Charla al aire libre de Tomás Ibáñez en el Sant Jordi Libertario del barrio barcelonés de Gracia el 23 de abril de 2024.
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Bien sabemos que frente a lo que no tolera lo diverso, a lo que uniformiza, el anarquismo celebra, por su parte, la diversidad, la variedad, lo múltiple, y puede que sea por eso por lo que conviven diversos anarquismos en el seno del propio anarquismo. Y quizás sea también por eso por lo que este presenta tantas facetas. Entre ellas figura, por ejemplo, su vertiente existencial o vivencial.
Tiempo atrás, escribí que el movimiento anarquista no es un movimiento en el que se esté, o al cual se pertenezca, sino que es un movimiento que se vive, y se vive porque, más que un conjunto de textos y de proclamas, el anarquismo es una forma de ser y de relacionarse, es una forma de vida. No se identifica a un, o a una, anarquista por lo que dice, sino por lo que hace, por cómo se comporta, o, mejor dicho, por la sintonía entre lo que dice, el cómo lo dice, y el cómo se comporta.
Hablar de anarquismo es, por lo tanto, hablar también de esa vertiente existencial, es hablar de utopías compartidas, y, mejor aún de utopías traducidas en actos, es hablar de luchas en común y de la memoria colectiva de esas luchas, es hablar de rebeldías individuales y colectivas.
Sin embargo, no es de todo eso de lo que hablaré hoy, sino de otra de sus facetas que presenta un aspecto algo más austero.
Porque, claro, el anarquismo es también pensamiento, es también intento de comprender el mundo para cambiarlo, o, mejor dicho, intento de comprender el mundo cambiándolo. Los ingredientes que lo nutren son ideas, ideas que se comparten y que se confrontan, y es de eso de lo que voy a hablar al presentar este libro: Anarquismos en perspectiva. Subtitulado: Conjugando el pensamiento libertario para disputar el presente. Voy a ser breve, porque luego también comentaré otro libro que está recién salido del horno, y que, por así decirlo, aún está humeante.
Para presentar Anarquismos en perspectiva, voy a recurrir a la metáfora del variopinto traje de Arlequín, porque este libro es, efectivamente, como un traje de Arlequín ya que esta hecho de un mosaico de textos que he venido publicando estos últimos años.
Y, como me gustan los oficios artesanales, hoy me voy a situar en la piel de un sastre, y más que relatar cada una de las piezas de ese traje de Arlequín, o sea, cada artículo, me parece mucho mejor hablar de sus costuras, del hilo que corre a través de estos y que los une.
Pues bien, ese hilo conductor no es otro que el hilo de una machacona, de una insistente, incitación a actualizar el anarquismo, no es otro que el permanente empeño por indagar cuáles son los aspectos que han caducado, y por explorar aportaciones susceptibles de ayudar a renovarlo.
Si nos fijamos, son bastantes los aspectos del anarquismo que requieren ser repensados, y eso no es sorprendente cuando se piensa que el anarquismo político, es decir, el anarquismo en tanto que movimiento social, se fue constituyendo a partir de mediados del siglo 19 y en adelante, en un contexto histórico al que procuró enfrentarse elaborando los conceptos y los instrumentos acordes con ese contexto.
Nadie puede negar, a nadie se le ocurriría, que el contexto actual dista mucho, muchísimo, de aquel contexto, y resulta que lo que entonces era adecuado para pensar y disputar aquella realidad ya no lo es tanto para pensar y afrontar la realidad actual. Así que una puesta al día del anarquismo resulta imprescindible, aunque, por supuesto, este nunca se quedó quieto y ha procurado modificar paulatinamente algunos de sus supuestos. Pero, a mi entender, lo ha hecho de una forma que aún es insuficiente.
Para no ser demasiado paliza, solo mencionaré tres aspectos que, a mi entender, requieren ser repensados y que discuto en mi libro, junto con otras cuestiones.
Por ejemplo, la cuestión del Estado. Es obvio que hay que seguir luchando contra el Estado, claro, pero también es cierto que el anarquismo manifiesta cierta tendencia a reificarlo, a considerarlo como una entidad autoconstituida que sobrevuela la sociedad y que hunde en ella sus tentáculos para gobernarla y para producir efectos de dominación. Desde esa forma de ver las cosas, la supresión del Estado se constituyó en una prioridad para el anarquismo, sin que este se percatase de que de bien poco nos serviría una sociedad sin Estado si esta mantuviese en su seno las relaciones de dominación.
