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La extrema derecha en el sur de Europa y la creación de un ambiente prefascista en Francia

Vivimos unos tiempos en los que todavía denominarse fascista sigue teniendo una valoración peyorativa en la sociedad, lo cual es un límite convenientemente fijado en el imaginario social que no esté bien valorado etiquetarse como fascista. Sin embargo, más allá de ese aspecto puramente lingüístico y simbólico, no está en absoluto condenado ni siquiera está mal visto comportarse como un fascista. Afirmaciones como ‘no soy ni de izquierdas ni de derechas’, ‘solo soy un patriota que defiende a su país’ o ‘no podemos permitir el asalto de nuestras fronteras’, son algunas de los discursos más extendidos socialmente y están enmarcados en una corriente política estructural de signo fascista asumida por las sociedades europeas.

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Sobre “Datos necesarios para la Memoria Histórica” 

Para “centrar el debate parlamentario entre los actuales herederos del centro derecha de UCD, y los del PSOE y PCE, siglas estas subsumidas en una coalición”, el catedrático emérito de Historia en la Universidad de Castilla-La Mancha, Juan Sisinio Pérez Garzón, ha publicado -en la sección Opinión de EL PAIS del 31 de octubre- un articulo, “Datos necesarios para la memoria histórica” (1), en el que pretende “refrescar datos”, sobre “el ya largo proceso de resarcimiento y dignificación de los republicanos fusilados y de los perseguidos por la dictadura”; pues, según él, esos datos son “políticamente necesarios para abordar las tareas pendientes con un conocimiento preciso de lo realizado hasta el momento, por más que sea incompleto”

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Fronteras

Unos de los rasgos más característicos del repulsivo mundo político y económico que sufrimos supone la creación de fronteras de todo tipo. Cuando decimos fronteras, algunas de las cuales son casi invisibles en nuestras llamadas sociedades desarrolladas, también podríamos hablar de muros físicamente explícitos que impiden el acceso a tantos desposeídos hacia lo que creen algo mejor. Aunque esta situación es continua, y usualmente cerramos miserablemebte los ojos ante ella cuando no la justificamos, en los últimos días ha saltado a la palestra la situación de miles de migrantes atrapados y muriendo en la fronteras de Polonia con Bielorrusia. Los gobiernos, malditos ellos, se culpan unos a otros de forzar a todas estas personas, que huyen de conflictos y calamidades de todo tipo en África y Oriente Medio, a pasar un territorio a otro mientras perecen en el empeño. Resulta estremecedor que, mientras escribo estas líneas, tantas personas se encuentran en esa terrorífica situación permitida por la vieja y cruel Europa. En la frontera, policías, soldados y bandas nacionalistas, gentuza de la peor especie, van a la caza y saqueo de los migrantes, que ya son víctimas previas de contrabandistas sin ningún escrúpulo o, directamente, no tardan en ser deportados. Un nuevo horror en tierra polaca, donde ya se produjo un holocausto hace no tanto tiempo; mientras resultaba fácil poner nombre y rostro a los culpables de aquello, ahora hay que señalar a los muchos culpables de esta permanente crisis humanitaria que estamos permitiendo.

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La tensión entre racionalidad y apasionamiento

A lo largo de la historia, creo que puede decirse así, ha habido una tensión permanente entre una actitud racional y otra, digamos, apasionada. La primera podría corresponder a la ciencia y la segunda, aunque obviamente no solo, a la religión; por supuesto, la cosa necesita de matices en ambos polos.

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Moda en tiempos de crisis

No está de más hablar un poco de moda en estos tiempos tan revueltos, con presencia de fachas, seguratas, rompepiquetes, desocupas y en general uniformados de porra y nómina a porrillo, que disfrutan de una completa sensación de impunidad. Por supuesto que hay que hacerles ver que no estamos indefensos y que somos propensos a resistir todo tipo de arbitrariedades, y que por nuestra simple presencia, somos capaces de mostrar que sus actos, sus discursos y su propaganda tienen una respuesta con nuestros cuerpos. Porque nuestros cuerpos en movimiento son actos, discursos y fuerza allí donde estén. Y por mera potencia gravitatoria, impedimos que esa basura ideológica se extienda.

