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Reflexiones (muy terrenales) sobre la espiritualidad

El término espiritualidad, debido a su apropiación por parte de la religión, hasta el punto que casi se confunden en el lenguaje coloquial, se nos hace terriblemente antipático. Y, sin embargo, merece que le prestemos atención, precisamente para desprenderle de esa condición trascendente y sobrenatural y tratar de demostrar la superioridad de lo inmanente de cara a los valores humanos y la transformación social.

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Bofetadas de humor

Temo que me acusen de vulgar, y poco original, por dedicar una entrada de este lúcido y riguroso blog a lo acaecido durante la reciente ceremonia de los Oscar, lo cual ha estado ya a estas alturas en boca de todos. De hecho, el que suscribe, que se la refanfinflan los mencionados galardones, jamás se hubiera enterado del hecho en cuestión si nuestros queridos medios de masas no le hubieran dedicado mayor espacio, casi, que a las películas premiadas. No obstante, he de reconocer que el asunto suscita no pocas reflexiones de interés y cabe hacerlo desde diversos puntos de vista. Como es sabido, durante el evento, un cómico hizo una broma (más mediocre que de mal gusto) sobre una mujer que sufre alopecia y el marido de la misma, un conocido actor, salió escopeteado hacía él para propinarle una sonora bofetada. Podría parecer un gag de nivel preescolar, previamente preparado o incluso improvisado, pero al parecer el enfado fue real y la hostia debió doler lo suyo. Por supuesto, se ha condenado la agresión de manera generalizada y, digo yo, no es para menos; hablamos de un fulano que, en un acto público, se levanta de entre los asistentes, recorre varios metros, sube al escenario y hace lo que hace. Un poco de miedito da alguien con estas actitudes. Incluso yo, gran detractor de la violencia como solución a los conflictos, he sentido en ocasiones la imperiosa necesidad de abofetear a alguien, pero por lo general me freno con la suficiente rapidez para no quedar en evidencia ni causar un trastorno físico irreversible.

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Medios de desinformación

Antes de entrar en harina sobre el tema de la entrada de hoy, quisiera hacer una pequeña reflexión sobre el uso político tan generalizado del concepto «izquierda»; ojo, los primeros que lo hacen son líderes tan peculiares como Pablo Iglesias, antiguo vicepresidente del Gobierno, hoy estrella de un espacio radiofónico (léase, podcast, según la jerga tecnológica actual). Bien, no termino de tener claro qué diablos es hoy la izquierda, así sin matiz alguno, pero para el caso que me ocupa voy a fingir que yo mismo pertenezco a ese universo. La cuestión es que, ante la agresión militar del ejecutivo ruso al país de Ucrania, hay quien señala que parece que dicha «izquierda» emplea gran parte de su tiempo en hablar de la OTAN sin condenar enérgicamente al sátrapa ruso; creo que lo que se quiere decir, y no es una acusación nueva en absoluto, es que parece que si Estados Unidos no aparece claramente como culpable de un conflicto los progres no se movilizan lo suficiente para echar mano del maniqueísmo más atroz. Habría que aclarar, y de nuevo concreto en la guerra actual en suelo ucraniano, la feroz campaña de desinformación que están llevando a cabo los medios generalistas, censurando opiniones que contradigan una versión oficial basada en la locura genocida del déspota Putin. Se comprende entonces que tantas personas insistamos en la responsabidad de la OTAN y Occidente en las guerras al aumentar sus bases militares durante años en Europa Central y Oriental; hay que recordar la tensión producida durante años por dicho afán expansionista y, precisamente, en los límites de la Federación Rusa.

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Mujeres Libres. Genealogía del feminismo anarquista

Nuestro propósito en este texto es hablar de las activistas de Mujeres Libres (revista y organización) y de su cometido. Conmueve conocer cómo estas mujeres, mayoritariamente obreras, crearon espacios feministas y anarquistas, cómo aprovecharon las circunstancias de la Guerra Civil y cómo pusieron en marcha una «revolución de la existencia» olvidada por todos/as. Queremos visibilizarlas, mostrar cómo sufrieron el sexismo por parte de sus propios compañeros y cómo la experiencia de revolución y guerra les cambió la vida. 

Las activistas de Mujeres Libres entendieron el anarquismo desde una vertiente personal (con un ardiente deseo de autonomía, de ser agentes de sus propias vidas), pero también  desde una vertiente social, obrera y feminista, basada en la lucha contra la dominación y la aspiración a una sociedad autónoma que crea sus propias normas. Desde esta convicción, consideraron relevante la creación de proyectos comunitarios autónomos, antiautoritarios y participativos en ámbitos como la educación, la actividad cultural, los medios de comunicación, la salud, la sexualidad, el bienestar social y la producción. Es decir, pensaron la transformación desde el bienestar y el malestar encarnados y no solo desde la producción.

