Archivo de la categoría: Opinión

Los procesos de escisión y la forma de superarlos

Un antropólogo, un tal Gregory Bateson, en la década de los treinta del siglo pasado empleó el término «schismogenesis» (1), de schismo (escisión) y génesis (origen), para definir la tendencia que se observa en personas que sostienen discusiones con puntos de vista diversos, de ir radicalizando sus diferencias a medida de que se acaloran antes de acabar a hostias. Así lo que empezaba siendo una apacible discusión tomando el té para hablar –por ejemplo– sobre la divinidad de Cristo, se convierte en una pugna tremenda, que acaba en diferencias irreconciliables entre grupos cristianos, que emplean el potro de tortura y la hoguera para acabar con la controversia.

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Adios a Dios (y a cualquier otro concepto absoluto)

Como creo que ya he manifestado en alguna de estas magníficas columnas que pongo negro sobre blanco, tengo la (no siempre) sana costumbre de leer y escuchar a gente de todo pelaje. Sé que es una botarate tendencia del ser humano la de solo atender a lo que pueda confirmar sus creencias, pero no es mi caso. Precisamente, como uno es un lúcido ácrata de tendencias nihilistas, se deja guiar por su curiosidad, escepticismo, crítica e incredulidad para ir dando forma a un pensamiento exento de dogmas, ya que el compromiso con los valores, quizá de forma solo aparentemente paradójica, se muestra más sólido desde posiciones no absolutistas y enarbolando una pequeña bandera (figurada, of course!) nihilista. Y, por mucha tabarra que nos den algunos, la historia y el pensamiento ayudan sobremanera a llegar a estas conclusiones. El caso que los intelectuales reaccionarios (valga el oxímoron), vertiente católica, son muy, muy pesaditos nombrando hasta el hastío al escritor y filósofo Chesterton. A este fulano se la atribuye una frase, que sus seguidores fundamentalistas no dejan de repetir hasta la saciedad con orgullo algo estólido; algo así como que, si el ser humano deja de creer en Dios, acaba creyendo en cualquier cosa.

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Este puto mundo

Mientras se deciden temas trascendentales, todavía en un infernal agosto, como cuál va a ser el color de la coalición de gobierno en este inefable país o si dimite por fin el calvo ese impresentable que está al frente de no sé qué federación balompédica, este mundo en el que no has tocado vivir continúa su trágico devenir. Así, en lo que va de 2023, se han acreditado 3.472 muertes de personas migrantes, siendo una de la rutas más peligrosas la del Mediterráneo Central; por supuesto, la verdadera cifra de fallecidos por inacción de los que gobiernan nunca la sabremos, mientras que nuestros mezquinos medios solo se van a ocupar coyunturalmente de ello sin indagar lo más mínimo en las causas de un mundo deshumanizado. En este mes de agosto, se han cumplido también 500 y pico días de otra guerra cronificada que, poco a poco, no va ocupando ya tantos titulares, a no ser que se produzcan hechos excepcionales como la muerte de no sé qué dirigente mercenario; mientras tanto, siguen produciéndose víctimas civiles en un conflicto bélico producto, como todos, de mezquinos intereses. Se habla de hasta 57 guerras activas en la actualidad, con una cifra de muertes de 10.000 al año, sin que haya el más mínimo análisis, ni conciencia sobre ello, en nuestras inicuas sociedades «desarrolladas».

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Trampa para ratitas bonitas

Ahora que estamos en agosto y no pasa nada, salvo que se derriten los glaciares, violencia de género, asesinato en Ecuador, líos para la investidura con peleas venecianas, guerra en Ucrania con una ofensiva que dura ya meses, golpe en Níger, Israel destruyendo Palestina… Vamos, lo de siempre… Puede ser una buena idea hablar de teoría. Por ejemplo, a cuenta del barco prisión y de las muertes en la frontera con devoluciones de niños que se pasan por el arco de triunfo la Declaración de Derechos Humanos.

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Vías filosóficas (y vitales) ácratas

En una ocasión, escuché a cierto «intelectual», que antaño escribió una interesante tesis sobre el pensamiento libertario en España y que, hogaño, se encuentra bien apoltronado en el mundo académico soltando una sandez tras otra, que si bien en su juventud se sintió apasionado por la filosofía anarquista, luego comprendió que poco había aportado en realidad. Hasta su interlocutor en ese momento, otra figura poco sospechosa de afanes transgresores y revolucionarios, intervino rápidamente aclarando que le parecía una somera injusticia lo que estaba oyendo. Veamos, sin ánimo alguno de ser imparcial ni objetivo, pero con todas las intenciones de penetrar hasta el fondo y zaherir la insondable estupidez humana. Cierto es que los «clásicos», leáse Proudhon, Bakunin o Kropotkin, todos ellos con nombre en la historia del pensamiento por derecho propio, son a veces nombrados hasta el hastío en el mundo libertario y que da la sensación, a menudo, de no haberse revitalizado y revisado sus propuestas. No diré yo que el dogmatismo (algo que siempre he considerado vinculado a alguna suerte de papanatismo) sea siempre algo ajeno al mundo libertario, donde la autocrítica y capacidad de renovación deberían estar constantemente activadas, pero matizaremos. En primer lugar, hay aspectos de esos «padres fundadores» que sencillamente se dejan a un lado, siendo el caso más evidente el de Proudhon y su visión arcaica sobre la mujer, algo superado de manera inmediata por el anarquismo posterior, aunque con dificultades para llevar a la práctica una verdadera igualdad entre sexos.