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Fernando Fernán Gómez. Centenario del nacimiento del director ácrata del cine español

Este año se cumple el centenario del nacimiento del director de cine Fernando Fernán Gómez, un personaje que va unido al arte cinematográfico español. Nacido según su historia familiar en Lima (Perú), aunque en su partida de nacimiento reflejara Buenos Aires (Argentina), debido a que su madre, que era la actriz Carola Fernán Gómez, se encontraba de gira artística por América Latina. No reconocido jamás por su padre, el también actor Fernando Díaz de Mendoza, fue criado por su madre y su abuela en España. Comenzó a estudiar Filosofía y Letras justo antes de estallar la Guerra Civil española, por lo que tuvo que dejar sus estudios universitarios y se inició en su verdadera vocación profesional como actor de teatro. Se inició junto a otros futuros profesionales como Manuel Aleixandre recibiendo clases en la Escuela de Actores creada por la CNT en Madrid durante los años del conflicto bélico, y de hecho en su archivo personal aún se conserva su carnet de anarcosindicalista en aquella época. Se estrenó como profesional del teatro en 1938 en la compañía de Laura Pinillos; donde lo descubrió Enrique Jardiel Poncela, quien le dio su primera oportunidad en una de sus obras como actor de reparto dos años después en 1940. Ese dramaturgo adaptó para él un papel, el de Peter el Pelirrojo, en la obra Los ladrones somos gente honrada, estrenada en el Teatro Calderón de Madrid en 1941.

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La otra ley del número

Hace 122 años, en 1899, Ricardo Mella publicaba en Vigo el folleto La ley del número, uno de los textos más importantes y divulgados de la obra del anarquista gallego que, fundamentalmente, ataca los puntos de flotación del sistema parlamentario y reivindica un sistema de gobernanza federalista donde las mayorías no impongan sus criterios de manera aplastante.

Desde mucho antes de esa fecha, quizá incluso desde la conformación de las primeras organizaciones gremiales y obreras que pelearon por mejorar la condición de la clase trabajadora desde los inicios del capitalismo, siempre ha existido una tensión entre las distintas maneras de entender el movimiento popular que también ha tenido su corolario en la sociología organizativa del obrerismo. Por un lado, siempre hemos encontrado valedores de las organizaciones de base amplia, numéricamente potentes, con mucha capacidad de atracción para sectores dispares de la clase trabajadora y gran potencial de influencia y transformación social. Por otro lado, esta mirada siempre ha sido contestada por apuestas que han privilegiado la organización en torno a grupos pequeños de gente, teóricamente muy capacitados, con militancias muy cercanas a lo que hoy en día se conoce como activismo y con poco interés por sumar gentes diversas a sus proyectos políticos.

En el ámbito del movimiento libertario ambas visiones han convivido históricamente y, de hecho, algunos de los modelos de organización social del anarquismo han partido de análisis que han tenido muy en cuenta el potencial organizativo del movimiento libertario en un momento determinado y un territorio concreto. Solo hay que pensar en el contexto político del que parte el anarcosindicalismo francés a finales del siglo XIX para entender la forma en que un sector del anarquismo galo reaccionó ante el agotamiento de un ciclo movilizatorio, el de la propaganda por el hecho, que ya no daba para más y se había demostrado incapaz de movilizar a grandes masas de trabajadores.

A día de hoy, las organizaciones libertarias, también aquellas que están insertas en el movimiento obrero, están atravesadas por esos mismos debates y, en buena manera, sus diferencias vienen de las distintas formas de entender la sociología deseable de la organización obrera. De hecho, en el terreno del sindicalismo revolucionario estamos viendo como, aun de manera silenciosa, parte de las organizaciones que se reclaman como anarcosindicalistas están viviendo un notable proceso de rearme que está teniendo como primera consecuencia su mayor presencia y capacidad de influencia en determinados sectores laborales, algunos de ellos muy precarizados y machacados por el capitalismo, todavía más desrregulado, posterior a la crisis de 2008.