Igualmente consideraron relevante desarrollar contextos de ayuda mutua en los que cultivar los valores anarquistas, fomentar la crítica a los sistemas jerárquicos existentes para ampliar los espacios de libertad en la vida cotidiana y, al mismo tiempo, desmitificar, subvertir y oponerse a ellos si era preciso.

En la revista Mujeres Libres, de un equipo de cuarenta autoras, ocho mujeres fueron las que firmaron más artículos: las tres redactoras (Lucía Sánchez, Amparo Poch y Mercedes Comaposada), Carmen Conde, Lola Iturbe, Áurea Cuadrado, Pilar Grangel y Etta Federn. De estas mujeres más comprometidas con la revista había un aspecto digno de mención: la mitad no habían tenido acceso a educación superior (Iturbe, Cuadrado, Sánchez y Comaposada), la otra mitad tenían títulos universitarios, predominando el de magisterio. Esta situación plantea una interesante alianza entre mujeres capacitadas desde el punto de vista académico y otras que eran obreras con formación autodidacta que hilvanaron desde muy pronto vínculos entre ellas haciendo crecer redes de apoyo mutuo, de solidaridad, de emancipación, que nunca olvidaron y siempre agradecieron. Esta red solidaria permitió a las mujeres obreras alfabetizarse, leer, ampliar sus horizontes, cambiar de trabajo, tener iniciativa propia, en definitiva, romper la cadena patriarcal de sumisión secular y emanciparse de la tutela masculina

A la presencia de mujeres obreras en el equipo de la revista hay que añadir que quienes mayoritariamente apoyaron la propia revista e ingresaron en la organización eran de origen social humilde y sin apenas formación académica, como señalaba Concha Liaño (Varias Autoras, Mujeres Libres. Luchadoras Libertarias, pp. 58): «(…) éramos la mayoría mujeres de pueblo, obreras. Nuestro nivel intelectual, exceptuando cuatro o cinco luchadoras, no era muy elevado en cuanto a preparación académica propiamente dicha, pero con respecto a nuestro sentido común, inteligencia innata, criterio justo al juzgar, que se me perdone la inmodestia, en eso éramos insuperables».

Tanto la revista como la organización Mujeres Libres rechazaron con claridad cualquier colaboración escrita de los hombres. En la exclusión de los hombres ejerció una gran influencia su concepción del feminismo basado en la diferencia de género y en la existencia de una naturaleza femenina, diferente a la masculina, que debía marcar las pautas en la revista y en la organización. Pensaban que si los hombres intervenían acabarían imponiendo su manera de entender la lucha de las mujeres. Este temor procedía de su experiencia personal y de las dificultades que encontraban para integrarse en las organizaciones del Movimiento Libertario (ML), no como meras comparsas pasivas, sino como personas con opiniones y criterio. Esta integración no era fácil puesto que el ML consideraba que el lugar privilegiado desde el que crear conflicto y hacer la revolución era el ámbito mercantilizado y masculinizado de la producción: el trabajo asalariado era el que confería identidad de clase y articulaba el sujeto de lucha (Amaia Pérez Orozco, Subversión feminista de la economía, p. 52). La presencia de las mujeres era dificultada en ocasiones, negada, otras; y sus reivindicaciones minusvaloradas o consideradas de mujeres.

Las activistas afrontaron, por tanto, un auténtico desafío encarnado, una contienda que estuvo inscrita en el cuerpo. Es difícil comprender el alcance de las ofensas y vejaciones sufridas para tomar esta decisión tan contundente y drástica de no aceptar, pese a sus ofrecimientos, a los hombres. Para acercarnos al sexismo que sufrieron tenemos que guiarnos por intuiciones desde lo no verbalizado o por lo dicho, muchos años después, en la correspondencia privada entre ellas.

Sara Berenguer

En 1993, Sara Berenguer Laosa (1919-2010) y Concha Liaño Gil (1916-2014), componentes de Mujeres Libres, entablaron correspondencia para intentar reconstruir los recuerdos de los años vividos durante la Guerra Civil y recogerlos en un libro. No se habían visto desde 1939 cuando salieron por la frontera francesa camino del exilio, las dos eran veinteañeras. Concha vivía en Paparo (Venezuela) y Sara en Montady (Francia), las dos estaban en la setentena, había pasado toda una vida desde que se separaron. Sus cartas muestran la alegría por volverse a poner en contacto y enseguida fluyen los recuerdos y sus problemas económicos y de salud que intercambian con confianza.

