Archivos de la categoría Opinión

Anarquismo Nacionalismo Cataluña

Libres del «progreso» y del progresismo

No sé si os pasa lo que me pasa a mí con algunos temas: algún término, concepto afirmación…, los escucho a todas horas y sé que no me encajan, que no me cuadran. Es como un moscardón que me ronda y que espanto porque no tengo tiempo de meditar los motivos de mi incomodidad. Uno de esos términos es progresista, se ha convertido en una especie de cajón de sastre que sirve para casi todo: gobierno, partido, coalición, propuestas «progresistas». Mi confusión se ha convertido en ese zumbido de moscardón que me ha conducido finalmente al portátil para desentrañar este incordio que me ronda.

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¡Votad, votad, malditos!

La propaganda para que en breve, creo que es a finales de este mes de julio, vayamos a votar es de una ferocidad tal, que en caso de no hacerlo a uno le hacen sentir como un bastardo hijo de perra sin entrañas. Por supuesto, estoy hablando del bando progre, claro, no vale con votar a cualquiera, hay que hacerlo a eso tan difuso que llaman izquierda. No tengo del todo claro si dentro de la misma se encuentra el partido todavía llamado socialista y obrero (e incluso español), pero supongo que sí, que dan por hecho que se va a aliar con todo cristo (incluso con la extrema izquierda, sea lo que sea eso) con tal de que no gobierne la derecha (oficial) conjuntamente con la ultraderecha (que todos sabemos, no es nada nuevo, que son cosas muy parecidas en este inefable país). Y algo que ha contribuido a agitar el miedo, ya a lo bestia, ha sido que en las recientes elecciones locales el Partido Popular no ha tenido problema alguno en gobernar con Vox; lo que no me cabe en la cabeza es que alguien tuviera la más mínima duda. Pues eso, que una vez más el fascismo puede ganar las elecciones y hay que pararlo en las urnas; hasta, no preguntéis por qué y de qué manera, escuché el otro día a Monedero afirmar entusiasmado que en este país de anarquistas la izquierda estaba logrando hacer eso que llaman un «frente amplio». Ojalá, Juan Carlos, ojalá, y me refiero a lo de «país de anarquistas», no a lo segundo.

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Lo mismo soy rabiosamente posmoderno

Cuando uno, con su impagable lucidez, observa a tanto bodoque quejándose del «pensamiento posmoderno» no puede por menos que casi simpatizar con esta confusa época que vivimos por, al menos, ser un posible punto de partida para un mejor horizonte. Y es que esos «intelectuales» que se lamentan del feminismo «radical», de lo queer, de lo woke, del animalismo, de la insistencia en el cambio climático o del lenguaje inclusivo, como si todo ello constituyera una «filosofía» de la posmodernidad y no meros síntomas, lo único que hacen es poner en evidencia su supina ignorancia y su abierta idiocia. No es nada casual que todo esos quejumbrosos iluminados sean en realidad dogmáticos y/o reaccionarios que siguen defendiendo postulados del pasado (es decir, en algún caso «modernos» en el peor de los sentidos). No, adelanto que ni soy posmoderno, ni dejo de serlo, ya que lo que esos dañinos botarates no comprenden es que hablamos, obviamente, de una determinada época donde sencillamente hay que poner en cuestión las promesas de la modernidad con sus sueños de progreso y liberación. Sí, es posible que hoy en día esto no se exprese de tal modo, pero creo que en el fondo es lo que subyace a pesar da las continuas crisis de toda índole; y, subyace, bajo los parámetros del sistema que vivimos y sufrimos, léase, el Estado-nación liberal y democrático, en su forma política, y el maldito capitalismo, en el campo económico. Pero, maticemos sobre modernidad y posmodernidad.

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Burbujas ideológicas

No descubro nada si señalo que la irrupción de internet y de las redes sociales ha exacerbado algo inherente a todo grupo humano, eso que llaman «burbuja ideológica y cultural». Tal y como yo entendía este concepto, tendemos a juntarnos con personas de nuestra misma órbita ideológica y nivel cultural, lo que da lugar a que nos retroalimentemos de lo lindo; normalmente, para confirmar lo muy cargados de razón en que nos encontramos, en ausencia casi total de espíritu crítico hacia nuestros propios postulados, y sin que seamos capaces de permear a ninguna otra panda de homo sapiens de diferente imaginario social. Y digo que todo esto solo ha ido a peor porque hay sesudos analistas que aseguran que las grandes compañías (capitalistas, claro) nos envuelven, del mismo modo, en una burbuja tecnológica que nos guía (o nos aísla) mientras navegamos por internet o consultamos las redes sociales (una razón más para no hacerles excesivo caso). Es de suponer que el deseo de inmediatez y la falta de reflexión, características de la información en sociedades que se llaman patéticamente «avanzadas, no es que ayude, no digo ya a romper la burbuja de marras (sea ideológica, cultural o tecnológica), sino al menos a ser mínimamente consciente de ello. Lejos de que nos libere, la tecnología, y haríamos bien en interiorizar esto, a menudo nos empujar a la más lamentable alienación.