No cabe duda de que, a pesar del ruido mediático que generan determinados procesos internos vividos recientemente en el conjunto de todas estas organizaciones, hoy en día estamos viendo como organizaciones como Solidaridad Obrera, CGT y CNT no paran de crecer en algunos territorios y sectores laborales concretos. Esto se produce, además, en un contexto en el que la imagen pública de los sindicatos se ha degradado terriblemente y la pérdida de influencia de los grandes sindicatos es evidente. Este aumento numérico, que ha provocado que CNT haya duplicado su afiliación en los últimos diez años o que CGT haya ganado un importantísimo tejido de secciones y sindicatos en todo el conjunto de Cataluña, ha venido acompañado también de una ampliación, renovación, feminización y aumento de capacitación de sus cuadros militantes, lo que ha favorecido el aumento de su capacidad de organización sindical y su mayor capacidad de visibilización e influencia en determinados sectores laborales, pero también sociales.

Por otro lado, este proceso de crecimiento numérico se ha visto acompañado a su vez de la proliferación de numerosas alternativas de organización social de carácter barrial y territorial, los llamados sindicatos de barrio, que por un lado han venido a fortalecer el músculo organizativo de sectores sociales generalmente desamparados por los grandes sindicatos y, por otro, han contribuido a dignificar y poner en valor el sindicato como propuesta de organización de organización válida para el siglo XXI. Este rearme coincide al mismo tiempo con un contexto internacional en el que un nuevo ciclo de luchas parece abrirse paso, incluso en los Estados Unidos, haciendo frente a los procesos de reajuste del capitalismo que están destruyendo la vida en el planeta.

Finalmente, todo este proceso de rearme sindical, que ha posibilitado, por ejemplo, la consolidación de CGT como alternativa de organización sindical en Cataluña o la multiplicación de la conflictividad sindical provocada por la CNT, está provocando amplias transformaciones en la manera de enfrentar las luchas comunes de los de abajo. Por un lado, el empuje del sindicalismo feminista y la proliferación de sindicatos de base amplia que operan en sectores ultraprecarizados, ha favorecido el establecimiento de alianzas entre sectores muy diversos de la clase trabajadora. Esta convergencia, planteada en algunas ocasiones bajo el paraguas de la interseccionalidad de las luchas, está favoreciendo que la acción social de las organizaciones obreras se oriente hacia sectores donde el sindicalismo vertical no llega, lo que está contribuyendo a la autoorganización de capas cada vez más amplias de la población obrera.

Dicho esto, parece claro que en buena medida se ha roto con una inercia organizativa que, volviendo al principio, estaba favoreciendo la aparición de un modelo de sindicalismo revolucionario vacío de contenido y de sentido, ya que no tiene amplias masas de trabajadores y trabajadoras detrás. En ese sentido, cabe preguntarse hasta qué punto podemos hablar de sindicatos cuando, más allá de sus estructuras burocráticas y autorreferenciales, no pasan del puñado de afiliados, carecen de influencia en las empresas y ni siquiera mantienen una actividad sindical que salte del conflicto puntual de alguno de sus militantes. Qué sentido tiene, seguimos, hacer brindis al sol pidiendo, por ejemplo, la convocatoria de una huelga general indefinida y revolucionaria, si se ha renunciado a trabajar seriamente en el frente laboral y nuestra actividad solo se hace de cara a los cuatro militantes convencidos o a través de redes sociales (donde además solo se critica a las organizaciones cercanas). Qué sentido tiene mantener una estructura organizativa, pesada y burocrática, que apenas si federa gente y que, para más inri, se vende como un logro. Que cada uno haga sus cábalas…