Es en el contexto íntimo de confianza de estas cartas en el que Concha, una de las fundadoras de la Agrupación de Barcelona en septiembre de 1936, le dice a Sara (1 de agosto de 1993):

«La verdad Sara es que nosotras éramos quijotes por partida doble: nuestros compañeros luchaban por la liberación del proletariado sin darse, sin querer darse cuenta que nosotras, el género femenino, estábamos como seres humanos en la misma situación de indefensión con respecto al género masculino. Mis peroratas a los grupos de Mujeres Libres que se organizaban estaban inspiradas en esta premisa: nada de enfrentamiento con [el] sexo opuesto. Ayudarlos a comprender la injusticia que se cometía con la mujer… a ellos que luchaban por la emancipación del proletariado».

Es decir, había que hacerles entender aquello que tenían delante de las narices y no veían, eso sí, procurando evitar el enfrentamiento abierto. Pero el problema no era solo social, era también personal tal y como le vuelve a comentar en la misma carta Concha:

«Es el eterno problema (…) somos buenas compañeras para la lucha. La experiencia me ha demostrado que “en la casa”, como “esposa”, los hombres aspiran, hasta el más liberal, [a] otra clase de mujer… naturalmente, con las debidas excepciones. Ese problema lo he tenido yo desde mi primer novio (…) yo recuerdo muy bien como los “compañeros” antes de la guerra se conducían con “sus esposas”».

Concha Liaño

Concha explica con meridiana claridad cómo los «compañeros» no consideraban que fuera relevante la lucha contra el sexismo y cómo en casa se comportaban como vulgares maridos haciendo uso de sus privilegios masculinos. Si las compañeras de lucha pretendían una relación igualitaria en el ML y en casa, la mayoría de los hombres no las consideraban idóneas como pareja.

Estas mujeres callaron sistemáticamente en público, más allá de algunas voces minoritarias, para evitar el enfrentamiento con los «compañeros». Este silencio se mantuvo y resurgió en 1993 cuando Sara Berenguer escribe un trabajo sobre Mujeres Libres y la revolución y se lo envía a Soledad Estorach (otra integrante de Mujeres Libres) para que le diera su opinión. Esto le escribe Sara a Concha (27 de octubre de 1993):

«[Soledad Estorach] lo cambió de tono. Sole no quería que se hablara o no comentara ciertas acciones de los compañeros, “pobres chicos”. Quería reivindicarlos, cuando, en suma, todos sabemos que, si bien los ha habido nobles, otros han sido rudos con sus propias compañeras».

Retazos, pedazos, fragmentos, retales de los que estirar para recomponer lo valiosa que fue una experiencia feminista sin igual como la de Mujeres Libres y los obstáculos con que se encontraron. La Guerra Civil constituyó una experiencia de libertad y de responsabilidad sin precedentes para las mujeres anarquistas y libertarias. Construyeron un feminismo de clase sustentado en la gran novedad de que las mujeres tenían que vivir solas, salir solas y asumir las responsabilidades familiares solas, algo que siempre se había considerado imposible y peligroso.

Las mujeres anarquistas y libertarias fueron muy pronto expulsadas del frente como milicianas y situadas en la retaguardia. No desaprovecharon la oportunidad y fueron capaces de acometer una revolución que transformó la vida, los cuerpos y las palabras, en definitiva, que cambió la existencia. Esta «revolución de la vida» fue posible porque la Guerra Civil propició un «momentum» (así lo denomina J. Rancière en Momentos políticos, p. 141), es decir, una etapa de «desplazamiento de los equilibrios y la instauración de otro curso del tiempo. (…) una reconfiguración del universo de los posibles». La «revolución en femenino» la llevaron a cabo mujeres, muy arraigadas a la realidad desbordando el trabajo asalariado (en la línea de centrarse en los procesos de aprovisionamiento social, pasaran o no por los mercados) y el sujeto de la lucha, y todo ello con poca presencia de la ideología.

Una revolución la suya sin épica, sin heroicidad, silenciosa, poco aparente, sin espectacularidad, que hizo posible que simples obreras «medio analfabetas» (carta de Concha a Sara, 27 de noviembre de 2007) demostraran su capacidad para gestionar la vida y convertirse en solucionadoras de problemas y preservadoras de la existencia en lo cotidiano. En esa gestión de la vida estuvo la enorme trascendencia subversiva y revolucionaria de sus empeños en la retaguardia. Una revolución en la que inventaron su propia política encarnada tejiendo vínculos entre ellas, generando amistades y proximidad física. Estos vínculos constituyeron un bálsamo de cordialidad y concordia dentro del grupo para afrontar la supervivencia mucho más difícil de lo habitual en tiempos de guerra.