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Mitos evolucionistas

A todes se nos ha enseñado que la sociedad ha evolucionado. Partiendo de lo simple hacia lo complejo. Entendiendo lo complejo como jerarquía y cadena de mando. Pasamos de vivir en bandas a tribus, de ahí a jefaturas, y por último a Estados, como producto último de la evolución social. Es un esquema que han asumido desde liberales a marxistas: salvajismo, barbarie, civilización (en la cual estamos); y también comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo (ahora), y falta lo del socialismo, que está pospuesto a la espera de tiempos mejores.

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¿Nihilismo?

Me entero de que se ha acusado a los bodoques ultrarreaccionarios de Vox de nihilistas. Soy consciente de que no son los mejores tiempos para el conocimiento político y filosófico, pero la confusión llega a extremos irritantemente surrealistas. Presuponiendo que son honestos, que es mucho presuponer, los integrantes de la ultraderecha suelen ser, precisamente, todo lo contrario, fervorosos creyentes deseosos de imponer sus dogmas a los demás. Me recuerda un genial diálogo de una de las mejores comedia de los Coen, El gran Lebowski; ante la aparición de un grupo terrorista, compuesto por patanes que aseguran ser nihilistas, otro peculiar personaje espeta: «¿Nihilistas? ¡Hasta los nazis creían en algo!». Es posible que el genial chiste aluda indirectamente a Nietzsche, filósofo con el que se puede estar o no de acuerdo, pero cuyo pensamiento resulta imposible vincular a ninguna forma de fascismo, en mi nada modesta opinión. En cualquier caso, no es mi intención ponerme estupendo a nivel intelectual, o tal vez sí, pero viene al caso lanzar unas cuantas reflexiones para tratar de hacer justicia con esa concepción filosófica vital tan interesante llamada nihilismo. Cierto es que, a un nivel vulgar, el término de marras suele identificarse con la absoluta falta de un principio moral o político. Bueno, la cosa no es tan descabellada como parece en un primer vistazo, ya que la ausencia de dicho principio o fundamento puede ser la negación de cualquier esencia, en lo que atañe al ser humano y la realidad social y política que construye, y se abre la puerta por lo tanto a algo mejor.

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Consumos perjudiciales de productos espirituales

No viene mal, ahora que estamos en plena canícula y se dispara el consumo de alcohol, de tabaco y de otras porquerías, dar el siguiente consejo: aléjate de los productos tóxicos, vivirás más tiempo y mejor, si tienes suerte. Haz ejercicio moderado, come mucha fruta y verdura y duerme lo que te pida el cuerpo. A ser posible, trabaja poco.

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Maniqueísmo a diestra y siniestra

El vocablo de marras, maniqueísmo, para el que no sea un avezado portador de un maravilloso léxico, como el que suscribe, alude a una valoración de la realidad, sin matiz alguno, en función de lo que es bueno o malo. La progresía, de forma abiertamente exacerbada en la reciente campaña electoral, suele caer en dicha actitud maniquea identificando a la derecha con el mal absoluto y a la posibilidad de que gobierne con el advenimiento del apocalipsis (aunque ya haya pasado por un poder estatal y democrático basado en la alternancia). Ha sido así hasta el punto de que las llamadas, o más bien conminaciones, a ejercer el sagrado derecho, o más bien obligación, del voto han llegado a extremos surrealistas; por supuesto, no hacía falta apenas especificarlo, se referían a votar a la izquierda para frenar a esa derecha en alianza con una ultraderecha en pleno auge (aunque sean cosas extremadamente parecidas en este inefable país, antaño unidas, hogaño desunidas). Ese maniqueísmo progre, probablemente, ha depositado su máxima confianza en una especie de plataforma, y no sé si finalmente partido, llamada Sumar compuesta por Podemos (a regañadientes), Izquierda Unida (que no sé hoy lo que es, pero que era a su vez una coalición formada mayoritariamente por el comunismo oficial), por al parecer un par de partidos verdes, por Más País (aunque, con la extensión del que tenemos nos sobre) y por infinidad de fuerzas regionalistas (donde ya me pierdo en ideologías y motivaciones). A pesar de todas estas fuerzas políticas de la verdadera izquierda, producto de no pocas divisiones y refundaciones, las filas del bloque progresista contaban con el PSOE, antaño partido del régimen, hoy aliado, para sumar escaños y frenar al bando reaccionario/conservador.

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Libres del «progreso» y del progresismo

No sé si os pasa lo que me pasa a mí con algunos temas: algún término, concepto afirmación…, los escucho a todas horas y sé que no me encajan, que no me cuadran. Es como un moscardón que me ronda y que espanto porque no tengo tiempo de meditar los motivos de mi incomodidad. Uno de esos términos es progresista, se ha convertido en una especie de cajón de sastre que sirve para casi todo: gobierno, partido, coalición, propuestas «progresistas». Mi confusión se ha convertido en ese zumbido de moscardón que me ha conducido finalmente al portátil para desentrañar este incordio que me ronda.

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