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EL «MANIFIESTO ANARCAFEMINISTA» DE CHIARA BOTTICI (Laura Vicente: mi lectura personal)

La lectura de este Manifiesto de Chiara Bottici [1], a finales de 2021, fue un golpe de aire fresco en el panorama del feminismo anarquista falto de ideas, ya no digamos de construcción de movimiento social, en este país. No minusvaloro, ni mucho menos, todos los esfuerzos que se hacen por construir una propuesta feminista desde el anarquismo, todo es útil y, mucho más, en estos tiempos. Sin embargo, tenemos que reconocer lo difícil y lento que es ponerlo en marcha: unas veces por falta de ideas, otras porque el activismo en otros campos deja poco tiempo a la creación de grupos anarco(a)feministas sólidos y con continuidad en el tiempo y, por último, muchas veces porque los enfrentamientos dominan el espacio feminista y anarquista y se pierde tiempo y energías en ellos.

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Mujeres Libres. Genealogía del feminismo anarquista

Nuestro propósito en este texto es hablar de las activistas de Mujeres Libres (revista y organización) y de su cometido. Conmueve conocer cómo estas mujeres, mayoritariamente obreras, crearon espacios feministas y anarquistas, cómo aprovecharon las circunstancias de la Guerra Civil y cómo pusieron en marcha una «revolución de la existencia» olvidada por todos/as. Queremos visibilizarlas, mostrar cómo sufrieron el sexismo por parte de sus propios compañeros y cómo la experiencia de revolución y guerra les cambió la vida. 

Las activistas de Mujeres Libres entendieron el anarquismo desde una vertiente personal (con un ardiente deseo de autonomía, de ser agentes de sus propias vidas), pero también  desde una vertiente social, obrera y feminista, basada en la lucha contra la dominación y la aspiración a una sociedad autónoma que crea sus propias normas. Desde esta convicción, consideraron relevante la creación de proyectos comunitarios autónomos, antiautoritarios y participativos en ámbitos como la educación, la actividad cultural, los medios de comunicación, la salud, la sexualidad, el bienestar social y la producción. Es decir, pensaron la transformación desde el bienestar y el malestar encarnados y no solo desde la producción.

Igualmente consideraron relevante desarrollar contextos de ayuda mutua en los que cultivar los valores anarquistas, fomentar la crítica a los sistemas jerárquicos existentes para ampliar los espacios de libertad en la vida cotidiana y, al mismo tiempo, desmitificar, subvertir y oponerse a ellos si era preciso.

En la revista Mujeres Libres, de un equipo de cuarenta autoras, ocho mujeres fueron las que firmaron más artículos: las tres redactoras (Lucía Sánchez, Amparo Poch y Mercedes Comaposada), Carmen Conde, Lola Iturbe, Áurea Cuadrado, Pilar Grangel y Etta Federn. De estas mujeres más comprometidas con la revista había un aspecto digno de mención: la mitad no habían tenido acceso a educación superior (Iturbe, Cuadrado, Sánchez y Comaposada), la otra mitad tenían títulos universitarios, predominando el de magisterio. Esta situación plantea una interesante alianza entre mujeres capacitadas desde el punto de vista académico y otras que eran obreras con formación autodidacta que hilvanaron desde muy pronto vínculos entre ellas haciendo crecer redes de apoyo mutuo, de solidaridad, de emancipación, que nunca olvidaron y siempre agradecieron. Esta red solidaria permitió a las mujeres obreras alfabetizarse, leer, ampliar sus horizontes, cambiar de trabajo, tener iniciativa propia, en definitiva, romper la cadena patriarcal de sumisión secular y emanciparse de la tutela masculina

A la presencia de mujeres obreras en el equipo de la revista hay que añadir que quienes mayoritariamente apoyaron la propia revista e ingresaron en la organización eran de origen social humilde y sin apenas formación académica, como señalaba Concha Liaño (Varias Autoras, Mujeres Libres. Luchadoras Libertarias, pp. 58): «(…) éramos la mayoría mujeres de pueblo, obreras. Nuestro nivel intelectual, exceptuando cuatro o cinco luchadoras, no era muy elevado en cuanto a preparación académica propiamente dicha, pero con respecto a nuestro sentido común, inteligencia innata, criterio justo al juzgar, que se me perdone la inmodestia, en eso éramos insuperables».