Así que el enemigo último no es tanto el Estado, que, por supuesto, también es nuestro enemigo, como las relaciones de dominación. Son estas las que hay que desmantelar, y como el Estado representa, en parte, esas relaciones, pues resulta que al desmantelarlas también estamos desmantelando el propio Estado.
Pero es que, además, si bien es cierto que el Estado es un agente activo en el ejercicio de la dominación, no constituye tanto la causa de las relaciones de dominación, como un efecto de estas. Como dice Foucault, lo cito: El Estado es una realidad compuesta y no es sino el efecto móvil de un régimen de gubernamentalidades múltiples. En efecto, son las gubernamentalidades específicas de cada ámbito de la realidad social las que trasladan al Estado sus propias características, y, en retorno, este las potencia o las inhibe según los casos.
— Otro ejemplo es la cuestión del poder. El gran mérito del anarquismo frente a otras orientaciones políticas consiste, como bien sabemos, en haber otorgado una importancia capital al fenómeno del poder, en lugar de haberlo relegado a una posición relativamente secundaria. Sin embargo, su concepción del poder ha quedado ampliamente desfasada.
Por ejemplo, el anarquismo tiende a situar el poder como aquello que constriñe la libertad. No voy a entrar en detalles, pero esa concepción simplifica a ultranza la complejidad de las relaciones que existen entre el poder y la libertad. Esa complejidad salta a la vista tan pronto como realizamos, por ejemplo, que el poder puede instrumentalizar la libertad, y fomentarla en lugar de limitarla, puede decirnos cosas como esta: “sé libre, teje tú mismo, o tú misma, las redes que te apresarán”, o puede decirnos “sé libre, porque en el ámbito laboral es precisamente cuando ejerces tu libertad cuando nos proporcionas los mayores beneficios”.
— Y, ya que nos encontramos aquí en la plaza de la revolución, también conviene decir unas palabras acerca de ese componente básico del anarquismo político que es el proyecto revolucionario.
Por muy encomiable, y lo es, que nos resulte el antiguo imaginario revolucionario, es obvio que este ha caducado. La revolución ya no se piensa hoy como ese ansiado acontecimiento que nos espera al final de un largo camino preparatorio, y que alumbrará una sociedad liberada de la explotación y de la dominación.
Hoy, la revolución ya no se ubica en el mañana, sino en el presente. Se encuentra en el conjunto de las prácticas que desarrollamos para oponernos al sistema establecido. La revolución no es el nombre de un acontecimiento que, por definición, mientras lo estamos persiguiendo siempre queda situado en el futuro, sino que es el nombre que se da a determinadas prácticas ubicadas en el presente. Son ciertas prácticas las que son revolucionarias. Y no lo son porque nos estarían acercando a una supuesta revolución, sino porque rompen trozos del sistema aquí y ahora, porque abren grietas, y con ello dibujan un afuera del sistema.
Cuestionar la concepción clásica de la revolución no conlleva renunciar a esta, solo resignifica su concepto para que la revolución no habite más el futuro, sino que arraigue en el presente, y, además, para que se mantenga radicalmente ajena a la lógica totalizante del sistema que combate. Tampoco significa abandonar el irrenunciable, absolutamente irrenunciable, deseo de revolución, porqué el anarquismo es revolucionario, o no es anarquismo, y no puede dejar de luchar contra la barbarie que representa nuestro tipo de sociedad, ni puede dejar de anhelar una sociedad radicalmente distinta.
Así qué… ¿seguimos reivindicado la revolución? … Pues, Sí, por supuesto, ¡siempre!, pero en consonancia con nuestro siglo y con la realidad vigente, no quedándonos anclados y ancladas en el antiguo imaginario revolucionario.
Pero, volvamos ahora a la metáfora del traje de Arlequín.
Todas las piezas que componen este libro ya habían visto la luz antes de ser ensambladas en sus páginas… ¡salvo una!, salvo la que lleva por título “Aproximaciones a un anarquismo post fundacional”.
