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La inteligencia artificial como artefacto del poder: reseña de El algoritmo paternalista. Cuando mande la inteligencia artificial

Ujué Agudo Díaz y Karlos G. Liberal
Ed. Katakrak, 2019

José Luis Terrón Blanco
Publicado en Redes Libertarias núm.4

Ana Carrasco-Conde (2025) nos cuenta cómo el fallecido pintor Tetsuya Ishida muestra a los seres humanos como robots que las grandes corporaciones montan y desmontan. Pero, siguiendo a la autora, lo que el artista no llegó a imaginar es una tecnología para mejorar al ser humano y sustituirlo: “no comete errores, no se cansa ni enferma, está siempre disponible y, sobre todo, abarata costes”. 

Para Luke Munn (2025), la que llamamos Inteligencia Artificial “es tanto un término de márketing como un conjunto de arquitecturas y técnicas de computación”, con una capacidad enorme de evocar imágenes y, así, mostrarnos cómo debería funcionar la sociedad y cómo debería ser el futuro. Y añade que, en este sentido, “la IA no necesita funcionar para funcionar”. Apoyándose en Bender y Hanna, sostiene que cuando hablamos de IA siempre deberíamos preguntarnos a quiénes beneficia esta tecnología, así como a quiénes perjudica y con qué recursos cuenta. Y nos hace una advertencia capital: “la cuestión aquí no es si los modelos de la IA son racistas, históricamente inexactos o woke, sino que estos modelos son siempre políticos y nunca ajenos a ciertos intereses”.

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Cabreada (a falta de mejor título)

Laura Vicente

Cabreada1 con lo que ha ocurrido en el PSOE en los casos de acoso (laboral y/o sexual) dentro del propio partido. Enfadada con ese me too que parece que se ha detenido (o lo han detenido). Si las personas afines al PSOE se consuelan porque la derecha también parece participar de la epidemia, esto no avanzará o lo hará muy lentamente. Me ocurre lo que, a Pascal Bruckner en el magnífico El buen hijo, que siendo de izquierdas (confieso que cada vez me gusta menos esa manoseada etiqueta), «las únicas estupideces que me indignan son las de la izquierda, las demás me dejan indiferente». Aunque, como ya he dicho, estoy tentada de desertar, prefiero pensar contra mi propio campo y minarlo desde dentro.

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La necesidad de otorgar sentido a un mundo absurdo. Sobre «El extranjero», de Albert Camus

El extranjero, de Albert Camus, publicada en 1942, está considerada una de las grandes novelas de la literatura universal y, a menudo, se la ve como un símbolo del existencialismo de su tiempo. Sin embargo, creo que la obra va mucho más allá de ese lugar común y en la actualidad, con un mundo tan absurdo e injusto como aquel que la originó, y con una adaptación cinematográfica reciente, es más que posible que necesitemos más que nunca fundamentales aportaciones como las de Camus. Es quizá el primer trabajo del autor en el que se muestran esas posturas de carácter filosófico, que se diluyen con la propia narrativa; hay que decir que posee la novela una lectura accesible para cualquier lector, pero con un transfondo complejo y trágico que, incluso conociendo la visión de Camus, puede tener diversas interpretaciones.

El protagonista de la historia, Mersault, en la Argelia colonial de los años 30 del siglo XX es alguien aparentemente normal, más bien gris, que muestra tanta indiferencia, como apatía existencial y moral hacia la vida que le rodea. No parece evidenciar ambición alguna, algo objeto de reproche por parte de su patrón cuando le propone una supuesta vida mejor en París, y se muestra indiferente ante casarse o no con su novia Marie a la que parece no amar. Una existencia anodina en la que no muestra gran decisión o juicio sobre el mundo que le rodea; cumple eficientemente con su trabajo y ayuda a sus amigos cuando la ocasión lo propicia, aunque alguno de ellos sea un impresentable que finalmente le empuja al desastre. Ante el hecho de no poder cuidar de su madre, acabó por ingresarla en un asilo y la historia comienza cuando recibe el anuncio de su fallecimiento; el mostrarse impertérrito en el funeral y entierro, o el hecho de no saber con exactitud la edad que tenía, serán fatales para él como veremos en el juicio, en la segunda parte de la novela, tras los hechos trágicos que le envuelven.

