Archivo de la categoría: Opinión

A vueltas con la república

Hoy, 14 de abril, es un día señalado para aquellos que reivindican, en forma de bandera tricolor, un régimen republicano para este inefable país llamado, precisamente, Reino de España. A priori, no es precisamente mi caso, pero maticemos, maticemos. Diremos lo primero, banderitas de colores al margen, que si de lo que se trata meramente es de echar a esa panda de sinvergüenzas que son los borbones, yo soy el primero en firmar lo que sea menester o, incluso, ahora que nadie me lee, realizar eso que me produce un sarpullido, que es introducir un papelito en la urna. Por cierto, siempre he mantenido que el mejor final para esta gentuza de la clase alta sería ponerles a trabajar; bien es cierto que eso requiere cierto talante punitivo, que choca frontalmente con las ideas de uno, pero no llevemos tampoco los principios demasiado lejos. Dicho esto, no es posible negar la importancia histórica de lo que se conoce como República que, al menos en sus orígenes, estaba impregnada de progreso democrático; bien es cierto, y los anarquistas ya lo sostuvieron desde el principio, eso de que los ciudadanos participen en la gestión del Estado no deja de ser una falacia como una catedral. No obstante, sigamos con nuestros queridos ácratas y eso tan necesitado que es la memoria histórica en este bendito país; si nos situamos en el siglo XIX, bien es cierto que la militancia republicana y su condición indudablemente democrática y social despertó con seguridad cierta simpatía entre los libertarios.

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¿Rojipardismo?

En los últimos tiempos, vuelvo a escuchar con relativa frecuencia el término «rojipardismo», que viene a significar, lo habéis adivinado, la convergencia de discursos de extrema izquierda con los de la extrema derecha. Habría que dilucidar, lo primero, a qué diablos nos referimos en concreto con esas reiteradas etiquetas extremistas; me temo que la confusión semántica imperante en la llamada posmodernidad no ayuda demasiado. En primer lugar, parece un debate muy del gusto de cierta derecha, esos inefables «liberales» patrios, que relacionan toda forma de socialismo con la amenaza totalitaria. Por otro lado, nada nuevo. He de confesar que, por circunstancias que no vienen a cuento, tuve que leerme la obrita del inefable Friedrich Hayek, Camino de servidumbre, citada hasta la saciedad por los defensores de un capitalismo sin (apenas) barrerras. En dicho libro, sin subterfugio alguno, se vincula como parte de la misma familia socialista a fascismo y comunismo; esa vía, como reza el título, conduce a otorgarle el poder absoluto a una minoría y al desastre de la gestión totalitaria. Hayek, como no puede ser de otro modo, aboga por la propiedad privada y el libre mercado; cualquier tipo de planificación económica, nos conduce al horror, tal y como podía comprobarse en el momento de la gestación del libro, años 40, con el nazismo y el estalinismo, que vendrían a ser cosas muy parecidas. Camino de servidumbre, curiosamente, se publica casi al mismo tiempo que otro clásico de tesis opuestas, aunque considerablemente más voluminoso (y, creo, riguroso), La gran transformación; en esta obra, Karl Polanyi, critica precisamente el liberalismo económico, que supuso la ruptura de todo vínculo comunitario debido a la conversión en el siglo XIX de la sociedad en un gran mercado donde la mayoría de las personas se convierten, también, en mercancia.

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Bajada de salarios de en torno al 10%

La inflación acumulada llega al 10%. Total. Que el BCE se ha dedicado durante décadas a mantener la inflación en el 2% o menos. Para ello el BCE se ha valido de dos instrumentos: los tipos de interés con los que presta el dinero a la banca, (venden dinero barato que el banco revende caro); y el control de los salarios de la purria obrera por debajo de la inflación. Traducido al castellano: que los ricos sean más riquísimos, no afecta a la inflación; subir un 3% los salarios afecta la inflación. Ahora tenemos salarios bajos, dinero barato para la banca…, e inflación elevada. Resultado: fracaso del BCE. Sin dimisiones. Sin fusilamientos. Sin despidos. En cambio suben el SMI, y no veas la que se lía con los tertulianos. ¿Que tenías mil euros? Ahora son novecientos.

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Bofetadas de humor

Temo que me acusen de vulgar, y poco original, por dedicar una entrada de este lúcido y riguroso blog a lo acaecido durante la reciente ceremonia de los Oscar, lo cual ha estado ya a estas alturas en boca de todos. De hecho, el que suscribe, que se la refanfinflan los mencionados galardones, jamás se hubiera enterado del hecho en cuestión si nuestros queridos medios de masas no le hubieran dedicado mayor espacio, casi, que a las películas premiadas. No obstante, he de reconocer que el asunto suscita no pocas reflexiones de interés y cabe hacerlo desde diversos puntos de vista. Como es sabido, durante el evento, un cómico hizo una broma (más mediocre que de mal gusto) sobre una mujer que sufre alopecia y el marido de la misma, un conocido actor, salió escopeteado hacía él para propinarle una sonora bofetada. Podría parecer un gag de nivel preescolar, previamente preparado o incluso improvisado, pero al parecer el enfado fue real y la hostia debió doler lo suyo. Por supuesto, se ha condenado la agresión de manera generalizada y, digo yo, no es para menos; hablamos de un fulano que, en un acto público, se levanta de entre los asistentes, recorre varios metros, sube al escenario y hace lo que hace. Un poco de miedito da alguien con estas actitudes. Incluso yo, gran detractor de la violencia como solución a los conflictos, he sentido en ocasiones la imperiosa necesidad de abofetear a alguien, pero por lo general me freno con la suficiente rapidez para no quedar en evidencia ni causar un trastorno físico irreversible.