Cuando hace algo más de un año presente este libro y me referí a ese curioso título, desde luego un título bien curioso, porque hasta entonces nunca, y nunca es nunca, se habían juntado los términos “anarquismo”, por una parte, y “postfundacional”, por otra, pues bien, cuando presenté el libro dije textualmente, me autocito:
“… ya anuncio que a partir de ahora mi trabajo va a consistir en intentar formular con mayor claridad lo que entiendo por un “Anarquismo post fundacional”, y quizás ese trabajo dé lugar dentro de unos cuantos años a una nueva publicación”, … final de la autocita.
Bueno, pues es verdad que no siempre mantengo mi palabra, pero esta vez sí lo he hecho, y el resultado, provisional, es el libro que acabo de publicar en Gedisa Anarquismo no fundacional. Ese libro resulta del esfuerzo por seguir repensando el anarquismo y eso me ha llevado a dejar de hablar de postfundacional y a recurrir al concepto de no fundacional, en la línea de radicalizar la ruptura con los planteamientos fundacionalistas.
Para dar cuenta, muy someramente, de que va el libro, expondré básicamente tres consideraciones.
— La primera consiste en repetir, una vez más, que “anarquía” proviene del griego an-arkhé, o sea, la negación del arkhé. Y, ¿Qué es el arkhé? Pues, por una parte, es el Kratos, el poder, pero, por otra parte, también remite a la existencia de unos principios primeros fundacionales que estarían en el origen de las cosas y de nuestra inteligencia de las cosas, de nuestra visión del mundo y de nuestro entendimiento de la realidad. Unos principios que dan la pauta de lo que debemos creer, de lo que debemos valorar y de lo que debemos hacer, es decir, que orientan nuestras prácticas.
No voy a entrar en detalles, diré solamente que esos principios presentan, en la concepción griega, dos características que interesan muy directamente al anarquismo. La primera es que producen efectos de poder, porque al ser primeros, esos principios determinan todo lo que les es posterior, un poco como las causas anteceden y determinan los efectos que les siguen. La segunda es que esos principios se ubican en el ámbito de la teoría y tienen por lo tanto el privilegio de situarse por encima de la práctica y de poder dirigirla.
En otras palabras, la teoría, que es, por así decirlo, el baúl donde radican los principios, constituye la parte noble, la que manda, mientras que la práctica, enfangada en lo concreto, es la parte subordinada, la que obedece a lo que proviene de arriba.
La an-arkhé, la anarquía, la ausencia de arkhé, funde en un mismo constructo la ausencia de Kratos, de poder, y la ausencia de principios fundacionales. Y por eso se consideraba que la anarquía era lo peor que le podía pasar a una sociedad y había que impedirla a toda costa, ya que el orden social, se decía, requiere tanto el ejercicio del poder, como la autoridad de los principios.
Resulta que el anarquismo se ha quedado, básicamente, con que la anarquía es negación del Kratos, pasando por alto que la an-arkhé es también ausencia de principios primeros fundacionales.
Bueno ¿Y eso qué más da desde el punto de vista anarquista? ¿Realmente eso importa?
Pues, resulta que, eso, sí que importa, y mucho.
Porque si la anarquía es lucha contra la dominación, entonces no debería producir, ella misma, efectos de dominación. Debería satisfacer la exigencia de no producir en el movimiento mismo de combatirlo aquello que combate. Esa exigencia de neutralizar su propio potencial de dominación es algo que diferencia radicalmente el anarquismo de otras corrientes políticas.
Es por ello por lo cual, junto con el rechazo del poder, el anarquismo debe rechazar también el hecho de que, desde fuera de las situaciones concretas en las que se desenvuelven sus prácticas, la teoría les marque el rumbo a seguir. Tanto más cuanto que para poder dirigir con una supuesta legitimidad las prácticas, los principios deben aparecer como siendo totalmente firmes, incontrovertibles, y plenamente seguros. Exigencia de fundamentos firmes como la roca sobre los cuales poder construir.
—La segunda consideración, versa sobre la importancia que reviste la resistencia para dar cuenta de la propia lógica del anarquismo. Esa lógica descansa sobre el hecho de que allí donde hay poder hay, necesariamente, resistencia, y sobre el hecho de que si el anarquismo es lucha contra el poder entonces la resistencia constituye su núcleo vertebrador, el eje central en torno al cual este pivota.
Veámoslo de más cerca, el poder requiere la resistencia para existir, porque solo existe en el proceso de vencer una resistencia. Si no hay resistencia que vencer no hay tampoco ejercicio de poder. No hace falta ejercer poder alguno si no hay nada que doblegar.