Y es que el azar conduce al protagonista al asesinato de un hombre árabe, producido en cierta medida por las circunstancias, pero sin que se sepa muy bien la motivación concreta y sin que muestre arrepentimiento alguno (más bien, como él mismo dice, “aburrimiento”). El encarcelamiento posterior, así como un juicio cercano al esperpento y la evidente muestra de la arbitrariedad de la justicia, nos dará idea de ese mundo absurdo que determina a sus habitantes. Acabamos comprendiendo que para Mersault una vida sin sentido no merece la pena ser vivida, todo le es indiferente y le produce hastío y, de hecho, acepta su castigo finalmente mortal cuando muy bien podría haberse librado en la sociedad colonial francesa racista y discriminatoria. Una y otra vez, se niega a mentir en el proceso y parece condenado más por no haber mostrado sentimiento alguno en el funeral de su madre que por el hecho de haber acabado con la vida de un ser humano.

Una última salida para Mersault es la religión, de ahí la visita del sacerdote antes de su ejecución, pero su ateísmo evidencia la ausencia de Dios, o de cualquier otro subterfugio que quiera otorgarle un sentido ficticio al mundo, y acepta con serenidad el fin de su existencia. Y ese sosiego nace, a diferencia del creyente, de no esperar ya nada ante la inminencia de la muerte; del mismo modo, tampoco tiene concepción ni consciencia algunas del pecado, esa mistificación originada en la religión, ya que para Mersault su existencia no depende de divinidad alguna. Es posible que aquí Camus exhiba algo de su simpatía a la filosofía de Nietzsche e incluso en alguna ocasión alguien se refiere al personaje como anticristo. Incluso, el deseo de una vida mejor, que puede haber tenido en algún momento, es algo inútil y sin importancia para Mersault; esa aspiración no significa gran cosa para él, no más que hechos como acumular riqueza o nadar más aprisa.

Mersault parece transformarse, mostrando esta vez sí algo de energía, cuando observa el absurdo final de la justicia, que en lugar de juzgarlo por el asesinato cometido lo hace por normas morales imperantes que nada tienen que ver con el hecho criminal. Y es que, efectivamente, todo el enfoque del juicio lo constituye esa extrañeza sobre su aparente indolencia tras la muerte de su madre; ahí sí parece rebelarse Mersault, ante una sociedad cuyas normas parecía desconocer, cuando se niega a revelar lo que cree que pertenece al ámbito privado. En esta segunda parte del libro, durante el proceso, observamos cómo el azar determina la existencia de los seres humanos mostrándola terriblemente frágil. Así, un día de excesivo sol, algo que muestra el protagonista como un posible móvil para llevar a cabo varios disparos y haber acabado con una vida, pueden convertir lo que es banal y anodino en un hecho trágico. Hay quien ha señalado que no se le acaba juzgando por un asesinato, sino por haber transgredido el orden instituido. Resulta terrible el final de la novela cuando Mersault, aceptando sereno su destino, considera que para consumarlo solo aspira al deseo de que muchos espectadores observen su ejecución y la acompañen de gritos de odio. La oposición de Camus a algo tan terrible como la pena de muerte resulta incuestionable en la obra.

El propio autor, en un prefacio a su novela, afirmó que el protagonista es condenado al negarse a formar parte del juego, a no querer mentir para evitar la pena; en ese sentido, Mersault era extranjero respecto a la sociedad en la que vivía. Puede decirse que se trata de un antihéroe, que sin embargo acepta morir por transmitir la verdad. En la interpretación más habitual, se ve en esta novela la filosofía del absurdo que Camus muestra en El mito de Sísifo, publicada también en 1942: el esfuerzo constante, pero inútil del ser humano, que solo se libra momentáneamente de una carga para, acto seguido, presentarse una nueva. Así, es posible que el protagonista de El extranjero sea consciente de que la vida no merece la pena debido a ese esfuerzo que, para él, incapaz de otro horizonte moral, resulta absurdo.