En un contexto tan duro como el actual, cuando los sectores más reaccionarios de la sociedad están ganando fuerza y el capitalismo está robando nuestras vidas de mil maneras distintas, necesitamos organizaciones obreras que estén a la altura de las circunstancias, agrupando en su seno a sectores cada vez más amplios y diversos de la clase obrera, favoreciendo la autoorganización en los sectores más precarizados y plantando cara a la dictadura empresarial que nos machaca en nuestro día a día. Eso solo lo conseguiremos con organizaciones fuertes, que trabajen de manera estratégica y colaborando entre sí donde se pueda, poniéndose al servicio de los trabajadores y trabajadoras y mirando de cara a sus problemas, ofreciendo alternativas y dejando atrás los lemas vacíos, los discursos autorreferenciales y el identitarismo a ultranza. Y lo necesitamos ya.

Trabajador anarcosindicalista

Tomado de: https://portaloaca.com/opinion/15712-la-otra-ley-del-numero.html

Revolución mexicana y ejército libertador zapatista. Tierra y libertad para los campesinos

La Revolución mexicana fue un acontecimiento histórico de primer calibre iniciado en el año 1910 y con grandes repercusiones internacionales. Supuso la creación de un espacio de ruptura política con acciones, tiempos y protagonistas diversos; entre los que destacarían Emiliano Zapata o Pancho Villa. Un documento político clave en la conformación ideológica del Ejército Libertador del Sur, conocido como el Ejército Zapatista, salió a la luz el 25 de noviembre de 1911. El manuscrito conocido como Plan de Ayala fue un documento que sentaba las bases de Tierra y Libertad, la reclamación fundamental de los campesinos mexicanos, y fue el documento más influyente por su carácter social y revolucionario en la posterior Constitución mexicana de 1917.

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El inverecundo Felipe González y el neoliberalismo

Recientemente, el inicuo expresidente de este bendito país, Felipe González, hizo las siguientes declaraciones: «El neoliberalismo ha sido una deformación que ha generado mucha desigualdad en la redistribución del ingreso». ¿Se puede ser más caradura? A propósito de esto, conviene recordar lo que es la historia reciente de este indescriptible país, por un lado, así como por otro la del propio liberalismo (no especialmente fácil de trazar). Sobre esta última, resulta especialmente irritante que los «liberales» patrios rechacen el uso del prefijo ‘neo’ ya que, claro, pretenden trazar una historia del liberalismo desde los clásicos, como Locke y Adam Smith, pasando por Hayek y llegando hasta lo que ellos digan. Como se supone que los que sostienen este discurso no son abiertamente idiotas, hay que deducir que hablamos de simples canallas, con poca o ninguna vergüenza, que sencillamente quieren justificar un capitalismo sin barreras, que sume a gran parte de la población en la indigencia. No daremos nombres, de momento, aunque uno de ellos es un prestigioso literato de dudosa ética personal. Sobre la historia del liberalismo, en el polo opuesto, hay quien se ha esforzado en señalar que el origen de esta filosofía se encuentra principalmente, no en el individualismo y en el lucro personal, sino en la búsqueda de la tolerancia, la pluralidad e, incluso, lo que haría torcer el gesto a ciertos liberales, en la virtud y el sentido comunitario.

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Sobre perdones y rancias tradiciones

A escasos días de la fiesta nacional del 12 de octubre, que tan cachondos pone a los reaccionarios de este insufrible país, el muy repulsivo José María Aznar ha hecho gala de su espíritu patriótico y ha reivindicado el legado del imperio hispánico frente a cualquier discurso crítico con el mismo. Como el ego de este fulano es inversamente proporcional a su escasa estatura moral, ha personalizado la cuestión sin rubor alguno afirmando que él no piensa pedir perdón «por defender la importancia de la nación española». También se despachó a gusto contra el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, precisamente por exigir disculpas a España por haber cometido toda suerte de tropelías en la conquista de las Américas. Vaya por delante que lo de estos estadistas progresistas, como el propio López Obrador, me parece una mera pose, ya que mucho habría que hablar de lo que tendrían que reconocer tantas naciones y poderosos sobre toda suerte de iniquidades a los pueblos, por no hablar de los que siguen sometidos en la actualidad.

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