Tanto la revista como la organización Mujeres Libres rechazaron con claridad cualquier colaboración escrita de los hombres. En la exclusión de los hombres ejerció una gran influencia su concepción del feminismo basado en la diferencia de género y en la existencia de una naturaleza femenina, diferente a la masculina, que debía marcar las pautas en la revista y en la organización. Pensaban que si los hombres intervenían acabarían imponiendo su manera de entender la lucha de las mujeres. Este temor procedía de su experiencia personal y de las dificultades que encontraban para integrarse en las organizaciones del Movimiento Libertario (ML), no como meras comparsas pasivas, sino como personas con opiniones y criterio. Esta integración no era fácil puesto que el ML consideraba que el lugar privilegiado desde el que crear conflicto y hacer la revolución era el ámbito mercantilizado y masculinizado de la producción: el trabajo asalariado era el que confería identidad de clase y articulaba el sujeto de lucha (Amaia Pérez Orozco, Subversión feminista de la economía, p. 52). La presencia de las mujeres era dificultada en ocasiones, negada, otras; y sus reivindicaciones minusvaloradas o consideradas de mujeres.

Las activistas afrontaron, por tanto, un auténtico desafío encarnado, una contienda que estuvo inscrita en el cuerpo. Es difícil comprender el alcance de las ofensas y vejaciones sufridas para tomar esta decisión tan contundente y drástica de no aceptar, pese a sus ofrecimientos, a los hombres. Para acercarnos al sexismo que sufrieron tenemos que guiarnos por intuiciones desde lo no verbalizado o por lo dicho, muchos años después, en la correspondencia privada entre ellas.

Sara Berenguer

En 1993, Sara Berenguer Laosa (1919-2010) y Concha Liaño Gil (1916-2014), componentes de Mujeres Libres, entablaron correspondencia para intentar reconstruir los recuerdos de los años vividos durante la Guerra Civil y recogerlos en un libro. No se habían visto desde 1939 cuando salieron por la frontera francesa camino del exilio, las dos eran veinteañeras. Concha vivía en Paparo (Venezuela) y Sara en Montady (Francia), las dos estaban en la setentena, había pasado toda una vida desde que se separaron. Sus cartas muestran la alegría por volverse a poner en contacto y enseguida fluyen los recuerdos y sus problemas económicos y de salud que intercambian con confianza.

Es en el contexto íntimo de confianza de estas cartas en el que Concha, una de las fundadoras de la Agrupación de Barcelona en septiembre de 1936, le dice a Sara (1 de agosto de 1993):

«La verdad Sara es que nosotras éramos quijotes por partida doble: nuestros compañeros luchaban por la liberación del proletariado sin darse, sin querer darse cuenta que nosotras, el género femenino, estábamos como seres humanos en la misma situación de indefensión con respecto al género masculino. Mis peroratas a los grupos de Mujeres Libres que se organizaban estaban inspiradas en esta premisa: nada de enfrentamiento con [el] sexo opuesto. Ayudarlos a comprender la injusticia que se cometía con la mujer… a ellos que luchaban por la emancipación del proletariado».

Es decir, había que hacerles entender aquello que tenían delante de las narices y no veían, eso sí, procurando evitar el enfrentamiento abierto. Pero el problema no era solo social, era también personal tal y como le vuelve a comentar en la misma carta Concha:

«Es el eterno problema (…) somos buenas compañeras para la lucha. La experiencia me ha demostrado que “en la casa”, como “esposa”, los hombres aspiran, hasta el más liberal, [a] otra clase de mujer… naturalmente, con las debidas excepciones. Ese problema lo he tenido yo desde mi primer novio (…) yo recuerdo muy bien como los “compañeros” antes de la guerra se conducían con “sus esposas”».

Concha Liaño

Concha explica con meridiana claridad cómo los «compañeros» no consideraban que fuera relevante la lucha contra el sexismo y cómo en casa se comportaban como vulgares maridos haciendo uso de sus privilegios masculinos. Si las compañeras de lucha pretendían una relación igualitaria en el ML y en casa, la mayoría de los hombres no las consideraban idóneas como pareja.

Estas mujeres callaron sistemáticamente en público, más allá de algunas voces minoritarias, para evitar el enfrentamiento con los «compañeros». Este silencio se mantuvo y resurgió en 1993 cuando Sara Berenguer escribe un trabajo sobre Mujeres Libres y la revolución y se lo envía a Soledad Estorach (otra integrante de Mujeres Libres) para que le diera su opinión. Esto le escribe Sara a Concha (27 de octubre de 1993):

«[Soledad Estorach] lo cambió de tono. Sole no quería que se hablara o no comentara ciertas acciones de los compañeros, “pobres chicos”. Quería reivindicarlos, cuando, en suma, todos sabemos que, si bien los ha habido nobles, otros han sido rudos con sus propias compañeras».

Retazos, pedazos, fragmentos, retales de los que estirar para recomponer lo valiosa que fue una experiencia feminista sin igual como la de Mujeres Libres y los obstáculos con que se encontraron. La Guerra Civil constituyó una experiencia de libertad y de responsabilidad sin precedentes para las mujeres anarquistas y libertarias. Construyeron un feminismo de clase sustentado en la gran novedad de que las mujeres tenían que vivir solas, salir solas y asumir las responsabilidades familiares solas, algo que siempre se había considerado imposible y peligroso.