Hay quien ha interpretado, y parece haber base para ello, que Mersault, aunque es sincero y en ningún momento lo niega, es un ser prácticamente amoral que se entrega casi de forma exclusiva al placer físico en la historia; como ya hemos dicho, no muestra sentimiento alguno tras las muerte de su madre, le resulta fatigoso trasladarse al lugar del asilo donde la van a enterrar (de ahí también que nunca la haya visitado) y realiza actos considerados mal vistos como fumar y consumir café durante el velatorio, mientras que establece poco después una relación con una mujer aparentemente solo por el contacto sexual. Del mismo modo, el lector más juicioso se inquietará ante el hecho de que no tiene opinión alguna sobre que su amigo Raymond maltrate a su amante e incluso le apoya al declarar como testigo en un juicio. Particularmente, pienso que estos juicios morales sobre Dersault, bien diferenciados de las convenciones sociales hipócritas imperantes también denunciadas en la novela, son provocados por la narración de Camus y están estrechamente unidos a un personaje con escasa voluntad y determinación; se trata de un títere de las circunstancias, precisamente por abrazar esa consideración del mundo como absurdo y sin sentido, por lo que a él le resulta indiferente tratar de intervenir moralmente. No obstante, en alguna otra lectura sobre cómo evoluciona el personaje, puede ser cierto que sufre un cambio al final, siendo más consciente ya estando encarcelado y cuando la muerte se le acerca.

Este año 2025, ahora mismo cuando escribo estas líneas ya estrenada en las salas españolas, se ha producido una adaptación cinematográfica de El extranjero escrita y dirigida por un cineasta tan interesante como el francés François Ozon. No era nada fácil trasladar a la pantalla una historia desarrollada en el Argel de los años 30 del siglo pasado y protagonizada en primera persona por un hombre tan extraño e innacesible; tan difícil de comprender, y al mismo tiempo con tantas interpretaciones, como Mersault. Se produce tal vez un paradoja con esta traslación a la pantalla de un texto tan complejo, dados estos tiempos en que la imagen enmascara la realidad y parece valer mucho más que cualquier reflexión filosófica y moral; solo por eso, he de decir que aplaudo la iniciativa de Ozon. Dicho esto, para mí, la atmósfera creada por el blanco y negro, las buenas interpretaciones y, a pesar de las dificultades y el transfondo filosóficamente tan complicado, la fidelidad en gran medida al texto de Camus hacen que el cineasta salga airoso.

Antes de abordar la historia, como una de las decisiones para contextualizarla, se muestra un curioso noticiero en el que tratan de venderse las bondades de la Argelia colonizada por Francia. Es una de las decisiones de Ozon para mostrarnos, y subrayarnos, la profunda discriminación clasista a la que es sometida la población árabe. A diferencia de la novela, la película se inicia cuando el crimen ya se ha cometido, con el protagonista entrando en prisión, confesando a la población reclusa, mayoritariamente de esa etnia, que ha matado a un árabe; de esa manera, la película puede ser vista como narrada mediante un gran flashback. Por lo demás, la estructura es similar a la del original literario, dividida también en dos partes y aderezada con algunas situaciones no reflejadas en la novela y que da una idea del lugar que los occidentales quieren que ocupen los árabes: ese letrero en el cine, que indica que está prohibido el acceso a los “indígenas”; la presencia de la hermana de la víctima en el juicio con el subrayado de que el árabe asesinado importa poco; la afirmación de que Mersault no es el primero en matar a un árabe junto a la sugerencia de que podría ser absuelto, o la tumba final como nuevo recordatorio de la víctima casi ausente en el proceso.

Hay quien ha observado todos estos elementos como un alejamiento del espíritu de la novela, aunque creo que en la atmósfera de la misma sí está presente toda esa discriminación hacia la población nativa argelina; personalmente, pienso que son elementos introducidos para una mayor comprensión del contexto para el espectador de hoy, aunque no tienen en mi opinión un mayor peso que las interpretaciones filosóficas y morales, esas sí, similares a las de la novela. Sea como fuere, otra baza a favor de esta adaptación al lenguaje cinematográfico; es posible, y espero que así sea como en mi caso, que su visionado nos incite a una relectura de la obra del muy necesario y apasionante Albert Camus, desgraciadamente desaparecido cuanto todavía era muy joven. Bien entrado el siglo XXI, el mundo sigue siendo igualmente injusto y absurdo, pero comprendiendo bien la filosofía del argelino, demanda profunda y urgentemente que le otorguemos sentido moral.

Capi Vidal

Descarga gratuita de la novela: http://acracia.org/wp-content/uploads/2025/12/Albert-Camus-El-Extranjero.pdf

¿Quedan anarquistas en España?