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Medios de desinformación

Antes de entrar en harina sobre el tema de la entrada de hoy, quisiera hacer una pequeña reflexión sobre el uso político tan generalizado del concepto «izquierda»; ojo, los primeros que lo hacen son líderes tan peculiares como Pablo Iglesias, antiguo vicepresidente del Gobierno, hoy estrella de un espacio radiofónico (léase, podcast, según la jerga tecnológica actual). Bien, no termino de tener claro qué diablos es hoy la izquierda, así sin matiz alguno, pero para el caso que me ocupa voy a fingir que yo mismo pertenezco a ese universo. La cuestión es que, ante la agresión militar del ejecutivo ruso al país de Ucrania, hay quien señala que parece que dicha «izquierda» emplea gran parte de su tiempo en hablar de la OTAN sin condenar enérgicamente al sátrapa ruso; creo que lo que se quiere decir, y no es una acusación nueva en absoluto, es que parece que si Estados Unidos no aparece claramente como culpable de un conflicto los progres no se movilizan lo suficiente para echar mano del maniqueísmo más atroz. Habría que aclarar, y de nuevo concreto en la guerra actual en suelo ucraniano, la feroz campaña de desinformación que están llevando a cabo los medios generalistas, censurando opiniones que contradigan una versión oficial basada en la locura genocida del déspota Putin. Se comprende entonces que tantas personas insistamos en la responsabidad de la OTAN y Occidente en las guerras al aumentar sus bases militares durante años en Europa Central y Oriental; hay que recordar la tensión producida durante años por dicho afán expansionista y, precisamente, en los límites de la Federación Rusa.

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Bromas pesadas de España

Así que el gasoil y la gasolina han subido a los dos euros el litro, y eso a pesar de que los depósitos de reserva están llenos, y que la gasolina dura años y años sin caducar como demuestran las películas de zombis y apocalipsis, que los supervivientes siguen sacándola de vehículos y gasolineras. ¿Que solo digo tonterías? Sin duda. Además lo que pasa es que tenéis menos memoria que Dory  buscando a Nemo… Caramba, la simpática pececita con amnesia retrógrada. Os lo explico.

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Crisis permanentes

A las crísis económicas cíclicas del capitalismo, que es lo mismo que decir que el capitalismo es la crisis, se une hace dos años el inicio de una crisis sanitaria de envergadura, que hace que vivamos permanentemente con (aún más) miedo y, consecuentemente, agachemos la cerviz y obedezcamos a las autoridades en nombre del ‘sentido común’. Sin haber salido del todo de la pandemia del Covid, con diversos grados de intensidad y variantes durante este tiempo, todo el foco mediático y político mundial se coloca en la intolerable agresión militar del ejecutivo de Rusia a su vecina Ucrania, país rico en ciertas materias primas y, sobre todo, región geoestratégica a la que la OTAN había seducido en diversas ocasiones. Ya digo, totalmente condenable la invasión encabezada por el gobernante ruso Putin, no hace tanto aliado de Estados Unidos, como repulsivo es el militarismo en general; no obstante, deberíamos estar muy lejos de asumir el maniqueísmo y la simplificación a la que nos empujan los medios occidentales.

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Anarquistas en Ucrania

Leo que los anarquistas ucranianos se dividen, ante la agresión militar rusa, entre el antibelicismo o forzarse a intervenir con las armas. Una vez más, la elección entre dos males, pero no se trata en ningún caso de defender el Estado ucraniano o de mantenerse firmes en sus principios contrarios a todo militarismo, sino de tener que luchar finalmente por sus vidas. Que no nos veamos en un escenario así. Hay quien ha querido hacer ciertas comparaciones entre la guerra en Ucrania, sobre todo a la hora de armar a la población civil, y el conflicto militar en España iniciado en 1936 tras el golpe militar de Franco y sus secuaces. No entraré en semejante despropósito, pero es hora de recordar otros hechos en territorio ucraniano, hace más de un siglo, que sí es posible que pudieran compararse con la guerra civil (y social) en escenario hispano. Los anarquistas ucranianos, hoy, son una fuerza testimonial, pero hubo un tiempo en que tenían una influencia considerable, no solo en aquel país, también en el conjunto de Rusia. No es demasiado conocida la historia del Néstor Majnó, junto a la revolución que se llevó a cabo en Ucrania enfrentada al zarismo, a los llamados ejércitos blancos y a un poder emergente bolchevique, que acabó reprimiéndola severamente.

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Antimilitarismo

«Sin ejércitos, no habría guerras», aseveración que puede parecer pueril en principio, pero que en realidad se trata de una perogrullada como un castillo. Es decir, hablamos de una organización armada, ferozmente jerarquizada, que sirve a los intereses de un nación, que es lo mismo que decir de un Estado, que viene a ser el poder político, que a su vez lo forma principalmente una oligarquía sujeta a determinados intereses, que no suelen coincidir en lo más mínimo con la sociedad de la que forman parte. Es decir, incluso a estas alturas, puede haber tarambanas que se crean esa mistificación inicua llamada «patriotismo», pero la realidad que no quieren ver ante sus ojos es que, si los conducen a la guerra, obedecen a los intereses de una clase dirigente. Así de sencillo. Alguien puede identificar un ejército, meramente, con la defensa armada de un pueblo o de una comunidad, pero seamos serios y usemos la semántica de forma mínimamente decente.

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A vueltas con «lo trans» desde el anarcofeminismo

Las diferencias entre las mujeres (clase, raza, orientación sexual, etc.) han abierto una brecha suficientemente importante en el sujeto unitario y homogéneo de «la Mujer». En esa vía de agua, «lo trans» ha abierto un cisma en el feminismo que parece augurar una herida difícil de suturar.
El feminismo anarquista puede aportar una genealogía y una posición actual diferenciada del resto de los feminismos.

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