Pues sí, hay que hablar de dictaduras, ya que la confusión actual (no sé si decir, «posmoderna»), llega hasta límites que rayan la falta de oxigenación cerebral. Cómo es posible que el facherío, con total desvergüenza, tenga ahora púlpitos de notable asistencia (me temo que por un personal de naturaleza acrítica y poco o nada dotado intelectualmente) donde afirmen que lo del militar golpista genocida Franco no fue una dictadura. Donde aseguren que lo que hubo en realidad fue algo así como un «régimen de autoridad», pues lo dice entonces un ácrata de tendencia nihilista, verdadero amante de la libertad: ¡maldita sea la autoridad! Como parece que hemos vuelto a una edad preescolar, hagamos una rápida definición de un régimen dictatorial: ese donde el poder se concentra en un solo fulano o grupo reducido (es decir, una centralización exacerbada), donde las libertades elementales (expresión, asociación, política en general…) no existen y donde, consecuentemente, la disidencia está reprimida y no existe pluralidad. Habrá dictaduras más o menos crueles, aunque todas lo son ya solo por arrebatar a las personas su capacidad de elección en todos los niveles de la vida, y habrá idiotas que les gusten las dictaduras o las consideren necesarias, pero convendremos al menos en esa somera explicación. Aclararé, antes de continuar, dos cosas. Primero, que incluso al margen de mi lúcida condición libertaria, considero de forma evidente que de un régimen autoritario no puede derivar nada nuevo, como han insistido siempre las y los anarquistas y como creo que ha demostrado la historia: solo de la libertad puede surgir la libertad (creo que a buen entendedor debería bastar y para una concepción compleja de libertad, relacionada con lo social, ya empleamos otros espacios).
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