La razón de este texto es aportar algunas reflexiones sobre el posicionamiento de los anarquistas en los conflictos políticos actuales.
Comenzaré por recordar que el ideal y el objetivo del anarquismo es hacer posible la emergencia de una sociedad de libertad; igualdad y fraternidad/sororidad funcionando horizontalmente y practicando el apoyo mutuo con una perspectiva internacionalista. Ideal y objetivo que no deben ser impuestos sino libremente asumidos por voluntad propia, para que esa sociedad sea el resultado de las decisiones y acciones de todos y todas.
¡Arriba Hazaña! es una curiosa película española de 1978, que siempre he considerado muy reivindicable, basada en la estupenda novela de José María Vaz de Soto El infierno y la brisa. Debido a la estructura de libro, basada en pequeños textos con diferentes puntos de vista de los diversos personajes, la película toma unos derroteros muy diferentes, con una narración que se puede describir como más lineal, más directa y con un desarrollo y un desenlace evidentes, y muy efectivos.
Resulta esperanzador que, en un universo cinematográfico plagado de cansinas sagas galácticas y superheroicas, cine de acción, tan espectacular como vacuo, y comedias no sobradas de inteligencia, una película tan interesante como El monje y el rifle, que se produce y se desarrolla en un país tan exótico y poco conocido como Bután, halle su cuota de distribución y seduzca a una parte del público para acudir a una sala de proyección (al menos en Madrid, el film fue estrenado el 2 de agosto y, en el momento de escribir esta reseña, todavía continúa en cartel). El argumento del film no tiene desperdicio: en 2006, al Reino de Bután no le ha alcanzado la modernidad y algunos pretenden que llegue de golpe, así el país se convierte en el último donde llega la televisión e internet e incluso se pretende instaurar la democracia. Por supuesto, los butaneses tienen su modo vida tradicional, en un entorno rural donde la religión, la familia y la comunidad tienen mayor peso que toda innovación política. Habrá quien quiere hacer una lectura reaccionaria de lo que en El monje y el rifle se nos propone, pero particularmente no estoy en absoluto de acuerdo, la cosa tiene demasiadas aristas. Mediante una sátira mordaz, Pawo Choyning Dorji, que escribe, dirige y produce el film, nos ofrece una crítica feroz a la modernidad e ironiza sobre ciertos aspectos de la vida tradicional.
Mediante este trabajo1 pretendemos presentar una nueva lectura de la desobediencia civil, con el objetivo de revelar sus potencialidades de cara a la construcción de una democracia radical anticapitalista. Tras discutir las diferencias entre poder constituyente y poder desinstituyente, afirmando que la desobediencia civil se ejerce en una relación en la cual ambos están activados, el trabajo concluye con la indicación de las características y formas de acción de la desobediencia civil entendida como manifestación del poder constituyente/desinstituyente.
En el núcleo de la política hay una práctica anárquica del disenso democrático (Simon Critchley, La demanda infinita)
En un artículo reciente sobre la necesaria renovación del anarquismo para afrontar los retos del siglo XXI («Anarco-sindicalismo: el orden de los factores»), terminaba diciendo: «En la búsqueda de ese Grial que se replantea el inicio de la experiencia en el orden de los factores (su arkhé-ología) figuran pensadores del mundo de la academia y de los movimientos sociales como Daniel Colson, Todd May, Saul Newman, Reiner Schürmann o nuestro amigo Tomás Ibáñez con su nuevo libro Anarquismo no fundacional. Postanarquistas de condición (Hakim Bey dixit) que pretenden un nomadismo libertario de largo aliento reseteando la anarquía». Propuestas de «rupturas epistemológicas» que, frente a lo que era habitual en el revisionismo marxista, hechas desde el confesionalismo militante, ahora surgen en los márgenes de la ideología. Muchos de los nombres citados no proceden de la cantera anarquista. Los hay que sí lo son, como el profesor Ibáñez que además es un referente histórico por su pictograma sinecista de la A circulada (nuestro Banksy del 68), pero la mayoría se declara orgullosamente no anarquista y sin embargo contribuye a su innovación intelectual. Un cierto cambio de paradigma que ofrece garantía de apertura de mente y espíritu crítico, precisamente cuando el ecosistema anarquista corre el riesgo de adulteración polisémica por la embestida ultraliberal promocionada como «anarcocapitalista» (https://elpais.com/eps/2024-01-13/la-palabra-anarcocapitalismo.html) y «libertaria».