Las protagonistas de Mujeres Libres vivieron con pasión un tiempo en el que una parte de la sociedad se mantuvo unida por el cemento de la solidaridad, sin el peso muerto del poder y la autoridad. No resulta fácil acercarnos a esa atmósfera de energía mágica, de alegría compartida, a esa sensación de que el mundo vivido hasta entonces se convertía rápidamente en una reliquia histórica, en una larga pesadilla dejada atrás. La promesa de un nuevo comienzo que no tenía más límites que los de la imaginación resultó difícil de olvidar para nuestras protagonistas, pese al contexto de guerra y enfrentamientos en el propio bando. Así lo reconocía Concha Liaño: «mi reloj “cronológico” se paró al salir para Francia. Si no fuera por esos recuerdos que son el telón de fondo de mi vida, no sé qué hubiera sido de mí». Y más sorprende si cabe: «Creo que fuimos privilegiados, a pesar de la derrota: al menos tuvimos una etapa en la cual, sabíamos para que vivíamos» (carta de Concha a Sara, 1 de agosto de 1993).

Esa fue «su revolución de la vida», una transformación de largo recorrido que empezó a cambiar las formas de vida, las relaciones personales, el trabajo, los «cuidados» y un sinfín de aspectos poniendo atención en lo pequeño, en lo callado, en lo íntimo, en el aliento de cada cuerpo. Estas mujeres vislumbraron otros mundos posibles y, pese a la derrota, nunca lo olvidaron. Recuperar esos hilos de memoria, esa genealogía de una revolución feminista, anarquista y proletaria, debería ser una tarea necesaria para las mujeres y para los movimientos feministas actuales.

Laura Vicente

Publicado en el Blog «El rumor de las multitudes» de El Salto, 4 de marzo de 2022
https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/mujeres-libres-genealogia-del-feminismo-anarquista

La Revolución española y el cine anarquista

El cine libertario. Cuando las películas hacen historia es un excelente documental escrito y dirigido por José María Almela y Verónica Vigil.  Aunque existe una versión de 16 minutos, la cual fue nominada en su momento a los premios Goya, el auténtico trabajo audiovisual es el largometraje de 1 hora, que se proyectó en algunos festivales y fue emitido en el Canal Historia.

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Bromas pesadas de España

Así que el gasoil y la gasolina han subido a los dos euros el litro, y eso a pesar de que los depósitos de reserva están llenos, y que la gasolina dura años y años sin caducar como demuestran las películas de zombis y apocalipsis, que los supervivientes siguen sacándola de vehículos y gasolineras. ¿Que solo digo tonterías? Sin duda. Además lo que pasa es que tenéis menos memoria que Dory  buscando a Nemo… Caramba, la simpática pececita con amnesia retrógrada. Os lo explico.

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ACRACIA ANARQUISMO NIHILISMO

Crisis permanentes

A las crísis económicas cíclicas del capitalismo, que es lo mismo que decir que el capitalismo es la crisis, se une hace dos años el inicio de una crisis sanitaria de envergadura, que hace que vivamos permanentemente con (aún más) miedo y, consecuentemente, agachemos la cerviz y obedezcamos a las autoridades en nombre del ‘sentido común’. Sin haber salido del todo de la pandemia del Covid, con diversos grados de intensidad y variantes durante este tiempo, todo el foco mediático y político mundial se coloca en la intolerable agresión militar del ejecutivo de Rusia a su vecina Ucrania, país rico en ciertas materias primas y, sobre todo, región geoestratégica a la que la OTAN había seducido en diversas ocasiones. Ya digo, totalmente condenable la invasión encabezada por el gobernante ruso Putin, no hace tanto aliado de Estados Unidos, como repulsivo es el militarismo en general; no obstante, deberíamos estar muy lejos de asumir el maniqueísmo y la simplificación a la que nos empujan los medios occidentales.

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La subversiva búsqueda del conocimiento

A poco que uno tenga cierto apego hacia el conocimiento, vivimos una época cuanto menos desconcertante. Lo habéis adivinado, me refiero una vez más a las numerosas creencias, supercherías y charlatanes que proliferan por doquier. Se trata muy problamente, de lo que nos depara la sociedad del consumo y el capitalismo con su pertinaz mercantilización de la vacuidad. Cuanta más estulticia prolifere, tanto mejor, el personal más sumiso y manipulable.

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Estrategias y luchas anarquistas contra la guerra en Ucrania y Rusia

El pasado 24 de febrero, el gobierno ruso de Vladimir Putin decidió invadir Ucrania. De esta manera, cumplió con las nada veladas amenazas que contenía su discurso del día 21 de febrero, el cual, rebosante de anticomunismo, culpó a Lenin y a los bolcheviques de los males de Rusia, de la reducción de su territorio y de su poder y les acusó de crear artificialmente Ucrania como entidad separada. En consonancia con la tradicional narrativa nacionalista-imperialista de la Gran Rusia, el comunismo supuso la destrucción de la nación rusa, en palabras de Putin. Y esto justificaría, décadas después, una invasión al país vecino, el cual no tiene derecho a existir.

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