Y recíprocamente, la resistencia requiere un poder al cual enfrentarse, porque si no se da un ejercicio de poder no hay nada contra lo cual resistir. En ausencia de poder contra el cual enfrentarse, la resistencia ni siquiera accede a la existencia.
Eso significa que la resistencia no requiere principios que la susciten ya que surge necesariamente cuando se dan situaciones de dominación, y constituye la respuesta a esas situaciones.
Cuando un dispositivo de dominación nos apresa y levanta un muro que constriñe nuestras posibilidades de desarrollar prácticas de libertad, entonces la resistencia aflora necesariamente para derribar ese muro o, por lo menos, para fisurarlo. Y cada resistencia adopta la forma que se corresponde con la dominación concreta a la cual se enfrenta, es decir, con el tipo de muro que constriñe la libertad en aquella situación particular.
Es precisamente porque allí donde hay poder siempre hay resistencia, por lo cual resulta perfectamente compatible, para nada contradictorio, afirmar, por una parte, que el anarquismo político es un fenómeno relativamente reciente, y decir, por otra parte, que el anarquismo, en tanto que resistencia a la dominación, se remonta a los orígenes de la propia existencia humana.
—La tercera y última consideración remite a lo que podríamos llamar el a priori practico. Este a priori resulta del entronque entre los dos primeros puntos que acabo de mencionar, es decir, por una parte, la ausencia de unos principios teóricos que mandan sobre las prácticas, y por otra, la primacía de la resistencia.
El anarquismo no fundacional propugna incrementar, aún más de lo que ya lo hace el anarquismo clásico, la primacía otorgada a las practicas sobre la teoría, porque no es desde la teoría, sino desde el seno de la multiplicidad de las prácticas desde donde brotan los principios, los valores y las finalidades que propugna el anarquismo.
Veamos, el anarquismo no constituye un cuerpo doctrinal, un sistema teórico del cual brotan ulteriormente ciertas prácticas, sino que este se forma a partir de unas prácticas que, en su lucha contra la dominación, alumbran ciertos valores y articulan determinados principios. El anarquismo no es un producto ya elaborado por un pensamiento separado del hacer, es algo que se hace, y que hace, y que engendra teoría en el proceso de un determinado hacer, que no es otro que el de la lucha contra la dominación.
Y eso lo han captado perfectamente las nuevas generaciones anarquistas cuando consideran que no hay que partir de la teoría, sino de las prácticas concretas de la lucha contra el poder, o de las formas de vida al margen de la dominación, para extraer de ellas concepciones de carácter anarquista. Por ejemplo, se considera que es afrontando el poder, pero no de forma abstracta y general, sino con relación a cada forma concreta de dominación, como aprendemos a conocerlo, a desvelar sus procedimientos y a formular las razones para luchar en su contra.
Esto es lo que Foucault conceptualizaba como anarqueología, y eso difiere bastante de los planteamientos que nos llevan a afrontar el poder porque así lo dicen, lo mandan, los principios alojados en la teoría.
Dicho esto, y ya a modo de conclusión veréis que, en ambos libros, tanto en Anarquismos en perspectiva, como en Anarquismo no fundacional, dedico una reflexión a lo que constituye a mi entender el principal reto al cual nos afrontamos actualmente, y este no es otro que el progresivo avance de un totalitarismo de nuevo cuño.
Porque, no nos engañemos. Hoy el principal peligro totalitario no radica tanto en el auge de la extrema derecha, por muy preocupante que eso pueda ser, y lo es efectivamente, como en los múltiples dispositivos tecnológicos vinculados a la informática que se encuentran esparcidos por todo el mundo, y que intervienen en todos los ámbitos, desde la biología hasta la guerra, pasando, claro está por la vigilancia, y que están tejiendo esa tela de araña de un totalitarismo de nuevo cuño, desconocido hasta el presente, y donde poco a poco van quedando atrapadas nuestras vidas.
O bien encontramos la manera de bloquear la instalación de ese totalitarismo de nuevo cuño, o poco podremos hacer contra la dominación. Así que, vayamos agitando nuestras células grises antes de que instalen, por ejemplo, inhibidores del pensamiento al estilo de los inhibidores de los teléfonos móviles… algo que, aunque suene a chiste, bien podría suceder en un plazo no demasiado lejano…
Tomado de: https://kaosenlared.net/repensar-el-anarquismo/