Las mujeres anarquistas y libertarias fueron muy pronto expulsadas del frente como milicianas y situadas en la retaguardia. No desaprovecharon la oportunidad y fueron capaces de acometer una revolución que transformó la vida, los cuerpos y las palabras, en definitiva, que cambió la existencia. Esta «revolución de la vida» fue posible porque la Guerra Civil propició un «momentum» (así lo denomina J. Rancière en Momentos políticos, p. 141), es decir, una etapa de «desplazamiento de los equilibrios y la instauración de otro curso del tiempo. (…) una reconfiguración del universo de los posibles». La «revolución en femenino» la llevaron a cabo mujeres, muy arraigadas a la realidad desbordando el trabajo asalariado (en la línea de centrarse en los procesos de aprovisionamiento social, pasaran o no por los mercados) y el sujeto de la lucha, y todo ello con poca presencia de la ideología.

Una revolución la suya sin épica, sin heroicidad, silenciosa, poco aparente, sin espectacularidad, que hizo posible que simples obreras «medio analfabetas» (carta de Concha a Sara, 27 de noviembre de 2007) demostraran su capacidad para gestionar la vida y convertirse en solucionadoras de problemas y preservadoras de la existencia en lo cotidiano. En esa gestión de la vida estuvo la enorme trascendencia subversiva y revolucionaria de sus empeños en la retaguardia. Una revolución en la que inventaron su propia política encarnada tejiendo vínculos entre ellas, generando amistades y proximidad física. Estos vínculos constituyeron un bálsamo de cordialidad y concordia dentro del grupo para afrontar la supervivencia mucho más difícil de lo habitual en tiempos de guerra.

Las protagonistas de Mujeres Libres vivieron con pasión un tiempo en el que una parte de la sociedad se mantuvo unida por el cemento de la solidaridad, sin el peso muerto del poder y la autoridad. No resulta fácil acercarnos a esa atmósfera de energía mágica, de alegría compartida, a esa sensación de que el mundo vivido hasta entonces se convertía rápidamente en una reliquia histórica, en una larga pesadilla dejada atrás. La promesa de un nuevo comienzo que no tenía más límites que los de la imaginación resultó difícil de olvidar para nuestras protagonistas, pese al contexto de guerra y enfrentamientos en el propio bando. Así lo reconocía Concha Liaño: «mi reloj “cronológico” se paró al salir para Francia. Si no fuera por esos recuerdos que son el telón de fondo de mi vida, no sé qué hubiera sido de mí». Y más sorprende si cabe: «Creo que fuimos privilegiados, a pesar de la derrota: al menos tuvimos una etapa en la cual, sabíamos para que vivíamos» (carta de Concha a Sara, 1 de agosto de 1993).

Esa fue «su revolución de la vida», una transformación de largo recorrido que empezó a cambiar las formas de vida, las relaciones personales, el trabajo, los «cuidados» y un sinfín de aspectos poniendo atención en lo pequeño, en lo callado, en lo íntimo, en el aliento de cada cuerpo. Estas mujeres vislumbraron otros mundos posibles y, pese a la derrota, nunca lo olvidaron. Recuperar esos hilos de memoria, esa genealogía de una revolución feminista, anarquista y proletaria, debería ser una tarea necesaria para las mujeres y para los movimientos feministas actuales.

Laura Vicente

Publicado en el Blog «El rumor de las multitudes» de El Salto, 4 de marzo de 2022
https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/mujeres-libres-genealogia-del-feminismo-anarquista

A vueltas con «lo trans» desde el anarcofeminismo

Las diferencias entre las mujeres (clase, raza, orientación sexual, etc.) han abierto una brecha suficientemente importante en el sujeto unitario y homogéneo de «la Mujer». En esa vía de agua, «lo trans» ha abierto un cisma en el feminismo que parece augurar una herida difícil de suturar.
El feminismo anarquista puede aportar una genealogía y una posición actual diferenciada del resto de los feminismos.

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La emancipación de la ignorancia. La revista ‘Mujeres Libres’

En 1936 algunas mujeres anarquistas y libertarias pensaron que era una buena idea publicar una revista escrita solo por mujeres y para mujeres. Tenían un plan a largo plazo, alrededor de la publicación querían establecer una «red de cordialidad» entre ellas que permitiera crear con el tiempo una organización.

Para las tres redactoras de la revista Mujeres Libres (aparecida en mayo de 1936), Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada Guillén y Amparo Poch y Gascón, la capacitación de las obreras y campesinas era uno de los temas fundamentales que tenía que afrontar la revista para construir «imágenes de cambio» respecto a la discriminación de género que sufrían las mujeres de las clases trabajadoras. Este objetivo de batallar contra la «esclavitud de la ignorancia» nos permite ver y valorar potencias de cambio y transformación que si no pasarían desapercibidas o serían percibidas como «poca cosa».