No hay ni que hacer campaña por la abstención. La abstención electoral, hace su propia campaña. Y conste que no hemos dicho ni pío los/as anarquistas. No se nos puede acusar de nada. Somos inocentes. Un aproximadamente 51% de abstencionistas en las elecciones europeas, con un avance de la derecha y la ultraderecha en la Unión Europea. Y la izquierda en babia, comida por sus propias contradicciones. Menciono –por ejemplo–, que están todo el día con la matraca de la unidad, y resulta que se fragmenta cada vez que pueden.
Se ha confirmado, al parecer, la ruptura de Podemos con Sumar produciéndose la enésima fragmentación de los frentes judaicos. La argumentación del partido morado, amplificada por Pablo Iglesias desde sus peculiares medios con estrategias muy definidas y simplistas, es que se les ha ido marginando hasta conseguir el PSOE, al frente de este inefable país, una fuerza a su izquierda más domesticada como serían los de Sumar. Por supuesto, el papel que ha adoptado Podemos, en la tremendamente progresista coalición de gobierno durante los últimos tres años, ha sido el de una izquierda que ha luchado por medidas verdaderamente transformadoras. Sí, es sarcasmo. La cosa invita un poco a la risa, o a la mueca de desprecio, cuando fuerzas supuestamente transformadoras o al menos renovadoras, de uno u otro pelaje, se convierten en pocos años en más bien irrelevantes. Esto debería provocar una reflexión sobre el sistema «democrático» que padecemos, con un mercadeo de votos para afianzar la poltrona, unido tal vez a la fragilidad posmoderna en la que todo es etéreo y, si se tienen unos principios hoy, son fácilmente intercambiables mañana por exigencias del guion. Y no me refiero solo a los políticos profesionales.
No paro de escuchar, entre el vulgo, que hay que enterrar el pasado. Nunca mejor dicho, ya que continúan multitud de asesinados por el franquismo bajo las cunetas y sin una reparación histórica decente. No puede entenderse la historia de este inefable país, ni su presente, sin condenar tajantemente el golpe fascista del 36, entendiendo la guerra que desencadenó como fundamentalmente entre clases, y la posterior dictadura criminal de cuatro décadas. Tras la muerte del dictador, en la cama, se nos ha estado insistiendo en un cuento edulcorado sobre la posterior transición a esto que denominan democracia. Urge, por supuesto, la deconstrucción de ese relato según el cual unos prohombres, de izquierdas y de derechas, decidieron otorgar la «libertad» al pueblo español sin que este hiciera mucho por merecerla. En primer lugar, uno de los factores que se suelen pasar por alto es la profunda depresión económica provocada por la inutilidad de los últimos gobiernos del franquismo, en un contexto de crisis internacional por el alza de los precios del petróleo, en un clima de lucha obrera ante la perspectiva de un posible cambio político. No puede entenderse el proceso sin ese factor de combatividad de los trabajadores, por lo que el franquismo necesitaba anularlo para salvar todo lo posible sus privilegios, producirse cierto maquillaje político y que hubiera una continuidad económica.
Aunque algunas voces, y de manera muy matizada, quieren ahora ser críticas en los medios generalistas con la llamada Transición española a la democracia, es necesaria una profundización mayor recordando la visión anarquista también en la memoria histórica. Sin perder la autocrítica, siempre necesaria, hay que recordar los factores de silenciamiento y criminalización que llevaron al declive del único movimiento que no quiso participar en el domesticamiento político y sindical.
Me mandan un pequeño extracto de uno de los documentales de moda, «Salvar al rey», en el que se confirma lo que era un secreto a voces: la implicación del emérito Juan Carlos en el intento de golpe de Estado del 23-F en 1981. Se contempla a unos exagentes del CSID afirmando que el antiguo monarca era nada menos que el motor del golpe y, una vez visto el fracaso de la intentona golpista, los servicios de Inteligencia en un ejercicio magistral acreditan como el gran salvador de la democracia al rey puesto por el dictador, ese mismo que juró los principios del movimiento fascista. Al parecer, HBO ha decidio estrenar este trabajo audiovisual en un momento donde, de manera vergonzante, España está todavía rindiendo tributo a la recién fenecida Isabel II de Inglaterra. No he visto el documental, de dos horas y media de duración, pero los que sí lo han hecho aseguran que no aporta mucho a lo ya sabido, mientras que cierto tono sensacionalista no ayuda demasiado al rigor informativo. A estas alturas de la película, a poco que uno no sea un papanatas lamentable (y en este inefable país hay unos cuantos), resulta más que conocido que el fulano llamado Juan Carlos I de España es un individuo rastrero de la peor especie, a pesar de ser presentado como el gran héroe de esa farsa llamada «transacción democrática» y haber caído de pie una y otra vez, al menos, hasta hace bien poco.
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