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Naufragios morales

Mientras algunos malnacidos siguen pidiendo mano dura contra la inmigración, muertes que podrían evitarse siguen sucediéndose. Las más llamativas, las ocurridas recientemente en el mar Jónico sin que se sepa exactamente el número de fallecidos en un barco que transportaba a cientos de personas. El deseo de las autoridades europeas de evitar que los migrantes lleguen a sus costas ha sido más fuerte que cualquier intención de asistencia humanitaria. Nada sorprendente, ya que es lo que ocurre por activa o por pasiva de modo permanente, pero esta vez la catástrofe ha tenido ciertas proporciones y ha invadido los medios generalistas. Esta más que claro que la vieja y mezquina Europea, con su maldita unión de poderes políticos y privilegios económicos, no desea en absoluto poner los medios para que las personas que migran viajen y soliciten asilo en condiciones dignas. Sí, es cierto que no todos los gobiernos parecen a priori de la misma calaña, que los más conservadores son los que abiertamente mantienen un discurso de rechazo a la inmigración; en la práctica, la Unión Europea en su conjunto hace poco o nada cuando los derechos humanos más elementales son transgredidos, un reparto de roles entre gobiernos que recuerda aquel de poli bueno y poli malo para al final llevar a cabo el mismo objetivo.

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¿Optimismo antropológico?

No es la primera vez que me califican, no sé muy bien todavía si como elogio o de manera condescendiente, de optimista antropológico. Creo que todo aquel que simpatiza con las ideas libertarias debería serlo, tal calificativo conlleva una confianza (real, pragmática, consecuente, nada de «locos soñadores») en el progreso hacia una sociedad libre e igualitaria (los dos valores, libertad e igualdad, no soportan tensión para el anarquismo).

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Sapiens (o no tanto)

Hace unos años, un libro resultó muy vendido (vamos a presuponer que, también, muy leído) con ese pretencioso título, Sapiens. De animales a dioses. El autor era un tipo israelí, creo que historiador, Yuval Noah Harari. El caso es que, recientemente, alguien que me aprecia me regaló la obra y uno, a pesar de la desconfianza manifiesta hacia todo best-seller en la sociedad del consumo fácil, tiene la sana costumbre devorar toda lectura que cae en sus manos. Veamos. La tesis central del libro es que el homo sapiens acabó dominando el mundo gracias a su capacidad para crear grandes ficciones (léase mitos como los dioses, las naciones o incluso el dinero) y hacer que gran número de personas crean en ellas para crear estructuras sociales de todo tipo. No todas esas estructuras nos gustan, por supuesto, pero podríamos interpretar que cualquier sociedad es posible si nos empeñamos en que lo que mueva al mundo sea algo medianamente decente (no es el caso actual). Hay también en la obra de Harari algunos lugares comunes, como el hecho de que el llamado homo sapiens ha acabado devastando a su paso a otras especies en el momento en que llegó la agricultura, los asentamientos y se reprodujo de manera indiscriminada. Uno se pregunta cómo es posible que fanáticos en la actualidad adviertan sobre los peligros de la falta de natalidad, sustentada principalmente en esa estupidez de la puesta en peligro de la familia tradicional, cuando sobra gente por todos lados y no todo el mundo tiene unas condiciones dignas de existencia. Se trata de que los que estamos vivamos mejor, no de que sigamos trayendo desgraciados a este cuestionable mundo. Pero, volvamos con la obra en cuestión.

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Suicidios, individuales y colectivos

Recientemente, escuché una estadística sobre los suicidios en este inefable país, que parecía increíble por estremecedora. Nada menos que once personas acaban con su vida a diario en el Reino de España, algo totalmente cierto de lo que apenas se habla. Por mucho que se aluda a cuestiones particulares de cada uno, un factor que se nos trata de introducir en todos los ámbitos de nuestra vida haciendo creer que todo es posible desde la actitud individual, la estructura social y el sistema político y económico están íntimamente relacionados con los problemas personales que empujan a la gente a lo peor. Como en tantos otros problemas sociales, que es lo mismo que decir que los de los individuos que componen la sociedad, no interesa profundizar en los mismos, no sea que el personal empiece a cuestionar el sistema que se le impone. Los problemas mentales, como no podría ser de otro modo, están ampliamente extendidos en una sociedad donde las crisis se suceden y la precariedad se acumula a diario. El machacón discurso de que todo es posible, sencillamente con una actitud positiva, parece una broma cruel de los que solo quieren que nos convirtamos en meros consumidores compulsivos y sumisos feligreses del Estado.

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¿Otra debacle electoral?

Ya os habréis dado cuenta de que no he dicho ni pío de la abstención, para estas elecciones en las que según se decía, tanto se jugaba la izquierda. Bueno, pues ya veis los resultados: el PP gana, VOX gana, y la izquierda se queda de mascota en los diversos parlamentos. Vuelvo a decirlo: la izquierda pierde, porque no gana. Para que la izquierda pueda gobernar, solo tiene que ganar. Si gana la derecha, la izquierda podría ganar también, pero no lo hace. Es así de simple. La derecha ha ganado, consigue que la gente vote sus candidaturas. En cambio la izquierda no convence a su electorado. Y ahora que los analistas, digan cien mil tonterías.

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