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El franquismo hizo pagar en «propia carne» a las mujeres la osadía de enfrentarse al patriarcado

1-Introducción: prácticas violentas en el frente y la retaguardia

Puesto que la violencia ha sido un componente fundamental de las guerras y las dictaduras, analizar las experiencias y vivencias de las mujeres en los conflictos bélicos tendría que estar vinculado a las de las prácticas violentas que las acompañaban. En el caso de las guerras civiles debería tenerse en cuenta tanto la violencia militar (batallas, combates y bombardeos) como la violencia civil y política que se producía en el frente, pero especialmente en la retaguardia, espacio fundamentalmente femenino.

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Mujeres y anarcosindicalismo

Las mujeres han estado presentes en las actividades sindicales desde lo que podemos llamar presindicalismo (en España desde mediados del siglo XIX) hasta el anarcosindicalismo en fechas posteriores. Bien es cierto que su presencia siempre fue minoritaria respecto a los hombres y no solo porque el porcentaje de mujeres asalariadas fuera inferior al de sus compañeros.

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Antonina Rodrigo, la escritora de la vida

El día 23 de abril se inauguró, en el Museo Bernarda Alba de Valderrubio, una exposición dedicada a Antonina Rodrigo. La muestra se ha planteado como homenaje a una mujer que tiene un largo recorrido como escritora e historiadora, pero también como mujer con un compromiso político y social que siempre le ha acompañado. «Antonina Rodrigo, obrera de la pluma» es el expresivo título de esta exposición y en ella se lleva a cabo una retrospectiva sobre la vida, obra, premios y distinciones de esta mujer que ha sido considerada, por elección popular, entre «Los cien granadinos/as del siglo XX».

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Debate sobre precariedad en Redes

El día 21 de marzo (2021) cuatro compañeras de Redes (Clara, Vanessa Z., Ester y Rebeca) debatieron durante una hora y media por videoconferencia sobre la precariedad que padecen en primera persona.

El debate se estructuró en torno a cuatro puntos previamente acordados con la moderadora (Laura):

1- Importancia de partir de una misma, de la propia biografía, en la línea de «yo soy una más entre muchas». Las cuatro compañeras compartieron su biografía personal y de esta manera empezaron a definir cómo experimentaban la precariedad, cómo se organizaban diariamente, cuáles eran sus estrategias vitales a corto y largo plazo, cuáles eran sus expectativas, etc. Las compañeras han trabajado en sectores diversos: hostelería, artes gráficas, telemarketing, limpieza, «cuidados», trabajo social… Llamaba la atención el hecho de que aunque los sectores eran diversos, muy feminizados eso sí, la situación de precariedad era muy similar. Se constató que determinados sujetos ocupaban posiciones de desventaja siendo su movilidad muy limitada o incluso nula: ser mujer, joven, sin estudios, migrante (papeles, situación…), racializada, de opciones sexuales no heteronormativas.

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Murales feministas

Es increíble la cantidad de idiotas que reaccionan ante el avance que están llevando a cabo las mujeres. Esto es así que se acuñó el irritante término feminazis, y tiene bemoles que el facherío, o los que les hacen el juego, acuse a los demás de algo así para designar a un supuesto modelo de feminista «radical». Este tipo de mujer, que solo está en la cabeza de estos botarates reaccionarios, viene a considerar que todos los hombres son violadores en potencia. No es algo nuevo, desde hace muchos años se viene identificando cierto activismo con alguna suerte de extremismo fanático, que suelen usar como sinónimo de ese radicalismo que quieren estigmatizar. Una vez más, reivindicamos la condición de radical, ya que hay injusticias que sencillamente hay que extirpar de raíz. El caso del mural de Ciudad Lineal, finalmente vandalizado por unos malnacidos en la significativa fecha del 8 de marzo, resulta paradigmático. Los rostros de 15 mujeres venían a representar las luchas históricas por la igualdad, tal y como lo expresaban los creadores del mural; el concepto de «igualdad» tiene muchas connotaciones y lecturas, pero cualquiera que tenga bien oxigenado el cerebro comprende a qué nos referimos en este caso.

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8M pandémico y polémico

Sin duda alguna el 8M de 2021 será una jornada diferente a la de los últimos años. Por lo menos dos circunstancias nos hacen prever que será así. En primer lugar será imposible que haya manifestaciones multitudinarias debido a la pandemia que pone limitaciones a grandes concentraciones de personas. La situación de crisis económica que ha desencadenado la emergencia sanitaria hará difícil que la palabra «huelga» se pueda conjugar con cierta solvencia.

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