Ya adelanto, al haber mencionado la palabra ideología, y así trato de hacérselo ver a todos estos especímenes que demandan tanto veredicto previo sobre una sociedad futura, que en absoluto considera el anarquismo (o, mejor, los anarquismos en plural) como una ideología, si es que por tal cosa entendemos un sistema cerrado de ideas acerca de cómo deben ser las cosas (esto resulta obvio, pero así hay que decirlo una y otra vez hasta el hastío). Pero, vayamos con la respuesta que da título a esta lúcida columna puesta negro sobre blanco en un medio agradeciblemente difuso. Efectivamente, con cierto desprecio apenas disimulado, algunos sapiens le sueltan a uno la pregunta de marras: “Ah, pero, ¿quedan todavía anarquistas?”. Cabe contestar que, de manera obvia, “¡Al menos delante tienes uno!” (eso, tratando de no añadir ningún calificativo, aunque dan ganas); además, no hay otra que reprimir el añadir que, no solo eso, que uno es en realidad un lúcido ácrata de tendencias nihilistas, algo que puede provocar no pocas explicaciones que uno no siempre tiene estómago para dar a según qué contertulio. Pero, es posible, que con semejante interrogante sobre la supuesta ausencia de anarquistas en este indescriptible país, donde una vez fueron mayoría, puede que haya algo más inquietante.

Me da la sensación de que lo que se pretende, efectivamente, son sentencias firmes sobre cómo un partido, movimiento, colectivo, o cómo diablos queramos llamarlo, puede llevarnos a una sociedad, al menos, algo mejor. Es decir, es la consecuencia de una mentalidad que no concibe otra posible respuesta que más de lo mismo, una organización de arriba abajo, sin cabida alguna para la autogestión social (concepto que cuando uno lo menciona provoca espasmos similares a los de la santa anarquía). De momento, si uno tiene tiempo y ganas para ello, hay que arrojar un poquito de luz a nuestro alrededor haciendo ver que, afortunadamente, claro que hay anarquistas, incluso organizados con todas las dificultades que se quiera (y, a veces, también no poca estupidez a la que los ácratas no son siempre inmunes, que dan lugar a esos irritantes e inexplicables conflictos inherentes a todo colectivo humano), Y no solo en el ámbito laboral existe la lucha libertaria, también en mucho otros donde trata de protegerse a los más desfavorecidos llevando a la práctica eso tan necesario que es la solidaridad (concepto clave); insisto, a poco que uno indague, puede observar todos estos proyecto y colectivos de tendencia autogestionaria, con sus altibajos, o sin necesariamente esa etiqueta implicados en movimientos sociales tratando de que se desarrollan de modo horizontal. También, puede tratar de explicarse que vivimos en una época posmoderna, donde las grandes respuestas no deberían tener cabida y donde todo, para bien y para mal, es mucho más difuso que pretender que un gran movimiento nos arrastre, sin demasiado esfuerzo por nuestra parte, hacia un mejor horizonte. Pero, me temo, es demasiado pedir hacia tantos no demasiado fortalecidos intelectual y moralmente. Y es lo dice un anarquista, realmente existente, con algún que otro tic nihilista.

Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2025/12/21/quedan-anarquistas-en-espana/

Anarquistas Editoras — Mujeres Libres: de la edición a la revolución

Laura Vicente

El libro, Anarquistas editoras. Biografías políticas en femenino, coordinado por María Migueláñez Martínez y Lucía Campanella, está publicado por la editorial Comares (2025).

El contenido del libro está dividido en dos partes: la primera, titulada «Mujeres en el circuito editorial anarquista» y la segunda parte, «Redes editoriales en femenino». En total hay once contribuciones de diversos autores y autoras.

El contenido de estas contribuciones trata de recuperar el papel de las mujeres en la cultura impresa anarquista. Centrado en figuras o grupos, el libro revela sus trayectorias y la manera en que asumieron tareas editoriales en el marco de la militancia política.

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El anarquismo, por supuesto ajeno a todo dogma, de Tomás Ibáñez

