vivieron la guerra civil en EspañaSobre algunas perspectivas libertarias y el anarcocapitalismo
Nos lamentamos mucho las y los anarquistas, de manera quizá pertinazmente reiterada, pero la mayor parte de las veces con razón, de las muchas falsedades que se han vertido sobre nuestras ideas y prácticas. De hecho, la Real Academia Española, por decirlo con delicadeza, no resulta muy afortunada en su definición de anarquismo. Dejaremos a un lado la segunda acepción, una suerte de pleonasmo que plasma un absurdo como «Movimiento social inspirado por el anarquismo», y nos centraremos en la primera. En la misma, se asegura lo siguiente: «Doctrina que propugna la supresión del Estado y del poder gubernativo en defensa de la libertad absoluta del individuo». Resulta imposible en la insigne institución lingüística mayor imprecisión, por no hablar de mera mistificación, con tan escasas palabras. No queda clara la sociedad a la que aspiran los anarquistas, hubiera sido tan sencillo como aclarar que desean «una sociedad exenta de cualquier forma de dominación» (por lo tanto, no se oponen solo al Estado y sus instituciones coactivas), ni podemos subscribir desde ninguna perspectiva libertaria, incluso yo diría que tampoco desde la tradición más ferozmente individualista, ese despropósito filosófico de una «libertad absoluta del individuo». Nos sirve la errada e irritante acepción de la RAE, al menos, para profundizar en unos cuantos conceptos libertarios en la actualidad, más que nunca, extremadamente confusos.
Anarquía y anarquismo
Acotaciones al libro: Anarquismo no fundacional de Tomás Ibáñez.
En el excelente libro de Tomás Ibáñez, el anarquismo no fundacional, parece ser, la exposición clara de una transfusión filosófica que se les está aplicando a los anarquismos, para revitalizarlos y dotarlos de mayor energía. También es calificado el anarquismo no fundacional de «antídoto» (p.15) contra el fundacionalismo, contra toda lógica de poder y es considerado, efectivamente, como un fármaco o un reconstituyente. Pero como la palabra pharmakon en griego quiere decir tanto remedio como veneno, lo cual depende de la dosis, hay que aplicarlo: «tratando de no reproducir en la lucha aquello mismo que se pretende combatir» (p.15). El anarquismo requiere una renovación, pero no tal que destruya, sino que amplíe y renueve sus perspectivas integrando lo ya alcanzado con anterioridad.
Seguir leyendo Anarquía y anarquismoLiberalismo radical, individualismo y «anarquismo de derechas»
Para evitar la confusión, recordamos la tradición individualista dentro del anarquismo, muy emparentada con el liberalismo radical norteamericano del siglo XIX; otras ideas recientes en aquella potencia política y económica, que usan falazmente el nombre del anarquismo, para nada tienen preocupaciones sociales ni son verdaderamente antiautoritarias.
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La utopía como deseo ético-social
Las concepciones utópicas del pasado, que fueron por lo general de un optimismo exacerbado, han dado paso en la modernidad a un escepticismo más bien obtuso y conservador. Cómo no ser optimistas cuando preconizamos un mundo exento, en la medida de lo humanamente posible (y ahí está el quid de la cuestión), de injusticia, miseria y opresión. Es en ese punto, cuando se alude a una política «realista» (realpolitik es el término acuñado ya en el siglo XIX) cuando topamos con toda suerte de justificadores de lo establecido (el estado, y no necesariamente con E mayúscula, aunque seguramente en primer lugar).
Cuando estalló la forma de amar
Sobre los espacios en blanco de un libro guardado en una vieja biblioteca anarquista, alguien dibujó en lápiz un carro que estalla en pedazos, una muchedumbre en movimiento y un hombre vestido con harapos, armado con una bomba encendida. El anarquismo suele convocar ese tipo de imágenes, de estallido o de explosión. Sin embargo, con apenas una primera exploración del mundo libertario surgen otras imágenes acaso tan potentes e incendiarias: su pretensión de revolucionar las formas de amar y las relaciones entre los sexos. Fiel a su vocación de discutir todas las formas de autoridad, el anarquismo debatía al mismo tiempo sobre el amor libre y la huelga general, sobre la emancipación de la mujer y la lucha de clases, sobre las vicisitudes de un atentado y la destrucción del matrimonio burgués.
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