En los últimos tiempos, es de suponer que desde una concepción estrecha y dogmática del anarquismo (si es que eso puede ser posible), se ha descalificado de la manera más penosa a Tomás Ibáñez. Se puede discrepar de su pensamiento, por supuesto, pero ya lanzar ciertos infundios y presunciones sobre su persona es desconocer lo que ha hecho y lo que sigue haciendo en el movimiento libertario. Se puede estar de acuerdo o no con Tomás, yo mismo no lo estoy en todo (como resulta muy saludable), pero la tensión entre modernidad y posmodernidad, para mí, es fundamental para las aspiraciones libertarias; quien no lo tenga en cuenta, siento decirlo, se refugia en el dogmatismo (ese sí, estéril o directamente peligroso por autoritario). Para sus detractores, hay que recordar que, entre otros empeños, Tomás forma parte de la revista Redes Libertarias, junto al sitio web con contenido diario, que precisamente trata de tender puentes en eso tan heterogéneo y (agradeciblemente) difuso que es el universo libertario. Desde este espacio, queremos rendir homenaje a Tomás Ibáñez, de cuyas aportaciones intelectuales y morales consideramos que toda persona, no enrocada en el dogmatismo, siempre puede sacar provecho. En este enlace, puede accederse a multitud de textos, del propio autor o relacionados con él, mientras que a continuación reproducimos parte de sendas reseñas sobre sus dos últimos libros.

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Desplazadas por el miedo: La voz de las kurdas de Afrín

Sam Gómez y Miguel Ángel Bauset
Sam Gómez, cineasta, periodista y activista anarquista. Escribo sobre cine y crónicas de diferentes luchas sociales, locales e internacionales.
Miguel Ángel Bauset Guardado, fotoperiodista. Escribo sobre temas internacionales centrado en los derechos humanos, la memoria histórica y la ecología.

Afrín es uno de los siete cantones que forman la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria (AANES), región conocida en kurdo como Rojava. Ubicada al norte de Alepo, Afrín es una ciudad de paisajes de olivos, valles y montañas y hogar de una población de mayoría kurdo‐siria. Previamente al inicio de la guerra civil siria de 2012, Afrín era considerada una de las regiones más pacíficas, acogiendo a más de 150 mil refugiadas y desplazadas a consecuencia de la guerra.

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Crónica de un conflicto interminable. Palestina e Israel

Paco Marcellán
Miembro de la redacción de Redes Libertarias

Los poderosos siempre han hecho que sus masacres siempre parecieran necesarias y correctas.
Pankaj Mistra

A modo de introducción

La cotidianeidad que nos alumbra la represión del pueblo palestino, el dolor irreparable causado por el vandalismo militar israelí tanto en Gaza como en Cisjordania, que se extiende a Yemen, Irán, Líbano y Siria, exige una búsqueda de las raíces de un conflicto que supera el ámbito geográfico y plantea tres cuestiones en las que me quiero centrar, independientemente de otros apartados que exigirían un análisis complementario. Desde la perspectiva de los derechos humanos, el debate sobre la calificación como genocidio, crimen de lesa humanidad o exterminio va más allá de los aspectos jurídicos y semánticos y engarza con un sustrato colonialista y xenófobo que ha caracterizado la génesis, desarrollo y proyección de futuro del Estado de Israel. Pero no hay que olvidar el marco geopolítico en el que se desenvuelve el conflicto con actores como Estados Unidos, el mundo árabe, la Unión Europea, y el Sur Global en el que las contradicciones, intereses y dualidad en las respuestas por parte de los gobiernos y los pueblos condicionan soluciones a medio y largo plazo.

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Capitalismo, progreso y hambre

Los liberales, los más «puros» al menos, esos que aseguran que poco tienen que ver sus propuestas con el sistema globalizado que sufrimos, aseguran que la solución para la pobreza es que haya más y más riqueza (y, claro, ricos para que las migajas lleguen a otros). Hasta aseguraba tal cosa un (ex)ácrata como el inefable Antonio Escohotado, que dedicó tres volúmenes, creo que más a meterse con el comunismo (estatalista; terrible, claro), que a defender el comercio y el liberalismo. El caso es que esta gente, que en última o primera instancia defiende y apuntala el estado de las cosas, y asegura que la humanidad avanza en línea recta hacia el progreso, son incapaces de explicar cómo es posible que ya avanzado el siglo XXI siga habiendo, según los datos más optimistas, cerca de 1.000 millones de personas que padecen hambre en el mundo. No estoy hablando de necesidad de algún tipo, que también se da en todos los grados posibles, me refiero a Hambre con mayúsculas. No, no hay progreso líneal, los datos oscilan de un año a otro, hacia arriba o, lamentablemente, hacia abajo. Y no tenemos en cuenta las terribles crisis cíclicas que provoca ese mismo sistema tan alabado por ellos, y que como es evidente afectan fundamentalmente a los más humildes dentro de sociedades divididadas dramáticamente en clases (que es lo mismo que decir, señores «liberales», adalides de la sacra «propiedad privada»: gente que tiene y gente que no tiene).

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